6/2/10

de Luis a Lucio


Lucio:

     Pasé estas últimas dos semanas releyendo tu carta. No puedo entender una curiosidad que llega tan tarde, que revuelve tantas cosas viejas, no puedo explicarme una curiosidad tan desactualizada.
      Tampoco entiendo este reclamo de una respuesta por escrito, ¿es que te hace falta material documental?, en qué andarás… hace algunos meses, cuando se cumplió un año de la muerte de Octavio, se vinieron hasta Baltimore dos periodistas porteños que andaban buscando información sobre el año que pasamos juntos en Mar del Plata. Eran dos pibes jovencitos; ofrecieron poca plata y así fue que se quedaron sin historia. Y ahora vos… ¿qué querés saber?, espero que no estés pensando en publicar un libro o algo así.
       En fin, que ésta también es tu historia y no tengo derecho a cobrarte la información, y que además es muy probable que nunca nos volvamos a ver las caras. No podría contarte todo esto y mirarte a los ojos.
     Vos recordarás que hubo un verano, que pasamos en Villa Gesell, durante el cual Octavio y yo trabajamos juntos en un balneario. Vos le diste una mano a Octavio para que enganchara el laburo primero, y Octavio después me metió a mi. Trabajamos de mediados de noviembre a mediados de marzo sin parar un solo día; éramos carperos, lavacopas, mozos, hacíamos de todo; a cambio nos daban sueldo, cena en la cocina del bar y cama en una piecita de servicio. Pasamos cada día de ese verano en la playa, nos divertimos mucho y no nos faltaron ni mujeres ni propinas. Pero Octavio siempre andaba preocupado por lo que íbamos a hacer durante el invierno; en realidad se preocupaba por lo que iba a hacer yo, él ya tenía sus asuntos en Mar del Plata, con la universidad y sus minas de allá. La cuestión es que me insistió todo el verano para que me fuera con él y al final me convenció.
     Agarramos la guita y alquilamos un departamento fenomenal. Vos debés acordarte, aquel del piso catorce, con balcón a la calle. Quedaba en Tucumán y Arenales o Gascón, por el centro.
      Octavio me anotó en la universidad. Decía que me iba a hacer estudiar a las patadas, si era necesario. Me consiguió los libros, me enseño a tomar apuntes, a hacer resúmenes. Se pasaba horas ayudándome con unas materias de economía que no tenían nada que ver con lo que hacía él. Yo nunca pude entender por qué no estudió economía, le hubiera ido bárbaro.
      En aquella época yo andaba con Analía, vos la conociste, una morocha que estaba buenísima. Yo, en realidad, siempre quise tener algo con la hermana, pero bueno… se agarra lo que se puede o no se agarra nada. Nos llevábamos bien y pasamos un montón de tiempo juntos; mi vieja siempre decía que hubiera sido una esposa ideal. Vos hubieras apostado cualquier cosa a que terminábamos casados. Cualquiera en aquella época hubiera dicho que Analía y yo íbamos derechito para la iglesia.
     Cuando planeaba mudarme para Mar del Plata con Octavio, lo que me terminó de convencer de todo aquel asunto, fue que Analía ya estaba viviendo allá. Nos podríamos ver todos los días y ella estaba entusiasmadísima con que yo estudiara. Enseguida se hizo cómplice de Octavio, con el que se llevó bien desde el primer día. Me controlaban que asistiera a clases, me tomaban las lecciones y ese tipo de cosas.
    Yo empecé a sospechar cuando me di cuenta de que se veían casi todos los días en la facultad. Se juntaban a tomar café y a charlar, “cosas de amigos” me decía Analía. Al principio me dieron unos celos terribles, pero en seguida me agarró Octavio y me tranquilizó. Me dijo que él sería incapaz. Pero vos viste cómo era Octavio para dar explicaciones, a uno nunca le quedaba nada en claro.
      Al final no hubo lugar para dudas. Octavio podía comportarse como el mejor de los amigos, pero la que me empezaba a fallar era Analía. Las minas son así che, más jodidas, más traicioneras. Venía a casa toda contenta pero si no estaba Octavio le cambiaba el ánimo, se quedaba un rato y después se iba; siempre andaba preguntando cuáles eran sus horarios en la facultad, para ver si se lo cruzaba; si yo viajaba a Gesell para ver a mi familia, podía contar con que ella se instalaba en el departamento a pasarse todo el fin de semana con Octavio. Para resumir, un día la encaré y le dije lo que pensaba. Me contestó que si yo no era capaz de entender una buena amistad que me hiciera a un lado, por bruto.
