19/12/08

Fortuna Imperatrix Mundii


“...presumiblemente la muerte esté
determinada por factores genéticos,
aunque su momento y forma
reflejen factores ambientales.”


1.
Sea revelado:
Para aquellos que dicen "nosotros" cuando hablan de la raza de los hombres, para aquellos que no conocen la historia de sus antepasados, para los que no ven, para los que no escuchan, para los que deciden no saber.
Para aquellos que serán sorprendidos por lo inesperado, para los que temerán por sus vidas y por la desaparición de todo lo que les resulta conocido y reconfortante, para los que fenecerán en la desesperación de la huida, para los que quedarán atrapados en la batalla definitiva.
Para aquellos que desde la apatía, la negligencia y la molicie miran al mundo sin conocerlo, para todos estos y muchos otros, aquí se cuenta la historia futura, lo que sucederá insoslayable y definitivamente, el término de los tiempos, el final de las crónicas, el ocaso de la historia.
Así lo dispone Providencia, de razones insondables.

2.
Es en el centro del mundo el Palacio de Fortuna, alcázar regio y poderoso, desde cuyas torres con omnipotencia se extiende el brazo del orden sobre todas las cosas y todos los seres. Son sus murallas impenetrables y de grotesca apariencia por fuera, custodiadas por ejércitos brutales que no hablan las lenguas de los hombres, y las más atroces de las criaturas vigilan su entrada. Un abismo se extiende entre esas murallas y el llano, y el puente que lo atraviesa es estrecho, fabricado únicamente para dar salida a los exiliados.
Cerca del abismo que separa al Palacio del mundo no habitan los hombres, el llano es un vasto campo yermo, donde sólo son visibles los cadáveres sembrados a modo de advertencia.
Pero el interior del Palacio es fértil en festejos y banalidades; allí el fatuo de los dioses más exigentes se vería mil veces superado. En sus habitaciones alegres y luminosas siempre es audible la algazara de sus habitantes, nunca faltan los pingües festines, los juegos y pasatiempos, el recreo constante y el ameno solaz.
A pesar de que Envidia ocupa en el Palacio habitaciones centrales, la exuberancia de las riquezas supera todos los anhelos. No existe antojo de sus moradores, por extravagante que fuera, que no pueda ser cumplido, ni se ha sabido de disconformidades o de alguien que haya rechazado los beneficios que allí se le ofrecen.

3.
En el Palacio es Fortuna, Absoluta Emperatriz sin rivales y de inusual belleza, quien se sienta en el Trono, desde donde ejerce su voluntad sobre todas las criaturas de este mundo. Vestida de gala durante el día y durante la noche, portadora de la Corona y del Cetro dorados que dan y quitan la vida, desmesurada y voraz, Fortuna Emperatriz del Mundo es temida y venerada como principio y fin de todas las cosas.
Sus consejeros son Codicia y Avaricia, siameses irregulares de aspecto torvo, quienes le hablan acaparando, uno para cada uno, los oídos de su Emperatriz, volcando en ellos el veneno de la adulación.
La cohorte de la Emperatriz se encuentra siempre agobiada por el desconcierto de Estafa y Engaño, saturada por la música de los gritos de sus siervos y esclavos, ruidosa de fiestas y agasajos para Turbios y Violentos. Opulencia, hermana misteriosa de la Emperatriz, indistinguible de ella misma, se presenta en todas las galas, y el Terror, jefe de los Ejércitos Imperiales, las acompaña.
La encargada de la administración palaciega es Burocracia, que acompañada de una multitud de Cuervos Tutelares, Dependientes de toda clase, Subalternos y Escribas, establecen jerarquías, mediciones, estadísticas, controles, y demás instituciones que sirven al mantenimiento de la calma general. Y con todo este papelerío, es luego Historia quien se presenta a realizar la tarea de la puesta en común de todas las versiones.
Lugar especial hay en el Palacio de Fortuna para Traidores, Perjuros y, maestros admirados en su arte, Delatores. Allí encuentran ellos a quienes pagan por sus servicios, alientan su perfidia y festejan sus éxitos. Jamás se verá mayor despilfarro de honores para seres tan viles.

