11/10/08

Académica

Escribo esto sentado en un café que se puso de moda entre la gente que tiene notebook y desea salir a mostrarla. Escribo en una libretita de papel, con lápiz, rodeado por el repiqueteo de los teclados. Incluso hay dos o tres headsets por acá, manteniendo conversaciones internacionales en idiomas llamativos.


La mayor parte de las carreras humanísticas incluyen en sus programas una materia que se denomina "introducción a la filosofía". En casi todos los casos la materia es de cursada obligatoria y se dicta con el librito (homónimo) de Carpio o algún otro libro (homónimo) similar: una versión, pacientemente despojada de todo entusiasmo, de lo que en occidente se conoce oficial y ortodoxamente como filosofía.
Generalmente dictada por un docente que, para no se menos que Sócrates o Platón, presenta alguna deformidad física (al que me tocó en suerte le decían “conejo”), la materia arranca allá por los presocráticos – asegurando que anteriormente a ellos el hombre era apenas poco más que una ameba – y lánguidamente recorre un sinfín de lugares comunes hasta morir, sin pena ni gloria, en el aleatorio período histórico que pudiera alcanzar según se lo permitan el entusiasmo de docentes y alumnos, las huelgas, las luchas gremiales, las facultades tomadas, los días feriados y demás interrupciones.
Las carreras humanísticas, entre ellas la filosofía y, de manera especialmente representativa, la materia “introducción a la filosofía”, son buenos ejemplos de cómo el ambiente académico (en todos los países y en todas las épocas, pero más notoriamente aquí y ahora) aniquila el sentido mismo de aquello que en principio hizo posible esas carreras.
Para decirlo de otra manera: el medio académico se ha transformado en una máquina burocrática cuya lógica y sentido se contradicen con todas las carreras humanísticas, muy especialmente con la filosofía.
La organización de las universidades resulta eficiente en relación con las otras carreras, las que son en sí mismas burocráticas, o equivalen al ejercicio de una burocracia, y/o cumplen una función utilitaria (abogacía, economía, medicina, arquitectura, ingeniería, etc.). Dos fenómenos suceden simultáneamente: esta organización de las carreras “duras” se perfecciona con el tiempo y demuestra una acabada eficacia, mientras que las carreras humanísticas van sufriendo una especie de complejo de inferioridad frente a estos éxitos que las lleva a adoptar el aparato burocrático de sus vecinas.
¿Cuándo se ha visto que un filósofo surja por aprobación de materias? Suponer que puede producirse, con las mismas herramientas y por los mismos medios, un abogado, un contador y un filósofo es, por lo menos, un error grave de entendimiento.
La idea misma de filosofía se opone al mecanismo universitario. Y la perseverancia de la academia en encuadrar a la filosofía dentro del marco de su burocracia da como resultado la desaparición de la filosofía; lo mismo sucede con las demás carreras humanísticas.
Mientras que esta burocracia se organiza en torno de los ministerios, de los claustros, de los departamentos, de las aulas y demás instancias universitarias, se van produciendo resultados asombrosos. En el caso de las carreras “duras” son resultados positivos porque – como ya dijimos – su ejercicio profesional es un ejercicio burocrático; en el caso de las humanísticas el resultado es desolador.
En principio no existe una burocracia relacionada con la filosofía, o con las letras, o con la historia. Para que estas “ciencias” encajen en el formato académico su burocracia particular debe ser inventada, ¡y bien que se la inventó! ¡y con el tiempo se ha devorado a las mismas “humanidades”!
La burocracia que se ha inventado para estas ciencias se llama “currículo”, y se encuentra completamente absorbida por la otra burocracia, la de ministerio, la burocracia de la educación según la entienden los funcionarios públicos que hacen de la ley de educación una doctrina vital, a través de cuyo ejercicio esperan obtener el necesario lucro para sostener sus economías personales. Lo que en el fondo no es reprochable, hasta que se transforma en el único medio y fin de las personas.
Educar, entonces, es sólo una forma de ganar dinero, y gana más no quien más sabe ni quien mejor educa, sino aquel que se encuentra mejor adaptado y más cómodo en el medio burocrático de la academia.
Así quedan despojadas las universidades del interés por el intercambio de ideas, y todo se reduce al reparto de puestos académicos y administrativos, presentaciones a becas, listados de congresos y publicaciones, concursos por cátedras y presupuestos, y un sinfín de resultantes del entramado burocrático cuyo sentido último y definitivo es la ampliación del currículo personal, con la intención de encontrarse cada vez mejor calificado para los puestos académicos y administrativos, las presentaciones a becas, los concursos, los listados de congresos, las publicaciones, etc. En este contexto es el currículo el que se prolonga, sin producir ningún resultado intelectual en el ámbito de las “ciencias”.
Entonces la burocracia académica (una estructura cuyo sentido se extravía al transplantarse desde las carreras “duras” a las “humanísticas”) es la forma y el contenido mismo de las carreras universitarias, y esto sucede con la anuencia de docentes y alumnos, que en este sentido se comportan como ganado que se conduce al matadero: cursar, aprobar, matricularse, postularse – becas, cargos, congresos, publicaciones; volver a cursar, volver a aprobar, volver a matricularse, etc. etc. Un sujeto puede pasar por todo este cursus honorum hasta alcanzar su maximum sin que se le caiga una sola idea de la cabeza en toda su vida.
Al final, los docentes que se atrincheran durante largos años en sus cátedras como búnker desde el cual acrecientan sus currículos, llegan a desarrollar un enorme conocimiento sobre unos asuntos que repiten incansablemente frente a sus alumnos en una durísima batalla por la supervivencia dentro de los cargos. El conocimiento así adquirido se fosiliza, obstaculiza el intercambio de ideas, eclipsa el conocimiento detrás de la burocracia.
Ideas, originalidad, debate, intercambio, creatividad, todo lo que alguna vez impulsó a los docentes y a los alumnos a meterse en las universidades, eso se marchita rápidamente. Habrá que empezar a buscarlo en otra parte.

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