26/1/10

liturgia del pesimismo


El problema de fondo radica en que ya lo sé. Y lo sé todo. Todo lo que se me pueda decir al respecto: lo pensé antes, lo repensé, lo pensé mejor que cualquier otro, lo entendí, lo asimilé, y no me sirve para nada. Lo que yo sé y lo que cualquiera puede saber aunque muchos no lo sepan, todo lo que pueda saberse, no sirve para nada cuando las puertas de la razón se niegan a abrirse frente a la evidencia de lo inevitable.

Y no estoy dispuesto a explicar lo que cualquiera puede saber, lo que yo mismo ya sé, desde siempre. El problema de superficie radica en que, para enfrentar el problema de fondo, no puedo elegir ningún camino que no pase por la autodestrucción, por el lento consumirme a mi mismo. Soy la materia en la que se disuelven mis propios morbos, y el morbo sólo se disuelve a temperatura de ebullición.

Cuando llegue el Apocalipsis, habrá un grupo de sujetos que se siente a disfrutar el espectáculo en cómodas reposeras amarillas, bebiendo tragos frutales con pequeñas sombrillas colgando hacia un lado, y haciendo comentarios tontos del tipo “Uh! Aquel de la izquierda la está pasando muy mal!”, y yo espero estar en este grupo.

Además, el que la pasa peor siempre es “aquel de la izquierda”.

Es inevitable. Según el Agente Smith, “the sound of inevitability”: una trompeta que te meten por el culo y la soplan con la fuerza de todas las tempestades. Es inevitable zambullirse, ahondar, profundizar. Las gentes más desconcertantes son aquellas que evitan los problemas, que deciden no enfrentarlos, o enfrentarlos con herramientas de una naturaleza completamente diferente al conflicto. Las herramientas de la ecuanimidad, de la inteligencia, de la mesura. Gente que “evalúa”, que realiza “consideraciones”. Desconcertantes y fascinantes. Para mí incluso incomprensibles.

Maniobras evasivas. El uso de la razón no es más que una manera de justificar la no comprensión de lo incomprensible. Se rodea el núcleo mismo del caos con un sinfín de estadísticas, ecuaciones y protocolos tranquilizadores, para encerrarlo en un armario oscuro sin cargos de conciencia. Y la gente feliz vuelve a ocuparse de sus asuntos felices.

La única manera de enfrentar el conflicto es multiplicándolo, prosperando en la incomprensión, abdicando en su favor, entregándole la virginidad anal. Mi especialidad.

Hundirse hasta la nariz en el disgusto. Y encontrar el placer. Esta es la parte que no entiende nadie, la parte inefable, el “côté de chez Swann” de los conflictos de la vida, el lado por el cual la memoria registra todo sin la menor sospecha de cómo dar cuenta de ello, de cómo transformarlo en experiencia transmisible. Todas las decisiones desacertadas. Todos los arrebatos místicos. Todos los lances a cara o cruz. Y encontrar el placer en esto, y sólo en esto. Precipitarse en el vértigo y desintegrarse las muelas apretando los maxilares.

Si sólo dejara de persistir la necesidad de compartirlo, de decirlo, de buscar alguien más que lo entienda; si pudiera confiarme, si alcanzara con saber, sin confirmaciones de ningún tipo; si pudiera quedar exento de sus ojos…

1 comentario:

Andrea dijo...

Excelente Post Gonzalo !!!
Saludos