19/12/08

Fortuna Imperatrix Mundii


“...presumiblemente la muerte esté
determinada por factores genéticos,
aunque su momento y forma
reflejen factores ambientales.”


1.
Sea revelado:
Para aquellos que dicen "nosotros" cuando hablan de la raza de los hombres, para aquellos que no conocen la historia de sus antepasados, para los que no ven, para los que no escuchan, para los que deciden no saber.
Para aquellos que serán sorprendidos por lo inesperado, para los que temerán por sus vidas y por la desaparición de todo lo que les resulta conocido y reconfortante, para los que fenecerán en la desesperación de la huida, para los que quedarán atrapados en la batalla definitiva.
Para aquellos que desde la apatía, la negligencia y la molicie miran al mundo sin conocerlo, para todos estos y muchos otros, aquí se cuenta la historia futura, lo que sucederá insoslayable y definitivamente, el término de los tiempos, el final de las crónicas, el ocaso de la historia.
Así lo dispone Providencia, de razones insondables.

2.
Es en el centro del mundo el Palacio de Fortuna, alcázar regio y poderoso, desde cuyas torres con omnipotencia se extiende el brazo del orden sobre todas las cosas y todos los seres. Son sus murallas impenetrables y de grotesca apariencia por fuera, custodiadas por ejércitos brutales que no hablan las lenguas de los hombres, y las más atroces de las criaturas vigilan su entrada. Un abismo se extiende entre esas murallas y el llano, y el puente que lo atraviesa es estrecho, fabricado únicamente para dar salida a los exiliados.
Cerca del abismo que separa al Palacio del mundo no habitan los hombres, el llano es un vasto campo yermo, donde sólo son visibles los cadáveres sembrados a modo de advertencia.
Pero el interior del Palacio es fértil en festejos y banalidades; allí el fatuo de los dioses más exigentes se vería mil veces superado. En sus habitaciones alegres y luminosas siempre es audible la algazara de sus habitantes, nunca faltan los pingües festines, los juegos y pasatiempos, el recreo constante y el ameno solaz.
A pesar de que Envidia ocupa en el Palacio habitaciones centrales, la exuberancia de las riquezas supera todos los anhelos. No existe antojo de sus moradores, por extravagante que fuera, que no pueda ser cumplido, ni se ha sabido de disconformidades o de alguien que haya rechazado los beneficios que allí se le ofrecen.

3.
En el Palacio es Fortuna, Absoluta Emperatriz sin rivales y de inusual belleza, quien se sienta en el Trono, desde donde ejerce su voluntad sobre todas las criaturas de este mundo. Vestida de gala durante el día y durante la noche, portadora de la Corona y del Cetro dorados que dan y quitan la vida, desmesurada y voraz, Fortuna Emperatriz del Mundo es temida y venerada como principio y fin de todas las cosas.
Sus consejeros son Codicia y Avaricia, siameses irregulares de aspecto torvo, quienes le hablan acaparando, uno para cada uno, los oídos de su Emperatriz, volcando en ellos el veneno de la adulación.
La cohorte de la Emperatriz se encuentra siempre agobiada por el desconcierto de Estafa y Engaño, saturada por la música de los gritos de sus siervos y esclavos, ruidosa de fiestas y agasajos para Turbios y Violentos. Opulencia, hermana misteriosa de la Emperatriz, indistinguible de ella misma, se presenta en todas las galas, y el Terror, jefe de los Ejércitos Imperiales, las acompaña.
La encargada de la administración palaciega es Burocracia, que acompañada de una multitud de Cuervos Tutelares, Dependientes de toda clase, Subalternos y Escribas, establecen jerarquías, mediciones, estadísticas, controles, y demás instituciones que sirven al mantenimiento de la calma general. Y con todo este papelerío, es luego Historia quien se presenta a realizar la tarea de la puesta en común de todas las versiones.
Lugar especial hay en el Palacio de Fortuna para Traidores, Perjuros y, maestros admirados en su arte, Delatores. Allí encuentran ellos a quienes pagan por sus servicios, alientan su perfidia y festejan sus éxitos. Jamás se verá mayor despilfarro de honores para seres tan viles.

4.
A la sombra de Fortuna se encuentra Razón, encargada de distinguir lo bueno de lo malo y de mantener encadenadas con lazos dolorosos a la Ciencia, a la Dignidad y a la Justicia, quienes tienen prohibida la salida de la fortaleza.
La balanza de Justicia ha sido alterada y su fiel manipulado. Se han sentado en el plato diestro Iniquidades y Abusos, Torturas, Desmanes y Destrucciones, los mismos siameses consejeros de Fortuna se han sentado a la derecha de la balanza; en el otro plato se ha puesto a los hombres de todo el mundo, y este plato ha sido encontrado más liviano. Muchos han asistido impertérritos al ultraje de Justicia.
La Dignidad ha sido sometida a los más humillantes castigos. Andrajosa de ropas y llena de lamentaciones, recorre las habitaciones vacías del Palacio buscando consuelos inexistentes. Envilecida y vilipendiada, se la mantiene con vida por orden de la Emperatriz para acrecentar sus sufrimientos, amparando en su nombre las acciones más abyectas.
La Ciencia, que todo lo ve y que todo lo oculta, ha sido confundida por Razón y corrompida por la misma Emperatriz, ha perdido su rumbo y en confusión se ha olvidado de los hombres, quienes le habían otorgado el poder de iluminar el mundo. Pero en un último intento por recobrar sus antiguas fuerzas ha hecho una advertencia: por debajo de la música de Palacio, por debajo de las estridencias de sus festejos y por debajo de las risas y las carcajadas, más allá de los estruendos de las armas y los cañones de sus ejércitos, empieza a escucharse un oscuro murmullo, susurrar esquivo a todo intento de aprehensión, inexplicable y, por sobre todas las cosas, incontestable; un rumor de miles de millones de voces viejas como el tiempo, voces que no responden al orden, que no entienden de argumentos o explicaciones, voces que ya no esperan respuesta.
Y las palabras que dicen esas voces serán las que traigan el final nefasto para aquellos cortesanos y su Emperatriz, y así debe ser, porque así lo quiere Providencia.

5.
Las grandes Celebraciones en el Palacio de Fortuna tienen un singular Maestro de Ceremonias: Ambigüedad, que acompañado por hordas de Deformes y Lisiados, se encarga de amenizar las veladas de los cortesanos.
Fortuna encuentra de su gusto los espectáculos más escatológicos y degradantes, sus cortesanos festejan las funciones de Ambigüedad reconociendo ampliamente sus logros, pero nadie deja de notar ese raro ambiente de opresión y abuso, ese aire de perversidad indeterminable, que sería difícil decidir si Ambigüedad ahuyenta o exacerba, por detrás de los rostros en apariencia despreocupados, instalando en ellos la equívoca sombra del placer hallado en la crueldad.
Y es Ambigüedad también quien preside los fastuosos banquetes del Palacio. Para estas ocasiones, son Gloria y Fama quienes, desde las más altas torres de la fortaleza, hacen tronar sus trompetas para que el aviso recorra el mundo, atrayendo a los Desdichados. Se sirve una mesa interminable de manjares y allí se sientan los comensales, mientras a sus pies se arrodillan los hombres, confundidos por Razón, abandonados por la Ciencia y rechazados por todos los habitantes del palacio. Es entonces cuando Dignidad es encerrada en las mazmorras más profundas y duramente torturada, siendo que sus lamentos no alcanzan a ser sofocados por el magnífico evento, a pesar de que todos hayan aprendido a desoírlos. Pobres e Infelices reciben los restos de los alimentos que caen de la gran mesa, junto con salivazos y patadas de los Grandes Señores y aún de los más insignificantes lacayos de la Emperatriz, y en ausencia de Cordura, estos desdichados agradecen la buena voluntad de los poderosos, llegando incluso a aceptar la necesidad de aquellos convites como medio de subsistencia.
Frente a las miradas trastornadas de los Hambrientos, los Sicarios de Fortuna perpetran los crímenes más escandalosos en una suerte de festival pernicioso. Violaciones, Ejecuciones masivas y Condenas a la muerte por Inanición para miles y miles de los más humildes seres humanos se convierten en moneda corriente. Violentas Represiones son perpetradas por el simple gusto de lacerar los cuerpos, Persecuciones obsesivas se ejercen sobre los más desprevenidos, y la Aniquilación de los inocentes se transforma en costumbre cotidiana.
El Poder Imperial es entonces incrementado aprovechando los recursos más arteros, incluso poniendo en evidencia la creciente distancia que existe entre la mesa del banquete y aquellos que se arrastran bajo los manteles. El Cetro de Fortuna se impone una y otra vez sobre las cabezas de los incautos sumiéndolos en Locura; la Burla y el Desprecio, a las órdenes de la Soberbia abusiva, se apoderan de las pobres almas de los hombres para exprimirlas con la herramienta de la Conciencia, y la Veneración del Imperio es exigida con mayor ferocidad a quienes menos se benefician con su existencia.
Finalmente, Felicidad es mutilada a la vista de todos, y sus partes son repartidas entre los favoritos. Los hombres aceptan, por imposición de los Engaños, las bondades del mundo en que viven, reconocen sus pecados y en profundo acto de contrición se retiran a sus lejanas moradas.
“Sin la Emperatriz la vida resultaría intolerable”, dicen las Falsas Verdades, “a ella todo le debemos, en ella encontraremos respuesta a todas nuestras inquietudes, cumplimiento para todos nuestros anhelos. La naturaleza nos impone la más absoluta sumisión, pues en Fortuna se agotan todos los Derechos y todas las Libertades”. Y son la Razón, dócil servidora, la Ciencia sometida y el Terror, máximo General del Imperio, quienes asisten a estos argumentos.

6.
Sean conocidos los anuncios de lo venidero, porque es del interés de todos los hombres, porque todos quedarán en la línea de fuego cuando comiencen los enfrentamientos y aún los invulnerables perecerán en el campo de batalla.

7.
Porque lejos de Palacio, más allá del llano donde no llega el alboroto de los festejos, en tierras infértiles sembradas de piedras ásperas y filosas, expuesto al abandono en la intemperie y al acecho de las fieras, es el hombre. Sucio de las peores inmundicias y olvidado de su Destino de Grandeza, reunido en hordas espectrales por el peligroso lazo de la desesperación, desnudo de protección alguna, inválido y débil.
La depredación y la mutua desconfianza son las semillas que el Imperio ha sembrado en su espíritu. La memoria de sus padres, de sus abuelos y de sus más lejanos ancestros guardan el recuerdo de una eternidad de hostigamiento y vejaciones. El miedo y la culpa pesan sobre su cabeza. La carga del fracaso cae por completo sobre su alma, empequeñecida y desesperanzada.
Frágil por naturaleza, todo obstáculo le resulta insuperable y desiste de cualquier esfuerzo. Siente su batalla perdida por aferrarse con obstinación a la pobre y humillante vida que le ha tocado. Siente que el Delirio persigue sus pasos, siente que el Vértigo es enorme y resiste con un resistir que es ventaja conocida para sus enemigos.
Escondido en pestilentes cavernas, segregado y rechazado, con enormes ojos busca día y noche en el horizonte, con la mirada puesta en dirección al Palacio de Fortuna, esperando, simplemente esperando, confiado de la posibilidad de que cambie su suerte.
Respeto lo ata a viejas costumbres de consideración y deferencia para con las instituciones arbitrarias que lo mantienen en Sometimiento. Pero lentamente sus lazos se volverán inútiles para contener a los miles de millones.

