29/12/09

Despertar II (2001 - 2010)


claro, toda vida es un proceso de demolición
F. Scott Fitzgerald


Mi día empezó a las 6.45 de la mañana. Llovía copiosamente y hacía calor. Anoche mis chicos se quedaron a dormir en casa, así que me levanté temprano para prepararles el desayuno. Para el más grande medición de glucosa y 8.5 unidades de insulina antes de que se terminara la leche. Esos pinchazos diarios están a mitad de camino de convertirse en un hábito, y a mitad de camino – también – de destrozarme los nervios. Comieron, los vestí, charlamos sobre los juguetes que se llevarían a la casa de su madre y los juguetes que dejarían en mi casa. Habiendo pasado sólo dos días desde la Navidad tienen bastante material qué distribuir. 7:45 llegó el taxi que nos llevó veintipico de cuadras, a las ocho en punto los dejé con su madre. Lo primero que hice al separarme de ellos fue arrepentirme de cada reto a voz en cuello y de cada penitencia que les había impuesto durante el fin de semana; habían estado particularmente difíciles.

Esperando que no se repitiera el chaparrón de la madrugada, caminé las veintipico de cuadras de vuelta, pasando por la puerta de mi casa y caminando todavía cinco cuadras más, hasta el trabajo. Hubiera podido pedirle al taxi que me llevara pero no quise gastar más. No volvería a llover antes de las seis de la tarde.

Me recibió mi compañera: María la Mediocre, todo abnegación y autosacrificio familiar, la típica mentalidad de colmena de los borg en la serie “Star Treck”; inmolación y supresión del sentido de la individualidad. Algunos necesitan eso para vivir, sacarse del medio, borrarse del cuadro, gente que no soporta la visión de si misma.

En el trabajo, libros. Sólo en el día de hoy, mil doscientos treinta y dos títulos. Libros libros libros. Poner un libro sobre el otro, y apilarlos durante ocho horas. Título, autor, editorial, colección, formato, código de distribución, isbn, remito, factura, venta, reposición, clientes, proveedores, unos sobre los otros, en cajas, en paquetes plásticos, en promoción, todos y cada uno de los mil doscientos libros. Autores como Wood, Garwood, Lindsey, Quick, Coelho, Dresell, Tholle, Estivil; títulos como “El ganso está afuera”, “El sabio de las montañas azules”, “1001 trucos para adelgazar vomitando y provocándose diarreas”; libros sobre golf, sobre narcotráfico, sobre puericultura, libros de Louisa Hay, de Stephen King, de Jorge Bucay, de “elige tu propia aventura”, de escritores galardonados con el premio novel, de novelistas argentinos pedantes y pretenciosos.

Treinta minutos para almorzar. El jefe se fue temprano así que estiré mis treinta minutos hasta casi cincuenta.

Ya a las ocho y poco más de la mañana había pensado en escribirle. Llevamos más de una semana sin vernos, hablando por teléfono pero muy desencontrados. El domingo no hablamos en todo el día, si yo decidía no escribirle pasaríamos – casi con seguridad – todo el lunes sin comunicarnos. Se suponía que todo estaba bien, pero habría que poner a prueba el lunes, no quería escribirle yo, como siempre. Soy un pésimo administrador de mi soledad, porque mi soledad me espanta. La extraño y caigo en sus manos y caigo cada vez más bajo mendigándole tiempo. Pero no mendigo más, cuando dejé de fumar me prometí sacarme de encima todo lo que me hace mal, y voy a sostenerme mi promesa. No soy idiota, puedo ver que estoy de más donde nadie me necesita.

Más libros. Charla intrascendente. Ocho horas tiradas en compañía de gente sin ninguna imaginación, incapaz de despertar el más mínimo interés, con la que no tenemos nada en común. Trabajar es apretarse las bolas con el marco de la puerta, voluntariamente.

