28/1/10

snorkel


Encendió otro cigarrillo pensando, por centésima vez esa mañana, en dejar de fumar. Eran las siete y media, segundo miércoles de agosto, lloviznaba y hacía frío, y arreciaba el viento. Llevaba en la fila unos cuarenta minutos, tal vez menos, pero la espera de la gente que busca trabajo multiplica el tiempo. Había unas veintitantas personas aguantando a pié firme en la vereda, todos deseaban con el alma irse a cualquier otra parte del mundo.

Una esbelta empleada, uniforme azul y pañuelo blanco al cuello, iba y venía a lo largo de la fila, hablaba cada tanto con alguien, explicaba las causas de la demora, nadie le prestaba atención. De la recepción del hotel salió un tipo recién afeitado, todo sonrisas y capacidad de mando, buscando a la empleada de uniforme. Entraron y al rato ella volvió a salir con una resma de papel bajo el brazo. Formularios de bacante. Los repartió lenta pero eficientemente entre todos los aspirantes al destacado puesto de repositor de supermercados.

Evitar que el papel lamentablemente fotocopiado se empapara con la llovizna era una tarea desalentadora. Octavio, incómodo, aterido y de pié, llenó su formulario mezclando los datos obvios con las mentiras de siempre. La sola intuición de la entrevista en la que pudiera desembocar toda aquella espera, todo aquel trámite, lo ponía nervioso. La sarta inagotable de lugares comunes y situaciones repetidas era para enloquecer a la más potente de las estructuras psíquicas. Sin embargo, uno de los ítems finales en el formulario lo desconcertó. El título indicaba “Observaciones”, y un comentario lo detallaba: “En el caso de reunir aptitudes o talentos que Usted crea relacionados con el puesto, explíquelos detalladamente aquí”.

En los renglones dedicados a las observaciones, Octavio escribió:

“A lo largo de los años he desarrollado, estimulado por el placer egoísta que suelo obtener, una gran habilidad en la práctica de lo que muy higiénicamente se denomina cunnilingus.

Mi dedicación al sexo oral, específicamente al que se aplica sobre la vagina, es devota y absoluta. Siento por esta forma de estimulación de la mujer una predilección incomparable, y de ella obtengo las gratificaciones físicas y espirituales más inconfesables.

Alentado por esta predilección, he aprovechado cada oportunidad para explayarme y solazarme chupando, lamiendo, frotando y mordiendo los genitales femeninos tanto como he podido, incluso hasta saturar y aburrir, hasta resultar tedioso y repetitivo. Les he cantado canciones, les he contado historias, me los he tragado, aspirado y suspirado, los he examinado detenidamente, los he palpado, los he abierto y los he cerrado. Reconozco sus latidos, sus humedades, sus inflamaciones, sus infinitas tonalidades, sus concavidades y sus sabores. No dudaría al afirmar que he visitado más veces los genitales femeninos con mi cara que con mis propios genitales.

Las mujeres son siempre diferentes en todo lo referente a los asuntos sexuales. Con el tiempo desarrollé un marcado favoritismo por aquellas que saben apreciar la calidad de un buen cunnilingus. Algo en la piel, algo en el aire que rodea a estas mujeres, en sus gemidos y en sus convulsiones, se carga de una potencia incomparable cuando son chupadas, lamidas, frotadas y mordidas. Zambullirme en ellas, untarme con sus fluidos, palparlas con los ojos, con la barba, ensalivarlas, recorrerlas por dentro con la lengua, no encuentra comparación con ninguna otra cosa conocida.

La vagina me despierta por asociación la idea del snorkel: un aparato hecho para la cara, para la boca y la nariz y para los ojos; podría respirar en ellas, y a traves de ellas, sin riesgo de perder la vida.

El sexo oral es un camino que conduce a la expansión del espíritu. Wǔ Zhào, conocida póstumamente como Wǔ Zétiān, única emperatriz de la China, obligó por decreto del imperio a todo aquel dignatario que la visitara a practicarle el cunnilingus. El “Cantar de los Cantares”, según las más versadas traducciones, también lo menciona: “tu vulva es un cántaro, donde no falta el vino aromático”; los pudorosos reemplazan “vulva” por “ombligo”, lo que no tiene ningún sentido. Según el Tao, la ingesta de los jugos vaginales permite incrementar el ch’i.