4.
A la sombra de Fortuna se encuentra Razón, encargada de distinguir lo bueno de lo malo y de mantener encadenadas con lazos dolorosos a la Ciencia, a la Dignidad y a la Justicia, quienes tienen prohibida la salida de la fortaleza.
La balanza de Justicia ha sido alterada y su fiel manipulado. Se han sentado en el plato diestro Iniquidades y Abusos, Torturas, Desmanes y Destrucciones, los mismos siameses consejeros de Fortuna se han sentado a la derecha de la balanza; en el otro plato se ha puesto a los hombres de todo el mundo, y este plato ha sido encontrado más liviano. Muchos han asistido impertérritos al ultraje de Justicia.
La Dignidad ha sido sometida a los más humillantes castigos. Andrajosa de ropas y llena de lamentaciones, recorre las habitaciones vacías del Palacio buscando consuelos inexistentes. Envilecida y vilipendiada, se la mantiene con vida por orden de la Emperatriz para acrecentar sus sufrimientos, amparando en su nombre las acciones más abyectas.
La Ciencia, que todo lo ve y que todo lo oculta, ha sido confundida por Razón y corrompida por la misma Emperatriz, ha perdido su rumbo y en confusión se ha olvidado de los hombres, quienes le habían otorgado el poder de iluminar el mundo. Pero en un último intento por recobrar sus antiguas fuerzas ha hecho una advertencia: por debajo de la música de Palacio, por debajo de las estridencias de sus festejos y por debajo de las risas y las carcajadas, más allá de los estruendos de las armas y los cañones de sus ejércitos, empieza a escucharse un oscuro murmullo, susurrar esquivo a todo intento de aprehensión, inexplicable y, por sobre todas las cosas, incontestable; un rumor de miles de millones de voces viejas como el tiempo, voces que no responden al orden, que no entienden de argumentos o explicaciones, voces que ya no esperan respuesta.
Y las palabras que dicen esas voces serán las que traigan el final nefasto para aquellos cortesanos y su Emperatriz, y así debe ser, porque así lo quiere Providencia.

5.
Las grandes Celebraciones en el Palacio de Fortuna tienen un singular Maestro de Ceremonias: Ambigüedad, que acompañado por hordas de Deformes y Lisiados, se encarga de amenizar las veladas de los cortesanos.
Fortuna encuentra de su gusto los espectáculos más escatológicos y degradantes, sus cortesanos festejan las funciones de Ambigüedad reconociendo ampliamente sus logros, pero nadie deja de notar ese raro ambiente de opresión y abuso, ese aire de perversidad indeterminable, que sería difícil decidir si Ambigüedad ahuyenta o exacerba, por detrás de los rostros en apariencia despreocupados, instalando en ellos la equívoca sombra del placer hallado en la crueldad.
Y es Ambigüedad también quien preside los fastuosos banquetes del Palacio. Para estas ocasiones, son Gloria y Fama quienes, desde las más altas torres de la fortaleza, hacen tronar sus trompetas para que el aviso recorra el mundo, atrayendo a los Desdichados. Se sirve una mesa interminable de manjares y allí se sientan los comensales, mientras a sus pies se arrodillan los hombres, confundidos por Razón, abandonados por la Ciencia y rechazados por todos los habitantes del palacio. Es entonces cuando Dignidad es encerrada en las mazmorras más profundas y duramente torturada, siendo que sus lamentos no alcanzan a ser sofocados por el magnífico evento, a pesar de que todos hayan aprendido a desoírlos. Pobres e Infelices reciben los restos de los alimentos que caen de la gran mesa, junto con salivazos y patadas de los Grandes Señores y aún de los más insignificantes lacayos de la Emperatriz, y en ausencia de Cordura, estos desdichados agradecen la buena voluntad de los poderosos, llegando incluso a aceptar la necesidad de aquellos convites como medio de subsistencia.
Frente a las miradas trastornadas de los Hambrientos, los Sicarios de Fortuna perpetran los crímenes más escandalosos en una suerte de festival pernicioso. Violaciones, Ejecuciones masivas y Condenas a la muerte por Inanición para miles y miles de los más humildes seres humanos se convierten en moneda corriente. Violentas Represiones son perpetradas por el simple gusto de lacerar los cuerpos, Persecuciones obsesivas se ejercen sobre los más desprevenidos, y la Aniquilación de los inocentes se transforma en costumbre cotidiana.
El Poder Imperial es entonces incrementado aprovechando los recursos más arteros, incluso poniendo en evidencia la creciente distancia que existe entre la mesa del banquete y aquellos que se arrastran bajo los manteles. El Cetro de Fortuna se impone una y otra vez sobre las cabezas de los incautos sumiéndolos en Locura; la Burla y el Desprecio, a las órdenes de la Soberbia abusiva, se apoderan de las pobres almas de los hombres para exprimirlas con la herramienta de la Conciencia, y la Veneración del Imperio es exigida con mayor ferocidad a quienes menos se benefician con su existencia.
Finalmente, Felicidad es mutilada a la vista de todos, y sus partes son repartidas entre los favoritos. Los hombres aceptan, por imposición de los Engaños, las bondades del mundo en que viven, reconocen sus pecados y en profundo acto de contrición se retiran a sus lejanas moradas.
“Sin la Emperatriz la vida resultaría intolerable”, dicen las Falsas Verdades, “a ella todo le debemos, en ella encontraremos respuesta a todas nuestras inquietudes, cumplimiento para todos nuestros anhelos. La naturaleza nos impone la más absoluta sumisión, pues en Fortuna se agotan todos los Derechos y todas las Libertades”. Y son la Razón, dócil servidora, la Ciencia sometida y el Terror, máximo General del Imperio, quienes asisten a estos argumentos.