A las cinco de la tarde salí. Desde ese momento y hasta que me acostara a dormir, mi tiempo sería mío y sólo mío. Fuera del trabajo, una tarde sin mis hijos, llevaba unos diez o doce días esperando ese momento. Había pensado que para entonces nos habríamos puesto de acuerdo para pasar la tarde juntos, pero ella seguía sin llamar. entocnes lo llamé a Lucio, habíamos arreglado para encontrarnos en su casa en cuanto terminara mi trabajo, aunque no me sentía muy atraído por ese proyecto. Lucio me atendió desde la cama, estaba durmiendo y quería dormir más.

En casa comí algo, lavé los platos y me dí una ducha larga y fría. Seguía haciendo mucho calor. Cuando salí del baño se largó a llover sin ninguna misericordia. Lucio me llamó y me dijo que estaría en lo de Fernando. Tenía que llevarle un caloventor. La palabra “caloventor” me resultó llamativa.

– si volvés a tu casa avisame y voy – le dije – prefiero dormir un rato, no quiero ir a lo de Fer

– vamos a estar acá hasta tarde

– bueno, dénse muchos besos en la cola de mi parte

Corté. Me acosté, intenté leer un rato, me dormí.

A las ocho de la noche todavía había sol y ella seguía sin llamar. En ese momento acepté que ya no llamaría. Me cago en el alma sin pecado de todas las monjas vírgenes que sueñan con sádicos sodomitas. Quería apagar cigarrillos en las tetillas de los bebés recién nacidos, quería echar líquido para frenos en los maceteros con flores de mi vecina la viuda, quería cogerme por el culo a mi ex. Necesitaba salir a distraerme un rato.

Me vestí, ordené un poco los libros y los juguetes de los chicos, no quise llamar antes de llegar a la calle por miedo de arrepentirme y no salir. Cuando finalmente atravesé todas las puertas, abriendo y cerrando todas las cerraduras, y ya me sentí seguro, en la calle, lejos de la soledad abrumadora de mi departamento, llamé. Atendió Lucio.

– estamos en lo de Fer – “predecible” pensé – traete una coca que tenemos Fernet.

– ok, llego en diez

Caminé unas ocho o nueve cuadras. Estaba todo húmedo, con un sol indeciso, gente dando vueltas con cara de crisis económica – la cara más vista y repetida en los últimos quince o veinte años. Como siempre, crucé unas cuantas chicas lindas con las que hubiéramos mantenido un buen sexo si se hubiera dado el caso. Yo por lo menos – pensaba al verlas por la calle – lo pasaría muy bien.

La casa de Fernando, en la que Fernando vive con su hermano Juampé, es el último lugar al que nadie querría ir durante un acceso de melancolía. Llevan siete u ocho meses sin pasar una escoba, hay prendas de vestir disecadas en los rincones, bolsos a medio armar/desarmar que se fueron acumulando entre los distintos viajes a Villa Gesell de Fernando o de su hermano, el baño huele a orín, la ducha no tiene cortina, el botiquín no tiene puerta ni espejo, hay telarañas impregnadas en el techo, mojadas con el vapor de la ducha, las toallas hieden humedad y sudoración, hay una mancha de dentífrico y barro en el piso; la cocina está peor. No hay un solo punto agradable en todo el departamento en el cual descansar la vista. Un par de cañas de pescar arrinconadas detrás del modular lleno de polvo y cajitas de cigarrillos. Una bicicleta oxidada en el balcón. Nada más.