En comparación con todo esto, un miembro duro, recto y uniforme que entra y sale de un agujero me parece muy poca cosa. La prueba está en lo fácilmente que la vagina puede reemplazarse, para el pene, con la boca y con el ano, sin importar que estas cavidades alternativas pertenezcan o no a una mujer.

Pero la vagina es un misterio insoluble, uno que jamás perderá atractivo. En su órbita el deseo sigue siempre virgen, siempre arrollador. Toda mi experiencia es inútil cada vez que se presenta una nueva oportunidad de ponerla en práctica, y esta incertidumbre renovada es la que hace progresar al talento.

Claro que, para ser sincero, no veo de qué manera este talento pueda relacionarse con el puesto que la empresa ofrece, pero no quería dejar la casilla en blanco. Si ustedes fueran capaces de encontrarle alguna aplicación práctica, yo estaría dispuesto a trabajar sin remuneración salarial de ningún tipo.

Atte. Octavio.”

La chica del uniforme azul y el pañuelo blanco recorrió la fila reuniendo las planillas. Octavio escribió sus últimas líneas mientras ella, parada a su lado, esperaba con ansiedad y alguna cuota de fastidio. Le dio el papel pero, cuando ella lo agarró, todavía lo sostuvo un segundo, mirándola a los ojos. Finalmente la dejó ir. Ella volvió a entrar al lobby del hotel y Octavio abandonó la fila encendiendo otro cigarrillo.

27/1/10

El estado de la cuestión


¿Estarás recibiendo mis mails? no lo sé, borré tu dirección cuando logré pasar una semana sin hablarte, y después me arrepentí, y volví a agregarte acá y en el chat, aunque no estoy seguro de haber reincorporado las direcciones correctas. Pero, incluso en el caso de recibir estos mails, ¿los leés?, tampoco sé eso.

Tu capacidad de silencio y distancia me produce una notable admiración. Ojalá yo estuviera a la altura de ese silencio. Estoy seguro de que si pudiera sostener la distancia como lo hacés vos, este problema nuestro se solucionaría mucho más rápido. Pero no puedo, no tengo una décima parte de tu fuerza de voluntad; esta situación por medio de la cual vos esperás alcanzar claridad a mi me confunde, esta situación en la que cifrás tu tranquilidad a mí en enfervoriza, vos encontrás en esto una vuelta a tu intimidad, y yo estoy absolutamente perdido. No me reconozco, ya no se quién soy, no le encuentro sentido a las cosas, todo tiene un gusto soso, impasable, intragable, y tengo la sensación de que mi identidad se disuelve, se pierde.

Me doy cuenta de la transformación que se va produciendo, lenta pero imparable, en mí, y por lo tanto en nuestra manera de relacionarnos. A estas alturas soy un asco, me siento un asco de persona, aborrezco mis arrebatos de acoso, mi insistencia con el teléfono, con el celular, con los mails, con mis vigilias a la puerta de tu casa. Esto en lo que me voy transformando no tiene nada bueno para darte, no se parece en nada a lo que yo mismo era cuando podía hacerte feliz. Y es inevitable que vos lo notes, incluso desde esa distancia que guardás tan celosamente, y es inevitable que sea un motivo más para sostener la distancia. Soy la evidencia que desmerece todo lo bueno que alguna vez compartimos.

Estoy encerrado en ese círculo vicioso, totalmente enceguecido, incapaz de ejercer la inteligencia en nada que tenga que ver con nosotros, con nosotros juntos o por separado, estoy ciego para mí y para vos, y mi ceguera se va comiendo todas mis cosas.

En el centro de todo esto, una verdad clara y sencilla: no tengo respuestas, y tal vez no las vaya a tener nunca. Estoy tan seguro de esto como del amor impresionante, inmenso, que siento por vos, y que me mastica los huesos todo el tiempo. No se qué hacer. Sigo insistiendo como único recurso en el vértigo de esta sinrazón que me arrastra, pero es pernicioso y perjudicial y nos aleja cada día más. Dejar de insistir, dar todo por perdido, me resulta inimaginable, incomprensible, insostenible incluso como hipótesis.

