15/4/11

esto no es literatura

          En cada rincón académico, comercial, y/o institucional más o menos relacionado con la literatura, esto es un manto de sombra; no se preocupan ni si quiera por echarle un nombre peyorativo, no les interesa. El lado oscuro de la luna, pero el lado oscuro de verdad, y por momentos es mucho más duro de lo que suena la metáfora. 
          Acá para escribir hay que tener ganas, de este lado del espejo no existen ni las menores sospechas de otra cosa. La gente trabaja: empleados (relativamente acomodados en relación con sus gustos y costumbres), con suerte profesionales de mediano éxito económico, pero en casi todos los casos hablamos de ocho horas al día, cuatro los sábados, quince días de vacaciones al año, hijos, divorcios, obra social, anses, patronal indecente, resacas físicas y emocionales de todo tipo, frustraciones y expectativas siempre postergadas…
            Ud. señor/a, que vive mirando la televisión y rascándose las pelotas, tal vez no lo entienda, porque trabajar y desperdiciar cada minuto de su vida le resulta indiferente, y no encuentra obstáculos en este mundo que se lo impidan. Pero la vida es otra cosa. Discúlpeme que se lo diga de esta manera: la vida pasa por otro lado y Ud. no se da cuenta.
            Intentaré recuperar el motivo de esta conversación, porque todavía no lo menciono. Tiene que ver con escribir, con escribir blogs. Esto no es literatura. Esto no tiene nada que ver con los libros. Esa relación entre blogs y literatura es tan remota como la relación entre la electricidad y el papel. Sí, son dos elementos de este mundo, una asociación intrascendente.
            Estos blogs en particular, que navegan un mar lleno de mierda que se llama internet, están escritos por esa gente de la que hablo. Gente de por ahí, que materialmente no obtiene nada con el esfuerzo. Y detrás de estos blogs (no en todos los casos) hay mucho trabajo; escribir un blog es remar en el desierto y pedalear en el aire, creo que esas son las mejores comparaciones. Es, además, como inflar un globo infinito esperando a que explote. Pero todo indica que no va a explotar nunca. Una tormenta de arena, y todos los rastros desaparecen.     
            Y sin embargo, como contracara de la soledad del usuario (@maru__ “usuaria heavy de internet”, esa definición me encanta)[1] existe en muchos casos un caudaloso intercambio. Como subir al tren en hora pico y cruzar una cierta mirada con alguien. Una sensación de movimiento: se separan un poco de la mierda general y se acompañan en el ejercicio de esa distancia. Y esto ya es mucho decir en un mundo que destaca por su afición a la mierda general.

            Me gustaría hacer una lista exenta de cualquier jerarquía, pero hay dos casos que me lo impiden. Pongo a estos dos en un primer lugar excluyente, como los destacados. Se trata de una cuestión de gusto caprichoso, tal vez del momento y mañana se me pase. Uno de esos blogs es marplatense: http://ilcorvino.blogspot.com/ , lo escribe Martín Zariello (un post: para ser un asesino), y el otro es de buenos aires: http://elprocedimiento.wordpress.com/ , y lo escribe la usuaria heavy de internet María Eugenia Gómez Barbosa (un post: la chica bukowski ).

            No. Hay un muy amplio universo digital de escritores que olvido o desconozco. No me rompan las pelotas, es imposible sabérselas todas. Leer blogs es una de las cosas más tediosas que puedan encontrarse. Porque odio leer en la pantalla, y porque en el 99% de los casos es basura de la peor especie. Y en la computadora jamás me concentro lo suficiente. Siempre estoy haciendo siete cosas al mismo tiempo y pensando a dónde me tengo que ir en quince minutos. Soy el lector más duro de convencer para quedarme. Prefiero siempre, siempre, mis libros. Puedo leer miles y miles de horas en papel, inagotable, mucho más lejos de la realidad que frente al google. Pero resulta que vuelvo una y otra vez, en desmedro del papel, a los links que arriba quedan anotados; cuando los leo y cuando chateamos hablamos, y ahora con algunos hasta nos vemos de vez en cuando, me cambian los hábitos de lectura y aprendo cosas que no se aprenden en otro lado, todo el tiempo.

            Por otra parte, hay un blog que también quisiera mencionar, porque éste me obliga a realizar una discriminación geográfica. Todos los blogs que leo y que me gustan son de buenos aires y de mar del plata. Hace ya seis o siente años que soy “usuario heavy”, que convivo con otros “usuarios heavy”, dentro de poco Costa Negra cumple cuatro años, recibo recomendaciones de lectura todo el tiempo, de toda clase de gente, y nunca me enteré de algo mejor que viniera de otro lado. Seguro que sí hay, pero ellos andarán en sus cosas. A mi no me llegan.
            Solas, mar del plata y buenos aires me llenaron las horas de lectura de los últimos muchos meses, sin abrir un solo libro.
            Y este blog, http://www.matemosalasballenas.blogspot.com, se lleva los laureles para mar del plata, mal que les pese a los porteños. No podemos dejarlos conformes a todos, la verdad se manifiesta por sí misma. Podemos discutir por todo lo demás, pero con matemos les rompimos el orto; y quedaron tan pero tan lejos que van a necesitar esmerarse mucho para remontarlo.



[1] Atención: frente al más que probable abandono de la nota al pie (debido a que fuera del papel resulta innecesaria), aquí podríamos tener un primer caso de cita erudita digital. Algún subnormal del futuro escribirá una tesis universitaria sobre este asunto.

