19/6/10

La barba de Lennon

   La cuestión de la barba es un tema secundario, pero con valor agregado. Lo que al principio pareció una estupidez, se fue superponiendo con otras cosas, fue ganando consistencia.
   Llevaba casi un año sin cortarme el pelo cuando fuimos a ver la película de John Lennon. La pasaron en una librería a la vuelta de la facultad, en un edificio en condiciones de emergencia pública, frente a las vías, subiendo unas escaleras de metal. Me daba muchísimo gusto encontrar cosas interesantes para hacer con Diana, ponía mucho empeño y cuidado en elegir esas actividades y salidas, disfrutando de antemano el placer que le causarían a ella. En este caso se trataba de un ciclo de cine documental, en el que dieron seis o siete películas, aunque nosotros sólo fuimos a ver dos. La de Bukowski y la de John Lennon. Inicialmente sólo me interesaba la de Bukowski, a la de Lennon hice todo lo posible por evitarla, hasta que Diana me llevó casi a la fuerza.
   Era un local chico, sin comodidades de ningún tipo. Vimos la película sentados en el piso, al lado de la estufa, abrazados y entumecidos. No habría más de quince espectadores. Esos lugares provocan siempre la sensación de que todo va a parar al tacho, de que en ningún otro lugar podría verse una película que realmente valiera la pena, porque esa película a nadie más le interesa. Imperdible, insuperable, pero incapaz de atraer a más de doce personas, del género mediocre e intrascendente, en un ambiente pobre y depresivo.
   El mundo es más eficiente para vivir sus propias fantasías. Los curiosos son puestos entre paréntesis (o anestesiados con becas del conicet).  
   La película cuenta los años más combativos de Lennon, mientras vivió en New York. En una entrevista en la que aparece con Yoko, durante la encamada por la paz, en Canadá o en Londes, Lennon hace la propuesta más inteligente, evidente y ridícula que pueda pensarse; propone no cortarse el pelo hasta alcanzar la paz mundial.
   Por eso me llamó la atención: como dije, yo mismo llevaba unos meses sin cortarme el pelo y la barba, por sugerencia de Diana. Ella ve el mundo de otra manera y, aunque no entiendo exactamente cómo lo ve, la dejo hacer conmigo lo que quiera, porque me gusta más cómo ve las cosas ella.
   La propuesta de Lennon es el chasco moral más terrible de la historia. Cuando la escuché, pensé “¿cómo no se me ocurrió esta pavada? ¿cómo no se le ocurrió a nadie?”. Ni si quiera puedo confirmar que se trate de una idea original de John Lennon, pero ¿cómo no lo habíamos pensado antes? Como dicen las publicidades de lavarropas: “tan simple que hasta las mujeres y los niños pueden manejarlos”, en pocas palabras ¡es para tarados!
   La pregunta inmediata es ¿por qué no lo hacemos?, una protesta mundial, pacífica, silenciosa, intrínsecamente no violenta, y con un enorme potencial para llamar la atención: miles de millones con las barbas hasta el piso, el cabello trenzado envuelto en gruesos rodetes, manifestación ineludible de una potente voluntad de cambio. Bello público y axilas para los más contundentes. Una explícita negativa para todo lo que nos disgusta, contra todos los horrores de la vida.
   Es que somos unos hipócritas y no nos importa. Ni la guerra ni la gente que se muere, y no hay dolor ajeno que nos conmueva en el mundo y nos aleje de nuestro pequeño confort, a menos que nos explote en la cara, lo que suponemos imposible. No estamos dispuestos a negociar nuestra imagen personal a cambio de una vida ajena, y punto. Hasta John Lennon terminó cortándose el pelo.
   Imagino el impacto en la vida ordinaria, inmediato e ineludible, visual y poderoso. Presencia insoslayable de la conciencia moral, de los valores éticos, del respeto por la vida. Pelo y nada más que pelo. En la calle, en el transporte público, en el trabajo, entre los vecinos, en los almacenes de barrio, en la televisión.
   Pero tal vez fuera peor, porque el plan es demasiado bueno y sencillo como para no traer problemas. Alcanzaría con una gruesa garganta televisiva, gritándonos sin parar en lo profundo de la cabeza, no se qué cosas sobre barbas más o menos patrióticas, sobre lampiños leales y pelados mercenarios.
   De la paz universal, habremos pasado a objetivos más modestos, en un afán por conseguir logros a corto plazo, por no desperdiciar el sobrante de energía manifestado en la fuerza de la protesta, y así comenzaría la dispersión. Manifestaremos con barbas y melenas a favor o en contra de medidas domésticas, inconexas, seremos militantes de “ONGs”, nos lavarán el cerebro. Nos haremos de derecha o de izquierda, revolucionarios, democráticos, militantes, fachos. Y todos podremos reconocernos entre las diferentes facciones por nuestro espesor capilar.
   Peludos por el sí, pelados por el no. Según el caso. La marca ideológica y sectaria omnipresente. Represión pródiga para todos, mientras unos pocos se van acomodando, para cargar las tintas con carne de cañón.
   Los filósofos introducirían gravísimos matices hasta polarizar los bandos, mecidos en la marea de nuestras inclinaciones violentas, de nuestra brutalidad colectiva. La situación general cada vez más tensa, alimentada por oscuros intereses, hasta erizar las melenas con la estática ambiental.     
   ¿Qué bando declarará abiertas las hostilidades? Se derramará sangre durante años para responder esta pregunta.
   Al final, nos obligarían a dejarnos crecer el pelo, o lo cortarían, sin preguntarnos nuestra opinión ni tener en cuenta nuestro gusto. Con el consuelo de que así es mejor, o no.
   ¿Acaso alguien tiene más coraje que John Lennon? Hay que morfarse un plomo en el central park para averiguarlo.
   Después de la película nos volvimos a casa caminando. A Diana le gustó. Hacía frío, pero en aquel tiempo no nos importaba el frío.
   Yo a Lennon no pude esquivarle la idea, pero disimulo y no me lo creo lo suficiente. O será algo que me digo. A veces las cosas que nos decimos en lo más profundo de la conciencia, incluso sin darnos cuenta, son las que hacen la diferencia. En cualquier caso, es la única receta verosímil que escuché jamás sobre cómo detener la guerra.
   Como todas las recetas, ésta también fracasa por impericia de los cocineros.


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