Y no tengo respuestas.

A lo largo de mi vida conocí tiempos mejores y peores, momentos muy buenos y muy malos; generalmente lo bueno y lo malo viene tan mezclado que es difícil distinguir. Tengo alguna memoria de ciertos eventos críticos, más o menos importantes, como de ciertas alegrías, tampoco gran cosa. Pero lo que me pasó con vos, cuando fuimos felices, y lo que me pasa ahora que ya no lo somos, me resulta tan potente, me abarca y me arrastra con una fuerza tan grande, que ya estoy emocionalmente exhausto, exánime, completamente entregado a la corriente. Y me estoy ahogando.

En la convicción más absoluta de que sos la mujer de mi vida, incomparablemente hermosa sin medida en todos los aspectos de la belleza a los que puede aspirar el ser humano, me encuentro abrumado y perdido por las circunstancias. Tengo la sensación de haberme adentrado en el mar, y de haber dejado atrás, hace algún tiempo, de hacer pie, de encontrar el piso que me sostenga. Lo único que todavía impide que me desmorone es una fuerza que no se de dónde sale, una fuerza inconsciente, gregaria, la fuerza torpe de levantarse cada mañana, de ir a trabajar, de cocinar una salchicha, de lavarse los pies. Vivo dormido y olvidado en esa fuerza sorda la mayor parte del tiempo, con miedo a despertarme pensando en vos.

Sufro la idea de que tal vez las respuestas las tengas vos, vos que no querés devolverme el sonido de tus palabras, y que elegiste este camino para encontrar esas respuestas lejos de mí, respuestas tuyas, que sólo te servirán a vos si es que algún día aparecen.

Pasé por todas las tonalidades del enojo, del despecho, de la súplica, hasta la íntima conciencia de haber perdido la dignidad, dignidad necesaria a la luz de tu mirada. En mi arrebato soy lastre, soy ancla, soy el obstáculo a cualquier solución, en el camino que elegiste soy la peor de las compañías.

Tu convicción de que este procedimiento nos reportará algún tipo de beneficio tras una espera indeterminada, para mí forma parte de una realidad inaccesible, indescifrable.

Pasaron meses. Atrás quedó el término normal en el que deberíamos haber tomado algunas decisiones. Y el tiempo sigue corriendo, conspirando en contra nuestra. Deliro pensando que estoy en tus manos, y todo indica que tus manos no están interesadas en sostenerme. La única opción honorable que queda por delante es el olvido. Cada parcela de mi cuerpo se resiste a olvidar, como el que se resiste y lucha contra el dolor, contra la imaginación que el dolor inminente despierta antes de producirse.

26/1/10

liturgia del pesimismo


El problema de fondo radica en que ya lo sé. Y lo sé todo. Todo lo que se me pueda decir al respecto: lo pensé antes, lo repensé, lo pensé mejor que cualquier otro, lo entendí, lo asimilé, y no me sirve para nada. Lo que yo sé y lo que cualquiera puede saber aunque muchos no lo sepan, todo lo que pueda saberse, no sirve para nada cuando las puertas de la razón se niegan a abrirse frente a la evidencia de lo inevitable.

Y no estoy dispuesto a explicar lo que cualquiera puede saber, lo que yo mismo ya sé, desde siempre. El problema de superficie radica en que, para enfrentar el problema de fondo, no puedo elegir ningún camino que no pase por la autodestrucción, por el lento consumirme a mi mismo. Soy la materia en la que se disuelven mis propios morbos, y el morbo sólo se disuelve a temperatura de ebullición.

Cuando llegue el Apocalipsis, habrá un grupo de sujetos que se siente a disfrutar el espectáculo en cómodas reposeras amarillas, bebiendo tragos frutales con pequeñas sombrillas colgando hacia un lado, y haciendo comentarios tontos del tipo “Uh! Aquel de la izquierda la está pasando muy mal!”, y yo espero estar en este grupo.

Además, el que la pasa peor siempre es “aquel de la izquierda”.