8.
Entre las hordas furiosas crece Rencor tomando un vigor nunca antes conocido. Es él su más viejo compañero, anciano desde tiempos inmemoriales, sabio a fuerza de sufrimientos, y llegará la hora en que por fuerza deba reemplazar los mandatos de Razón y Respeto. Entonces los hombres sentirán llenarse sus cuerpos de un Furor terrible, hondo como el anhelo mismo de Libertad Verdadera, implacable e intransigente.
Cuando esto suceda habrá pasado el tiempo de las conciliaciones, no habrá más oportunidades para las treguas o las promesas. Espoleados por el Hambre, el más leal de los caudillos, los hombres serán sordos y ciegos, y no emitirán voces que no llamen a Venganza:
No habrá propuestas aceptables.
No existirán amenazas convincentes que los apacigüe.
No existirá fuerza suficiente que los someta.
No se encontrará lugar alguno donde ocultarse de ellos.
Cada hombre será el ejército de su propia Ira. Expulsado del paraíso por reclamar lo que le pertenece, empobrecido y desnutrido, enfermo, diezmado, moribundo, contuso y mutilado, comprenderá sus desgracias: “He sido rechazado por causa del Miedo, soy lo más hermoso que ha dado la Creación, soy el grado máximo que ha alcanzado la Naturaleza, y me temen por la Fuerza que hay en mí, y me desprecian porque en mi Furia soy superior e imbatible, y me condenan porque mi nombre es Legión, porque somos muchos.”
Saldrán las hordas de sus guaridas, en arrebato atravesarán los campos hasta llegar al llano que rodea al Palacio y pedirán que se presente la Emperatriz. Los Generales del Imperio darán la alarma, presos del pánico, pero ni aún así suspenderán las galas y celebraciones dentro de las murallas. Entonces se dará la orden de aplastar a los rebeldes.
La primera muerte les traerá el olor de la sangre, y con palos y piedras o con las manos desnudas se lanzarán contra la fortaleza, arrojando sus propios cuerpos como munición, enfrentando sin temor las potentes armas del Ejército Imperial, deseando la muerte con la que ya habrán conversado, mucho tiempo antes de que se desate la guerra. Caos y Terror dirigirán las falanges de soldados profesionales que defiendan a la Emperatriz, pero los hombres los mirarán a los ojos, y no les tendrán miedo.
En la desesperanza más absoluta no existe la duda, ni la indecisión, ni las alternativas.
Se ordenará levantar el puente, pero los hambrientos y los desesperados son tantos, que enceguecidos por la batalla sus cadáveres se acumularán en el abismo que separa al Palacio del llano, y cruzarán ese abismo pisando los cadáveres de sus propios hermanos, pero esto no los detendrá, porque sabrán que así debe ser.
Rencor se instalará en el fuego de sus miradas, en el alma de cada uno de ellos, y convertirán a la Miseria y a la Fatiga en sus guerreros más poderosos, y envolverán a la fortaleza en el fuego de su Odio, del que sacarán fuerzas hasta entonces desconocidas que les permitirán escalar las murallas, o aún atravesarlas escarbándolas con uñas y dientes. Muchos, más de los que se pueda contar morirán en el encuentro, pero nadie desconoce que su victoria está asegurada.
El Espanto se apoderará de los moradores de la fortaleza. Se desatarán Furias incontrolables entre ellos, que impotentes descargarán su miedo violento sobre sus propios cuerpos y los cuerpos de sus iguales. Luego las hordas llegarán.
Entonces se desatará su Castigo con la Ira de un fanatismo arrollador, sin ninguna contemplación, arrasando con todo lo que encuentre. Y finalmente tomarán a la Emperatriz, sin darle tiempo a los pedidos de clemencia, sin sentir por ella el más mísero reflejo de la compasión. Será violada en una orgía interminable, será mutilada y en éxtasis arrancarán la carne de su cuerpo, tragarán su sangre, roerán sus huesos. Orinarán sus ropas y defecarán sobre el Cetro y la Corona que dan y quitan la vida.

9.
Asolado el Palacio, la Dignidad será repuesta en el trono del Imperio, Razón será entonces esclava y la Ciencia volverá a iluminar a los hombres, mientras que a la Justicia restituida se le quitará la balanza adulterada para exigirle el ejercicio de su espada. Y así sucederá porque esto es lo que quieren los miles de millones, quienes así lo piden desde el principio de los tiempos.

10.
Sea revelado, porque ha llegado la hora.

16/12/08

Discusión

– ¡la vida es una mierda!, ¡vos sos una mierda y la vida con vos es una mierda! – gritó al tiempo que revoleaba platos y pateaba las sillas de la cocina; estaba desnuda y mojada, recién salida del baño. La discusión había comenzado cuando ella abría la ducha, se había prolongado por casi media hora y había alcanzado el momento álgido cuando buscaba el toallón que nunca apareció.
Para ese momento él había olvidado la causa del enfrentamiento. Siempre le sucedía esto: comenzaba la lucha, ella era hábil con la palabra y él hacía su mejor esfuerzo para no naufragar entre cada argumentum, soportando cada digretio y peroratio, sin poder sostener la calidad ni la coherencia de su propia elocutio, perdiendo el orden de la dispositio, haciéndosele imposible saber por dónde había arrancado el asunto.
Y cuando ella descubría que estaba perdido su mal humor comenzaba a crecer geométricamente. Entonces él la miraba – desnuda en la cocina, empapada, tensa cada fibra del cuerpo y el cuello crispado por los gritos, con los pechos sacudiéndose al aire involucrados en esa marea de odio – y mientras esquivaba las renovadas andanadas de vajilla comenzaba a intuir que se había equivocado; accesos de arrepentimiento lo asaltaban, y aunque no alcanzaba las razones profundas, sólo deseaba detener el combate y pedir perdón, y solicitar clemencia.
¿Pero cómo detener aquella máquina del desprecio que clamaba por venganzas y reivindicaciones?, porque una vez puesta en movimiento su ira resultaba implacable, y él se espantaba del contraste entre la energía desplegada y la fragilidad de su cuerpo, temiendo que ese cuerpo – que él amaba – no lo resistiese.
Desesperaba por llegar a un acuerdo, por establecer una tregua. No pretendía evitarse el mal momento, sino ahorrárselo a ella. “Te amo” – pensaba – “¿no es éste un argumento suficiente para terminar cualquier disputa?”, y a partir de ese momento no podía aceptar la prolongación del conflicto que comenzaba a parecerle inverosímil, irracional y cada vez más confuso.
Ella sentía al rencor como un gusano que le recorría el vientre y sólo podía apaciguarlo arrojando más floreros, ceniceros, botellas y gritos, insultos de toda especie y juramentos rabiosos contra él que era, en ese momento, su enemigo. “Tu amor” – pensaba – “y esto que me está sucediendo son cosas incompatibles”, y se prometía sacarlo de su vida, abandonarlo para siempre, borrar todo rastro del pasado en el que hubiera huellas de su existencia.
Luego el cansancio, la sensación de agotamiento y desasosiego. El silencio y el mudo entendimiento de que tomaría algún tiempo y mucho esfuerzo remontar la cuesta. La distancia sanadora y la esperanza de que todo vuelva a la normalidad cuando la batalla quedara en el olvido.

16/11/08

El control remoto

"Nor will this overwhelming tendency to do wrong for the wrong's sake, admit of analysis, or resolution into ulterior elements. It is a radical, a primitive impulse – elementary."
E. A. Poe, The Imp Of The Perverse


     Todo empezó, y esto nadie lo sabe, mucho antes, casi dos meses atrás. Una tarde volvía del trabajo y lo vi al viejo Pedro, de la administración, esperándome en el hall del edificio. Me resigné por anticipado a la entrevista, por mucho que lo esquivara el viejo siempre lograba cortarme el paso y retenerme una buena media hora de charla intrascendente.
     En cuanto me vio entrar me encaró.
–– Sr. Bauer, lo estaba esperando, ¿tiene un minuto?
–– Si Pedro, ¿cómo le va?
–– ¡Lindo, lindo!, y con estos días de sol mejor –– como siempre aquello de “un minuto” no era más que un eufemismo –– Mire Sr. Bauer, acá le entrego en este sobrecito el control remoto del portón del garaje, ya estará informado de que instalamos el sistema nuevo…
     Pedro quedó esperando alguna respuesta, y seguro que esa respuesta, en su imaginación, exigía que yo agarrara el sobre que me acercaba con la mano tendida y la sonrisa cortés.
–– Pedro, dígame ¿para qué quiero yo ese aparato?, usted sabe que no tengo auto.
     El viejo cambió la sonrisa por un gesto contrariado, no reaccionaba rápido frente a los golpes de efecto, pero tampoco se quedaba paralizado.
–– ¡Pero Sr. Bauer! –– dijo agitando el sobre en mi cara –– usted es dueño de su cochera, tenga auto o no, y como antes le dimos su llave, ahora le damos el control remoto.
     Frente a unos argumentos tan sólidos y tan claramente expuestos no tuve nada más que agregar. Pedro me retuvo un rato más a costa de rumores de segunda mano sobre los vecinos y toda una serie de comentarios relacionados con la plomería, las expensas, el horario de la recolección de los residuos y, cuándo no, el clima. Finalmente le arranqué el sobre de las manos y me fui.
     Cuando llegué a mi departamento abrí con curiosidad infantil el sobre del administrador; adentro estaba el control remoto: una cajita negra, rectangular, con sólo dos botones (supuse el rojo para cerrar, y el verde para abrir) y una lamparita en la punta que se encendía al apretar los botones. Una vez investigado, metí el aparato en algún cajón de la cocina, no sin volver a preguntarme qué podría hacer yo con eso…