La computadora es el epicentro de aquella tierra baldía. Incluso por sobre el televisor al que, aunque siempre encendido y a todo volumen en algún programa insoportable, nadie le presta atención. En la computadora siempre está sentado alguno de los dos hermanos, horas y horas, hoy estuvo Fernando todo el rato mientras estuvimos ahí; para cuando llegué a las ocho y pico de la noche ya llevaría unas tres horas de PC, y ahí estuvo todavía tres horas más. Los tres, Fernando, Juampé y Lucio, se dedicaban a eso con todo ahínco, a la computadora, a los juegos on-line, juegos de rol y juegos de tiros y juegos de estrategia. Trabajaban para poder jugar en el tiempo libre, pagaban un alquiler para jugar en el tiempo libre, luz e internet, los pagaban para poder jugar en su tiempo libre; paraban a cagar, a comer, y lo menos que fuera posible a dormir, para poder jugar en su tiempo libre. Y eran capaces de no cagar para que nadie les ocupara el lugar. A veces se visitaban mutuamente y pasaban el rato viendo cómo jugaba el otro, en su casa, durante su tiempo libre. Y el principal tema de conversación con ellos era el juego, y hablaban sobre el juego durante su tiempo libre, y casi no hablaban de nada más. Yo había tenido mi época que adicción y de jugar compulsivamente, fue una de las primeras cosas que dejé después del cigarrillo. Inmediatamente después de dejar de fumar y de jugar, luego de atravesar un período confuso de readaptación a la realidad, me puse a trabajar en mis cosas y había pasado (había trabajado y había conseguido) un buen año. Mi primer “buen año” en una década y monedas. Estaba contento con eso, y quería más, y estaba convencido de que no jugar tenía mucho que ver con que el año hubiera sido tan bueno.

Intentaba que Lucio despegara también del juego, pero no me creía autorizado a intervenir más de la cuenta. Intentaba recordarle cada vez que me fuera posible que la vida continuaba más allá de la pantalla, pero nunca me atreví a hacerlo sentir mal sobre el asunto de los juegos. Su esposa lo había dejado algunos meses antes, precisamente por los juegos, y también porque estaba loca y no valía ni el peso de su sombra; no era el mejor momento para molestar a Lucio. Así que le regalé algunos libros (a él siempre le gustó leer de vez en cuando) con la esperanza de distraerlo un poco y que le dedicara alguna energía a otra cosa.

En media hora liquidamos la primera botella de Fernet. Tomábamos Juampé y yo, Fernando estaba jugando muy concentrado y Lucio miraba televisión, hablábamos del juego, de las series de la tele, de los estrenos del cine; Lucio me agradecía la novela que le había regalado para navidad, había leído casi doscientas páginas de un tirón en el trabajo; hablamos de las mujeres, a Fernando y a Juampé no les iba tan mal, Lucio y yo estábamos muy pesimistas y nuestras opiniones fueron sombrías. Le pedí a Juampé que armara unos porros y fumamos la marihuana mustia y con olor a raid que desde hacía meses era la única que conseguíamos. Pedimos empanadas para Lucio y para mí, cenamos y tomamos más Fernet, y fumamos. Fernando y Juampé, cerca de las once de la noche, se cambiaron la ropa y salimos todos, los hermanos tenían una cena en la casa de la novia de Fernando. Lucio y yo nos fuimos.

Por inercia fui a la casa de Lucio, estaba a unas dos cuadras y no quería caminar de vuelta hasta mi casa. El departamento de Lucio siempre olía a humo de cigarrillo y encierro. Dos potus flacos colgaban del caño de la cortina del ambiente principal, en la habitación ropa revuelta y sábanas sucias, el baño era más chico y estaba un poco más limpio, la mugre reunida en las barridas de las últimas tres semanas se acumulaba detrás del tacho de basura en la ínfima – y poco utilizada – cocina. Lo primero que hizo Lucio en cuanto llegó, entre que abrió la puerta y prendió las luces, fue encender la computadora. Se sentó, revisó superficialmente el mail, y conectó el juego.

Hablamos un rato más, sombríamente, de su ex mujer, de mi ex mujer y de mi chica que seguía sin llamarme. Lucio no tenía nada para tomar ni para fumar, no dejé de pensar que tal vez tuviera algo de marihuana y no quisiera compartirla, no por egoísmo pero tal vez a raíz de algún prurito moral sobre mi tendencia a enfervorizarme con los vicios. Hablamos del juego. Era un juego que yo nunca había jugado así que no me resultó muy interesante. Un compañero del trabajo de Lucio se mudaba a su departamento al día siguiente, así que Lucio tenía que ordenar su ropa en el armario para hacerle espacio. Cerca de las dos de la mañana me avisó que se podría a trabajar en eso, así que decidí retirarme.

