23/2/10

Retrato de "X." - Tercera parte


     “X.” se pregunta, compenetrándose con un vagaroso espíritu colectivo, ¿Por qué no nos escapamos de todo? ¿Porque no sabemos cómo? “Estoy perdiendo el juicio – piensa “X.” cada vez más seguido – “Dios salve a la reina marihuana, último vínculo con algo parecido al bienestar del espíritu.” “X.” está sorprendido de sus propios ataques de pánico, estaba convencido de que era imposible tenerlos, los ataques, le cuesta creérselos. Hay que ser imbécil, se explica, para tenerlos. Miedo del miedo. Suena tan lejano.
     Según la Real Académia Española, la ortografía regular indica que debe utilizarse la palabra “mariguana”, con la letra “g” en lugar de la “h”, que “X.” normalmente prefiere. Y la definición reza: “Cáñamo índico cuyas hojas, fumadas como tabaco, producen trastornos físicos y mentales”. Vigésimo segunda edición. La edición vigésimo sexta lleva algunos años de retraso.
     Los actos de sumisión sólo en apariencia son actos pasivos. El sometimiento precisa de un pesado, y sub-moral, ejercicio de la voluntad.  Los vicios, por ejemplo, imponen el peor de los sometimientos, el que demanda además la confirmación voluntaria y permanente. Acceder a fumar, por ejemplo, o al ejercicio conspicuo del sexo, son manifestaciones de la necesidad de dependencia. Declaraciones manifiestas con la intención de exclamar la necesidad del sometimiento.  El destino final del viaje es la desolación de la neurosis. El círculo cerrado de la insolvencia espiritual, el callejón sin salida de la resignación.
     La idea más ingenua y evidente de Freud, el aplazamiento del deseo, resulta que es la peor y la más terrible de todas. Y nos la fumamos en pipa. A nadie le importa. No hay oro al final de ningún arco iris. Hay que sostener la pose, proponen. Y “X.” lo intenta, tenazmente, pero no puede. No se lo permiten sus escasos recursos. Y tiene ese pozo ciego ahí en la boca del estómago que se lo impide. Todo.
     Ataque de pánico en la playa: “X.” drogado toma sol a las dos de la tarde, en la Bristol, a menos de veintitrés centímetros de un testículo ajeno. Después de sostener durante dos meses una dieta exenta de azúcar, decidió romperla con coca cola y alfajores triples, expuesto al rayo del astro mayor. Y quince meses más tarde volvía a fumar tabaco. El calor, el azúcar, el tabaco y la cercanía entre los genitales de todo aquel pueblo argentino que decide visitar la misma playa, en el mismo momento, le explotan a “X.” en su cabeza llena de marihuana. “X.” se siente vigilado, y está convencido de que va a vomitar. Está mareado, tiene abrasados los párpados, puede oler la ingle de un ser humano desconocido. Debajo de su esterilla, la misma que lleva a la plaza y que le parece tan ridícula, la arena está húmeda, encharcada. El hombre que lo acompaña está dormido a su izquierda, roncando contra su muslo. “X.” tiene un deja vu de ideas, piensa en una especie de abismo. Siempre imaginó que llegaría ese momento pero no estaba seguro. ¿Así nos convertimos en un loco? ¿Será cierto que después no importa nada?
     Pero la única preocupación verdadera son los vómitos, porque nunca se ha visto a nadie vomitar en la playa. Primero, “X.” se ve a sí mismo haciendo un pozo, con las manos, y depositando poco discretamente en ese pozo el contenido íntimo de su estómago. La gente a su alrededor dirige sus cabezas a un costado, con gesto revulsivo, alzando las manos. Y después tapa otra vez el pozo, temiendo las últimas arcadas y regurgitaciones, mirando atentamente el piso. Recoge las hojotas, la remera, el bolso, la esterilla, y la bolsa con los envases de las golosinas, despertando a su compañero, dándole algunas explicaciones. Después, “X.” se imagina corriendo hacia el mar, apretándose el estómago con una mano, tapándose la boca con la otra, convulso. Cuando el agua le enfría las piernas se dobla y, con las manos en las rodillas, suelta su chorro caliente sobre la salobre frescura del mar. Las madres corren a retirar de inmediato a sus niños. Las viejas se ponen a bajar los santos del cielo. Algún señor lo increpa, violento, recomendándole que haga un pozo.
     Se sienta, vuelve a acostarse, lucha contra el mareo y el estómago revuelto, transpira, intenta distraerse de la ineludible taquicardia, respira con dificultad. Algunos momentos después se tranquiliza y vuelve a relajarse.
    

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy hermoso!
Besotez
Dana :)