6.
Sean conocidos los anuncios de lo venidero, porque es del interés de todos los hombres, porque todos quedarán en la línea de fuego cuando comiencen los enfrentamientos y aún los invulnerables perecerán en el campo de batalla.

7.
Porque lejos de Palacio, más allá del llano donde no llega el alboroto de los festejos, en tierras infértiles sembradas de piedras ásperas y filosas, expuesto al abandono en la intemperie y al acecho de las fieras, es el hombre. Sucio de las peores inmundicias y olvidado de su Destino de Grandeza, reunido en hordas espectrales por el peligroso lazo de la desesperación, desnudo de protección alguna, inválido y débil.
La depredación y la mutua desconfianza son las semillas que el Imperio ha sembrado en su espíritu. La memoria de sus padres, de sus abuelos y de sus más lejanos ancestros guardan el recuerdo de una eternidad de hostigamiento y vejaciones. El miedo y la culpa pesan sobre su cabeza. La carga del fracaso cae por completo sobre su alma, empequeñecida y desesperanzada.
Frágil por naturaleza, todo obstáculo le resulta insuperable y desiste de cualquier esfuerzo. Siente su batalla perdida por aferrarse con obstinación a la pobre y humillante vida que le ha tocado. Siente que el Delirio persigue sus pasos, siente que el Vértigo es enorme y resiste con un resistir que es ventaja conocida para sus enemigos.
Escondido en pestilentes cavernas, segregado y rechazado, con enormes ojos busca día y noche en el horizonte, con la mirada puesta en dirección al Palacio de Fortuna, esperando, simplemente esperando, confiado de la posibilidad de que cambie su suerte.
Respeto lo ata a viejas costumbres de consideración y deferencia para con las instituciones arbitrarias que lo mantienen en Sometimiento. Pero lentamente sus lazos se volverán inútiles para contener a los miles de millones.

8.
Entre las hordas furiosas crece Rencor tomando un vigor nunca antes conocido. Es él su más viejo compañero, anciano desde tiempos inmemoriales, sabio a fuerza de sufrimientos, y llegará la hora en que por fuerza deba reemplazar los mandatos de Razón y Respeto. Entonces los hombres sentirán llenarse sus cuerpos de un Furor terrible, hondo como el anhelo mismo de Libertad Verdadera, implacable e intransigente.
Cuando esto suceda habrá pasado el tiempo de las conciliaciones, no habrá más oportunidades para las treguas o las promesas. Espoleados por el Hambre, el más leal de los caudillos, los hombres serán sordos y ciegos, y no emitirán voces que no llamen a Venganza:
No habrá propuestas aceptables.
No existirán amenazas convincentes que los apacigüe.
No existirá fuerza suficiente que los someta.
No se encontrará lugar alguno donde ocultarse de ellos.
Cada hombre será el ejército de su propia Ira. Expulsado del paraíso por reclamar lo que le pertenece, empobrecido y desnutrido, enfermo, diezmado, moribundo, contuso y mutilado, comprenderá sus desgracias: “He sido rechazado por causa del Miedo, soy lo más hermoso que ha dado la Creación, soy el grado máximo que ha alcanzado la Naturaleza, y me temen por la Fuerza que hay en mí, y me desprecian porque en mi Furia soy superior e imbatible, y me condenan porque mi nombre es Legión, porque somos muchos.”
Saldrán las hordas de sus guaridas, en arrebato atravesarán los campos hasta llegar al llano que rodea al Palacio y pedirán que se presente la Emperatriz. Los Generales del Imperio darán la alarma, presos del pánico, pero ni aún así suspenderán las galas y celebraciones dentro de las murallas. Entonces se dará la orden de aplastar a los rebeldes.
La primera muerte les traerá el olor de la sangre, y con palos y piedras o con las manos desnudas se lanzarán contra la fortaleza, arrojando sus propios cuerpos como munición, enfrentando sin temor las potentes armas del Ejército Imperial, deseando la muerte con la que ya habrán conversado, mucho tiempo antes de que se desate la guerra. Caos y Terror dirigirán las falanges de soldados profesionales que defiendan a la Emperatriz, pero los hombres los mirarán a los ojos, y no les tendrán miedo.
En la desesperanza más absoluta no existe la duda, ni la indecisión, ni las alternativas.
Se ordenará levantar el puente, pero los hambrientos y los desesperados son tantos, que enceguecidos por la batalla sus cadáveres se acumularán en el abismo que separa al Palacio del llano, y cruzarán ese abismo pisando los cadáveres de sus propios hermanos, pero esto no los detendrá, porque sabrán que así debe ser.
Rencor se instalará en el fuego de sus miradas, en el alma de cada uno de ellos, y convertirán a la Miseria y a la Fatiga en sus guerreros más poderosos, y envolverán a la fortaleza en el fuego de su Odio, del que sacarán fuerzas hasta entonces desconocidas que les permitirán escalar las murallas, o aún atravesarlas escarbándolas con uñas y dientes. Muchos, más de los que se pueda contar morirán en el encuentro, pero nadie desconoce que su victoria está asegurada.
El Espanto se apoderará de los moradores de la fortaleza. Se desatarán Furias incontrolables entre ellos, que impotentes descargarán su miedo violento sobre sus propios cuerpos y los cuerpos de sus iguales. Luego las hordas llegarán.
Entonces se desatará su Castigo con la Ira de un fanatismo arrollador, sin ninguna contemplación, arrasando con todo lo que encuentre. Y finalmente tomarán a la Emperatriz, sin darle tiempo a los pedidos de clemencia, sin sentir por ella el más mísero reflejo de la compasión. Será violada en una orgía interminable, será mutilada y en éxtasis arrancarán la carne de su cuerpo, tragarán su sangre, roerán sus huesos. Orinarán sus ropas y defecarán sobre el Cetro y la Corona que dan y quitan la vida.