     Pasaron, ya lo dije, algo asi como dos meses. Una tarde calurosa, estando yo de franco, llegó en su auto mi vecino del piso de arriba. Siempre me había parecido un tipo raro, obsesivamente prendado de su trabajo, de su auto, de sus corbatas, y ese día (¡con el calor que hacía!) andaba con el saco puesto.
    El tipo subió el auto a la vereda, por la entrada del garaje, y se paró ahí para abrir el portón. Sacó el control remoto –– uno igual al mío –– y, haciendo puntería, apretó el botón. No esperó a que se abra por completo; en cuanto vio que tenía lugar para pasar el auto metió primera y se mandó.
     Menos mal que salió despacio, porque el portón primero se paró y después se empezó a cerrar otra vez, a una velocidad de asombro. Mi vecino clavó los frenos y retrocedió, el mecanismo lo había tomado por sorpresa. Se le notaba en la cara. Enseguida se puso a revolver el asiento del acompañante, donde seguramente había tirado el aparato después de accionarlo.
     Llegó a pulsar el control remoto por segunda vez justo antes de que el portón se cerrara por completo, y el portón empezó a abrirse de nuevo. A mi vecino se le relajó inmediatamente el gesto, como si hubiera pensado: “bueno, debo haber apretado mal el botón, no era para ponerse así…”
     ¡Pobre tipo! ¡con el día que habría tenido!, no va que el portón, a mitad de camino (él lo seguía con la mirada, intentando preservar la calma, pero sin sacarle el ojo de encima) se le empieza a cerrar otra vez. Pero ahora no había soltado el control remoto, lo tenía agarrado como al culpable de todas sus desgracias, y con la cara doblemente contrariada por el asombro empezó a golpearlo contra el volante.
     “¡Dale hijo de puta! ¿qué carajo te pasa?”, en estos reclamos andaría –– mientras golpeaba el aparato –– cuando intentó abrir por tercera vez, aunque el portón no avanzaba ni cinco centímetros, apenas hacía un cachito para abrir y enseguida se cerraba; mi vecino apretaba su botón verde como si quisiera estrangular a alguien y a despecho de toda su fuerza abre – cierra – abre – cierra – abre – cierra… así no vamos para ningún lado, y en esto hubiéramos estado de acuerdo con mi vecino que ya tenía los ojos inyectados en sangre. Yo casi largo la carcajada.
     Imaginate si al tipo, del que yo no sabía prácticamente nada, justo ese día lo habían echado del laburo, o lo había dejado su mujer. O tal vez venía de una entrevista de trabajo – no puedo pensar en nada peor que eso: una entrevista de trabajo es un enorme esfuerzo de adulación que se ejerce sin certeza sobre los resultados; hay que sonreír hasta partirse la mandíbula, dispuestos a soportarlo todo, aparentando una seguridad y una buena predisposición infinitas frente a unos personajes que, por una miseria de sueldo que ni si quiera estamos seguros de recibir, se creen autorizados a escupirnos la cara; y además hay que aguantar a los otros postulantes (en alguna piecita que seguramente se parecerá a la sala de espera del infierno) casi peores que los patrones potenciales, con esa facha impostada de candidatos ideales, listos para la foto de empleado del mes. Una entrevista del trabajo es una tarea cuasi prostibularia, una lamida de culo sin garantías de beneficio.
     Y mi vecino por ahí venía no de una, sino de varias entrevistas, y capaz que había rebotado en todas, y llega a su casa para que el portón le tome el pelo…
     Se bajó del auto y se acercó. “Tal vez –– debe haber pensado –– mi aparato se quedó sin pilas”, e hizo el intento desde más cerca.
    Al principio pareció que abría, y el tipo se lo creyó porque ya se estaba metiendo en el auto otra vez cuando el portón se empezó a cerrar. Yo creí que iba a gritar; la cara toda contraída parecía la de un epiléptico, ¡imaginate si le daba un ataque ahí mismo, a la entrada del garaje!
     En lo que pareció su primer arranque nervioso se sacó el saco y lo tiró encima del capot del auto, después revolvió su portafolios con movimientos frenéticos y sacó las llaves del edificio.
    Debió haber pensado que estaba roto el motor encargado de mover el portón, porque se dio toda la vuelta, se metió a las cocheras por el acceso interno y se quedó mirando ese motor un buen rato. ¡Claro!, el tipo de motores no sabía nada, así que lo único que podía hacer era darle otra vez al botoncito verde de su control remoto.
     abre – cierra – abre – cierra – abre – cierra… y eso que apretaba con los dos pulgares, tenía las manos hinchadas y rojas de hacer fuerza. De repente le calzó una patada al portón que pareció que lo tiraba abajo, pero lo único que logró fue reventarse el pié. Entonces si, empezó a gritar.
     Puteó al auto, al portón, al control remoto y a todos los ingenieros del país. En su desesperación se colgó del portón y tiró con tanta fuerza que se rompió la camisa, por donde se junta la manga con el cuerpo, y ahí pensé que se largaba a llorar, pero no.
     Ya que así, a los tirones, había corrido el portón (apenas, pero lo había movido), estaba más contento. Se había hecho lugar como para pasar, y entonces se le ocurrió. Puso la espalda contra el marco y empujó el portón con las piernas, primero una y después las dos juntas. ¡El tipo estaba en el aire!, se sostenía con la presión que hacía entre el marco y el portón. Daba pena verlo.
     En ese momento, con mi vecino ahí colgado, el portón se activó otra vez y empezó a cerrarse. ¡Qué susto se pegó!, salió tan apurado y desmañado que en dos tropezones se fue al piso.
    Imaginate si venía de un velorio, o de visitar a algún ser querido, agonizante en un hospital. ¡Andá a saber!, por ahí se acababa de enterar de que el moribundo era él mismo, y ahora estaba invirtiendo sus preciosas horas finales con ese portón…
     Entonces llegó en su auto la vecina del quinto, paró atrás del auto de mi vecino de arriba y le tocó bocina. Mi vecino se acercó para hablarle. No los escuché pero debe haber sido algo así: (ella) “Hola, ¿qué pasa?”, (él) “no sé, o se rompió el portón o no me anda el control remoto”, (ella) “espere que pruebo con el mío”.
     La mina salió del auto y se acercó al portón con su control remoto (igual al de mi vecino, igual al mío) y lo activó, como antes hizo mi vecino, haciendo puntería.
     Milagro: el portón abría.
     Desengaño: cuando ambos subían a sus autos el portón se cerraba.
abre – cierra – abre – cierra – abre – cierra… otra vez, ahora con la vecina. Y mi vecino miraba incapaz de comprender, desesperado e incrédulo. De golpe le arrancó a la mina el control remoto de las manos, con una violencia irracional, y a ella se la oyó gritar “¡no sea bruto!”, pero el tipo ya no registraba los datos de la realidad.
    Con su propio control remoto en la diestra y el otro en la siniestra, pulsando al mismo tiempo los dos botones verdes, encaró el portón: era su cruzada personal, el desafío ofrecido contra sus fuerzas más íntimas, era él o el portón. Sucediera lo que sucediese, pensé, el tipo ya está perdido.
     El portón siguió igual. Apenas un cachito para adelante y enseguida un cachito para atrás: abre – cierra – abre – cierra – abre – cierra… lo volvió a patear, ahora con una desconsideración inmensa para con su propio pié, y lo agarró a las trompadas; si hubiera tenido por dónde estoy seguro de que lo hubiera mordido hasta convertirlo en astillas.
     Una vez realizado este descargo emocional, el tipo pareció calmarse un poco. Estaba todo transpirado y respiraba agitado, la vecina había intentado acercarse para contenerlo, pero finalmente se resolvió por mantener una distancia prudente. Ahí fue que mi vecino se metió en el auto y revolvió la guantera para sacar un arma.
     Yo no sé mucho de armas pero estoy seguro de que sacó una pistola; no tenía tambor, así que no era un revólver, y parecía una de esas que se cargan por la culata, pesada y brillante.
     En cuanto salió del auto le apuntó al portón y le largó tres tiros, estampidos secos y rápidos con volar de casquillos. Los estallidos sonaron en toda la cuadra, y para decir la verdad yo me asusté un poco, pero no me moví. La vecina del quinto se metió en su auto de un salto y se tiró en el piso; en un radio de diez o quince metros no quedó ni la sombra de la gente, incluso el quiosquero de enfrente, al ver lo que pasaba, empezó a bajar la persiana. Eso si, un poco más allá, se juntaban los primeros curiosos.
     Después de los disparos al tipo le brillaban los ojos de felicidad, pero su error estuvo –– estoy seguro –– en haber pensado que así iba a hacer funcionar el portón, porque volvió a intentar hacerlo funcionar, con el control remoto…
   El portón empecinado resistió la técnica de los disparos con estoicismo admirable, aunque mi vecino insistió: otro tiro y más control remoto, pero no había caso… abre – cierra – abre – cierra – abre – cierra… Entonces se dio vuelta y como quien sacrifica un caballo moribundo le metió dos tiros al auto, los dos pasaron por el capot con ruido a rebotar de latas, dejando un par de agujeritos de lo más prolijos.
     Justo después de esos disparos se escucharon las sirenas. Seguro que mi vecino pensó lo mismo que yo: “¿Quién habrá sido el pelotudo que llamó a la policía?”; yo ya estaba por salir para aclarar todo cuando lo veo que levanta el arma y se sacude un balazo por la cabeza.
     Lo oficiales lo encontraron contra el portón ensangrentado, el portón que se mantenía firme a medio abrir, y que medio sostenía el cuerpo muerto de su enemigo, como corresponde a un buen vencedor. Llegaron después dos ambulancias, una para el muerto y otra para la vecina del quinto, que estaba histérica. En un momento la vereda se llenó de mirones comentando los hechos.
     Yo me mezclé entre la gente, nadie se fijó dónde había estado escondido; me guardé mi control remoto en el bolsillo (¿quién se hubiera imaginado, aquel día en que me lo dio Pedro…?) y cuando la policía me hizo las preguntas de rigor declaré que no había visto nada.


12/11/08

Tristram y la canulle

El hombre, en su infinita ignorancia, es como el niño pequeño: vive convencido de que el universo fue inventado ayer, con sus animales y sus autovías asfaltadas, con el cielo, las lluvias, y la contaminación ambiental.
Es menester aclarar, muy especialmente a ciertas señoras y a algunos funcionarios públicos, que esto no es así. El mundo no fue inventado ayer, no depende de la imaginación de un sujeto en particular, y no va a desaparecer cuando ellos dejen de existir.
Un buen ejemplo de que el mundo nos precede es la obra de Lawrence Sterne “Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy”. Considerada uno de los más importantes antecedentes de la novela moderna junto con obras como “El Quijote de la mancha”, el Tristram de Sterne, o mejor dicho sus capítulos iniciales, aparecen publicados por primera vez en el año 1759.
Podemos decir que, si alguna vez existió realmente el año 1759, es nuestro deber revisar las arcas de la historia universal para tenerlas en cuenta a la hora de acometer el presente y el futuro, no sea cuestión de andar repitiendo lo que ya está hecho, mucho menos los errores que ya fueron cometidos.
Entre las muchas cosas interesantes que componen la historia de Tristram Shandy, algunas son verdaderas joyas que merecen nuestra atención mejor predispuesta. Una de esas joyas es un pequeño documento que cita el autor, un brevísimo texto del médico holandés Heinrich van Deventer (1651-1727, fechas que con toda probabilidad han pasado por el calendario de la humanidad al igual que el día de ayer, aunque nos cueste creerlo). El texto que menciona Sterne proviene de las “Observations importantes sur le manuel des accouchements”, redactadas por este señor Deventer.
¿Qué nos debiera interesar de un documento redactado por un médico holandés a principios del siglo XVIII? El hecho simple y evidente de que nuestros más arraigados prejuicios quedan patentes, y encuentran alguna explicación, en ese documento.
Heinrich van Deventer es, hasta donde mi muy limitada documentación me permite saberlo, uno de los primeros médicos ocupados en resolver un tema históricamente inherente a la fe y a la religión: ¿a partir de qué momento un ser humano puede ser considerado como tal? La preocupación no es vana, ya que si la persona en cuestión muere antes de convertirse en ser humano, por aquella época se creía que quedaba impedida para acceder al paraíso, y su alma sería condenada eternamente. Este debate, hasta la aparición de médicos como Deventer, se resolvía indiscutidamente según la opinión de Tomás de Aquino, santo según el cual una persona se convierte en ser humano al consumar el sacramento del bautismo (considerado un “nacimiento espiritual”), acto que solo puede realizarse después del nacimiento “carnal” del sujeto en cuestión. Ya que antes del parto el niño no puede, evidentemente, ser bautizado, si muere en el vientre de su madre no conseguirá plaza en el cielo.
Esta ha sido una importante preocupación del cristianismo en la historia de occidente, especialmente en épocas de poco desarrollo en el ámbito de la medicina, durante las cuales la muerte prenatal era mucho más común que en nuestros días, y la fe en la vida ultraterrena pesaba de otra manera en la vida de las personas. ¿Qué pasaba con los niños muertos antes de nacer? Santo Tomás decía “baptizari possunto nullo modo”, y los mandaba derecho al infierno.
Algún tiempo después los teólogos declaraban que, para bautizar al niño, era suficiente con que el ministro de la iglesia que llevara a cabo la ceremonia pudiera ver alguna parte de su cuerpo. Pero incluso era éste un caso bastante particular. Muchos de los que morían lo hacían sin exponerse a la luz del sol.
Sólo fue necesario que transcurriesen unos cuantos cientos de años para que la medicina estuviera a la altura de las circunstancias. En 1733, un grupo de médicos de la Sorbona – y esto es lo que nos cuenta Deventer en sus Observations – explica que es del todo posible bautizar a un feto introduciendo, en caso de necesidad que lo justifique, una “canulle” o pequeña jeringa en la vagina de la madre, por medio de la cual enviar la necesaria ablución de agua bendita. Si este procedimiento se acompañaba de la liturgia correspondiente, la ciencia ya podía declarar que había alcanzado un nuevo logro: el bautismo intrauterino.
Amigo lector, no creas que abuso de tu inteligencia: tanto Lawrence Stern como el doctor Deventer y el siglo XVIII son productos de la realidad en cuya creación mi imaginación no ha tenido parte. Médicos y teólogos han dedicado su tiempo y sus ciencias a estas cosas sin que nadie los obligue, y durante mucho tiempo los escritores se han burlado de ellos sin que pueda hacérseles reproche alguno.
Sin embargo esto que parece el relato de un ridículo traspié en la historia de la inteligencia humana, ha tenido gravísimas consecuencias.
Para empezar, no hay una sola palabra, de Santo Tomás a Deventer, que explique de dónde sacan la autoridad que se arrogan en estos temas. Ningún médico o teólogo, en toda la historia de la medicina o la teología, desde sus orígenes a nuestros días, justifica de manera suficiente la autoridad de intervenir en el vientre materno con todo el aparato de sus erudiciones. Sobre este asunto el silencio; sobre tu útero, mujer, la ciencia.
En segundo término, aunque no menos importante, la posibilidad de bautizar par le moyen d’une petite canulle produce un efecto inmediato sobre todos los vientres en proceso de gestación: cada uno de estos vientres llevará en adelante, si no en acto por lo menos en potencia, no ya un feto cualquiera sino un cristiano por derecho propio. Podemos llamar a esto el “prejuicio de la caña”.
Para las señoras ocupadas en estos temas quisiera destacar nuevamente que, sin tener en cuenta que estos asuntos se remontan a los yertos debates de la escolástica y sólo considerándolo a partir de la aparición del “bautismo cañero”, el interés en torno de esta discusión tiene más de trescientos años. Y esa es la edad exacta que podemos ponerle a aquel prejuicio: 300 años considerando, gracias a los médicos de la Sorbona, que toda embarazada es portadora de un hijo de Dios.
Y a nadie le importa ahora si la embarazada es o no es cristiana, si profesa la fe en el bautismo, si se propone someter a su futura progenie, una vez nacida a la vida, al sacramento que la hará renacer en cristo. Si la medicina autoriza a la iglesia a pensar que todo niño puede ser bautizado no ya a partir del momento del parto, como pensaba Tomás de Aquino, santo, sino a partir del momento de la concepción, entonces todo niño es cristiano desde el momento de la concepción, y como cristiano debe ser tenido en cuenta.
Aquí tenemos, entonces, el primer gran argumento de la historia occidental en contra del aborto, y se lo debemos a una canulle introducida en la vagina de sabrá Dios qué mujer, y seguramente sin su consentimiento.
Si dejamos correr los años, vemos como la ciencia en general, y la medicina en particular, crecen y se fortalecen muchas veces en detrimento de la religión y la fe. Son muchos los autores que ven en la ciencia al reemplazante predilecto en occidente para las religiones. El debate sobre la concepción es uno de estos puntos en los cuales el desplazamiento ha sido casi perfecto, hasta lograrse un reemplazo impecable incluso con el resultado (¿inesperado?) de mantener los mismos criterios. Puede sonar complicado pero no lo es: la medicina ha confirmado y justificado los prejuicios religiosos en contra del aborto, con argumentos “científicos”.
La aparición del microscopio, el conocimiento de la materia viva en su nivel celular, el descubrimiento paso a paso del proceso de concepción humana, reemplazan el argumento de la canulle y el bautismo: en cuanto el hombre comienza a sentirse indiferente por su destino en el más allá, esta distinción entre bautizados y no bautizados cae en el olvido. Ahora importa saber si la “cosa” está viva, y si está viva será que tiene conciencia de sí, y si tiene esta conciencia será que ha leído el “discurso del método”, intuye al universo y su creador, y desde ese momento es un crimen cualquier atentado contra su “vida”. Afortunadamente para esta nueva “vida” el debate no da margen a los argumentos lacanianos que discuten seriamente aquella idea de “conciencia de sí”.
Así el prejuicio religioso es reemplazado por el prejuicio científico. Ninguno de estos prejuicios ha pedido permiso para meter sus “ciencias” en las vaginas de las mujeres embarazadas.

