18/2/10

Outsider.


    Noche cerrada: se desplazaban nubarrones pesados y se agitaba un viento cargado de tormenta. Como es de esperar, ella no recuerda de aquella noche más que un conjunto de detalles aislados, una serie de impresiones que se disuelven en la verdadera noche de los eventos posteriores.
    Había llegado a la casa después de diez horas de trabajo agotador. Preparó rápidamente una cena liviana a base de verduras y cuando terminó de comer se permitió un duchazo largo como un exilio.
    Al salir del baño empezó la lluvia o quizás algo más tarde. Prefirió música a la televisión; encendió el equipo de audio y sonó Verdi en los parlantes, algún aria de Nabucco. Se sirvió una copa de vino blanco y se hundió en el sofá del living.
    Transcurrió así una medida de tiempo indeterminable, con las ideas dispersas entre la música y la tormenta y con el cuerpo aletargado por el vino. Se distrajo solamente cuando notó, con asombro, que todos los sonidos de la casa habían quedado suspendidos, sepultados en el aire.
    Un singular y perpetuo instante como un augurio: buscó con la mirada, reconoció el equipo de música donde el display indicaba que algún disco seguía girando, vio la botella de vino a un costado, confirmó la lluvia a través de la ventana y los relámpagos... todo ahogado en el más inverosímil de los silencios.
    Luego el estallido de la puerta tras ella; un ruido seco y las astillas de madera que saltaron desparramándose sobre la alfombra. Inmediatamente Verdi y la tormenta fueron audibles otra vez.
    Asustada miró hacia atrás desde el sillón y lo vio entrar. Indeciblemente sucio de barro y, tal vez fuera la impresión posterior, de sangre. En su gesto se articulaba todo lo ajeno y lo desconocido; con su exaltación frenética y sus movimientos nerviosos irradiaba un aura indeseada.
    La miró desde la puerta, miró entre sus piernas y el escote de la camisa incapaz de evitar (o no pudiendo distinguir) la excitación. Ella se sintió desnuda.
    Comenzaron entre ellos unos pasos de baile irracionales: él corrió desde la puerta hacia el sillón con los brazos extendidos. Ella se sintió incorpórea aunque no dejó de percibir unos latidos violentos en el pecho y las sienes y comenzó a retroceder con torpeza. Él fue dejando un rastro de saliva y barro sobre la alfombra; ella notó el aumento de la opresión en su garganta, supo que no podría gritar y se sintió asfixiada.
    Corrió dándole la espalda. El otro atravesó el aire en diagonal buscándole el cuerpo. Apareció en su mano un cuchillo injusto y ella alcanzó a ver el brillo del metal; sintió un calor profundo en el costado y la sangre suya cayéndole por la cintura. Un tajo largo y fino que ella comprendió pero no tuvo tiempo de sufrir.
    Siguió corriendo, llegó a la escalera y la trepó con todo el cuerpo. Él la persiguió hipnotizado. La vio entrar en una habitación y por reflejo metió la mano entre el marco y la puerta que se cerró con furia. Quedaron atrapados los dedos; la mano se retorcía y se escuchó un grito como un reproche.
    Algunas patadas rabiosas profanaron la segunda puerta. Ella retrocedió y él volvió a estirar el cuchillo brotándola de sangre por el antebrazo.
    Ella le arrojó un velador o el reloj despertador y recibió un golpe insoportable en el rostro; cayó al piso entre la cama y el armario y golpeó con la espalda la mesa de luz que se abrió. Él la miró con fascinación, guiado por lascivia se agachó y la tomó de los tobillos forcejeando con sus piernas.
    Ella también lo miró y un odio y un asco le crecieron en el vientre. Buscó agitada en la mesa de luz y encontró el arma.
    La pistola se interpuso entre los cuerpos. Ella la sostuvo con las dos manos, apuntó y lo buscó con los ojos. Él se detuvo, comprendió y suspiró lenta y largamente. Sus brazos delicados se sacudieron cuando sonó el estampido y la frente del otro recibió la bala. Todo su cuerpo cayó hacia el costado siguiendo el recorrido de la cabeza.
    Ella pasó entonces un largo rato viéndolo ahí tirado, quieto sobre sus piernas. No podía evitar sus ojos abiertos ni la sangre que abundaba sobre el acolchado. En la caja del pecho percibía las poderosas explosiones del corazón. No se sentía capaz de levantarse.
    Se recostó contra la mesa de luz, se metió la mano debajo de la ropa interior, entre las piernas, y sin cerrar los ojos, se masturbó lentamente.

3 comentarios:

Nati dijo...

2 palabras: bri llante. ya lo habia leido en FB.

Andrea dijo...

Uf, qué texto, no despegas los ojos hasta el final, enhorabuena, me ha encantado, un abrazo!

Marcelo dijo...

¡Muy bueno!