9.
Asolado el Palacio, la Dignidad será repuesta en el trono del Imperio, Razón será entonces esclava y la Ciencia volverá a iluminar a los hombres, mientras que a la Justicia restituida se le quitará la balanza adulterada para exigirle el ejercicio de su espada. Y así sucederá porque esto es lo que quieren los miles de millones, quienes así lo piden desde el principio de los tiempos.

10.
Sea revelado, porque ha llegado la hora.

16/12/08

Discusión

– ¡la vida es una mierda!, ¡vos sos una mierda y la vida con vos es una mierda! – gritó al tiempo que revoleaba platos y pateaba las sillas de la cocina; estaba desnuda y mojada, recién salida del baño. La discusión había comenzado cuando ella abría la ducha, se había prolongado por casi media hora y había alcanzado el momento álgido cuando buscaba el toallón que nunca apareció.
Para ese momento él había olvidado la causa del enfrentamiento. Siempre le sucedía esto: comenzaba la lucha, ella era hábil con la palabra y él hacía su mejor esfuerzo para no naufragar entre cada argumentum, soportando cada digretio y peroratio, sin poder sostener la calidad ni la coherencia de su propia elocutio, perdiendo el orden de la dispositio, haciéndosele imposible saber por dónde había arrancado el asunto.
Y cuando ella descubría que estaba perdido su mal humor comenzaba a crecer geométricamente. Entonces él la miraba – desnuda en la cocina, empapada, tensa cada fibra del cuerpo y el cuello crispado por los gritos, con los pechos sacudiéndose al aire involucrados en esa marea de odio – y mientras esquivaba las renovadas andanadas de vajilla comenzaba a intuir que se había equivocado; accesos de arrepentimiento lo asaltaban, y aunque no alcanzaba las razones profundas, sólo deseaba detener el combate y pedir perdón, y solicitar clemencia.
¿Pero cómo detener aquella máquina del desprecio que clamaba por venganzas y reivindicaciones?, porque una vez puesta en movimiento su ira resultaba implacable, y él se espantaba del contraste entre la energía desplegada y la fragilidad de su cuerpo, temiendo que ese cuerpo – que él amaba – no lo resistiese.
Desesperaba por llegar a un acuerdo, por establecer una tregua. No pretendía evitarse el mal momento, sino ahorrárselo a ella. “Te amo” – pensaba – “¿no es éste un argumento suficiente para terminar cualquier disputa?”, y a partir de ese momento no podía aceptar la prolongación del conflicto que comenzaba a parecerle inverosímil, irracional y cada vez más confuso.
Ella sentía al rencor como un gusano que le recorría el vientre y sólo podía apaciguarlo arrojando más floreros, ceniceros, botellas y gritos, insultos de toda especie y juramentos rabiosos contra él que era, en ese momento, su enemigo. “Tu amor” – pensaba – “y esto que me está sucediendo son cosas incompatibles”, y se prometía sacarlo de su vida, abandonarlo para siempre, borrar todo rastro del pasado en el que hubiera huellas de su existencia.
Luego el cansancio, la sensación de agotamiento y desasosiego. El silencio y el mudo entendimiento de que tomaría algún tiempo y mucho esfuerzo remontar la cuesta. La distancia sanadora y la esperanza de que todo vuelva a la normalidad cuando la batalla quedara en el olvido.