El cuento viene a colación de los muchos debates sobre el aborto que escucho en diferentes ámbitos. El tema no se agota aquí ni mucho menos, sólo me interesaba destacar un antecedente histórico y poner en evidencia un trasfondo de prejuicios, malentendidos e ideas equivocadas que subyacen en esos debates. Mi posición al respecto es clara y evidente, pero no es éste el momento de argumentar a favor o en contra.
Sólo me resta un comentario final.
De un solo objeto en este universo podemos decir que verdaderamente nos pertenece, y tanto es así que nos pertenece a pesar, e incluso en contra nuestro. Ese objeto es nuestro cuerpo. Estoy convencido de que nadie debería decirnos qué hacer con él, de la misma manera que nadie se atrevería a decirnos qué hacer con nuestra casa, con nuestro dinero, con nuestro gato. Podrán aconsejarnos, podrán recomendarnos, incluso intentar convencernos de qué es lo mejor y lo peor que podemos hacer con nuestro cuerpo, pero cualquier intento de imponernos límites y restricciones es injustificable.
Todas las formas de coerción tienen como objetivo el cuerpo que oprimen y disciplinan. No encuentro otra alternativa de vida que la de resistir, en la medida de mis posibilidades, las formas de coerción que me rodean.

4/11/08

Insulina


Exordio:
Toda literatura se propone conmover al lector; esto no es más que la exacerbación de una característica del lenguaje y la comunicación. Alguien dice mientras alguien escucha, y el que dice se propone afectar a su oyente de una u otra manera, con tales o cuales intenciones.
De todos los géneros literarios, el que más abierta y honestamente reconoce este fenómeno de la literatura como comunicación, es la literatura de terror. Y esta literatura no solo se basa y se construye a partir de la intención de afectar al receptor, sino que busca alcanzar su meta mediante la emoción humana primordial: el miedo.
El segundo hecho rotundo de la literatura de terror, tan contundente como su intención de provocar miedo en sus lectores, es que… casi nunca tiene éxito. Es harto difícil encontrar autores de terror que cumplan su cometido; el género en sí mismo es una promesa perpetuamente incumplida. El autor quiere asustar, el lector desea que lo asusten, pero la cosa rara vez funciona.

De los íconos del terror literario mi favorito es el vampiro. Desde todo punto de vista es la figura más atractiva del género, especialmente por su ascendente épico-medieval y por su capacidad metafórica (el vampirismo es una fina metáfora del erotismo, pero también de la explotación del oprimido por su opresor, y de la marginación y la diferencia de clases, y demás). El vampiro es el que acecha pero a la vez es acechado por su propia sed, es a un tiempo el poder absoluto y la furia ciega, el que domina sin dejar de ser sometido.
Pero también el vampiro es una promesa incumplida. La figura más atractiva de la literatura de terror es también la más recurrida, por los buenos y los malos escritores, historietístas, cineastas, creativos de la publicidad, fotógrafos de revistas, periódicos sensacionalistas… etc. No quedan caminos por recorrer en el ámbito del vampirismo, Buffy y Anne Rice están ahí para atestiguarlo.

Digretio:
Este tipo de certezas llevó a los escritores, hace ya algún tiempo, a buscar nuevos caminos y nuevas herramientas para ejercer el terror en la literatura. Algunos autores encontraron aptos algunos de los métodos del más nuevo (en muchos sentidos) de los géneros literarios: la ciencia ficción.
El procedimiento más conocido de éste género consiste en apropiarse un determinado discurso científico (pretendidamente se trata de apropiarse del conocimiento científico mismo, pero esto ya es relativo a la capacidad intelectual de cada autor), y a partir de ese discurso cientificista generar un relato literario, una narración que se justifique en aquel discurso. Así surgen las utopías y contrautopías, los cuentos de aventuras futuristas, las películas de Flash Gordon (¿será que me pongo viejo?) y andando el tiempo la Marvel y DC Comics.
Algunos autores toman las premisas de la ciencia ficción y la vuelcan al cuento de terror. El secreto está en elegir bien el tópico científico y aplicarlo a un cuento medianamente interesante. Aquí mismo podemos probar en borrador esos mismos procedimientos: aunque solo se trate de probarlos, en borrador, y nada más que los procedimientos.

Media res:
La insulina es una hormona producida, en los hombres y en los cerdos, por la glándula que llamamos páncreas. El páncreas genera muchas otras hormonas, así es que para el caso de la insulina sólo necesita dedicar algunas pocas de sus células al trabajo.
El trabajo de la insulina es metabolizar los hidratos de carbono presentes en el torrente sanguíneo, fuente principal de energía para el cuerpo. Es tarea del páncreas, a través de la insulina, mantener estable la cantidad de hidratos de carbono en el cuerpo a lo largo del tiempo, ya sea que decidamos comer un kilo de azúcar (carbohidratos en su forma básica) o en el caso que comencemos una dieta libre de carbohidratos.
Un número interesante y directamente relacionado con nuestras vidas felices y despreocupadas, es el siguiente: la cantidad normal de glucosa (carbohidratos) en la sangre es de 1.10 miligramos (de glucosa) por cada decilitro (de sangre). Si esa cantidad es relativamente estable y constante a través del tiempo, podremos entonces desarrollar una vida sana y sin inconvenientes en este terreno.
Cuando esa medición deja de ser estable, por diversas razones, es que aparece la enfermedad crónica que llamamos diabetes. Aquí hay algunas palabras llamativas; “enfermedad” y “diabetes” pueden distraernos, no dejemos de subrayar la más importante: “crónica”.

Evocatio:
Pero no avancemos en el desarrollo de nuestro argumento sin poner en juego a nuestro principal personaje: la víctima.
Llegados hasta este punto, paciente y benévolo lector, no resultará demasiado exigente imaginarnos el caso de que sean tus propias células pancreáticas, esas encargadas de producir la insulina, las que mueran una de estas mañanas a causa de algún raro virus o debido a misteriosos antecedentes genéticos.
No te lamentes lector, el páncreas generalmente decide matar estas células sin pedir permiso, ni dar aviso, ni provocarnos ningún tipo de síntoma o dolor.

Un páncreas que no produce insulina deja al cuerpo por completo a la deriva de nuestras malas costumbres. A partir de este momento la cantidad de carbohidratos en nuestra sangre podrá subir o bajar peligrosamente, provocando todo tipo de consecuencias.
Lo primero que sucede cuando el cuerpo deja de producir insulina, y debido a nuestros pésimos hábitos alimenticios y a nuestra vida sedentaria, es que el nivel de glucosa en la sangre se dispara hacia arriba. Esto se denomina hiperglucemia. El lector de este ensayo comenzará a sentir dolores de cabeza, excitación del ánimo, alteración del humor, exaltación, furia, desesperación… y no se dará cuenta ni sabrá por qué. Esto sólo puede empeorar a medida que aumenta el nivel de glucosa en sangre. Habrá vómitos y mareos, y orín, litros y litros de orín, incontenibles cataratas de orín, imparable necesidad de orinar todo el tiempo, y sed, pero una sed como nunca antes se hubiera experimentado, una sed implacable como la sed de los vampiros.
Unas horas después, y sin dejar de lado ninguno de estos síntomas mencionados, el cuerpo entrará en ese complicado estado metabólico que llamamos cetoacidosis. Tu sangre, lector, se encuentra saturada de glucosa, pero por la falta de insulina tu cuerpo no la metaboliza, así que esta glucosa - que es tu fuente de energía - no le hace ningún provecho a tu cuerpo, cuyas células comienzan a entrar en pánico ante la amenaza de morir de hambre. Tu propio cuerpo someterá a la grasa que hayas acumulado a un siniestro proceso de desintegración, último recurso para que tus células, abstemias de toda glucosa, no mueran de hambre. La consecuencia es que la grasa libera entonces cetonas en tu organismo (sisi, cetónas, el nombre te suena porque es el mismo líquido que se utiliza para limpiar el esmalte te uñas), lo que equivale a envenenarte por dentro. Todas tus células: las de la sangre, y las del hígado, las de los pulmones, las de tus ojos, las de tu cerebro, comienzan a envenenarse. Y esto no tiene arreglo. El daño que se haga tu cuerpo a sí mismo no puede deshacerse.
El síntoma externo que notaremos: sin importar que se pase el lector todo este proceso acostado en su cama, se encontrará agotado y agitado como si hubiera corrido cientos de kilómetros en desesperada carrera.
Si para esta altura no lo ha notado, el lector debe ser inmediatamente internado en un hospital. Y nadie puede garantizarle que vuelva a salir caminando por sus propios medios.