Ocho o nueve cuadras nocturnas, Mar del Plata de calor y humedad, entre navidad y año nuevo, tenía que caminar rápido para evitar el siguiente chaparrón, el clima estaba desencadenado, el cambio climático ya es una locura de lluvias y sequías de todas las tardes, devastadores efectos de la soja y el desmonte, gracias monsanto y todos los multimillonarios responsables, mis hijos se ocuparán de ellos cuando el último recurso alimenticio del mundo sea la carne humana. El verano estaba a punto de desatar las cultas y refinadas hordas turísticas del gran buenosaries. Querido Jorge Luis: no son los espejos ni el coito los que multiplican a los seres humanos, esa proliferación se la debemos a McDonal's, a la playa Bristol, a los sweaters de la calle Juan B. Justo, a los tristes espectáculos callejeros de la rambla y la peatonal San Martín, a la ruta dos y a la ruta once, al salario y al trabajo en negro, al comercio golondrina, a los shoppings, a los micros de larga distancia, a la red cloacal saturada de mierda, a los rosarinos, a los cambios de quincena, a los fines de semana largos y a los feriados, etc.

Caminé. Cada tanto podían verse grupos de seis o siete personas, todas inidentificables, entre sombras, hablando por momentos en voz alta, con actitudes intimidantes; evadir uno de estos grupos implicaba inevitablemente ir a dar sobre otro: grupos de taxistas, grupos de amigos tomando helados – a las dos de la mañana – sentados en bancos largos en la puerta de las heladerías, incluso grupos de gentes que no se sabía qué estaban haciendo, mirando un auto, alguno tirado en el asfalto mojado debajo del motor; un patrullero pasó a buena velocidad cruzando una bocacalle. Entré al minishop de una estación de servicio para comprar una cocacola, quería tomar algo cuando llegara a casa, iba pensando en la ginebra que había llegado oportuna y gratuitamente a mis manos unos días antes. Tuve que esquivar al empleado del minishop que estaba lavando la puerta de vidrio. Esperé pacientemente a que terminada de juntar la espuma con el secador, a esa hora cada cliente lo arrimaría más y más al inevitable ataque de nervios, algún día llegaría a sacar un arma de debajo del mostrador y se desquitaría por toda la mierda que le hubieran hecho comer en el trabajo la manga de desconsiderados que, como yo, decidía comprar su cocacola a las dos de la mañana. Era mejor manejarse con cierta cortesía. Finalmente me cobró la cocacola y salí guardando el vuelto y la billetera en mi mochila, embocándole una patada plena al balde de agua sucia plantado en medio del camino, debajo del marco de la puerta. Se desparramó toda el agua espumosa y negra en el piso del local que parecía recién trapeado.

– perdón – confusión, embarazo – no lo ví…

El empleado me contestó algo que no entendí. Seguí caminando y me alejé. El minishop, vacío cuando yo había llegado, ya se había llenado de gente esperando por sus cocacolas.

Una pareja discutía en la cuadra siguiente. Parece a veces que todo está dispuesto y sincronizado como en las películas. Él le pedía que no lo deje, le pedía a la mujer que se quedara, no quería estar sólo. Ella empezó a contestarle y parece que a él no le agradó lo que escuchaba porque decidió dejar de responder y hacerle burla, imitaba su timbre agudo y chillón y hacía unos ruiditos molestos “¡ñim ñim ñim ñim!” arrugando la cara y dando saltitos, y después agregó “dale, no me dejes por esas pelotudeces”. Ella intentaba hablar otra vez y él “¡ñim ñim ñim!”; ya se sabía todas las respuestas que ella le daría, los dos ya conocerían el desenlace de toda la escena. Estaban algo viejos para esas peleas, cuarenta y pico, tal vez ya pisando los cincuenta. Hay cosas que te envuelven, te arrastran, y nunca te das cuenta a dónde te llevan hasta que, después de haberte pegado unas buenas masticadas, te escupen en cualquier esquina.

