7/10/08

Valor metafísico del inodoro

Todo lo que sigue es (además de largo y tal vez aburrido) falible, por lo tanto puede ser refutado. Recuerden: no soy Umberto Eco, a mi nadie me paga por ocuparme de estas trivialidades.

Toda esta historia me vino a la cabeza a partir de Arnold Hauser. Arnold era un alemán muy dedicado al estudio de las cosas del arte, era además marxista, o por lo menos adhería a algunas ideas del marxismo, y por sobre todas las cosas era uno de esos tipos que tienen algo interesante para decir, y que cuando empiezan a decirlo ya no se quiere dejar de escucharlos.
Repasaba mentalmente alguna de las ideas y comentarios de Hauser hoy en el trabajo. Siempre me llamó la atención lo que decía sobre las herramientas del desarrollo estético que se ponen en movimiento en cada período histórico, en cada cultura. Ya dije que Arnold tenía una simpatía con el marxismo, por lo tanto le interesaba investigar cómo se desenvolvía el arte a lo largo de la historia en relación con los medios de producción.
Determinado tipo de arte, determinada corriente estética, determinadas obras son posibles porque existen los medios de producirlas. Esto es evidente cuando pensamos en el cine: no es posible que exista el “séptimo arte” sin la electricidad. Otra cosa que es tan necesaria como los medios de producción, y acá Hauser se separa un poco del marxismo ortodoxo, son las técnicas de producción. Para que exista el cine es necesaria la electricidad (medio de producción) pero además hace falta que un sujeto sepa cómo aprovechar esa electricidad para un fin específico, y además de tener determinados conocimientos sobre óptica, luz y fotografía, y también ese sujeto debe desarrollar y aprovechar ciertas herramientas como una cámara; todo esto hace a las técnicas de producción del cine.
Yo mismo, por ejemplo, puedo disponer del medio de producción (la electricidad), pero no cuento con conocimientos sobre ninguna de las técnicas que me permitirían hacer cine.
La historia del arte, según Hauser, es la historia del desarrollo de los medios de producción y de las técnicas que hacen posibles cada manifestación del arte. Ni los medios de producción ni las técnicas son específicos. Siguiendo con el ejemplo: la electricidad no es un elemento específico del cine, sino un elemento que el cine aprovecha para sí mismo. Lo mismo pasa con los conocimientos que permiten desarrollar la cámara filmadora y el proyector de imágenes. En consecuencia, estos medios y estas técnicas tienen unas historias y unos desarrollos bastante erráticos y muy pocas veces se ponen de acuerdo. Los medios de producción rara vez desaparecen, y lo hacen sólo en el caso de ser reemplazados por otros medios más eficaces (aunque esta eficacia siempre es evaluada en términos que nada tienen que ver con el arte); por su parte las técnicas de producir arte suelen muchas veces desaparecer para siempre.
Uno de los casos más sorprendentes y excepcionales de desarrollo simultáneo de medios y técnicas de producción son los talleres italianos que comenzaron a funcionar alrededor del siglo XIII. Ese desarrollo no fue nada rápido, ni sencillo, ni hubiera resultado posible fuera de un contexto de un desarrollo burgués y capitalista muy particular, pero tras doscientos y pico de años de gestación, dio a luz al renacimiento de las artes y le abrió al hombre las puertas de la edad moderna.
Y en lo que tanto Hauser como muchos otros interesados en el tema están de acuerdo, es en que aquel parto tuvo lugar específico en los talleres. Sobre esos talleres se han escrito toneladas de estudios, ya que son un verdadero fenómeno en su época sin ningún tipo de precedentes, y su posterior desaparición nos hace muy difícil comprenderlos pasados ya quinientos años o más desde entonces. La única institución comparable en cuanto a originalidad y repercusión en la cultura universal, y que además también surge en la misma época y en la misma Italia, en perfecto paralelo con los talleres, es la banca.