Digretio:
Si el lector sobrevive a esto que se llama (no sin cierto humor de parte de unos médicos que no han pasado por la experiencia) “debut diabético”, sólo será para conocer la peor parte de la enfermedad: esa parte por la cual se la califica como enfermedad crónica.
Y crónica quiere decir TODOS LOS DÍAS POR EL RESTO DE TU VIDA. Todos los días va a correr, nuestro amable lector, el riesgo de volver a experimentar una hiperglucemia que termine en cetoacidosis; o tal vez peor, quizás enfrente el efecto contrario, la “hipoglucemia”: carencia total y repentina de glucosa en la sangre, lo que puede producir desmayos, convulsiones, vómitos, mortandad masiva de neuronas (esas células que nos ayudan a pensar) y aquí otra vez la cetoacidosis.
La hiperglucemia sólo se produce gradualmente y sus síntomas, una vez que los conocemos, son rápidamente detectables. Su opuesto, la hipoglucemia, puede presentarse de manera tan repentina que solo te deje, lector, el tiempo suficiente para decir “adiós” antes de partir al otro mundo.

Así que ahora podemos decidir: ¿Quién preferimos que nos aseche?, ¿quién es mejor miedo en un cuento de terror?, ¿el vampiro o la enfermedad?
La pregunta está mal formulada. Volvamos a plantearla más adelante.

Evocatio:

Estimado lector, te agradezco la paciencia de ver tu vida transformada en una verdadera miseria. Sólo tenme en cuenta que me ahorro los peores detalles. ¿Te intrigan? Aquí van algunos.
Tu páncreas no funciona correctamente. La insulina debe serte suministrada desde el exterior: jeringas, pinchazos diarios, dos o quizás tres tipos de insulina sintética deban probarse y combinarse hasta encontrar lo que resulte más adecuado a tu metabolismo. Vas a tener que aprender a aplicarte las dosis. Vencer el miedo a las inyecciones y aceptar que te acompañarán hasta el final del camino.
Cambio radical de dieta. Ya no podrás comer lo que quieras. El alimento (y su combinación con deporte y ejercitación regular) es en adelante lo que te mantiene vivo y alejado de desagradables episodios convulsivos. Llegará el momento en que ya no quieras que tu familia vuelva a ver cómo la espuma brota por tu nariz mientras las convulsiones te llevan desde el baño a la habitación de las visitas.
Análisis de sangre y orina, digamos, cada seis meses. Y una visita al oculista también, el riesgo de quedarte ciego ha aumentado dramáticamente desde que se declaró la diabetes.
No te cortes los pies, y en lo posible tampoco las manos. El problema del azúcar en tu sangre es un serio inconveniente a la hora de cicatrizar las heridas, y vamos a tener que empezar a considerar que cualquier herida es una poderosa invitación a las gangrenas. Para qué mentirte, con el tiempo te irás deshojando como una margarita, y perder uno o dos dedos hoy no te parecerá nada mañana, cuando deban amputarte una pierna completa.
Tu hígado y tus riñones son otro problema. Y éste es de esos problemas que ya no sé con qué cara voy a explicarte. La cosa mi amigo, es que van a dejar de funcionar en breve, mucho más rápido de lo que habíamos pensado en un principio, cuando eras una persona sana y feliz. Esos días han quedado atrás. Disfruta mientras puedas.

Digretio:
No habrá jamás un vampiro tan persistente, tan paciente y a la vez tan violentamente destructivo como la diabetes. Pero como ya dije antes, la comparación es evidentemente deficiente porque no puede adjudicarse a la diabetes la voluntad de destruir que la literatura le adjudica a los vampiros.
La diabetes es sólo un puñado de células que se murieron en tu páncreas. Tal vez una gripe que le cayó mal a tu sistema inmunológico y, de muy mal humor, tus propias defensas deciden cualquier día someter a juicio sumario a tus propias células pancreáticas.
La diabetes no sólo está exenta de cualquier forma de voluntad (como quizás no lo esté un virus) sino que pone de manifiesto el trasfondo de total insignificancia sobre el que transcurre nuestra vida. Lamento decirlo así, tan luego de haber aniquilado tu salud pancreática, amigable lector. Pero la conclusión es inevitable: no hay razón por la cual esto te ha sucedido o te ha dejado de suceder.
O tal vez ni te ha sucedido.
O tal vez haga falta tensar la cuerda para notar la falta de razón, o el abuso de la razón absoluta.

Evocatio:
Los médicos hablan del factor genético de la diabetes. Si mi abuelo materno fue diabético, dice el manual, no hay manera de evitar que yo mismo sea diabético. Cada médico que conozco y que se entera de mi caso sólo puede decirme: tal vez no hoy, tal vez no mañana, pero ya va a llegar. Pero no llega, la ficha que debe caer e mi casillero me ha salteado.
Una lección de la literatura de terror: que la víctima sea siempre la más vulnerable de las criaturas. Un buen ejemplo: el chico en la película de Bruce Willis, “Sexto sentido”.
Si la ficha de la diabetes, esa que la genética te ha enviado a través de las generaciones, persiste en evadirte, es porque seguro va a caer donde menos se la espera. Y entonces sí vamos a necesitar que Dios exista, porque no habrá víctima de menor calibre para nuestros deseos de venganza.

La diabetes le tocó a mi hijo, y le tocó incluso cuando todavía no sabía hablar. Quiero que imagines lector al más perseverante de los vampiros riéndose en tu cara cuando esperabas que descargara contra tu sangre toda su furia y toda su sed, riéndose en tu cara y pasándote de largo. No dejes atrás estos párrafos donde te contaba por qué se le dice “crónica” a esta enfermedad, y pensemos en algo crónico que se prende a nuestro cuerpo cuando todavía no tenemos recuerdos. Cuando los pinchazos y las convulsiones, y los gritos de terror por las noches donde la enfermedad se mezcla con las pesadillas, cuando de todo esto saldrán nuestros primeros recuerdos. Sus primeros recuerdos.

No creo en Dios pero, lo dije hace un momento, no habría otra víctima a la altura de mi desprecio. No creo en el destino, o en las potencias del universo, o en la voluntad de la naturaleza, no creo en ninguna forma de voluntad superior a la del hombre. Sólo veo al hombre con su pretensión de grandeza sumergido en la noche de las noches, el más vasto océano de la sinrazón.

Me gustaría creer en la literatura como medio terapéutico que nos permitiera conjurar ciertos miedos, ciertos males, ciertas asechanzas. Tampoco en eso puedo creer. Nada más hay buenos y malos argumentos, especialmente cuando hablamos de cuentos de terror.
Quisiera escribir algún cuento de terror y meterle un buen susto a mis lectores.
“Insulina” sería un título interesante.

13/10/08

Inefable

Me había prometido mantenerme fuera del ámbito de la ficción en este blog. Bien, la promesa deja de cumplirse. Lo que sigue es fragmentario e inconcluso, y lleva ya unos cuantos años escrito, lo que indica que nunca va a contarse con una versión completa, o que asi incompleto como está es su forma definitiva. Hoy lo estuve leyendo y me gustó, así que se los dejo.


Qué sucede cuando un hombre y una señorita logran la comunión necesaria para entablar una conversación en un local nocturno, y la charla se prolonga y se hace amena (pues divertir tanto como interesar, digamos provocar e incitar, son premisas fundamentales para esos encuentros). Resulta que algo en las miradas que ambos se prodigan, algo en la distancia entre uno y otro al hablar, algo en los alientos que la proximidad lentamente lograda permite que se mezclen, algo en el tenor de las preguntas y las respuestas (pues preguntas y respuestas son el material de esos encuentros), algo en los roces distraídos de manos y rodillas, algo en todo eso anuncia que ha llegado el momento de besarse.
Y si el beso no malogra los esfuerzos anteriores, porque todo beso tiene simétricas consecuencias: puede encender un íntimo fuego púbico o provocar un violento rechazo físico. Si el beso es lento y practicado con labios generosos y reclama la aproximación de los cuerpos; si el beso es capaz de transitar el frenesí de las lenguas que se lamen y luego recuperar la mansedumbre del abrazo, entonces aparecerá el deseo de continuar ese beso en algún ámbito apartado, íntimo; deseo de prolongar el beso en un coito rodeado de la penumbra que no obliga a la ceguera; rodeado de música suave o no y de sábanas con olor a flores y piel tersa con olor a perfumes extranjeros; rodeado de jadeos y movimientos por un momento confusos.
Y si el coito no malogra los esfuerzos anteriores, porque cada coito encierra la virtud de la fe y a la vez el riesgo de la mediocridad, entonces las veladas de arrebato físico habrán de multiplicarse y se transformarán en mañanas de encuentros lagañosos y entrañable aliento ácido y en tardes de mates dulces entre corpiños y pantalones colgados del respaldo de una silla.
Y si el destino es generoso los cuerpos arribarán con comodidad hacia su grado de máxima sincronía y serán derrochados los orgasmos y los entremeses eróticos, y cada uno reconocerá las particularidades de los olores sexuales en el otro, y sus movimientos y sus fuerzas y sus voces.
Pero si en algún momento de todo el proceso una de las partes intuye lejanamente la más ínfima turbación (un gesto a destiempo, una palabra incorrecta, una prenda equívoca, un retraso o un apresuramiento) la operación quedará totalmente cancelada y sólo se avanzará en la medida en que se sepa que se acerca el último desencuentro...

Él se estiró sobre la espaciosa cama de dos plazas acomodando su cuerpo en diagonal. Ella no pudo más que acurrucarse en una punta, quería taparse pero él, en profundo letargo, estaba sobre el acolchado arrugado y sólo le permitía cubrirse apenas, con el extremo de las frazadas y apoyando casi todo su cuerpo sobre una de las almohadas.
Ella le hablaba, profería tímidas preguntas y todas las respuestas que obtenía apuntaban a hacerle cerrara la boca. Él deseaba estar solo y se propuso lograrlo aún estando ella ahí al costado.

- ¿estás bien?
- si
- ¿te pasa algo?
- no
- ¿te enojaste por algo?
- no
- ... ¿acabaste?...
- si... ¿vos?
- también...
- ¿y te gustó?
- si... ¿a vos?
- a mi también, Shhh...

