19/2/09

Sobre algunas cosas que aprendí de mi madre (en tanto que objeto de estudio) – parte II

El rencor es una fruta que promete el sabor de la venganza, pero se pudre rápido y enmohece todo lo que toca.

Quien quiera venenos que corran ácidos quemando las venas deberá mezclar rencor con dinero.

Mamá decía: “el que vive a todo llega” (sub-limine: ese “todo” al que puede llegarse es el peor de los todos, el depresivo, el miserable, la versión disminuida de nosotros mismos; para el “todo” optimista y superador hay que ponerse a trabajar).

Dejarse arrasar por el tiempo: rodearse el cuerpo por la serie descendiente de anillos de grasa pálida y flaxa, llenarse de lagañas, de saliva seca en las comisuras de los labios secos en la frontera de la boca seca sobre el túnel seco de la garganta muda, el pelo convertido en felpudo de gatos, el remate violeta de las ojeras… una bombacha varios números inferior al contorno de la cintura elefantiásica, las pantuflas con orejas de conejo y una remera estirada y llena de agujeros del marido muerto o desaparecido o simplemente divorciado… las piernas llenas de moretónes – vértices de muebles bajos que ya no se evaden ni se quitan del camino – se arrastran por los pasillos hasta el baño, orín con pedos y suspiros, la mano rechoncha sostiene el vaso transparente que acumula las marcas de agua evaporada por las noches, hay que volver a llenarlo para que monte guardia en la mesa de luz, junto a la infinidad de blisters y frascos de pastillas.

Mamá daba consejos que no seguía, pero ¿a dónde llegar con todo esto? Mamá… el intento de suicido más flojo que registran los anales de la familia, eficaz para poner en evidencia la absoluta pérdida de la fuerza de voluntad.

El rencor: toda la potencia de nuestro odio volcándose contra nosotros mismos, con el auspicio de un inconfesable sentimiento de impotencia. El ejercicio prolongado de estas disposiciones emocionales puede resultar pernicioso para la salud del damnificado.

Y unos ojos de niño observándote. ¿Es que no se siente el peso de esa mirada? ¿Qué clase de desconexión con el entorno, con el contexto, permite ignorar el peso de esa mirada? El perpetuo encierro, el perpetuo desgano, el perpetuo silencio en la oscuridad perpetua. ¡Pero mamá! ¡Si parece una obra de teatro! Nadie te creería, nadie podría tomarse nada de esto en serio… ¿no?... vamos, nomás estábamos jugando…

Y el dinero: nunca me hablaron del dinero, no cuando hubiera sido importante que alguien lo hiciera. ¿Cómo ganarlo? ¿cómo gastarlo? ¿cómo conservarlo o perderlo?, si si si mamá, ya sé que suena estúpido, pero hay que saber relacionarse con el dinero, hay que saber, por ejemplo, que debe mantenerse apartado del rencor, porque no pueden juntarse dos venenos de estos que contaminan todo lo que tocan, mamá… nadie me lo había explicado.

Dejarse arrasar por el miedo: llorar y llorar y seguir llorando en la cama, con las persianas a media asta, mordiendo rabiosamente las almohadas, esperando al primero que pretenda alcanzar nuestras fronteras para caerle con todo el peso de la artillería, y en flagrante contradicción – asustados por el dinero pero envalentonados por el rencor – reclamar la liberación de todas las furias, pedir a voz en cuello la llegada del Apocalipsis, imponer penas y castigos capitales, y ante todo evitar que nos alcance cualquier forma de rescate, cualquier medio de absolución.

Retroceder en franca retirada hacia las trincheras del abandono. ¿Por qué? ¿a quién en su sano juicio… ? No habrá jamás ningún camino de comprensión que te alcance, y esto es tan cierto como que tampoco te importa.

9/2/09

Del éxtasis



Opio, s. Puerta que no está cerrada con llave en la
prisión de la identidad. Conduce al patio de la cárcel.”
Ambrose G. Bierce, Diccionario del Diablo.

