30/11/11

telón


hasta aquí Costa Negra; fue todo muy lindo mientras duró, pero (como siempre recuerda Pablo Di Iorio que dice Tyler Durden en fight club): “necesitaba destruir algo hermoso”

ya no me reconozco en estas publicaciones, no soy más la persona que las escribió, las dejo atrás porque la vida continúa y porque sí

el protocolo recomienda mencionar las muchas gracias en estas ocasiones

nos vemos por ahí

G.


26/11/11

PSICOFANGO 2

FIESTA PSICOFANGO!
DOMINGO 27 DE NOV. 21hs. (PUNTUAL!)

Presentación del Psicofango vol. 2
*La Pequeña Editorial*
http://lapequeniaeditorial.blogspot.com/

MÚSICA: MARCOS BASSO

MUESTRA FOTOGRÁFICA "¿Qué José?"
(grafitti & arte callejero MdP)
Bárbara Gasalla

LECTURAS:

Carolina Bugnone
(1er. premio cuento Certamen Literario Municipal Osvaldo Soriano)
http://lasletrasynosotrosoque.blogspot.com/

Paula Fernández Vega
(2do. premio poesía Certamen Literario Municipal Osvaldo Soriano)
http://divaguesdiarios.blogspot.com/ 

Martín Zariello
http://ilcorvino.blogspot.com/

Nicolás Pedretti
http://tengounlinyerabajolacama.blogspot.com/

Alejo Salem
http://alejosalem.wordpress.com/

Mariana Garrido
http://borronyversonuevo.blogspot.com/

Pablo di Iorio
http://www.paulhigh.blogspot.com/

Gabriela Cancellaro
http://noentiendonada.wordpress.com/


Psicofango en Facebook:
http://www.facebook.com/Psicofango

9/11/11

correspondencia



 Mar del Plata, 24 de octubre de 2011

Sr. Octavio Bauer
Representante de ventas

¡Odio cuando no acabo!

atte.
Ma. Cristina Salas
RR.HH.


*   *   *


Mar del Plata, 26 de Octubre de 2011

Srta. Ma. Cristina Salas
RR.HH.