La misma patrulla que había visto antes volvió a pasar, había retomado la calle unas cuadras más arriba, y ahora hacía su recorrido lentamente, a paso de hombre, observando.

Cuando llegué a casa me preparé una ginebra con cocacola. Alcoholizado de pena para apagar la soledad, el más triste de los lugares comunes. No, hay uno peor: ganarse un tostador en el sorteo de fin de año del trabajo. Nunca el televisor o el viaje a Bariloche. Por lo menos mis hijos disfrutan las tostadas.

Quise tomar un analgésico y se me cayó al sacarlo del blister. Parece a veces que todo está dispuesto y sincronizado como en las películas. Películas trágicas y patéticas. Estuve un rato agachado para recuperarlo de debajo de la cómoda. Otro rato más limpiándolo de pelos y mugre.

Dos o tres ginebras más tarde, me voy a dormir.

16/12/09

carta al moderno padre burgués


viejo:

¿vos de alguna forma estarás desaprobando mi divorcio? espero que no, seguro pensarás que este problema personal que tenemos vos y yo es por otra cosa, yo creo que todos nuestros problemas están relacionados

el problema que tenemos es que no podemos hablarnos, no sabemos qué decirnos, yo sin ir más lejos ya no te puedo atender el teléfono, estoy completamente acobardado, no tengo miedo de que pase nada en especial, me asusta tener otra conversación sobre la lluvia, y gracias a Dios que tuve hijos, desde ese momento pudimos agregar un segundo tema de conversación a nuestras interacciones, porque seamos sinceros: esa es toda la relación que tenemos

y vos que sos el padre, ¿no tenés nada que ver con eso? ¿con que nuestra relación sea tan tediosa, impersonal y distante?, creo que sí, ahora que también soy padre te hago responsable: yo estoy entregado por entero y con el corazón a mis hijos, y soy absolutamente incapaz de mentir en este ámbito, pongo todo mi empeño – cada día de mi vida que les dedico – en formarlos como personas, les enseño lo mejor que puedo y con toda el alma, y prioritariamente me interesa que aprendan una sola cosa: a no sentir nunca por mi lo que yo siento por vos, porque creo que estás terrible y definitivamente equivocado

toda la vida sospeché eso, toda la vida me pregunté si estarías o no equivocado, y descubrí de manera irrefutable que si

la prueba que me permitió alcanzar esta convicción me la diste vos, no recuerdo bien cuándo pero creo que fue unos meses antes de separarme, cuando no sé en el contexto de qué conversación (y espero en el nombre del cielo que te acuerdes porque yo jamás voy a olvidármelo) me dijiste: “a partir de determinado momento me estaba llevando tan mal con tu madre, que me vi obligado, sin encontrar ningún otro remedio, a hacerme a un lado, a alejarme de ella, y por lo tanto también de ustedes”, en mi opinión de padre, y sintiendo el amor que siento por mis hijos, y gracias a ese amor, me parece que esa fue una actitud miserable, por ponerle un nombre delicado

y tan en lo cierto estoy como que no se qué despreciable espíritu de rectitud se te metió en el cuerpo, que te arrogas el derecho a huelga de paternidad, y te pasás los días sin llamarme (la última llamada fue tuya, la que no tuve el valor de atender, es cierto, me estaba reservando para desatar la tormenta presente, me disculpo), y me tengo que bancar que desde la altura moral que pretendés ocupar hagas tus viajes sin avisarme – porque ahí fue cuando dejaste de llamarme repentinamente y sin motivos aparentes: una semana antes de tu primer viaje sin avisarme, dejaste de llamar precisamente para eso, para venir sin decirme, y cuando me trajiste los chicos a casa la metiste a mi ex en el auto, manifestación absoluta de tu desinterés en mi vida, porque no encuentro otro motivo para que hicieras eso que no fuera tu voluntad de no visitarme en mi casa, si hubieras tenido algún interés en nuestra relación la hubieras dejado a ella en su casa y me hubieras dado la oportunidad de invitarte a tomar un café y charlar un rato