Es inevitable. Según el Agente Smith, “the sound of inevitability”: una trompeta que te meten por el culo y la soplan con la fuerza de todas las tempestades. Es inevitable zambullirse, ahondar, profundizar. Las gentes más desconcertantes son aquellas que evitan los problemas, que deciden no enfrentarlos, o enfrentarlos con herramientas de una naturaleza completamente diferente al conflicto. Las herramientas de la ecuanimidad, de la inteligencia, de la mesura. Gente que “evalúa”, que realiza “consideraciones”. Desconcertantes y fascinantes. Para mí incluso incomprensibles.

Maniobras evasivas. El uso de la razón no es más que una manera de justificar la no comprensión de lo incomprensible. Se rodea el núcleo mismo del caos con un sinfín de estadísticas, ecuaciones y protocolos tranquilizadores, para encerrarlo en un armario oscuro sin cargos de conciencia. Y la gente feliz vuelve a ocuparse de sus asuntos felices.

La única manera de enfrentar el conflicto es multiplicándolo, prosperando en la incomprensión, abdicando en su favor, entregándole la virginidad anal. Mi especialidad.

Hundirse hasta la nariz en el disgusto. Y encontrar el placer. Esta es la parte que no entiende nadie, la parte inefable, el “côté de chez Swann” de los conflictos de la vida, el lado por el cual la memoria registra todo sin la menor sospecha de cómo dar cuenta de ello, de cómo transformarlo en experiencia transmisible. Todas las decisiones desacertadas. Todos los arrebatos místicos. Todos los lances a cara o cruz. Y encontrar el placer en esto, y sólo en esto. Precipitarse en el vértigo y desintegrarse las muelas apretando los maxilares.

Si sólo dejara de persistir la necesidad de compartirlo, de decirlo, de buscar alguien más que lo entienda; si pudiera confiarme, si alcanzara con saber, sin confirmaciones de ningún tipo; si pudiera quedar exento de sus ojos…

24/1/10

Blitz


Blitz como una verdadera cloaca de corriente de pensamiento. Puedo reírme y aplaudir dando vueltas por la cocina, seriamente emocionado, drogado, hambriento, y sin sentido, con miedo del sinsentido, pero no hay interrupciones para este bombardeo de la inminencia fecal, boca llena de miel, de los dedos de los pies. Levantar la cabeza y mirar buscando errores, la pantalla, luces azulblancas de pantalla sobre la cara. Persistir con la amnesia voluntaria, con la anestesia auto aplicada, procrastinar, fomentarnos nuestra propia representación teatral de nuestros dramas chiquitos y ordinarios. Justificarnos.

Lavé la boca con un beso cada mañana de tus manos, una idea, un brillo de genialidad aunque fuera prestado, no hay caminos para la resignación. Soy un pesimista hereje, que llegó a Dios por la ruta de Colón. No podría aceptar un final que no fuera feliz, y mi agonía me llena de miedo, saber que una flaqueza al final puede delatarme.

Una lengua suave al oído, llena de esa dulzura del decir que ablanda la panza que la escucha, y llenar de asombro, llenar de asombro. En todo lo que cabe de un cuerpo.
Sentiría los golpes que sacuden el pecho. Sabría encontrarte por los rincones vacíos. ¿Cuánto podrá faltarme para ser uno de esos tontos frágiles y delicados que aparecen en los cuentos de Bukowski?, malos escritores mantenidos por sus tías, fracasados, alcohólicos y endeudados, tontos descerebrados sin carácter incapaces de reconocer su falta absoluta de talento.

Y del sur de las américas, de la américa nuestra. Subdesarrollado. Objeto de estadísticas dentro del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). En mis condiciones de precariedad habitacional, educativa y sanitaria.

Amén.

19/1/10

… y cuando me de vuelta, que te conviertas en estatua de sal … (decálogo para olvidarte)


1. Mesura. Contar los días, de la misma forma en que se hace para dejar cualquier vicio; aferrarme a las horas, confiar en ellas, recordando siempre que su tarea es agotarse, pasar, acumularse sobre la memoria hasta anegarla.