      Entonces yo pensé que me tomaba por pelotudo. Y en realidad nunca entendí nada, ni lo que había entre ellos ni mucho menos lo que pasaría después. Todavía hoy no lo entiendo.
      La cuestión es que con Analía la cosa se ponía difícil. Yo estaba a punto de terminar la relación por falta de méritos. No sabía cómo encaminar las cosas, no sabía cómo reaccionar. La mina andaba atrás de mi amigo todo el día y Octavio que, para ser sinceros, no daba el menor indicio de mostrarse interesado. Lo peor era que los desplantes de Octavio ella me los hacía pagar a mi. No sé cómo explicarte, pero yo podía adivinar cómo andaban las cosas entre ella y Octavio por sus estados de ánimo. Cuando todo estaba bien entre ellos, la cosa andaba bien entre nosotros; cuando Octavio le encajaba algún desplante la mina se convertía en una fiera y a mí se me armaba. En algún momento supuse que el que más se divertía con el asunto era Octavio, pero no estaba seguro. Hoy lo doy por confirmado.
     Uno de esos días pasó algo entre ellos que yo nunca voy a terminar de saber. Una de esas cosas que mejor olvidarse. Pero el resultado, las consecuencias, como siempre, me llegaron inmediatamente. Analía me lo puso muy clarito: que ella se quería encamar con Octavio y que Octavio le había dicho que no, porque era mi amigo.
     ¿Entendés?, no sé si soy claro. La muy puta me vino a reprochar que, como yo era su novio, mi amigo no se quería acostar con ella. Y que ella, a pesar de todo, estaba muy convencida de lo que quería. Le dije que dejáramos de vernos y que entonces podría hacer lo que quisiera, pero no. Quería acostarse con Octavio y seguir conmigo. Yo no sé…
     Al principio todo me parecía muy cómico. Era tan inverosímil que causaba gracia. Y lo más gracioso era que todavía no habíamos pasado por la parte ardua. Es decir, todavía no había llegado, por lo menos para mi, lo más difícil de entender.
     Con Analía llegamos a un acuerdo. Como ella y yo no podíamos solucionar el problema, íbamos a dejar que Octavio decidiera. Yo estaba muy seguro de lo que diría Octavio… ¡Qué pelotudo que fui!
     Para todo esto Octavio ni aportaba. Andaba metido en unos asuntos de la facultad con un profesor suyo, un tal Sergio Méndez (con el cual, hasta donde yo sé, se metió en varios quilombos), y hacía días que no venía al departamento. Lo esperamos casi dos semanas hasta que finalmente apareció. Entonces Analía lo encaró y le largó todo: “Yo me quiero acostar con vos – le dijo, así como te lo cuento – pero él ¬– por mi – sigue siendo mi pareja, ¿está claro?”
     Nunca más, después de ese día, lo vi a Octavio riéndose con tantas ganas. Se rió tanto rato que Analía empezó a sentirse incómoda (hasta humillada), y estuvo a punto de irse. Al final dijo que si yo estaba de acuerdo, que él no tenía problema; ¡que no tenía problema dijo!, “¡qué hijo de puta!” pensé. Pero lo peor fue cuando dijo “con una sola condición”.
     Lucio, tengo que aclararte una cosa. Si te cuento esto es porque Octavio fue tan amigo mío como tuyo, porque pasamos juntos nuestros mejores veranos en Gesell, porque siempre vamos a ser los mejores amigos, aunque nunca volvamos a vernos; pero también te lo cuento ahora por eso, porque nunca vamos a volver a vernos, porque nunca más voy a tener que mirarte a la cara. Espero que puedas entenderlo, y si estás pensando en hacer guita con lo que te estoy contando, ahora que Octavio se hizo famoso y justo que se murió… bueno, por favor hermano, no me arruines.
     La cuestión es que Octavio puso como condición que yo no me quedara afuera. Que él no se quería encamar con mi mujer, pero si yo participaba él lo hacía igual. Y andá a saber qué clase de fantasías homosexuales se le metieron en la cabeza a Analía que enseguida se prendió. La puta esa estaba más excitada que un náufrago y ni por un minuto se le cruzó por la cabeza que todo podía terminar en un desastre. El único que pensaba en esas cosas era Octavio.