en ese punto me imagino que también me estarás culpando de alguna retorcida manera por lo sucedido, porque no te llamo por teléfono, porque no te llamo para tu cumpleaños, porque aparentemente yo “falté a la responsabilidad de hijo”: te recuerdo que el que fomentó una relación de distancia y desinterés entre nosotros fuiste vos, desde que tengo memoria, desde el primer momento en que te separaste de mamá, te recuerdo que nunca hiciste absolutamente nada por fomentar otro tipo de relación entre nosotros, que tu aburrimiento de padre era notable desde el primer momento, incluso para un chico de 8 años, te recuerdo que no tengo la costumbre de llamar por teléfono a extraños desconocidos que confesadamente no tienen ningún interés en mi vida, ni si quiera para sus cumpleaños, te recuerdo también que tus espantosas conversaciones sobre el clima no son desde ningún punto de vista una relación normal entre padre e hijo, esas conversaciones que durante años fue lo único que me diste (descontando los gritos cada vez que intenté hablar de otra cosa), conversaciones que ya se me hace imposible sostener

he aquí algunos efectos paradójicos del tiempo: me pasé años reservándome estas opiniones primero por cobardía, después por cuidar tu relación con mis hijos, pero recién ahora, en este último mes de silencio, pude darme cuenta de cómo funcionan todas estas cosas; y después de tantos años, ahora que finalmente veo claro y me siento capaz de soltar la lengua y explicar lo que me pasa, vengo a descubrir que no te importa, que nunca te importó, y sólo porque no te importa lo que sea de mi y de mi vida, hiciste las cosas que hiciste, y te manejaste como hemos visto

mi problema actual radica en lo siguiente: no me agrada pensar que mis hijos corren el riesgo de que les hagas a ellos lo que hiciste conmigo, y todo indica que vamos camino a eso, porque si se lo hiciste a tu propio hijo ¿qué impide que se lo hagas a ellos?, pero por el contrario, si no fueras capaz de hacérselo a ellos, si sos capaz de verdadera rectitud para con mis hijos como no lo fuiste conmigo, eso no sería nada más que otra comprobación del desamor que tuviste conmigo

aclaremos qué fue lo que hiciste: transformaste tu relación padre/hijo en una distante y fría ecuación de dinero, y en algún momento del proceso me hiciste creer que el culpable era yo (tal vez porque así descargabas un poco tu propio sentido de la culpa), y además de haber decidido un corte emocional entre vos y yo (eso según tu propia confesión ya citada), cada vez que la situación te pareció demasiado onerosa retrocediste en franca retirada, sin arredrar aún en los casos que concernían a mi educación (te agradezco haber educado más o menos a la vista a tus nuevos hijos, los hijos de tu segundo matrimonio, en quienes hiciste verdaderas “inversiones”, lo que inevitablemente me permitió establecer un notable punto de comparación)

y veo que también estás transformando en ecuaciones económicas tu relación con mis hijos: comprás ropa, zapatillas, me diste plata el día que internaron al mayor, ese fue tu “gran final”, entiendo que le diste plata a mi ex en algún momento difícil, siempre estás ahí, sos el tipo solvente que tiene para las emergencias, el gran éxito del derecho, y también el que sólo sabe llorar por la plata, te voy a contar una cosa: a mi me falta plata de verdad, que todo lo que tengo lo recibo el primero de mes y me la paso luchando para que llegue al treinta, y me la banco y soy feliz, así que no llores más porque no necesito para nada un solo peso salido de tu bolsillo, vamos a dejarlo claro (porque la última vez que hablamos esto casi te morís de un infarto y me gritaste tanto que resultó imposible hacer llegar alguna idea a tu cerebro), a mi la plata no me interesa ni remotamente como a vos, no soy ni lejanamente tan morboso con el dinero

estoy seguro de que un día mis hijos te van a parecer un hobbie muy caro, vos que los estás amaestrando en la plata, asumiendo que sólo vos podés decidir en este mundo cuánto cuestan las cosas, un día alguno te va a decir “quiero esto” y no te va a gustar el precio, y vas a salir corriendo y los vas a lastimar sin ningún cargo de conciencia, así como no la tuviste conmigo