12/4/11

la paradoja del futuro

             Paradoja del futuro: los relojes avanzan, y por lo tanto mienten; el tiempo es una cuenta regresiva.
            El futuro, que en nuestra imaginación ubicamos "hacia adelante" y que identificamos con el espacio de "lo posible", donde todo puede suceder, es el punto a partir del cual no hay nada, sólo la muerte, el no acontecer.
            "Ganar tiempo" es una expresión completamente fuera de la lógica, al tiempo sólo puede perdérselo. El tiempo es, indudablemente, la única cosa que perdemos sin pausa y que no podemos ganar de ninguna manera. El estado natural e inevitable del tiempo es el agotamiento.
            El tiempo nos plantea un problema de percepción, un problema de distorsión matemática de la percepción. Es posible establecer, para cada parcela de tiempo, un punto de partida pero no un término. El punto de partida por antonomasia es el nacimiento, el término es la muerte. El nacimiento es dato de agenda, un punto claro y distinto determinable en los calendarios, la muerte no es de ninguna manera previsible. Esto nos lleva a percibir el tiempo como una progresión, como una suma de minutos a lo largo de la vida desde un nacimiento determinado hasta una muerte incierta. Esa imprevisibilidad del recorrido nos impide establecer un término para el tiempo considerado bajo su verdadera forma, la de la cuenta regresiva.
           Vivimos entonces la ilusión de la marcha, la ilusión del camino, del avance, cuando se trata de un retroceso, de un andar hacia atrás. Como consecuencia de esto, nos imaginamos un pasado que se ubica a nuestras espaldas y un futuro que nos quedaría hipotéticamente por delante, o hacia adelante. Ese futuro es matemáticamente infinito, pero se trata de la misma infinidad matemática que le permite a la tortuga vencer en la carrera a Aquiles. Es necesario no perder de vista la aclaración de Diógenes: el movimiento se demuestra andando. La reversibilidad del tiempo se demuestra muriendo. En esta carrera somos la tortuga. Sólo podemos prevalecer en el ámbito de la fábula.
            La consideración matemática del tiempo no es nada más que la superposición de nuestra fantasía racional sobre la realidad. Sufrimos del más severo ataque de egocentrismo mental: creemos que las cosas son matemáticamente determinables porque las matemáticas nos parecen un invento maravilloso y argumentalmente irrefutable. Es lamentable perder de vista que no deja de tratarse de un invento, de una superposición, de otro argumento. Y a despecho de nuestros propios procedimientos racionales, aplicamos el argumento al revés. En el mejor de los casos, la percepción matemática del tiempo debería permitirnos ver nuestro propio discurrir como la activación simultánea de infinitos cronómetros corriendo hacia el cero implacable. Esto es así para todas y cada una de las cosas que nos rodean. Ahora mismo podemos levantar la mirada y elegir uno cualquiera entre los muchos objetos y sujetos a nuestro alcance. Sobre ellos se alza, como la espada de Damocles, un cronómetro secreto que discurre en retroceso la cifra de su sentencia.
           
            La percepción distorsionada el tiempo produce todavía otra consecuencia, la del constante aplazamiento. El tiempo considerado como avance nos pone en situación de procrastinación permanente. Si dejamos de pensar que el tiempo se agota y vivimos bajo la convicción de que se trata de un elemento en estado de aumento, de un elemento cuya cantidad crece indefectiblemente, si pensamos en el futuro como aquel territorio de la utopía, de la próxima realización de nuestros deseos o ambiciones, entonces nos autorizamos a desplazar el presente hacia adelante. Mientras que el tiempo como cuenta regresiva debería obligarnos a vivir el presente en una especie de estado de emergencia, el tiempo como adición inagotable de sí mismo nos lleva a postergarnos.
            Un futuro (hacia el que “avanzamos”) como promesa de que todo podría cambiar y ser mejor. Esa es la ilusión en la que vivimos. No se trata de una utopía política, no se trata de la consagración a posteriori de unos ideales más o menos retrógrados, todo lo contrario. Es nuestro presente inmediato, el presente del cual depende todo lo que somos ahora en lo más intimo y particular de cada uno, es el presente de nuestra propia vida cotidiana el que queda en suspenso, entre paréntesis, a la espera de una solución imaginada, más o menos entrevista en el territorio del futuro. Y en cuanto aceptamos que el futuro queda ahí adelante, inevitablemente en nuestro camino, dejamos de preocuparnos, nos convencemos de que tarde o temprano llegará hasta nosotros.
            La distorsión matemática en la percepción del tiempo se convierte en el punto de partida y sostén de toda nuestra molicie. Nos facilita la aceptación de todas las desgracias. Nos pone en condiciones de esperar, nos resigna, amplía el nivel de nuestra tolerancia de la realidad. En cuanto perdemos la conciencia de lo que verdaderamente nos espera en el futuro y llenamos ese futuro con toda la artillería de nuestra fantasía, nos hacemos dóciles, sumisos, maleables y pacientes en el presente.

             El presente: objeto de toda nuestra distracción, de nuestra más profunda voluntad de  cerrar los ojos o mirar para el costado (o para adelante, hacia el futuro), es también la única versión del tiempo con la que contamos, aunque dure apenas lo suficiente como para sospechar que no existe.