     Lo mejor fue que Analía se creyó que todo iba a quedar ahí, por lo menos ese día. Vos tendrías que haberle visto la cara cuando Octavio le ordenó (no se lo pidió, se lo ordenó) que se desnudara. Ahí nomás, sin preámbulos. “Bueno ¬– le dijo – desnudate”. La mina empezó a decir que no hacía falta que empezáramos ese mismo día, pero a Octavio no lo parabas así nomás. La encaró y le metió una trompada que me dolió a mí, que estaba a dos metros. Y yo por un momento estuve a punto de reaccionar y agarrarlo a patadas, pero la verdad es que me sentí tan bien cuando escuché el golpe, cuando a Analía se le dio vuelta la cara y después cuando se le caían las lágrimas de la bronca, tuve una sensación tan fuerte, algo así como cuando se salda una deuda, como cuando se hace justicia, que no pude hacer nada. Entonces me di cuenta de que Octavio sabía lo que hacía. Por lo menos sabía más que yo.
     Y a Analía no le quedó más remedio que desnudarse, llorando y todo. Fue como verla por primera vez, después de tanto tiempo fue como si nunca la hubiera visto desnuda. Y se la veía tan excitada que entré a calentarme yo también, aunque me sentía incómodo con toda la situación, y con Octavio que estaba ahí mirando. Pero eso fue todo lo que hizo Octavio, por lo menos ese día. Después empezó a participar. A Analía se le fue la vergüenza y al final no hacía nada conmigo si no estaba Octavio. Fue todo un proceso muy lento, y muy de a poco nos animamos a ir haciendo cosas que antes ni nos hubiéramos imaginado. Lo que más me costó fue con Octavio. Al principio no quería ni tocarlo, porque apenas rozarlo me daban ganas de irme a la mierda. Pero el tipo me daba espacio; se daba cuenta de que yo no quería saber nada con él y me lo respetaba.
     Lo más difícil de reconocer, lo que más me cuesta admitir es que, al final, el que lo buscaba a Octavio en la cama era yo. Siempre tuve la impresión de que Octavio sabía esto desde el principio. Y hoy estoy más seguro que nunca; aunque en el recuerdo es difícil decidir quién fue el primero que le tocó el culo a quién, pero era parte del juego, era parte de las cosas que Octavio tenía en claro y por donde a mi me agarró desprevenido.
    Después pasaron los días y el problema era que, mientras Analía vivía a una hora de viaje de nuestro departamento, Octavio y yo estábamos juntos todo el tiempo, todas las noches. Llegó un momento en el cual ella no era nada más que un pretexto entre nosotros. Al principio ese pretexto era fundamental, por ahí había empezado todo y parecía muy difícil pasar a otra cosa. Pero empezaron a sumarse uno atrás del otro los momentos en que ella no estaba y nosotros estábamos solos, y de a poco dejamos de necesitar pretextos. Por otro lado, a Analía casi nunca me la encontraba sin Octavio, y cuando Octavio no estaba entre nosotros no pasaba nada. Octavio era necesario para Analía y para mí, pero a Octavio y a mi dejó de interesarnos Analía, y todo se fue a la mierda cuando Analía se enteró.
     Nos peleamos un día a los gritos en la facultad, y a los gritos llegamos al departamento. Ahí estaba Octavio que inmediatamente se abrió del asunto. Dijo algo sobre manejar las cosas con madurez, sobre nuestra ineptitud para las cosas serias, y además dijo que no quería saber nada más con todo el asunto, porque lo superábamos con nuestro “nivel de histeria”. Analía se puso como loca y se fue llorando. Esa fue la última vez que la vi.
       Yo pensé que Octavio se la quería sacar de encima, a ella. Y me llevé una terrible desilusión cuando me di cuenta de que quería cortar la historia conmigo también. Discutimos mucho, hasta que se fue sin dar explicaciones. Estuvo casi un mes sin volver. Yo estaba desesperado, perdí los exámenes de la facultad y ya empezaba a planear la vuelta para Gesell cuando reapareció.
      Entró en el departamento como si hubiera salido cinco minutos antes. Venía con algunos compañeros de la facultad y algunas minas que yo no conocía. Estuvieron un rato y se fueron. Así supe que se había terminado todo. Esa tarde hice los bolsos y me fui.
      Después mi vida tomó el rumbo que vos conocés. Me salió una oportunidad de trabajo en Miami y me vine. Desde entonces vivo acá, yendo y viniendo a donde me mande el trabajo. Nunca más volví a la Argentina. Nunca me casé. Nunca volví a acostarme con un hombre.
      Vos que conociste a Octavio tanto como yo, y mucho mejor que yo también, no te vas a asombrar de verlo involucrado en una historia como ésta. Espero que esta carta responda a todas tus preguntas, y espero también que sepas qué hacer y qué no hacer con lo que acabo de contarte.

Un abrazo… Luis.


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