            Permítame María, en primerísimo lugar, felicitarla por la valentía de manifestar sus sentimientos de manera tan clara y directa. Su carta expresa un coraje digno de todo encomio. El ámbito laboral tal vez no sea, me atrevo a señalar, el más adecuado para el íntimo debate al que me invita, pero la aparente urgencia del caso nos obliga a dejar de lado estos detalles de protocolo.
            Sería imposible expresarle suficientemente el hondo pesar, la infinita tristeza que este inconveniente suyo me despierta. Entiendo compasivamente esa sensación de odio de la que me habla, y la impotencia que se desata con semejante frustración de los afanes. Créame cuando le digo, María, que conozco en carne propia la desilusión que provocan estas situaciones; conozco la sensación de menoscabo, de pérdida e infortunio, en una palabra: el sabor amargo del desengaño.
            Imagino además que la declaración de su furor está relacionada, por una cuestión de coincidencias cronológicas, con los encuentros físicos que usted y yo sostuviéramos, si no recuerdo mal, dos (tal vez tres) meses atrás, y que de manera tan difusa e incierta se interrumpieran. Llego a esta conclusión partiendo de la siguiente premisa: que usted, María, no es mujer que desconozca el orgasmo. Si así fuera, si lo desconociera, tal vez no se hubiera desencadenado su furia, o lo hubiera hecho a menor escala. Si me disculpa el atrevimiento, le diría que este conocimiento se le nota en la mirada, en todo el cuerpo, en la manera de hablar y desnudarse, en los signos de admiración que rematan la sentencia de su odio. Y espero que no tome esto como una nota negativa, sino todo lo contrario. Pero volvamos a lo importante, a lo que ahora reconocemos claramente como una protesta personal, como un reclamo.
            ¿Por qué, María, me dirige a mí este reclamo? Es que acaso espere, me imagino, alguna clase de explicaciones. ¿Es eso realmente lo que busca? ¿está dispuesta, cualesquiera sean, a escucharlas? Me veo obligado a advertirle, si este es el caso, que podrían no resultar de su agrado. Prefiero, sin embargo, correr el riesgo de molestarla con mis razones antes que volver a defraudarla.
            Para empezar, me veo obligado a señalar que no estoy ni remotamente enamorado de usted, y me excuso de inmediato alegando que el amor no es una cuestión que dependa de nuestras voluntades individuales. Usted me va a decir, a continuación, que el amor no es condición sine qua non para alcanzar el orgasmo y le respondo, otra vez de inmediato, que en este punto estamos de acuerdo. Pero lamentablemente, y por más absurdo que le parezca, esta condición se aplica de manera excepcional en mi caso, ya que además de no amarla a usted, sí amo a otra persona. En definitiva, que estoy enamorado de alguien más.
            A continuación, María, se preguntará ¿qué hace este hombre, enamorado de alguien más, metiéndose en mi cama? Y me veré obligado a dar cuenta de una tediosa historia de amor no correspondido, que a estas alturas a nadie le interesa. Puede usted completar este apartado con el cuento más sórdido o romántico, según sea de su agrado, que se le ocurra. Sólo le voy a pedir que lo ubique en un pasado más lejano de lo que, en primera instancia, sería razonable imaginar, y que le agregue a mi personaje el estado actual de mi ánimo: aburrimiento y hartazgo.
            Sí, el aburrimiento y el hartazgo son las causas principales de que usted y yo, María, si me permite llamarlo así, nos encontrásemos. Así que, entre nosotros, donde se buscaría inútilmente al amor, sólo hallaremos al tedio y a la desidia: dos poderosos motores que no debemos subestimar, ya que lograron introducirme en la alcoba de una mujer, es hora de admitirlo, más bien fea y contrahecha. Le suplico que no se deje ofender por este par de adjetivos. El mundo no es más que el concurso de incontables subjetividades y puntos de vista, y no debemos suponer tontamente que el mío será el que prevalezca. Que yo la encuentre poco agradable físicamente no quiere decir que de hecho eso sea verdad. Habrá infinitos observadores que caerán, indudablemente, fulminados por el amor con sólo verla una vez. Pero debo confesarle que en mis ojos hay otro cuerpo recortado contra mi voluntad, y todo lo que puedo ver, en los demás y desde hace mucho tiempo, son siluetas que no encajan, partes oscuras y defectuosas que no coinciden, cosas que no son, diferencias.
            Todo esto lo supe siempre María, incluso antes de cambiar con usted las primeras cuatro palabras. Mi error, si es que cometí un error, fue no prestar atención, seguir adelante como si no existiera ningún desacuerdo. Porque eso hubiera sido admitir la derrota, bajar los brazos antes de que nada sucediera. Usted no se imagina lo que un puñado de recuerdos mal digeridos pueden obligarnos a hacer, además, para enterrarlos definitivamente. Frente a cualquier oportunidad se cree, sin pensarlo mucho, que vale la pena hacer el intento.
            En algún momento me encontré también con su ansiedad, con su indignación, con este mismo reclamo que hoy me hace por carta, pero que entonces era una queja sorda y mal escondida. Yo, por mi parte, confieso que en determinadas circunstancias no puedo evitar el conflicto en cuanto lo intuyo, me atrae como un vértigo, me fascina hasta la hipnosis, hasta la provocación. Entonces nunca estuve dispuesto a hacer el esfuerzo necesario para que algo funcione entre nosotros, desde que ya sabía al principio que todo saldría mal, sólo porque existía la posibilidad de que así fuera.
            Como verá María, este barco hizo agua por todos lados, y no me sorprendería que cuestiones muy similares a las mías fueran halladas de su parte. ¿No escapaba acaso, usted también María, a los recuerdos, al pasado? ¿No intentaba esa desesperada fuga conmigo? Somos, entonces, dos prófugos atrapados en la huida. Preferimos morir de asfixia en un túnel excavado con cucharas antes que purgar nuestras condenas.
            En cualquier caso le recomiendo que se dedique con ahínco a la solución de su problema. No debería descartar, además de los factores psicológicos, las variables clínicas. Acuda a su médico en busca de consejo, aunque sólo sea para descontar posibilidades. Salga con amigos, visite en la intimidad otros hombres y mujeres, explore el mundo de las drogas y los afrodisíacos; y no se conforme con poco, ni suponga que esta experiencia nuestra es determinante. Asuma su condición de género con igualdad María, y reconozca que en su reclamo hay algún matiz de machismo atávico y troglodita. Por una serie de motivos evidentes, y que muy probablemente usted comparta conmigo, nunca fui, ni me lo propuse, su macho proveedor María, no pienso sostenerla económicamente ni en cualquier otro sentido, no espero que se deje encadenar a la cocina, no será la madre de mis hijos, nunca le exigiría exclusividad sexual de ningún tipo y, en consonancia, tampoco me considero responsable por sus orgasmos. Siéntase libre de obtenerlos por los medios que le resulten más convenientes, y no se crea menoscabada si se ve obligada a prescindir de los míos. Investigue, ejerza sus libertades, y en caso de que le parezca necesario volver a intentarlo, no deje de contar conmigo ni de considerarme

su más fiel y comprometido servidor

atte.
Octavio Bauer
Representante de ventas