13/10/08

Inefable

Me había prometido mantenerme fuera del ámbito de la ficción en este blog. Bien, la promesa deja de cumplirse. Lo que sigue es fragmentario e inconcluso, y lleva ya unos cuantos años escrito, lo que indica que nunca va a contarse con una versión completa, o que asi incompleto como está es su forma definitiva. Hoy lo estuve leyendo y me gustó, así que se los dejo.


Qué sucede cuando un hombre y una señorita logran la comunión necesaria para entablar una conversación en un local nocturno, y la charla se prolonga y se hace amena (pues divertir tanto como interesar, digamos provocar e incitar, son premisas fundamentales para esos encuentros). Resulta que algo en las miradas que ambos se prodigan, algo en la distancia entre uno y otro al hablar, algo en los alientos que la proximidad lentamente lograda permite que se mezclen, algo en el tenor de las preguntas y las respuestas (pues preguntas y respuestas son el material de esos encuentros), algo en los roces distraídos de manos y rodillas, algo en todo eso anuncia que ha llegado el momento de besarse.
Y si el beso no malogra los esfuerzos anteriores, porque todo beso tiene simétricas consecuencias: puede encender un íntimo fuego púbico o provocar un violento rechazo físico. Si el beso es lento y practicado con labios generosos y reclama la aproximación de los cuerpos; si el beso es capaz de transitar el frenesí de las lenguas que se lamen y luego recuperar la mansedumbre del abrazo, entonces aparecerá el deseo de continuar ese beso en algún ámbito apartado, íntimo; deseo de prolongar el beso en un coito rodeado de la penumbra que no obliga a la ceguera; rodeado de música suave o no y de sábanas con olor a flores y piel tersa con olor a perfumes extranjeros; rodeado de jadeos y movimientos por un momento confusos.
Y si el coito no malogra los esfuerzos anteriores, porque cada coito encierra la virtud de la fe y a la vez el riesgo de la mediocridad, entonces las veladas de arrebato físico habrán de multiplicarse y se transformarán en mañanas de encuentros lagañosos y entrañable aliento ácido y en tardes de mates dulces entre corpiños y pantalones colgados del respaldo de una silla.
Y si el destino es generoso los cuerpos arribarán con comodidad hacia su grado de máxima sincronía y serán derrochados los orgasmos y los entremeses eróticos, y cada uno reconocerá las particularidades de los olores sexuales en el otro, y sus movimientos y sus fuerzas y sus voces.
Pero si en algún momento de todo el proceso una de las partes intuye lejanamente la más ínfima turbación (un gesto a destiempo, una palabra incorrecta, una prenda equívoca, un retraso o un apresuramiento) la operación quedará totalmente cancelada y sólo se avanzará en la medida en que se sepa que se acerca el último desencuentro...

Él se estiró sobre la espaciosa cama de dos plazas acomodando su cuerpo en diagonal. Ella no pudo más que acurrucarse en una punta, quería taparse pero él, en profundo letargo, estaba sobre el acolchado arrugado y sólo le permitía cubrirse apenas, con el extremo de las frazadas y apoyando casi todo su cuerpo sobre una de las almohadas.
Ella le hablaba, profería tímidas preguntas y todas las respuestas que obtenía apuntaban a hacerle cerrara la boca. Él deseaba estar solo y se propuso lograrlo aún estando ella ahí al costado.

- ¿estás bien?
- si
- ¿te pasa algo?
- no
- ¿te enojaste por algo?
- no
- ... ¿acabaste?...
- si... ¿vos?
- también...
- ¿y te gustó?
- si... ¿a vos?
- a mi también, Shhh...

Él levantó el control remoto del piso, buscó un tema en el equipo de música, subió el volumen (al punto de hacer imposible cualquier conversación) y se desparramó más, desnudo como estaba, sobre la cama. Con el carácter inefable de Troilo comenzó a sonar repentinamente un tango en todo el departamento.
La música lo arrastraba cada vez más lejos y más confortablemente. El agotamiento y el calor le recordaban su propia presencia física, su cuerpo ahora relajado. Sentía seca y sedienta la garganta y también sentía imposible ejercer la voluntad necesaria para solucionar esa sed. Le pareció entonces tener un sueño sin haberse dormido, sin dejar de percibir todo lo que lo rodeaba, el calor, la música, ella. Un sueño como una intuición.
En el sueño hacía un largo viaje deslizándose sobre lo que creyó ser el arcoiris, aunque no podía verlo. Al llegar al extremo del arcoiris se encontró frente a un acantilado y en el acantilado había una cueva. Todo el lugar estaba rodeado de la más densa oscuridad, como si la luz hubiera decidido no llegar hasta allí, como si la penumbra fuera palpable y espesa. Incluso tan profundo como esa penumbra era el silencio (aunque le parecía escuchar a Troilo llegado desde otro tiempo). Al principio creyó que la cueva estaba desierta y entró abriéndose camino entre plantas extrañísimas; luego encontró a sus habitantes.
En el centro de la caverna había una enorme cama que daba la impresión de un altar de ébano con sábanas oscuras y suaves, nada podía verse más allá. Salió a su encuentro un extraño personaje que no reconoció inmediatamente, pero que al pararse junto a la cama asumió las diversas formas de su recuerdo: primero fue su madre, luego una tarde de verano de la infancia, su primer mujer, la entrevista fachada de una casa, cada uno alternativamente y después todos a un mismo tiempo. Él se encontraba fascinado con aquella figura cuando un segundo personaje se incorporó lenta y quejosamente en la cama. Éste segundo personaje, de cuerpo inmenso, serenísimo y bostezador, cuya flacidez denotaba molicie, le dijo unas palabras que comprendió con claridad: “pierde el interés por todas las cosas, ya no te preocupes por ninguna de ellas, ni por las tuyas o las ajenas, ni por las queridas o las odiadas, sólo así podrás descubrirlo todo de nuevo y encontrar que nada se parece a lo que creías que era.”

Abrió los ojos: se reencontró con su habitación, la vio a ella que ya estaba dormida, escuchó a Troilo todavía en el equipo de música y decidió calmar su sed y luego bañarse.

1 comentario:

Carolina Bugnone dijo...

me parece muy bueno este cuento, muy bueno