Cicerón, en sobre las leyes, realiza en alguna página que no recuerdo un comentario sobre la música griega. Explica que los griegos advirtieron los peligros que conlleva el éxtasis musical, y que los romanos deben cuidarse de ese éxtasis. No hace falta aclarar que con este tipo de apreciaciones, desde Sócrates en adelante, no se hace otra cosa que contribuir a la idiotez general. Para más datos, el referente específico de Cicerón es Platón, también en Las Leyes.
Todo éxtasis es contraproducente en un estado de derecho (consideremos que el éxtasis es un estado de hecho), en una sociedad constituida, ya que la sociedad espera determinadas cosas de sus integrantes, y estas cosas que espera la sociedad son inalcanzables si sus integrantes se pierden en cualquier tipo de éxtasis. Éste era el peligro que advirtiera Cicerón.
Cierto alemán explicaba que el origen del éxtasis, en la música griega, se encuentra en el ditirambo y en los ritos religiosos que el ditirambo incluía. En ese momento del origen, cuando aparecen las primeras manifestaciones de la tragedia (núcleo de la herencia helénica), cuando aparecen las primeras manifestaciones religiosas de la cultura greco – romana y aparecen las primeras manifestaciones de las sociedades organizadas según los principios que hoy denominamos occidentales; en ese momento del origen todo aparece al mismo tiempo, sólo más tarde se decide qué perdura y qué se descarta. Los motivos de la selección son siempre circunstanciales.
Hoy no existen registros de la música bacanal, ni de la música que acompañó a las grandes tragedias, ni de la música griega en general. Pero perdura la tendencia del hombre al éxtasis, y la represión del éxtasis en favor del orden social.
De todos modos, el éxtasis no deja de ser la forma básica y fundamental del placer. El abandono absoluto, abandono hasta la perdida del la individualidad, la pérdida de la identidad en el éxtasis (pérdida de la identidad que implica la peor traición a cualquier forma del orden) es el modelo básico del placer. Sobre este modelo se trazan las diferentes formas del placer que resultan más aceptables, por mesuradas.
Ser productivo para una sociedad: trabajar ocho (o más horas), pagar impuestos, respetar la ley, recrear las estructuras sociales en el ámbito de la familia, procrear para perpetuar el derrotero de la civilización, todo esto que el buen orden social solicita de sus integrantes, no puede pedirse sin ofrecer nada a cambio, transacción que el mismo orden social no deja de reconocer.
El intercambio propuesto es sencillo. Se requiere productividad (en los términos mencionados) y se ofrecen formas mesuradas de placer, formas que deben ser necesariamente mesuradas para no convertirse en subversivas. El placer concedido no se debe transformar en el elemento que destruya el orden social desde adentro. Alcanza con imaginarse lo que sucedería si todos los trabajadores de un país cayeran en el éxtasis (musical o de cualquier otro tipo) que denuncia Cicerón.
Un secreto que ha aprendido nuestra sociedad es el de convertir las mismas formas de placer en elementos productivos. Así la música se transforma en industria discográfica, la literatura en industria editorial, el cine en industria cinematográfica, el teatro en televisión, la pintura en publicidad, la arquitectura en técnicas de la construcción, etc. De este modo todo el placer es reintegrado en el circuito de la producción, mientras que las formas del placer que no resultan mesuradas o rentables caen en desprestigio o en desuso.
En una sociedad donde, con el fin último de perpetuarse, todo se convierte en mesurado y productivo, asumiendo las formas del orden y de la producción (las formas del orden aparecen establecidas de alguna manera en la moral, las formas de producción están determinadas por el mercado, la oferta y la demanda), todo aquello que resulte desmesurado o desordenado (amoral), o que fuera improductivo (costoso, inaccesible, poco rentable) queda irremediablemente fuera de los circuitos de circulación establecidos por la sociedad, o por lo menos su circulación es escasa y dificultosa. Éste es el caso del arte en general.
Si un escritor pasa toda su vida para producir tan sólo una novela, o un poema, por más que esa obra reúna todas las condiciones para ser considerada como una pieza maestra en el ámbito del arte, ese escritor será rechazado del mecanismo por improductivo, puesto que comercialmente genera más gasto que ganancia. El principio comercial según el cual abaratar los costos es siempre positivo también cuenta en este caso. Es impensable la posibilidad de un Petrarca contemporáneo.
Si un pintor pinta diez cuadros diarios, pero estos cuadros rechazan radicalmente (radicalmente es la palabra importante) el orden y la mesura sociales, ese pintor quedará fuera del mecanismo por amoral (hasta que, probablemente veinte años después de muerto, la sociedad esté en condiciones finalmente de “comprenderlo”).
En la historia del hombre, versión occidental, el artista estuvo siempre predestinado a la miseria por el tiempo que durase su vida (contando raras excepciones, que son eso: excepciones). La figura social del artista está desde siempre asociada a la pobreza (y por lo tanto, al mecenazgo). Esto es porque la sociedad prefiere el orden y la productividad (sus principios de conservación) por sobre cualquier valor otro que se postule desde el arte, o desde cualquier ámbito. Muchas veces el arte no aporta nada útil a la conservación social, hecho que no se opone a los principios del arte, pero sí, evidentemente, a la sociedad.
Por otra parte, no deja de llamar la atención que, así como el camino del arte es un camino que se recorre individualmente, el éxtasis es también una tendencia individual (en el fondo de la cual está la pérdida de la individualidad), mientras que por otro lado, la tendencia a la contención del éxtasis es grupal, es una tendencia que surge de las agrupaciones sociales en tanto que formaciones anónimas, y su objetivo es la conservación de la individualidad.
La sociedad nos exige ser siempre uno y el mismo, conservar el nombre, perpetuar nuestra identidad. Respetar esta identidad, reconocer como nuestro (por ejemplo) nuestro número de documento, nuestro domicilio, es el principio que le permite al mecanismo social imponer la ley, en tanto que si no reconociéramos ser quienes somos, la sociedad no tendría derecho de juzgar algo que no se reconoce como idéntico a sí mismo. Es por eso que resulta posible, por ejemplo, cobrar impuestos: porque nosotros reconocemos una y otra vez nuestro nombre propio en la boleta de rentas. Del otro lado, el arte nos invita a deja de ser lo que somos, a experimentar otras identidades, a falsear el principio según el cual nosotros somos nosotros, principio en el que se sustenta toda nuestra seguridad (seguridad provista por el orden social). El éxtasis es al arte lo que la ley a la sociedad. Éxtasis y ley son irreconciliables.

