2/1/10

Témpora


Lo que Eddington dice sobre la dirección del tiempo y la teoría
de la entropía, va más allá de que el tiempo cambiaría su dirección
si los hombres empezaran un día a caminar para atrás
.”
Ludwig Wittgenstein (Aforismos)


La vida entera se ha transformado en una locura sin sentido. Alguien tiene que decirlo de una vez, alguien debería dar testimonio de esta espiral de sinrazón que se ha desatado entre los hombres. Van a detenerme y tal vez a matarme por esto, como les sucedió a muchos otros, porque el orden mismo de esta escritura es profano y blasfemo, porque no puedo abandonar la sucesión, la continuidad, porque mi confesión será considerada “contra-natura”, pero no encuentro motivos para evitarlo, no hay nada por lo que valga la pena seguir adelante. Ya no hay, ya no existe “adelante”.

En el futuro, o en lo que ahora entendemos por “futuro”, quedaron para siempre perdidos los motivos, olvidadas las causas de todo lo que está sucediendo, y nadie se pregunta ni se preguntará jamás por aquellas causas de las que nos alejamos irrevocablemente. No tengo conocimiento de aquellos sucesos, apenas rumores y entredichos, mitos y leyendas de un futuro inalcanzable y que se distancia más y más en el tiempo. Hubo un período de terror, el terror se desencadenó tras las guerras, y las muertes, o tal vez fuera al revés, el orden cronológico es confuso. La noción de orden cronológico está ya fuera del alcance intelectual de la humanidad. Aparecieron, antes o después de las guerras y del terror, los heraldos del Apocalipsis, los voceros del gran pánico que arrebató la lucidez de la gente, sumiéndolos en la sombra, debilitándoles el juicio y la capacidad de razonar; el hombre común se convirtió en un animal influenciable, vulnerable, falto del más elemental sentido común.

Algún tiempo antes, en el pasado del caos que desató la pérdida del futuro, aparecieron los “Témpora”, ese fue el nombre que se dieron a sí mismos. Se creían sacerdotes, así se presentaron, pero no eran más que el resabio de las universidades, la resaca científica y los políticos supérstites. No faltó quien los acusara de haber desencadenado las guerras que en el futuro habían devastado las ciudades y degradado al género humano, pero las explicaciones eran oscuras y aún los testigos directos carecían de pruebas. Los “Témpora” prevalecieron y comenzaron a envenenar nuestros oídos con sus ideas. En cuanto ganaron sus primeros adeptos organizaron rápidamente su secta, su cruzada, y se impusieron. Se cuentan macabras historias sobre los últimos tiempos, cuando todavía luchaban contra facciones adversas pero, como ellos mismos dicen, “la marcha hacia el pasado es irrevocable”.

En un mundo carente de las mínimas organizaciones sociales, los Témpora se fortalecieron e impusieron su propio orden. La desesperación, el miedo, la necesidad connatural del hombre de delegar la propia responsabilidad en manos ajenas, estuvieron de su lado. Sabrán los Témpora ser paternales cuando fuera necesario, sabrán ser violentos si viene al caso, sabrán hacerte entrar en razón por cualquier medio. Y de lo contrario serás ejecutado. Ellos cuentan con el socorro del tiempo, los demás debemos someternos a su patrocinio.

Lo primero y lo más importante que supimos de los Témpora fueron sus extrañas (así las llamábamos en aquel futuro, “extrañas”) teorías sobre el tiempo. Decían que el tiempo no era más que un efecto y una manifestación de la voluntad del hombre. Decían que esa voluntad atrofiada y malversadora del tiempo era la culpable del caos y la destrucción que nos habían dejado al filo de la extinción universal. Era nuestra obligación imponer nuestra voluntad sobre el tiempo, decían, para ejercerlo en el sentido contrario, contrario al orden temporal que nos llevara a la destrucción.

La tesis general de los Témpora se sostenía en la idea de la voluntad colectiva. La voluntad de un hombre no es capaz de alterar nada fuera del alcance de su entorno inmediato, pero la voluntad mancomunada de muchos hombres, de cientos de miles, de miles de millones, es capaz – según ellos – de provocar milagros nunca antes imaginados. Ellos decían conocer el secreto que nos permitiría ejercer esa gigantesca potencia de la voluntad para salvarnos, ellos sabrían dirigir a la humanidad hacia nuevos horizontes, hacia un renacer, hacia la salvación que en aquel futuro todos veíamos tan lejana. Sólo nos pedían el sacrificio y la abdicación individual en favor de la causa universal.

Con el adoctrinamiento comenzaron a construirse los templos. Para muchos, aquel tiempo de la construcción fue el último período en que el hombre pudo desarrollar sus ideas según el curso normal del pensamiento, según el sentido ordinario y espontáneo del tiempo. Los templos fueron el nuevo epicentro de la actividad humana, ocupando por su importancia y su influencia el lugar que correspondiera en otro momento a las ciudades, entonces destruidas. Todos aquellos que participaron en la construcción de los templos desaparecieron, pero las desapariciones, habiendo experimentado el dolor y el desastre de la guerra, no llamaron la atención.