Estos talleres eran los centros de producción más avanzados de su época, y la versión más refinada de división del trabajo que alcanzó la época precedente (la edad media). En ellos se realizaban todo tipo de trabajos: se hacían muebles, carruajes, pinturas, esculturas, molderías, ropas; se diseñaban edificios y armamentos para los ejércitos y se trabajaban también todos los materiales: la madera, el yeso, el mármol, el vidrio, la piedra; allí se ejercían todas las artes: la arquitectura principalmente, y la pintura y la escultura como sus auxiliares; allí aparecen los primeros ingenieros, los primeros fisiólogos, los primeros constructores, las primeras nociones de química, el resurgir de las matemáticas; allí encontramos a los primeros artistas en sentido estricto de la historia del arte. En algunos de esos talleres nació, entre otras cosas, la masonería.
El más famoso, Da Vinci, entrenado y educado durante años en estos talleres, alcanzó su increíble posición en la historia del renacimiento porque llegó a compenetrarse e identificarse tanto con sus medios y técnicas de producción, que él mismo - el sujeto - era su propio taller.
Los más importantes se mantuvieron funcionando por más de un siglo, y lentamente se transformaron en los centros educativos más importantes de su tiempo, sin proponérselo y sin llegar a tomar nunca conciencia completa de esto. Toda familia pobre que tuviera algún hijo del cual disponer (esto es, que no estuviera ocupado en otro trabajo más urgente) dirigía sus ruegos a los maestros de los talleres para que los tomaran a su cargo. Las familias con más recursos enviaban allí a sus hijos segundones, esto es todos los que no heredaban sus bienes (y entonces sólo heredaba el primogénito, mal presagio para todos los demás); quien no buscaba carrera en el clero ni en el ejército, quién no recibiría herencias ni contaba con medios mejores de subsistencia, todos intentaban ingresar en los talleres.
Y en los talleres se trabajaba por la comida y el techo. Así por lo menos los primeros años (tal vez cinco o diez, tal vez para siempre). Pero se aprendía un oficio y se lo aprendía bien. El maestro actual seguramente había sido discípulo del anterior, y el anterior del anterior, y así durante cuatro o cinco generaciones. El aprendiz de pulidor recibía las técnicas de trabajo sobre mármol desarrolladas por los maestros durante décadas de durísima labor. Y con suerte un buen pulidor lograría buenos trabajos, y así la educación rendía, a la larga y con paciencia, ganancias económicas.
Con el tiempo los discípulos suplantaron a sus maestros o abrieron sus propios talleres. Las ciudades estado italianas florecían rápidamente; la banca en asenso ponía en movimiento grandes sumas de dinero; la nobleza, el clero y la nueva clase social, la burguesía, competían a la hora de promover a los artistas de los diferentes talleres, gastaban enormes fortunas en sus favoritos, las agrupaciones de trabajadores competían mafiosamente por los mejores contratos – que en algunos casos aseguraban hasta quince o veinte años de trabajo bien remunerado; era cuestión de tiempo para alcanzar las cimas: Miguel Ángel y Da Vinci.
El arte que mejor aglutinaba la producción de los talleres era la arquitectura. Todo el conocimiento de los mejores hombres de su época se ponía en juego. Una obra por lo general daba trabajo a un enorme contingente de hombres de diversas edades: desde los aprendices hasta los viejos casi retirados, y de diversas especialidades: frisadores, escultores, pulidores, albañiles, pintores, tapiceros, fundidores, todas las profesiones intervenían y si se tenía un poco de suerte a lo largo de los muchos años que duraba el trabajo, la dirección de la obra sería siempre la misma.
Los talleres del renacimiento alcanzaron su punto más alto en torno al otro hecho notorio que suele señalarse como inicio de la edad moderna: el descubrimiento de América. A partir de entonces todas las artes renacentistas empiezan a multiplicarse hacia adentro, a cerrarse sobre sí mismas como en un laberinto de espejos para desembocar en los distintos movimientos del hastío y la decadencia: gótico, rococó y barroco. Los medios de producción seguían siendo los mismos, pero las técnicas, las grandes técnicas de la producción artística renacentista perdieron su flexibilidad, perdieron sus instintos exploratorios, dejaron de jugar con las materias de la vida y pasaron de ser creación a transformarse en reproducción. El impacto fue demasiado grande, los “hijos” del renacimiento no pudieron sostener el peso de sus padres, no encontraron manera de avanzar por el camino que les habían trazado, y desde entonces sólo se dedicaron a copiar, a repetir, a exagerar y aumentar, a recargar, a reproducir.
