14/2/10

Retrato de "X." - Primera parte


"Ya no nos queda demasiada música dentro para hacer bailar a la vida: ahí está. Toda la juventud ha ido a morir al fin del mundo en el silencio de la verdad. ¿Y a dónde ir, afuera, díganme, cuando no llevamos con nosotros la suma suficiente de delirio? La verdad es una agonía ya interminable. La verdad de este mundo es la muerte." Louis-Ferdinand Céline, “Viaje al fin de la noche”

***

    “X.” es un tipo con las mangas manchadas. Con ropa de dos o tres años, o más, que lava por tandas una o dos veces por semana. Casi toda ropa regalada en cumpleaños y navidades. Espera ansioso el verano, para andar en ojotas y ahorrar en zapatillas. ¡Quiere con ganas comprarse ropa nueva! Pero no puede comprarse, no puede.
    Anda por ahí con un peinado medio raro, se hace el loco, pero nomás es feo. En la calle las chicas le rehuyen la mirada, enseguida, para eludirlo, y él piensa que es electrizante. Aunque a veces sospecha.
    Las mujeres son muy sospechosas para “X.”.
    No tiene muchas puertas, ni muchas ventanas, la casa de “X.”; y las puertas están dispuestas de manera incómoda, y las ventanas mal orientadas. Tampoco es suya la casa. Alquila. Así que dedica buena parte de su tolerancia involuntaria – que se ve obligado a producir en abundancia – a la humedad y a las hormigas.
    Otra inversión abundante de su paciencia se acredita en el carácter tan particular de sus vecinos. Un jubilado hemipléjico. Su esposa reumática y lisiada, que lo mantiene limpio y alimentado, siempre bufando con aires de Sísifo. La hija de este matrimonio. Cuarentona cándida, fea y andrógina. Para más señas: docente, del nivel primario. Y por el otro lado la familia de ocupas. En pleno centro. Casa tomada. Generalmente tranquilos, no molestan. Aunque atrincherados en la misma y más absoluta de las quietudes, de tal forma que para “X.” son algo fantasmagóricos e indeterminables, proliferan y horrifican un paisaje de tiradero abandonado con perfección hollywoodense.
    Desde siempre se siente un tipo raro “X.”, aunque intuye que lo es cada vez menos. Raro de alguna manera extraña. Ineluctable. Para él todos los demás son “X.”, y en relación con ellos se siente “no tan “X.” como los otros”. En términos más bien pesimistas.
    “X.” tiene un secreto. Sabe apreciar la diferencia entre el valor de las cosas, y el valor que las cosas adquieren apuntaladas por la vanidad. Pero hubiera preferido apreciarlo sin perder la posibilidad de darse a sí mismo todas las vanidades disponibles. Tampoco le queda claro que eso fuera posible. La gente vanidosa le resulta, indiscriminadamente, insoportable y soez.
    Entonces “X.” se dice a sí mismo, haciendo muchas carambolas para amortiguar el golpe: “por supuesto que “X.” es pobre”. Éste es el tabaco mental que “X.” se fuma continuamente.
    Hay ciertas conclusiones a las que se llega por un solo camino, lentitud y dolor. “X.” sabe que la vida es una mierda triste y horripilante. Decide mantenerse tranquilamente apartado de esa idea, sin olvidar nunca que anda por ahí. Incluso, de vez en cuando, con miedo de encontrarla de repente, desprevenido.
    La relación más familiar que “X.” mantiene con cualquier otro ser humano, es la guerra silenciosa e intermitente con su ex esposa. “X.” la odia, la desprecia y la ignora alternativa o simultáneamente, según el estado del clima. Y ella siente por él algo parecido. Mantienen el vínculo, en su mínima expresión, por causa y cuenta de sus hijos.
    Tiene también un hermano. El hermano de “X.”. Pero la misma corriente que a él lo arrastra, a su hermano se lo llevó a la distancia suficiente como para separarlos hasta perder el contacto. Claro que esa no es una distancia tan grande, pero para su magra economía y disponibilidad de tiempo resulta insuperable.
    “X.” se siente un tanto joven e insolvente para enfrentar su condición paternal, y demasiado viejo e insolvente para enfrentar su condición de hombre soltero e independiente. Cree tan fervientemente que el dinero solucionaría el 100% de sus problemas, que no tiene ningún sentido discutírselo. Y tal vez no esté equivocado.
    El trabajo de “X.” puede calificarse como una mierda de trabajo. Su salario puede calificarse como una mierda insuficiente. Sus gastos, además de muy mal contabilizados, son agobiantes. Sus horarios, un poco más razonables que los de la explotación directa, son abrumadores. Le demandó seis años ganarse siete días más de vacaciones. Esto quiere decir que para ganarse sus próximas ciento sesenta y ocho (168) horas de vacaciones, debió trabajar quince mil trescientas doce (15.312) horas. Ganarse cada una de esas horas a su favor, le costó casi cuatro días de su vida dedicados al beneficio económico de su jefe. En total: trescientos treinta y siete días (337). Cambió una semana de vacaciones por casi todo un año de trabajo ininterrumpido. “X.” es incapaz de entender a la gente que encuentra razonables esos cálculos.
    Cuando lleguen las vacaciones de “X.”, “X.” no tendrá dinero suficiente para disfrutarlas.
    Su última novia lo dejó por la plata. Por la plata que a “X.” le falta. Y tal vez por una cuestión de carácter. Quién sabe. “X.”, que ya tiene hijos, y no es ningún jovencito, ni un galán, ni un trotamundos acaudalado, está en problemas. Todos los indicadores se manifiestan contrarios a la futura prosperidad de “X.” No le quedaron dosis de felicidad al destino; ese reparto es, de todos, el más misterioso.

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