2. Distancia. No llamarte, no escribirte, no tocar tu timbre, no esperar tus llamadas, no esperar tus mensajes, no atender mi timbre con la renovada esperanza de encontrarte al otro lado de mi puerta.

3. Higiene. Borrar todas tus huellas, quemar tus fotos, tirar tu ropa y regalar tus muebles, eliminarte de todas las agendas, de los discados rápidos, de mis itinerarios, del olor en la piel.

4. Templanza. Manejar con cuidado los estimulantes; el alcohol y las drogas pueden procurar cierto alivio relativo, pero los estados de euforia son difíciles de manejar, generan flaqueza y favorecen la distracción del objetivo principal. Y el objetivo es olvidarte. Repetirlo como un mantra: el objetivo es olvidarte, el objetivo es olvidarte…

5. Cordura. Durante el día saltar, gopear las paredes, morder las patas de las sillas, gritar por las ventanas, insultar a los automovilistas, maltratar a los empleados públicos; por la noche transpirar las sábanas en la cama solitaria y mantenerme impasible en la marea de las pesadillas.

6. Sinceridad. Reconocer para mí mismo que tu íntimo deseo es no volver a verme, y clausurar de una vez este ridículo diálogo que mis pensamientos insisten en sostener – tan obstinadamente – con tu figura imaginaria.

7. Soledad. Mantenerme al margen de nuevas relaciones; en las actuales condiciones de depresión y melancolía están destinadas al fracaso por efecto de la comparación. Un nuevo fracaso equivaldría a la pérdida definitiva del frágil equilibro hasta ahora alcanzado.

8. Estoicismo. Perder todas las esperanzas, y aguantarme así, sin ellas.

9. Paciencia. No perder de vista que, antes o después, al final no quedará nada del dolor que hoy parece abrumador.

10. Decisión. Volver a la triste realidad del mundo que no te contiene.

2/1/10

Témpora


Lo que Eddington dice sobre la dirección del tiempo y la teoría
de la entropía, va más allá de que el tiempo cambiaría su dirección
si los hombres empezaran un día a caminar para atrás
.”
Ludwig Wittgenstein (Aforismos)


La vida entera se ha transformado en una locura sin sentido. Alguien tiene que decirlo de una vez, alguien debería dar testimonio de esta espiral de sinrazón que se ha desatado entre los hombres. Van a detenerme y tal vez a matarme por esto, como les sucedió a muchos otros, porque el orden mismo de esta escritura es profano y blasfemo, porque no puedo abandonar la sucesión, la continuidad, porque mi confesión será considerada “contra-natura”, pero no encuentro motivos para evitarlo, no hay nada por lo que valga la pena seguir adelante. Ya no hay, ya no existe “adelante”.

En el futuro, o en lo que ahora entendemos por “futuro”, quedaron para siempre perdidos los motivos, olvidadas las causas de todo lo que está sucediendo, y nadie se pregunta ni se preguntará jamás por aquellas causas de las que nos alejamos irrevocablemente. No tengo conocimiento de aquellos sucesos, apenas rumores y entredichos, mitos y leyendas de un futuro inalcanzable y que se distancia más y más en el tiempo. Hubo un período de terror, el terror se desencadenó tras las guerras, y las muertes, o tal vez fuera al revés, el orden cronológico es confuso. La noción de orden cronológico está ya fuera del alcance intelectual de la humanidad. Aparecieron, antes o después de las guerras y del terror, los heraldos del Apocalipsis, los voceros del gran pánico que arrebató la lucidez de la gente, sumiéndolos en la sombra, debilitándoles el juicio y la capacidad de razonar; el hombre común se convirtió en un animal influenciable, vulnerable, falto del más elemental sentido común.

Algún tiempo antes, en el pasado del caos que desató la pérdida del futuro, aparecieron los “Témpora”, ese fue el nombre que se dieron a sí mismos. Se creían sacerdotes, así se presentaron, pero no eran más que el resabio de las universidades, la resaca científica y los políticos supérstites. No faltó quien los acusara de haber desencadenado las guerras que en el futuro habían devastado las ciudades y degradado al género humano, pero las explicaciones eran oscuras y aún los testigos directos carecían de pruebas. Los “Témpora” prevalecieron y comenzaron a envenenar nuestros oídos con sus ideas. En cuanto ganaron sus primeros adeptos organizaron rápidamente su secta, su cruzada, y se impusieron. Se cuentan macabras historias sobre los últimos tiempos, cuando todavía luchaban contra facciones adversas pero, como ellos mismos dicen, “la marcha hacia el pasado es irrevocable”.