Él levantó el control remoto del piso, buscó un tema en el equipo de música, subió el volumen (al punto de hacer imposible cualquier conversación) y se desparramó más, desnudo como estaba, sobre la cama. Con el carácter inefable de Troilo comenzó a sonar repentinamente un tango en todo el departamento.
La música lo arrastraba cada vez más lejos y más confortablemente. El agotamiento y el calor le recordaban su propia presencia física, su cuerpo ahora relajado. Sentía seca y sedienta la garganta y también sentía imposible ejercer la voluntad necesaria para solucionar esa sed. Le pareció entonces tener un sueño sin haberse dormido, sin dejar de percibir todo lo que lo rodeaba, el calor, la música, ella. Un sueño como una intuición.
En el sueño hacía un largo viaje deslizándose sobre lo que creyó ser el arcoiris, aunque no podía verlo. Al llegar al extremo del arcoiris se encontró frente a un acantilado y en el acantilado había una cueva. Todo el lugar estaba rodeado de la más densa oscuridad, como si la luz hubiera decidido no llegar hasta allí, como si la penumbra fuera palpable y espesa. Incluso tan profundo como esa penumbra era el silencio (aunque le parecía escuchar a Troilo llegado desde otro tiempo). Al principio creyó que la cueva estaba desierta y entró abriéndose camino entre plantas extrañísimas; luego encontró a sus habitantes.
En el centro de la caverna había una enorme cama que daba la impresión de un altar de ébano con sábanas oscuras y suaves, nada podía verse más allá. Salió a su encuentro un extraño personaje que no reconoció inmediatamente, pero que al pararse junto a la cama asumió las diversas formas de su recuerdo: primero fue su madre, luego una tarde de verano de la infancia, su primer mujer, la entrevista fachada de una casa, cada uno alternativamente y después todos a un mismo tiempo. Él se encontraba fascinado con aquella figura cuando un segundo personaje se incorporó lenta y quejosamente en la cama. Éste segundo personaje, de cuerpo inmenso, serenísimo y bostezador, cuya flacidez denotaba molicie, le dijo unas palabras que comprendió con claridad: “pierde el interés por todas las cosas, ya no te preocupes por ninguna de ellas, ni por las tuyas o las ajenas, ni por las queridas o las odiadas, sólo así podrás descubrirlo todo de nuevo y encontrar que nada se parece a lo que creías que era.”

Abrió los ojos: se reencontró con su habitación, la vio a ella que ya estaba dormida, escuchó a Troilo todavía en el equipo de música y decidió calmar su sed y luego bañarse.

11/10/08

Académica

Escribo esto sentado en un café que se puso de moda entre la gente que tiene notebook y desea salir a mostrarla. Escribo en una libretita de papel, con lápiz, rodeado por el repiqueteo de los teclados. Incluso hay dos o tres headsets por acá, manteniendo conversaciones internacionales en idiomas llamativos.


La mayor parte de las carreras humanísticas incluyen en sus programas una materia que se denomina "introducción a la filosofía". En casi todos los casos la materia es de cursada obligatoria y se dicta con el librito (homónimo) de Carpio o algún otro libro (homónimo) similar: una versión, pacientemente despojada de todo entusiasmo, de lo que en occidente se conoce oficial y ortodoxamente como filosofía.
Generalmente dictada por un docente que, para no se menos que Sócrates o Platón, presenta alguna deformidad física (al que me tocó en suerte le decían “conejo”), la materia arranca allá por los presocráticos – asegurando que anteriormente a ellos el hombre era apenas poco más que una ameba – y lánguidamente recorre un sinfín de lugares comunes hasta morir, sin pena ni gloria, en el aleatorio período histórico que pudiera alcanzar según se lo permitan el entusiasmo de docentes y alumnos, las huelgas, las luchas gremiales, las facultades tomadas, los días feriados y demás interrupciones.
Las carreras humanísticas, entre ellas la filosofía y, de manera especialmente representativa, la materia “introducción a la filosofía”, son buenos ejemplos de cómo el ambiente académico (en todos los países y en todas las épocas, pero más notoriamente aquí y ahora) aniquila el sentido mismo de aquello que en principio hizo posible esas carreras.
Para decirlo de otra manera: el medio académico se ha transformado en una máquina burocrática cuya lógica y sentido se contradicen con todas las carreras humanísticas, muy especialmente con la filosofía.
La organización de las universidades resulta eficiente en relación con las otras carreras, las que son en sí mismas burocráticas, o equivalen al ejercicio de una burocracia, y/o cumplen una función utilitaria (abogacía, economía, medicina, arquitectura, ingeniería, etc.). Dos fenómenos suceden simultáneamente: esta organización de las carreras “duras” se perfecciona con el tiempo y demuestra una acabada eficacia, mientras que las carreras humanísticas van sufriendo una especie de complejo de inferioridad frente a estos éxitos que las lleva a adoptar el aparato burocrático de sus vecinas.
¿Cuándo se ha visto que un filósofo surja por aprobación de materias? Suponer que puede producirse, con las mismas herramientas y por los mismos medios, un abogado, un contador y un filósofo es, por lo menos, un error grave de entendimiento.
La idea misma de filosofía se opone al mecanismo universitario. Y la perseverancia de la academia en encuadrar a la filosofía dentro del marco de su burocracia da como resultado la desaparición de la filosofía; lo mismo sucede con las demás carreras humanísticas.
Mientras que esta burocracia se organiza en torno de los ministerios, de los claustros, de los departamentos, de las aulas y demás instancias universitarias, se van produciendo resultados asombrosos. En el caso de las carreras “duras” son resultados positivos porque – como ya dijimos – su ejercicio profesional es un ejercicio burocrático; en el caso de las humanísticas el resultado es desolador.
En principio no existe una burocracia relacionada con la filosofía, o con las letras, o con la historia. Para que estas “ciencias” encajen en el formato académico su burocracia particular debe ser inventada, ¡y bien que se la inventó! ¡y con el tiempo se ha devorado a las mismas “humanidades”!
La burocracia que se ha inventado para estas ciencias se llama “currículo”, y se encuentra completamente absorbida por la otra burocracia, la de ministerio, la burocracia de la educación según la entienden los funcionarios públicos que hacen de la ley de educación una doctrina vital, a través de cuyo ejercicio esperan obtener el necesario lucro para sostener sus economías personales. Lo que en el fondo no es reprochable, hasta que se transforma en el único medio y fin de las personas.
Educar, entonces, es sólo una forma de ganar dinero, y gana más no quien más sabe ni quien mejor educa, sino aquel que se encuentra mejor adaptado y más cómodo en el medio burocrático de la academia.
Así quedan despojadas las universidades del interés por el intercambio de ideas, y todo se reduce al reparto de puestos académicos y administrativos, presentaciones a becas, listados de congresos y publicaciones, concursos por cátedras y presupuestos, y un sinfín de resultantes del entramado burocrático cuyo sentido último y definitivo es la ampliación del currículo personal, con la intención de encontrarse cada vez mejor calificado para los puestos académicos y administrativos, las presentaciones a becas, los concursos, los listados de congresos, las publicaciones, etc. En este contexto es el currículo el que se prolonga, sin producir ningún resultado intelectual en el ámbito de las “ciencias”.
Entonces la burocracia académica (una estructura cuyo sentido se extravía al transplantarse desde las carreras “duras” a las “humanísticas”) es la forma y el contenido mismo de las carreras universitarias, y esto sucede con la anuencia de docentes y alumnos, que en este sentido se comportan como ganado que se conduce al matadero: cursar, aprobar, matricularse, postularse – becas, cargos, congresos, publicaciones; volver a cursar, volver a aprobar, volver a matricularse, etc. etc. Un sujeto puede pasar por todo este cursus honorum hasta alcanzar su maximum sin que se le caiga una sola idea de la cabeza en toda su vida.
Al final, los docentes que se atrincheran durante largos años en sus cátedras como búnker desde el cual acrecientan sus currículos, llegan a desarrollar un enorme conocimiento sobre unos asuntos que repiten incansablemente frente a sus alumnos en una durísima batalla por la supervivencia dentro de los cargos. El conocimiento así adquirido se fosiliza, obstaculiza el intercambio de ideas, eclipsa el conocimiento detrás de la burocracia.
Ideas, originalidad, debate, intercambio, creatividad, todo lo que alguna vez impulsó a los docentes y a los alumnos a meterse en las universidades, eso se marchita rápidamente. Habrá que empezar a buscarlo en otra parte.

7/10/08

Valor metafísico del inodoro

Todo lo que sigue es (además de largo y tal vez aburrido) falible, por lo tanto puede ser refutado. Recuerden: no soy Umberto Eco, a mi nadie me paga por ocuparme de estas trivialidades.