Con el tiempo, y en cuanto comenzaron a reemplazarse los medios de producción, en cuanto los talleres comenzaron a resultar obsoletos y el peso del artista individual superaba a la tradición del taller, entonces las técnicas del renacimiento cayeron completamente en desuso. Más tarde simplemente se olvidaron.
Arnold Hauser se muestra algo ambiguo frente a esta situación, frente al hecho – dado en cualquier momento de la historia del arte – en que se pierde toda una tradición estética, y con ella el bien más precioso, el que costó más tiempo y esfuerzo lograr: sus técnicas de producción. En el fondo no es fácilmente demostrable que estas técnicas estén perdidas para siempre. Aunque no quedan dudas en el caso del renacimiento: la cantidad enorme de obras que este período ha producido es insignificante si tenemos en cuenta la increíble cantidad de gente que intervino para hacerlas. Digámoslo así: se precisaron doscientos años de tradición artesanal, estética, creativa, pedagógica y social, para que apareciera un hombre con el conocimiento, las habilidad y la capacidad suficiente como para esculpir el David; y en desmedro de todo ese enorme esfuerzo, de ese tiempo, de esa gente, sólo tenemos UN (1) David cono el de Miguel Ángel.
Pero ¿cuál es el problema de que el David sea UNO solo? Es que no hay problema. Llama la atención el esfuerzo que el renacimiento ponía en crear sus obras, y es destacable el hecho de que todo ese esfuerzo estaba puesto en la creación de un objeto único e irrepetible. Perdido el objeto se pierde también el esfuerzo, y ahí está cayéndose a pedazos la última cena para atestiguarlo.
Hace mucho tiempo que el hombre, incluso el hombre de arte, dejó de pensar como en el renacimiento. Y tanto tiempo ha pasado y tanto han cambiado los medios de producción, de tal manera hemos olvidado las viejas técnicas, que hoy incluso pensamos al revés.
En 1917 un tipo abre una exposición de arte de vanguardia, en París, y la principal atracción es una “obra” que se titula Fountain y es, nada más y nada menos, que un mingitorio: un meadero de loza sacado de una fábrica de sanitarios. Medio de producción: la industria, técnica de producción: cadena de montaje. Las cosas han cambiado.
Mucha gente le sigue festejando este gesto a Duchamp hasta el día de hoy. Yo no puedo dejar de sentirlo como un interrogante irresuelto. Donde antes trabajaban innumerables generaciones de hombres para lograr, sólo si el asar y el tiempo lo permitían, un monumento trascendental como el David de Miguel Ángel, lo que tenemos ahora es a Juan Perez & Cia., empresa familiar integrada por dos máquinas y cuatro trabajadores, que produce diez mil inodoros por año. ¿Es esto lo que nos quería decir Duchamp?
Conozco la teoría del “ready-made” con la que Duchamp pretendía justificar su inodoro. No dejo de pensar que se trata de una justificación para ocultar o disculpar el hecho de haber perdido por completo la capacidad de crear, el conocimiento de las técnicas de producción estética.
Porque esa es la única explicación posible: hemos perdido todo conocimiento de las técnicas, y en su lugar nos absorbió el seso el estilo industrial de la producción. Y esto es así tanto en las artes plásticas como en la música (que ahora se llama industria discográfica), en la literatura (industria editorial), en la arquitectura (urbanismo) y en todas las manifestaciones de nuestras vidas. Tengamos en cuenta que el arte más representativo del siglo XX, y hasta hoy, es el cine: también conocido como “industria del entretenimiento”.

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