y vas a pensar “que malos nietos que tengo, sólo se acuerdan de mí para pedirme plata”, y no vas a reconocer que nunca fuiste capaz de generar otro vínculo con ellos, porque no sabés generar otros vínculos con nadie, por lo menos con nadie que yo conozca personalmente, y esto fue lo que descubrí ahora que no tenés problema en mostrarle a mis hijos lo mal que te llevás conmigo, lo que será inevitablemente un mal ejemplo para ellos, porque nuestra pésima relación se reflejará en la relación que yo estoy construyendo con ellos, y no quiero que mis hijos registren en ningún momento una relación de padre/hijo como la que tenemos nosotros porque, como ya te dije, no quiero que sientan lo que yo siento por vos, yo los quiero de verdad, no se si sos capaz de entenderlo, yo no quiero hablar con ellos sólo del clima durante más de veinte años, no quiero que se aburran conmigo, no quiero que me vean como a un extraño, no quiero que estén lejos, quiero conocerlos, quiero conocerlos con el corazón y que sean siempre mi familia, sin un solo minuto, ni un solo minuto fuera de mi vida, y no sé si sos capaz de entender eso justo vos que pasaste años completos fuera de mi vida: yo no podría tomar jamás la decisión que tomaste vos, la decisión de alejarlos, que en definitiva es la decisión que determinó, desde entonces, todas nuestras relaciones

así es como veo las cosas, en un ámbito filosóficamente más abierto: tu personalidad toda pasa por el dinero, en términos de cantidades, tener o no tener, dar y pedir, y todo lo demás viene subordinado, incluidos la moral, yo, y por lo tanto también mis hijos que son lo importante, no me caben dudas de esto, y aún en el caso de que nunca les hagas ningún daño tangible, evidente e inmediato, considero que esta afición pecuniaria tuya es nefasta como modelo

lamentablemente me siento paralizado y no estoy de acuerdo conmigo mismo sobre cuál puede ser la solución al problema que se me plantea, hasta el momento sólo alcancé la capacidad de expresarlo, no puedo resolverlo, pero me interesa transmitírtelo como el “motivo” por el cual no te atiendo el teléfono

7/12/09

falling un love

"vivir así es imposible solo existo porque sueño con buenas noticias"
(Scott Fitzgerald)

* el desamor es una habitación fría y desapasionada, sala de espera en hospital del tercer mundo, con perro sucio y borracho semidesnudo durmiendo abrazados en el piso

* el desamor es un menú inesperado en la fiesta de despedida de un desconocido que desea librarse de nuestra presencia

* el desamor es palpar en la oscuridad el culo lleno de grasa fría y celulitis de una sexagenaria con sobrepeso y hemorroides

* el desamor es un jugador suplente que no asistió a los entrenamientos e ignora todas las jugadas

* el desamor es aterrizar en un país extraño desconociendo el idioma, sin dinero, sin equipaje, sin retorno

* el desamor es la lenta nube de polvo que levanta una estampida, y que al despejarse nos deja sorprendidos y en suspenso sobre un precipicio

* el desamor es la mano que falta de René Lavan, la pata de palo de Gerardo Sofovich, cosas de las que no se habla porque no están

* el desamor es una conferencia sobre coaching y liderazgo, terapias new age y venta de libros de autoayuda, dictada por un asesor de imagen hispano-norteamericano, en la que todos los participantes morirán de soledad y aburrimiento, saturados de diapositivas y café

* el desamor es la detenida contemplación de una próstata en un frasco con formol

* el desamor es una pila de fotos, postales y cartas, en sus sobres floreados, coloridos, perfumados, escritas con letra furiosa y apretada, atadas con un lazo azul y un mechón de pelo, ardiendo en improvisada fogata; noche húmeda, patio suburbano, caserío del gran buenosaires, espectador desconcertado bajo las estrellas, se escuchan aplausos en el televisor de un vecino

* el desamor es tu cara en el espejo, pero todos los testigos aseguran que es la cara de alguien más