En un mundo carente de las mínimas organizaciones sociales, los Témpora se fortalecieron e impusieron su propio orden. La desesperación, el miedo, la necesidad connatural del hombre de delegar la propia responsabilidad en manos ajenas, estuvieron de su lado. Sabrán los Témpora ser paternales cuando fuera necesario, sabrán ser violentos si viene al caso, sabrán hacerte entrar en razón por cualquier medio. Y de lo contrario serás ejecutado. Ellos cuentan con el socorro del tiempo, los demás debemos someternos a su patrocinio.

Lo primero y lo más importante que supimos de los Témpora fueron sus extrañas (así las llamábamos en aquel futuro, “extrañas”) teorías sobre el tiempo. Decían que el tiempo no era más que un efecto y una manifestación de la voluntad del hombre. Decían que esa voluntad atrofiada y malversadora del tiempo era la culpable del caos y la destrucción que nos habían dejado al filo de la extinción universal. Era nuestra obligación imponer nuestra voluntad sobre el tiempo, decían, para ejercerlo en el sentido contrario, contrario al orden temporal que nos llevara a la destrucción.

La tesis general de los Témpora se sostenía en la idea de la voluntad colectiva. La voluntad de un hombre no es capaz de alterar nada fuera del alcance de su entorno inmediato, pero la voluntad mancomunada de muchos hombres, de cientos de miles, de miles de millones, es capaz – según ellos – de provocar milagros nunca antes imaginados. Ellos decían conocer el secreto que nos permitiría ejercer esa gigantesca potencia de la voluntad para salvarnos, ellos sabrían dirigir a la humanidad hacia nuevos horizontes, hacia un renacer, hacia la salvación que en aquel futuro todos veíamos tan lejana. Sólo nos pedían el sacrificio y la abdicación individual en favor de la causa universal.

Con el adoctrinamiento comenzaron a construirse los templos. Para muchos, aquel tiempo de la construcción fue el último período en que el hombre pudo desarrollar sus ideas según el curso normal del pensamiento, según el sentido ordinario y espontáneo del tiempo. Los templos fueron el nuevo epicentro de la actividad humana, ocupando por su importancia y su influencia el lugar que correspondiera en otro momento a las ciudades, entonces destruidas. Todos aquellos que participaron en la construcción de los templos desaparecieron, pero las desapariciones, habiendo experimentado el dolor y el desastre de la guerra, no llamaron la atención.

Desde los templos, los Témpora se encontraron en óptimas condiciones para dar el paso definitivo. Impusieron su doctrina final a sangre y fuego. A donde se mirase, quienes no se manifestaban como adeptos fanáticos eran ocultos espías de los Témpora, encargados de supervisar la apropiada conducta colectiva de la gente. Ya que el éxito de su doctrina dependía de la masiva coordinación de las voluntades, cualquier individuo que no sometiera su voluntad a los decretos de los Témpora era considerado un enemigo del bien común, y sumariamente ejecutado. Si la realidad daba muestras irrefutables del error de sus doctrinas, de lo impracticable de sus ideas, de lo inútil de sus prédicas, si se presentaba la mínima falla y se levantaba cualquier sospecha de que el “sistema” de los Témpora no funcionaba, se acusaba a las voluntades rebeldes, se las consideraba únicas responsables de toda desgracia, se las perseguía, se las sometía públicamente. Cuando los rebeldes no eran suficientes, si no se lograba atraparlos, o simplemente ya no quedaban rebeldes qué acusar, se los inventaba.

