*Maximiliano Provenzani
Por los cadáveres de todos aquellos sobre los que nos estamos meando en este momento. Por ellos. O por todos los que no aceptamos que recordamos. Festejamos, celebramos, reímos y compartimos. Lo que sea. Los que seamos. Porque pensamos que nos redimimos; porque pensamos que los continuamos, y en ese imperfecto acto nos regalamos a nosotros mismos la trascendencia. Y nos equivocamos, porque por más demonios que creamos ser, seguimos siendo marionetas. Y eso es un problema. Una emergencia. En caso de emergencia desangre una bestia sobre el mantel, así me dijeron una vez. Y parece ser que festejar está bien, que festejar es normal. Normalidad, el tema es la normalidad. Somos las fieras que morirán. Ojalá nos encuentre el final mirando descuidados por una ventana. En ese final sabremos que todo fue mentira y que los excesos y los esfuerzos y la constancia y la dedicación y el talento y la memoria y la percepción y el amor y el dolor y el regocijo y la permanencia y la rebelión y la compasión y la razón y el remordimiento fueron ilusiones que se nos acabaron demasiado tarde. Por todo eso. Por lo inconexo. Por lo inefable. Por lo espontáneo. Por lo salvaje. Por lo que estamos reunidos ahora, en ronda, en ritual, en confabulación. Y todo saldrá bien y nada saldrá mal; porque nos queremos creer que todo funciona de esta manera. Porque siempre quisimos ser Bukowski, y porque lo único que conseguimos fue mearnos en los pantalones a la salida de un bar. Recuerdo la bestia y recuerdo el mantel. Y quiero festejar y quiero desvanecerme, quiero volver a ser una cosa parecida a lo que me hubiera gustado ser. Es domingo y hay que morir, pero todavía nadie levantó la voz y todo sigue tranquilo en la costa. La costa negra que no querés visitar. La costa negra que te da miedo. La costa negra que avanza temblando durante la noche ganándole centímetros y milímetros a tu propio negro. Parece entonces que todo se acaba en el negro, en la oscuridad. Parece. Pero tal vez no, tal vez el festejo sea real y todo tenga sentido finalmente. Porque un jabalí corre fiero por las playas de la Costa Negra sin importarle demasiado los embates de las olas.
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1 comentario:
Ya me parecía que andaba por ahí el jabalí. No sé, es que me acostumbré a su discurso, a sus frases cortas y demoledoras, escasas de oxígeno por el peso abrumador de tanta grasa que soportar, que transportar en el esfuerzo de hablar y correr. Es probable que el suino bastardo no le vea sentido al festejo. Allá él, y que se cague en su oscuridad. El festejo siempre tiene sentido.
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