18/9/08

Sobre algunas cosas que apredí de mi madre... en tanto que objeto de estudio...

Todos los seres humanos son buenas personas, siempre tienen razón en todos los asuntos en los que intervienen (con excepción de algunos temas menores en los que pueden admitir errores sin importancia), todos son justos, todos hacen bien las cosas, todos están en paz con sus conciencias.

Los que se equivocan, los que hacen las cosas mal, los que actúan llevados por motivos ambiguos y poco claros, los que no tienen razón, los injustos y egoístas son siempre los otros, los demás, los ajenos.

Todavía no descubro ninguna persona que no esté totalmente convencida de esto, y que no se comporte como si este gran axioma de la bondad inherente al sujeto no fuera cierto.

No se de nadie que ponga en duda seriamente su propia rectitud de conciencia y conducta, que descrea de sus motivos mas íntimos, que sospeche de la bondad de su carácter, de la justicia de sus medios y de la ecuanimidad de sus propias metas.

Nadie cree que pueda ser, ni aún de forma casual y transitoria, una mala persona. La maldad, la sinrazón, la injusticia, el egoísmo y, en definitiva, toda la lista de bajezas y miserias humanas, son consideradas como entidades absolutas que residen por definición en el otro, nunca en uno mismo.

Y si alguna vez caemos en alguna de esas bajezas, si nos corrompemos, si nos vemos tentados por la maldad, si hacemos algo que contradiga flagrantemente nuestra íntima esencia de bondad y rectitud, la cosa no pasa de ser circunstancial y momentánea, algo transitorio incapáz de trazar la menor huella sobre nuestras almas y nuestras conciencias sin mácula; porque cuando esto ocurre toda nuestra potencia mental trabaja para producir la mayor cantidad posible de justificaciones que nos disculpen, que den cuenta acabadamente de nuestras conductas, que nos permitan persistir en la creencia de nuestra bondad innata y perpetua.


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