¿Qué esperaban los Témpora? ¿Qué nos obligaron a hacer durante tanto tiempo? ¿Qué nos exigen todavía hoy? ¿A qué nos obligaron mañana y qué nos impondrán ayer? El hijo de mi hijo todavía guardaba memoria, antes de morir, de aquel futuro inexpresable para la mayoría de nosotros. Los Témpora nos obligaron a desandar el tiempo. El “sistema de salvación” de los Témpora nos impone vivir desde el futuro hacia el pasado, nos impone pensar de adelante hacia atrás, nos impone escribir de derecha a izquierda, en el orden inverso de las palabras, borrando a medida que retrocedemos sobre lo ya previamente escrito. Caminamos de espaldas, hablamos un nuevo idioma que no es otra cosa que nuestro idioma original, pronunciado en orden inverso con perfección asombrosa y habitual. Ya no podemos incorporar alimentos, sino expulsarlos de nuestro cuerpo. No podemos orinar, sino inyectarnos líquido a través de nuestros genitales. Nos administramos medicamentos antes de manifestarse cualquier enfermedad. Se nos reintegra el dinero en lugar de gastarlo. La vejez es la primera etapa de nuestra vida; donde antes nos esperaba la muerte, hoy nos aguarda el nacimiento.

Y nada de esto, para mayor tortura y desesperación, sucede al azar. Desandamos la historia, la deconstruimos lentamente, la hacemos correr hacia atrás, hacia el pasado. Nos alejamos del futuro, donde la guerra destruyó a la humanidad, y nos acercamos hacia el pasado, donde todas las utopías encuentran aquel tiempo que siempre fue mejor, el tiempo anterior cuya consecución es hoy nuestra meta y nuestra esperanza. En el “final”, lo más difícil fue deshacer el efecto destructivo de la guerra, reconstruir pieza por pieza cada casa, cada edificio, rellenar los cráteres de las bombas, quitar las balas de los cuerpos, dar vida a la carne muerta. Encaminarnos hacia el “principio”, decrecer, rejuvenecer con el paso de los días, volver al útero materno, un útero que volvía de su propia vejez. Sacar a las siguientes generaciones de sus tumbas. La voluntad, nos decían los Témporas, es la herramienta que puede lograrlo todo.

Se nos impone el esfuerzo mental de una permanente marcha inversa que, implacable, equivale a un método de tortura y lavado de cerebro. Pensar el siguiente paso que se dará, la siguiente palabra que será pronunciada, los gestos, las más importantes y las más insignificantes decisiones, en sentido contrario: no como un acto nacido del libre albedrío sino como la persecución de algo que ya se ha hecho, inalterable predeterminación, buscando el dato que obligadamente estará en la memoria para repetirlo, y con la repetición deshacerlo, desaparecerlo para siempre. Sólo la potencia de la voluntad mancomunada puede hacer que funcione, repiten los Témpora.

A medida que marchamos hacia atrás seremos más felices, nos reencontraremos con la juventud de la humanidad, olvidaremos el odio que nos llevó a la destrucción, olvidaremos la vanidad. Llegará el tiempo en que recuperemos una forma de vida mucho más simple, en contacto con la naturaleza, lejos de la debacle tecnológica y sus desastrosas consecuencias. Volveremos a mirarnos a la cara y nos reconoceremos. Así nos hablan los Témpora. Las voces que se pronuncian sobre ellos están prohibidas. Nadie hablaba de los Témpora en el pasado, nos dicen, porque en el pasado ellos no existían. Esto nos impide opinar, nos impide revelarnos, criticar sus métodos, sus procedimientos. Sin embargo persisten, aquellas voces, se dejan escuchar ocasionalmente, a pesar de las continuas y cada vez mayores desapariciones. Hablan de experimentos atroces, de coerciones inexplicables en nombre del incremento de nuestra fuerza de voluntad. En el futuro aparecen una y otra vez los escépticos. En el pasado ya no existen.

Perdemos sin remedio el sentido de la orientación, la noción de transcurso del tiempo. El orden permanentemente alterado del pensamiento, del discurrir y del acontecer, nos deja cada vez más a merced de los Témpora. No sabemos qué es verdadero y qué no es más que otro de sus inventos para seguir imponiendo sus ideas, sus programas, su “sistema”.

Todo pierde el sentido, todo deriva lentamente hacia la locura, lo cotidiano es una tergiversada versión del infierno. No vale la pena seguir adelante. Ya no hay, ya no existe “adelante”.