20/9/08

Psycho break

Pensaba en esos pequeños quiebres en la continuidad de la razón que se presentan bajo condiciones muy particulares y muy ocasionalmente.
Es lo que sucede frente a la muerte. Somos poco aptos para enfrentar la muerte, no estamos nada preparados, preferimos no pensar, elegimos envolverla en un manto de ascepcia hospitalaria, enredada en la dura cubierta burocrática de las obras sociales y los servicios fúnebres. Ponemos el asunto en manos de terceros y nos dedicamos a olvidar.
Pero a veces la muerte llega repentina, sin darnos tiempo a maniobrar nuestra retirada. Y el ser querido se despide con un beso por la noche para no abrir nuca más los ojos.
A la mañana descubrimos la alteración de las facciones, la rareza del gesto nunca antes visto, esa incomprensible parálisis de todos los músculos, incluso los encargados de la respiración, esos que trabajan solos, perpetuos, esos que no se habían detendio nunca.
En ese momento los procesos racionales más básicos, en algunos casos, fuerzan su propio mecanismo para incorporar al engranaje una pieza defectuosa y así intentan ponerse en movimiento otra vez.
Pensamos "debe ser algo en el desayuno que no está bien; no le gustó y por eso no se levanta. Es que le preparé mal el café, no está como le gusta, no lo hice como lo preparo siempre."
Y con esto en la cabeza volvemos a la cocina a intentarlo de nuevo, una y diez veces y cincuenta y cien, desde las seis de la mañana hasta las dos de la tarde. Probamos un buen rato con el café y más tarde con las tostadas, elegimos otra bandeja, cambiamos tazas, cucharas, y volvemos a entrar en la habitación para enfrentarnos infinitamente al origen de nuestro error y desconocerlo.
Finalmente dejamos de intentarlo aunque la idea de que el error está en el café no nos abandona. Esperamos que se levante y nos diga "bueno, entonces lo preparo yo porque no hay caso, a vos no te sale."
En el transcurso de la tarde, si tenemos suerte, alguien viene a rescatarnos. Con el tiempo nuestro reloj mental expulsará la pieza dañada. Aquel día va a quedar en nuestra memoria envuelto en una bruma tenue de incomprensión de nosotros mismos. No habrá más remedio que entender y resignarse.

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