¿Por qué la violencia en los medios masivos de comunicación no es perjudicial o “dañina”?, porque resulta ser una violencia mesurada y ordenada, integrada a los circuitos de productividad social.
Las personas se sientan frente a sus televisores (ejemplo por antonomasia) y presencian durante horas escenas de asesinatos y violaciones, sangre, depravación y muerte. Pero las reglas de orden y producción establecen claramente la diferencia entre el espectáculo y el espectador, establecen una distancia infranqueable, imponiéndole al espectador la tarea de la contemplación y negándole la posibilidad de la compenetración (salvo, claro está, en la excepciones que la sociedad considera como anormalidades).
Para una persona que cree con fe religiosa en su individualidad y se dedica sistemáticamente a repetir los mismos gestos como medio de sustentarla, para una persona a la cual la sociedad ha impuesto la tarea de sostener su propia personalidad, la tarea de mantenerse siempre idéntica a sí misma, mediante esta imposición la sociedad le brinda a esta persona una especie de profilaxis: la profilaxis de la contemplación. El espectador está siempre a salvo del espectáculo, por aberrante que éste resulte (y sin importar que se trate de una “ficción” o de un hecho “real”).
Un buen ejemplo: los espectáculos televisivos también están plagados de actos heroicos y nobles, grandes gestos de desprendimiento y solidaridad, y no por eso las calles están llenas de héroes. La profilaxis de la contemplación funciona en los dos sentidos, previene al espectador tanto de las aberraciones como del heroísmo, pues ambos son contraproducentes en el ámbito del orden social (que sólo requiere legalidad y productividad, buscando su perpetuación).
Ni la televisión, ni ningún otro tipo de espectáculo en nuestras sociedades, pueden incluir formas de didáctica, es decir, no pueden comportar ni buenos ni malos ejemplos (que sean tenidos como premisas válidas), ya que al espectador, antes de presenciar esos espectáculos, se le ha adjudicado la tarea de mantenerse idéntico a sí mismo (y a lo sumo, la tarea de mejorarse siguiendo un modelo social que no proviene precisamente de los espectáculos que éste pueda presenciar – cabe destacar que bajo los principios de este supuesto modelo es que se decide qué elementos o personas resultan positivos o negativos para la sociedad, según la idea de que esos elementos o personas se mantienen siempre idénticos a sí mismos, pero éste es otro problema). En el extremo, los ejemplos positivos o negativos que aporten los espectáculos en general, pueden ser tenidos en cuenta, únicamente, como maneras de perpetuar principios morales preexistentes.

Mucho de lo que se nos presenta como arte no es arte, sino uno de los términos de la transacción productividad – placer (medido y profiláctico) de la que nos invita a participar el medio social. Todos los medios materiales sobre los que se sustenta el arte llevan irremediablemente al arte a formar parte de esa transacción.