Toda esta historia me vino a la cabeza a partir de Arnold Hauser. Arnold era un alemán muy dedicado al estudio de las cosas del arte, era además marxista, o por lo menos adhería a algunas ideas del marxismo, y por sobre todas las cosas era uno de esos tipos que tienen algo interesante para decir, y que cuando empiezan a decirlo ya no se quiere dejar de escucharlos.
Repasaba mentalmente alguna de las ideas y comentarios de Hauser hoy en el trabajo. Siempre me llamó la atención lo que decía sobre las herramientas del desarrollo estético que se ponen en movimiento en cada período histórico, en cada cultura. Ya dije que Arnold tenía una simpatía con el marxismo, por lo tanto le interesaba investigar cómo se desenvolvía el arte a lo largo de la historia en relación con los medios de producción.
Determinado tipo de arte, determinada corriente estética, determinadas obras son posibles porque existen los medios de producirlas. Esto es evidente cuando pensamos en el cine: no es posible que exista el “séptimo arte” sin la electricidad. Otra cosa que es tan necesaria como los medios de producción, y acá Hauser se separa un poco del marxismo ortodoxo, son las técnicas de producción. Para que exista el cine es necesaria la electricidad (medio de producción) pero además hace falta que un sujeto sepa cómo aprovechar esa electricidad para un fin específico, y además de tener determinados conocimientos sobre óptica, luz y fotografía, y también ese sujeto debe desarrollar y aprovechar ciertas herramientas como una cámara; todo esto hace a las técnicas de producción del cine.
Yo mismo, por ejemplo, puedo disponer del medio de producción (la electricidad), pero no cuento con conocimientos sobre ninguna de las técnicas que me permitirían hacer cine.
La historia del arte, según Hauser, es la historia del desarrollo de los medios de producción y de las técnicas que hacen posibles cada manifestación del arte. Ni los medios de producción ni las técnicas son específicos. Siguiendo con el ejemplo: la electricidad no es un elemento específico del cine, sino un elemento que el cine aprovecha para sí mismo. Lo mismo pasa con los conocimientos que permiten desarrollar la cámara filmadora y el proyector de imágenes. En consecuencia, estos medios y estas técnicas tienen unas historias y unos desarrollos bastante erráticos y muy pocas veces se ponen de acuerdo. Los medios de producción rara vez desaparecen, y lo hacen sólo en el caso de ser reemplazados por otros medios más eficaces (aunque esta eficacia siempre es evaluada en términos que nada tienen que ver con el arte); por su parte las técnicas de producir arte suelen muchas veces desaparecer para siempre.
Uno de los casos más sorprendentes y excepcionales de desarrollo simultáneo de medios y técnicas de producción son los talleres italianos que comenzaron a funcionar alrededor del siglo XIII. Ese desarrollo no fue nada rápido, ni sencillo, ni hubiera resultado posible fuera de un contexto de un desarrollo burgués y capitalista muy particular, pero tras doscientos y pico de años de gestación, dio a luz al renacimiento de las artes y le abrió al hombre las puertas de la edad moderna.
Y en lo que tanto Hauser como muchos otros interesados en el tema están de acuerdo, es en que aquel parto tuvo lugar específico en los talleres. Sobre esos talleres se han escrito toneladas de estudios, ya que son un verdadero fenómeno en su época sin ningún tipo de precedentes, y su posterior desaparición nos hace muy difícil comprenderlos pasados ya quinientos años o más desde entonces. La única institución comparable en cuanto a originalidad y repercusión en la cultura universal, y que además también surge en la misma época y en la misma Italia, en perfecto paralelo con los talleres, es la banca.
Estos talleres eran los centros de producción más avanzados de su época, y la versión más refinada de división del trabajo que alcanzó la época precedente (la edad media). En ellos se realizaban todo tipo de trabajos: se hacían muebles, carruajes, pinturas, esculturas, molderías, ropas; se diseñaban edificios y armamentos para los ejércitos y se trabajaban también todos los materiales: la madera, el yeso, el mármol, el vidrio, la piedra; allí se ejercían todas las artes: la arquitectura principalmente, y la pintura y la escultura como sus auxiliares; allí aparecen los primeros ingenieros, los primeros fisiólogos, los primeros constructores, las primeras nociones de química, el resurgir de las matemáticas; allí encontramos a los primeros artistas en sentido estricto de la historia del arte. En algunos de esos talleres nació, entre otras cosas, la masonería.
El más famoso, Da Vinci, entrenado y educado durante años en estos talleres, alcanzó su increíble posición en la historia del renacimiento porque llegó a compenetrarse e identificarse tanto con sus medios y técnicas de producción, que él mismo - el sujeto - era su propio taller.
Los más importantes se mantuvieron funcionando por más de un siglo, y lentamente se transformaron en los centros educativos más importantes de su tiempo, sin proponérselo y sin llegar a tomar nunca conciencia completa de esto. Toda familia pobre que tuviera algún hijo del cual disponer (esto es, que no estuviera ocupado en otro trabajo más urgente) dirigía sus ruegos a los maestros de los talleres para que los tomaran a su cargo. Las familias con más recursos enviaban allí a sus hijos segundones, esto es todos los que no heredaban sus bienes (y entonces sólo heredaba el primogénito, mal presagio para todos los demás); quien no buscaba carrera en el clero ni en el ejército, quién no recibiría herencias ni contaba con medios mejores de subsistencia, todos intentaban ingresar en los talleres.
Y en los talleres se trabajaba por la comida y el techo. Así por lo menos los primeros años (tal vez cinco o diez, tal vez para siempre). Pero se aprendía un oficio y se lo aprendía bien. El maestro actual seguramente había sido discípulo del anterior, y el anterior del anterior, y así durante cuatro o cinco generaciones. El aprendiz de pulidor recibía las técnicas de trabajo sobre mármol desarrolladas por los maestros durante décadas de durísima labor. Y con suerte un buen pulidor lograría buenos trabajos, y así la educación rendía, a la larga y con paciencia, ganancias económicas.
Con el tiempo los discípulos suplantaron a sus maestros o abrieron sus propios talleres. Las ciudades estado italianas florecían rápidamente; la banca en asenso ponía en movimiento grandes sumas de dinero; la nobleza, el clero y la nueva clase social, la burguesía, competían a la hora de promover a los artistas de los diferentes talleres, gastaban enormes fortunas en sus favoritos, las agrupaciones de trabajadores competían mafiosamente por los mejores contratos – que en algunos casos aseguraban hasta quince o veinte años de trabajo bien remunerado; era cuestión de tiempo para alcanzar las cimas: Miguel Ángel y Da Vinci.
El arte que mejor aglutinaba la producción de los talleres era la arquitectura. Todo el conocimiento de los mejores hombres de su época se ponía en juego. Una obra por lo general daba trabajo a un enorme contingente de hombres de diversas edades: desde los aprendices hasta los viejos casi retirados, y de diversas especialidades: frisadores, escultores, pulidores, albañiles, pintores, tapiceros, fundidores, todas las profesiones intervenían y si se tenía un poco de suerte a lo largo de los muchos años que duraba el trabajo, la dirección de la obra sería siempre la misma.
Los talleres del renacimiento alcanzaron su punto más alto en torno al otro hecho notorio que suele señalarse como inicio de la edad moderna: el descubrimiento de América. A partir de entonces todas las artes renacentistas empiezan a multiplicarse hacia adentro, a cerrarse sobre sí mismas como en un laberinto de espejos para desembocar en los distintos movimientos del hastío y la decadencia: gótico, rococó y barroco. Los medios de producción seguían siendo los mismos, pero las técnicas, las grandes técnicas de la producción artística renacentista perdieron su flexibilidad, perdieron sus instintos exploratorios, dejaron de jugar con las materias de la vida y pasaron de ser creación a transformarse en reproducción. El impacto fue demasiado grande, los “hijos” del renacimiento no pudieron sostener el peso de sus padres, no encontraron manera de avanzar por el camino que les habían trazado, y desde entonces sólo se dedicaron a copiar, a repetir, a exagerar y aumentar, a recargar, a reproducir.
Con el tiempo, y en cuanto comenzaron a reemplazarse los medios de producción, en cuanto los talleres comenzaron a resultar obsoletos y el peso del artista individual superaba a la tradición del taller, entonces las técnicas del renacimiento cayeron completamente en desuso. Más tarde simplemente se olvidaron.
Arnold Hauser se muestra algo ambiguo frente a esta situación, frente al hecho – dado en cualquier momento de la historia del arte – en que se pierde toda una tradición estética, y con ella el bien más precioso, el que costó más tiempo y esfuerzo lograr: sus técnicas de producción. En el fondo no es fácilmente demostrable que estas técnicas estén perdidas para siempre. Aunque no quedan dudas en el caso del renacimiento: la cantidad enorme de obras que este período ha producido es insignificante si tenemos en cuenta la increíble cantidad de gente que intervino para hacerlas. Digámoslo así: se precisaron doscientos años de tradición artesanal, estética, creativa, pedagógica y social, para que apareciera un hombre con el conocimiento, las habilidad y la capacidad suficiente como para esculpir el David; y en desmedro de todo ese enorme esfuerzo, de ese tiempo, de esa gente, sólo tenemos UN (1) David cono el de Miguel Ángel.
Pero ¿cuál es el problema de que el David sea UNO solo? Es que no hay problema. Llama la atención el esfuerzo que el renacimiento ponía en crear sus obras, y es destacable el hecho de que todo ese esfuerzo estaba puesto en la creación de un objeto único e irrepetible. Perdido el objeto se pierde también el esfuerzo, y ahí está cayéndose a pedazos la última cena para atestiguarlo.
Hace mucho tiempo que el hombre, incluso el hombre de arte, dejó de pensar como en el renacimiento. Y tanto tiempo ha pasado y tanto han cambiado los medios de producción, de tal manera hemos olvidado las viejas técnicas, que hoy incluso pensamos al revés.
En 1917 un tipo abre una exposición de arte de vanguardia, en París, y la principal atracción es una “obra” que se titula Fountain y es, nada más y nada menos, que un mingitorio: un meadero de loza sacado de una fábrica de sanitarios. Medio de producción: la industria, técnica de producción: cadena de montaje. Las cosas han cambiado.
Mucha gente le sigue festejando este gesto a Duchamp hasta el día de hoy. Yo no puedo dejar de sentirlo como un interrogante irresuelto. Donde antes trabajaban innumerables generaciones de hombres para lograr, sólo si el asar y el tiempo lo permitían, un monumento trascendental como el David de Miguel Ángel, lo que tenemos ahora es a Juan Perez & Cia., empresa familiar integrada por dos máquinas y cuatro trabajadores, que produce diez mil inodoros por año. ¿Es esto lo que nos quería decir Duchamp?
Conozco la teoría del “ready-made” con la que Duchamp pretendía justificar su inodoro. No dejo de pensar que se trata de una justificación para ocultar o disculpar el hecho de haber perdido por completo la capacidad de crear, el conocimiento de las técnicas de producción estética.
Porque esa es la única explicación posible: hemos perdido todo conocimiento de las técnicas, y en su lugar nos absorbió el seso el estilo industrial de la producción. Y esto es así tanto en las artes plásticas como en la música (que ahora se llama industria discográfica), en la literatura (industria editorial), en la arquitectura (urbanismo) y en todas las manifestaciones de nuestras vidas. Tengamos en cuenta que el arte más representativo del siglo XX, y hasta hoy, es el cine: también conocido como “industria del entretenimiento”.

6/10/08

El libro como negocio - parte 2

Acá está el cierre de este tema que estoy debiendo desde hace ya un buen tiempo. Para los que no recuerden o no hayan leído lo anterior les dejo el link: El libro como negocio - parte 1

Tengamos en cuenta la gente hay que poner a trabajar entre la editorial y, recorrido de distribución mediante, los puntos de venta, para mover y vender estos libros. Imprenteros, editores, autores, correctores, diseñadores, ilustradores, empleados de depósitos, fleteros, repositores, libreros, vendedores. Sólo la logística de transporte para que esto funciones es monumental (aca les dejo un ejemplo de empresa tercerizada que se dedica a esto: interbook). La sola cantidad de cartón que se emplea en el embalado para la distribución es impresionante.
Un dato improtante: la industria del libro, gracias a cierta ley de promoción cultural, está excenta del impuesto al valor agregado (IVA). Ninguna de las actividades relacionadas con esta industria paga ese impuesto. Esta situación poco o nada ha beneficiado a la promoción cultural o a la difusión de la lectura, aunque si se han visto ampliamente beneficiados los empresarios que viven de vender, al mayor precio posible, la basura más económica de producir, ejerciendo la máxima absoluta del marketing: lo que importa es el packaging.
Las editoriales compiten por el espacio de exhibición en sus puntos de venta: vidrieras, mesas, mostradores, escaparates, cartelería, bolsas de nylon, remeras y gorras, todo lugar en el que se puede mostrar la tapa de un libro es campo de batalla entre editoriales. La cuestión está en ver quién mete mayor cantidad de tapas en las vidrieras de las mejores librerías.
Hay varias maneras de llevar adelante esta competencia, pero la más barata (en términos tanto económicos como intelectuales) es meter presión por acumulación: se envía a los puntos de venta la mayor cantidad de novedades editoriales, las cuales contarán con el apoyo publicitario de la editorial, al menos durante algunas semanas.
Asi tenemos un negocio basado en la venta fugaz: muchos títulos que venden relativamente poco (porque no se necesita que vendan muchos ejemplares por cada título, esa carencia se reemplaza vendiendo muchas porquerías de diferente color) y esto en el menor tiempo posible, generalmente en el plazo de uno o dos meses. Estos libros son incapaces de sostenerse en el tiempo, y serán reemplazados por otros títulos casi inmediatamente, con excepción de aquellos que demuestren una mejor performance y puedan durar un poco más.
Cualquier librero que conozca su negocio les puede explicar que un gran éxito editorial, de esos que venden muchos libros durante mucho tiempo, es una buena inyección de liquidéz en su economía, pero no es lo que sostiene su empresa. Son los otros libros, los que se venden de a poco y que pasan sin pena ni gloria, pero que a fuerza de repetirse y renovarse, de sumar y de ser miles y miles de libros distintos, esos son los que hacen marchar el negocio. ¿Qué diferencia hace una venta de doscientos o quinientos ejemplares de un Harry Potter el mes de su lanzamiento, cuando la librería vende, ese mismo mes, quince o veintemil libros distintos? quince o veintemil libros que se venderan quizás por única vez, y que serán reemplazados por otros tantos el mes siguiente.
Surgen interrogantes: ¿cómo conseguir tantos libros nuevos? ¿de dónde salen? ¿cuál es su calidad? ¿por qué se venden?
Las editoriales han descubierto, digamos en los ultimos veinte años, el mercado de consumo. Han decidido llevar su negocio fuera del mercado de los bienes culturales y meterse en el mercado de consumo de bienes en general, compitiendo con los otros bienes que se ofrecen en ese mercado. Venden libros a compradores de zapatillas, a compradores de autos, a deportistas, a cocineros, a todo tipo de gente, ya no solo a los lectores (siendo que el porcentaje de verdaderos lectores, en una población de nivel cultural alto, no pasa del 10%). Lo que no pierden a la hora de competir en los nuevos mercados son las ventajas de su origen, ese es el caso del impuesto al valor agregado que comentaba antes.
Por otro lado, las editoriales necesitan alimentar sus propias maquinarias de producción para estar a la altura de sus nuevos consumidores. Los libros salen entonces de cualquier lado, simpre que llenen 2 requisitos: 1- que sean baratos, y 2- que permitan a la editorial ahorrarse la mayor cantidad de dinero en publicidad, o que por lo menos optimice ese gasto (por esto siempre es preferible publicar a los "conocidos del público", incluso en el caso de que fueran unos absolutos analfabetos inecapaces de escribir sus propios nombres).
Sobre la calidad: sin comentarios. Ésta es una industria de la basura. Toda la gente que trabaja en ella tiene tanta idea sobre libros como yo de ingeniería naval. Son excelentes comerciantes, grandísimos empresarios, tanto es así que podríamos transplantarlos a la industria vitivinícola, o la la industria de la construcción, o mandarlos a todos a los mercados de frutas y hortalizas, sin que dejen de cosechar éxitos, y tal vez ellos mismos no notarían la diferencia.
Conozco personalmente a un ex gerente comercial de la editorial Planeta con una carrera ininterrumpida de 35 años en la industria del libro, que me ha confesado haber leído, en todos esos años, solo un libro de autoayuda para parejas que se divorcian.
Me dirán: no es el trabajo del gerente comercial leer lo que vende. Y eso es, precisamente, lo más lamentable: en especial desde que el gerente comercial es más importante que los editores dentro de las editoriales, y prefieren elegirse estadísticas comerciales por sobre evaluaciones más específicas, a la hora de decidirse qué se publica y qué no.
Juan Forn publica "La tierra elegida" y resulta un libro mediocre, impasable, casi estúpido y por lo demás incoherente. Un librero de Mar del Plata, conocido de Forn a quien había entrevistado en varias oportunidades, le pregunta por qué su libro es tan miserablemente malo (seguramente lo preguntó con otras palabras), y Forn le contesta: "preguntále a Guillermo". Guillermo Sacomano, parado en ese momento al lado de Forn, era en aquel momento editor de Plantea - donde se publicón el libro de Forn - y su respuesta es reveladora: dice que se vió obligado a recortar la obra de su amigo para conservar su trabajo, puesto que la directiva de la editorial manda que no se publiquen textos que requieran más de una hora o una hora y media de lectura; los textos más largos o más densos aburren al público que se distrae, se aburre y, en definitiva, no los compra.