Desde los templos, los Témpora se encontraron en óptimas condiciones para dar el paso definitivo. Impusieron su doctrina final a sangre y fuego. A donde se mirase, quienes no se manifestaban como adeptos fanáticos eran ocultos espías de los Témpora, encargados de supervisar la apropiada conducta colectiva de la gente. Ya que el éxito de su doctrina dependía de la masiva coordinación de las voluntades, cualquier individuo que no sometiera su voluntad a los decretos de los Témpora era considerado un enemigo del bien común, y sumariamente ejecutado. Si la realidad daba muestras irrefutables del error de sus doctrinas, de lo impracticable de sus ideas, de lo inútil de sus prédicas, si se presentaba la mínima falla y se levantaba cualquier sospecha de que el “sistema” de los Témpora no funcionaba, se acusaba a las voluntades rebeldes, se las consideraba únicas responsables de toda desgracia, se las perseguía, se las sometía públicamente. Cuando los rebeldes no eran suficientes, si no se lograba atraparlos, o simplemente ya no quedaban rebeldes qué acusar, se los inventaba.

¿Qué esperaban los Témpora? ¿Qué nos obligaron a hacer durante tanto tiempo? ¿Qué nos exigen todavía hoy? ¿A qué nos obligaron mañana y qué nos impondrán ayer? El hijo de mi hijo todavía guardaba memoria, antes de morir, de aquel futuro inexpresable para la mayoría de nosotros. Los Témpora nos obligaron a desandar el tiempo. El “sistema de salvación” de los Témpora nos impone vivir desde el futuro hacia el pasado, nos impone pensar de adelante hacia atrás, nos impone escribir de derecha a izquierda, en el orden inverso de las palabras, borrando a medida que retrocedemos sobre lo ya previamente escrito. Caminamos de espaldas, hablamos un nuevo idioma que no es otra cosa que nuestro idioma original, pronunciado en orden inverso con perfección asombrosa y habitual. Ya no podemos incorporar alimentos, sino expulsarlos de nuestro cuerpo. No podemos orinar, sino inyectarnos líquido a través de nuestros genitales. Nos administramos medicamentos antes de manifestarse cualquier enfermedad. Se nos reintegra el dinero en lugar de gastarlo. La vejez es la primera etapa de nuestra vida; donde antes nos esperaba la muerte, hoy nos aguarda el nacimiento.

Y nada de esto, para mayor tortura y desesperación, sucede al azar. Desandamos la historia, la deconstruimos lentamente, la hacemos correr hacia atrás, hacia el pasado. Nos alejamos del futuro, donde la guerra destruyó a la humanidad, y nos acercamos hacia el pasado, donde todas las utopías encuentran aquel tiempo que siempre fue mejor, el tiempo anterior cuya consecución es hoy nuestra meta y nuestra esperanza. En el “final”, lo más difícil fue deshacer el efecto destructivo de la guerra, reconstruir pieza por pieza cada casa, cada edificio, rellenar los cráteres de las bombas, quitar las balas de los cuerpos, dar vida a la carne muerta. Encaminarnos hacia el “principio”, decrecer, rejuvenecer con el paso de los días, volver al útero materno, un útero que volvía de su propia vejez. Sacar a las siguientes generaciones de sus tumbas. La voluntad, nos decían los Témporas, es la herramienta que puede lograrlo todo.

Se nos impone el esfuerzo mental de una permanente marcha inversa que, implacable, equivale a un método de tortura y lavado de cerebro. Pensar el siguiente paso que se dará, la siguiente palabra que será pronunciada, los gestos, las más importantes y las más insignificantes decisiones, en sentido contrario: no como un acto nacido del libre albedrío sino como la persecución de algo que ya se ha hecho, inalterable predeterminación, buscando el dato que obligadamente estará en la memoria para repetirlo, y con la repetición deshacerlo, desaparecerlo para siempre. Sólo la potencia de la voluntad mancomunada puede hacer que funcione, repiten los Témpora.

A medida que marchamos hacia atrás seremos más felices, nos reencontraremos con la juventud de la humanidad, olvidaremos el odio que nos llevó a la destrucción, olvidaremos la vanidad. Llegará el tiempo en que recuperemos una forma de vida mucho más simple, en contacto con la naturaleza, lejos de la debacle tecnológica y sus desastrosas consecuencias. Volveremos a mirarnos a la cara y nos reconoceremos. Así nos hablan los Témpora. Las voces que se pronuncian sobre ellos están prohibidas. Nadie hablaba de los Témpora en el pasado, nos dicen, porque en el pasado ellos no existían. Esto nos impide opinar, nos impide revelarnos, criticar sus métodos, sus procedimientos. Sin embargo persisten, aquellas voces, se dejan escuchar ocasionalmente, a pesar de las continuas y cada vez mayores desapariciones. Hablan de experimentos atroces, de coerciones inexplicables en nombre del incremento de nuestra fuerza de voluntad. En el futuro aparecen una y otra vez los escépticos. En el pasado ya no existen.

Perdemos sin remedio el sentido de la orientación, la noción de transcurso del tiempo. El orden permanentemente alterado del pensamiento, del discurrir y del acontecer, nos deja cada vez más a merced de los Témpora. No sabemos qué es verdadero y qué no es más que otro de sus inventos para seguir imponiendo sus ideas, sus programas, su “sistema”.

Todo pierde el sentido, todo deriva lentamente hacia la locura, lo cotidiano es una tergiversada versión del infierno. No vale la pena seguir adelante. Ya no hay, ya no existe “adelante”.

1 comentario:

g. dijo...

me gusto mucho. muy angustiante la sensacion de ir para atras tratando de escapar de la destruccion del futuro. muy bien narrado ademas.
saludos,