El libro como negocio 2

Aca esta la segunda parte que estoy debiendo desde hace rato. Para los que no recuerden o no hayan leído la primera parte, aca les dejo el link:


Tengamos en cuenta la gente hay que poner a trabajar entre la editorial y, recorrido de distribución mediante, los puntos de venta, para mover y vender estos libros. Imprenteros, editores, autores, correctores, diseñadores, ilustradores, empleados de depósitos, fleteros, repositores, libreros, vendedores. Sólo la logística de transporte para que esto funciones es monumental (link a interbook). La sola cantidad de cartón que se emplea en el embalado para la distribución es impresionante.
Un dato improtante: la industria del libro, gracias a cierta ley de promoción cultural, está excenta del impuesto al valor agregado (IVA). Ninguna de las actividades relacionadas con esta industria paga ese impuesto. Esta situación poco o nada ha beneficiado a la promoción cultural o a la difusión de la lectura, aunque si se han visto ampliamente beneficiados los empresarios que viven de vender, al mayor precio posible, la basura más económica de producir, ejerciendo la máxima absoluta del marketing: lo que importa es el packaging.
Las editoriales compiten por el espacio de exhibición en sus puntos de venta: vidrieras, mesas, mostradores, escaparates, cartelería, bolsas de nylon, remeras y gorras, todo lugar en el que se puede mostrar la tapa de un libro es campo de batalla entre editoriales. La cuestión está en ver quién mete mayor cantidad de tapas en las vidrieras de las mejores librerías.
Hay varias maneras de llevar adelante esta competencia, pero la más barata (en términos tanto económicos como intelectuales) es meter presión por acumulación: se envía a los puntos de venta la mayor cantidad de novedades editoriales, las cuales contarán con el apoyo publicitario de la editorial, al menos durante algunas semanas.
Asi tenemos un negocio basado en la venta fugaz: muchos títulos que venden relativamente poco (porque no se necesita que vendan muchos ejemplares por cada título, esa carencia se reemplaza vendiendo muchas porquerías de diferente color) y esto en el menor tiempo posible, generalmente en el plazo de uno o dos meses. Estos libros son incapaces de sostenerse en el tiempo, y serán reemplazados por otros títulos casi inmediatamente, con excepción de aquellos que demuestren una mejor performance y puedan durar un poco más.
Cualquier librero que conozca su negocio les puede explicar que un gran éxito editorial, de esos que venden muchos libros durante mucho tiempo, es una buena inyección de liquidéz en su economía, pero no es lo que sostiene su empresa. Son los otros libros, los que se venden de a poco y que pasan sin pena ni gloria, pero que a fuerza de repetirse y renovarse, de sumar y de ser miles y miles de libros distintos, esos son los que hacen marchar el negocio. ¿Qué diferencia hace una venta de doscientos o quinientos ejemplares de un Harry Potter el mes de su lanzamiento, cuando la librería vende, ese mismo mes, quince o veintemil libros distintos? quince o veintemil libros que se venderan quizás por única vez, y que serán reemplazados por otros tantos el mes siguiente.
Surgen interrogantes: ¿cómo conseguir tantos libros nuevos? ¿de dónde salen? ¿cuál es su calidad? ¿por qué se venden?
Las editoriales han descubierto, digamos en los ultimos veinte años, el mercado de consumo. Han decidido llevar su negocio fuera del mercado de los bienes culturales y meterse en el mercado de consumo de bienen en general, compitiendo con los otros bienes que se ofrecen en ese mercado. Venden libros a compradores de zapatillas, a compradores de autos, a deportistas, a cocineros, a todo tipo de gente, ya no solo a los lectores (siendo que el porcentaje de verdaderos lectores, en una población de nivel cultural alto, no pasa del 10%). Lo que no pierden a la hora de competir en los nuevos mercados son las ventajas de su origen, ese es el caso del impuesto al valor agregado que comentaba antes.
Por otro lado, las editoriales necesitan alimentar sus propias maquinarias de producción para estar a la altura de sus nuevos consumidores. Los libros salen entonces de cualquier lado, simpre que llenen 2 requisitos: 1- que sean baratos, y 2- que permitan a la editorial ahorrarse la mayor cantidad de dinero en publicidad, o que por lo menos optimice ese gasto (por esto siempre es preferible publicar a los "conocidos del público", incluso en el caso de que fueran unos absolutos analfabetos inecapaces de escribir sus propios nombres).
Sobre la calidad: sin comentarios. Ésta es una industria de la basura. Toda la gente que trabaja en ella tiene tanta idea sobre libros como yo de ingeniería naval. Son excelentes comerciantes, grandísimos empresarios, tanto es así que podríamos transplantarlos a la industria vitivinícola, o la la industria de la construcción, o mandarlos a todos a los mercados de frutas y hortalizas, sin que dejen de cosechar éxitos, y tal vez ellos mismos no notarían la diferencia.
Conozco personalmente a un ex gerente comercial de la editorial Planeta con una carrera ininterrumpida de 35 años en la industria del libro, que me ha confesado haber leído, en todos esos años, solo un libro de autoayuda para parejas que se divorcian.
Me dirán: no es el trabajo del gerente comercial leer lo que vende. Y eso es, precisamente, lo más lamentable: en especial desde que el gerente comercial es más importante que los editores dentro de las editoriales, y prefieren elegirse estadísticas comerciales por sobre evaluaciones más específicas, a la hora de decidirse qué se publica y qué no.
Juan Forn publica "La tierra elegida" y resulta un libro mediocre, impasable, casi estúpido y por lo demás incoherente. Un librero de Mar del Plata, conocido de Forn a quien había entrevistado en varias oportunidades, le pregunta por qué su libro es tan miserablemente malo (seguramente lo preguntó con otras palabras), y Forn le contesta: "preguntále a Guillermo". Guillermo Sacomano, parado en ese momento al lado de Forn, era en aquel momento editor de Plantea - donde se publicón el libro de Forn - y su respuesta es reveladora: dice que se vió obligado a recortar la obra de su amigo para conservar su trabajo, puesto que la directiva de la editorial manda que no se publiquen textos que requieran más de una hora o una hora y media de lectura; los textos más largos o más densos aburren al público que se distrae, se aburre y, en definitiva, no los compra.

2/10/08

Marea baja

Todos los que sepan como hacerlo: descarguen Drunk as Cooter Brown de Cassandra Wilson, algo para sentirse bien un rato cuando hacen tanta falta motivos de bienestar, de sentirse bien.
Quisiera ser músico o pintor, o cualquier otra cosa que no yo, hoy no. Tengo la miseria sitematizada, el vicio mental de la depresión, del decaimiento emocional. Ya ni siquiera como una pose interesante, solo como una tara genético hereditaria, mal formación congénita del carácter, tendencia ineludible a la flaccidez mental, al raquitismo de las ideas, etc etc etc.

¿Cómo responder al llamado de la inspiración cuando suena tan ridículo como esas campanitas en los cuentitos de hadas para chiquitines taraditos?

Declaración de estado: me he perdido completamente la fe. Mi mujer salio de paseo y un par de horas mas tarde la encuentro logueada en el messenger bajo la leyenda "no molesten, estoy de joda". Soy la escoba con la que se junta la mierda de los gatos que cagan el felpudo de la puerta trasera del cuarto de limpieza del depósito de la dependencia del sótano de un restorán chino de cuarta categoría.

Y no me creo mi propia historia, me tengo rodeado, me puse mordazas y sogas al cuello y candados por todas partes, barricadas y jovencitos musulmanes con ladrillos de C4 atados al cinto, no quiero pasar, me dejo afuera y me lamento de mi cara bajo la lluvia y no puedo entrar porque muy contento cerré y tiré la llave pensando que nunca más la iba a necesitar.

Ya no me entusiasmo con mis arranques de "cosas buenas" sean lo que fueran, no las soporto mucho tiempo porque todo el tiempo algo está poníendose en movimiento haciendo mucho ruido, todo el tiempo una fiesta empieza en algún lado. Y todas las fiestas despiertan el entusiasmo que vamos a terminar ahogando en maremotos y tsunamis de wiskys y trompadas a las cuatro de la mañana cuando ya no nos quede nada más que la triste cara, cada vez mas vieja y deslucida, pidiendo socorro en el espejo.

Tengo un problema personal con el encargado de la puerta detrás de la cuál alguien escondió "todo lo bueno que puedo esperar de la vida" y ese hijo de puta no me la quiere abrir. Se habrá puesto de acuerdo con mi madre la muy mal parida que daría su teta izquierda con tal que esa puerta no se me abra nunca.

ALCOHOL!!!!!! Hay que emborracharse como Cooter Brown y prestarle atención a Cassandra Wilson, porque no hay nadie más que valga la pena escuchar.

El ejemplo para los hijos (paréntesis): ¿¿¿es que hay hijos???, pero... pero... ¿cómo se puede ser tan irresponsable?. ¡Dios conservador, democrático y libremercadista! ¡Que alguien castigue a este hombre!

NO HAY EJEMPLO POSIBLE, cuando es tan sencillo mirar detrás de las cortinas y descubrir que no quedó nadie, todos se fueron, ninguno de los que aparecen en las fotos todo sonrisas y peinados a la gomina, absolutamente ninguno se hace responsable cuando empiezan los reclamos, no hay nada más que yo mismo. ¿Eso es lo que asustaba tanto a mi propio padre que lo hizo huir sin mirar atrás en cuanto tuvo oportunidad? Asusta. Viejo, te quiero decir que, a pesar de lo muy sorete que sos, te entiendo. Osea, te entiendo es que puedo razonar el proceso por el que me imagino que pasaste, y puedo razonar las conclusiones a las que llegaste, y puedo razonar las decisiones que tomaste. Que sos un sorete y una mierda de persona no te lo saca nadie.

No quiero eso para mis hijos, pero la desgracia genética está ahi, el gen de la hijaputez, años de adoctrinamiento en el profundo seno del desprecio familiar. Corro una carrera escapándome de mi mismo, y la corro hasta pulverizar mi propia conciencia, mis músculos, mis ánimos y mis ideas.

El nervio de la creatividad no existe. Es el largo caño que acaba en el ano (metafóricamente: la vena cagatoria) el único lugar por el que salen las ideas.

PD: para los que hayan llegado hasta el final... www.cassandrawilson.com