4/11/08

Insulina


Exordio:
Toda literatura se propone conmover al lector; esto no es más que la exacerbación de una característica del lenguaje y la comunicación. Alguien dice mientras alguien escucha, y el que dice se propone afectar a su oyente de una u otra manera, con tales o cuales intenciones.
De todos los géneros literarios, el que más abierta y honestamente reconoce este fenómeno de la literatura como comunicación, es la literatura de terror. Y esta literatura no solo se basa y se construye a partir de la intención de afectar al receptor, sino que busca alcanzar su meta mediante la emoción humana primordial: el miedo.
El segundo hecho rotundo de la literatura de terror, tan contundente como su intención de provocar miedo en sus lectores, es que… casi nunca tiene éxito. Es harto difícil encontrar autores de terror que cumplan su cometido; el género en sí mismo es una promesa perpetuamente incumplida. El autor quiere asustar, el lector desea que lo asusten, pero la cosa rara vez funciona.

De los íconos del terror literario mi favorito es el vampiro. Desde todo punto de vista es la figura más atractiva del género, especialmente por su ascendente épico-medieval y por su capacidad metafórica (el vampirismo es una fina metáfora del erotismo, pero también de la explotación del oprimido por su opresor, y de la marginación y la diferencia de clases, y demás). El vampiro es el que acecha pero a la vez es acechado por su propia sed, es a un tiempo el poder absoluto y la furia ciega, el que domina sin dejar de ser sometido.
Pero también el vampiro es una promesa incumplida. La figura más atractiva de la literatura de terror es también la más recurrida, por los buenos y los malos escritores, historietístas, cineastas, creativos de la publicidad, fotógrafos de revistas, periódicos sensacionalistas… etc. No quedan caminos por recorrer en el ámbito del vampirismo, Buffy y Anne Rice están ahí para atestiguarlo.

Digretio:
Este tipo de certezas llevó a los escritores, hace ya algún tiempo, a buscar nuevos caminos y nuevas herramientas para ejercer el terror en la literatura. Algunos autores encontraron aptos algunos de los métodos del más nuevo (en muchos sentidos) de los géneros literarios: la ciencia ficción.
El procedimiento más conocido de éste género consiste en apropiarse un determinado discurso científico (pretendidamente se trata de apropiarse del conocimiento científico mismo, pero esto ya es relativo a la capacidad intelectual de cada autor), y a partir de ese discurso cientificista generar un relato literario, una narración que se justifique en aquel discurso. Así surgen las utopías y contrautopías, los cuentos de aventuras futuristas, las películas de Flash Gordon (¿será que me pongo viejo?) y andando el tiempo la Marvel y DC Comics.
Algunos autores toman las premisas de la ciencia ficción y la vuelcan al cuento de terror. El secreto está en elegir bien el tópico científico y aplicarlo a un cuento medianamente interesante. Aquí mismo podemos probar en borrador esos mismos procedimientos: aunque solo se trate de probarlos, en borrador, y nada más que los procedimientos.

Media res:
La insulina es una hormona producida, en los hombres y en los cerdos, por la glándula que llamamos páncreas. El páncreas genera muchas otras hormonas, así es que para el caso de la insulina sólo necesita dedicar algunas pocas de sus células al trabajo.
El trabajo de la insulina es metabolizar los hidratos de carbono presentes en el torrente sanguíneo, fuente principal de energía para el cuerpo. Es tarea del páncreas, a través de la insulina, mantener estable la cantidad de hidratos de carbono en el cuerpo a lo largo del tiempo, ya sea que decidamos comer un kilo de azúcar (carbohidratos en su forma básica) o en el caso que comencemos una dieta libre de carbohidratos.
Un número interesante y directamente relacionado con nuestras vidas felices y despreocupadas, es el siguiente: la cantidad normal de glucosa (carbohidratos) en la sangre es de 1.10 miligramos (de glucosa) por cada decilitro (de sangre). Si esa cantidad es relativamente estable y constante a través del tiempo, podremos entonces desarrollar una vida sana y sin inconvenientes en este terreno.
Cuando esa medición deja de ser estable, por diversas razones, es que aparece la enfermedad crónica que llamamos diabetes. Aquí hay algunas palabras llamativas; “enfermedad” y “diabetes” pueden distraernos, no dejemos de subrayar la más importante: “crónica”.

Evocatio:
Pero no avancemos en el desarrollo de nuestro argumento sin poner en juego a nuestro principal personaje: la víctima.
Llegados hasta este punto, paciente y benévolo lector, no resultará demasiado exigente imaginarnos el caso de que sean tus propias células pancreáticas, esas encargadas de producir la insulina, las que mueran una de estas mañanas a causa de algún raro virus o debido a misteriosos antecedentes genéticos.
No te lamentes lector, el páncreas generalmente decide matar estas células sin pedir permiso, ni dar aviso, ni provocarnos ningún tipo de síntoma o dolor.

Un páncreas que no produce insulina deja al cuerpo por completo a la deriva de nuestras malas costumbres. A partir de este momento la cantidad de carbohidratos en nuestra sangre podrá subir o bajar peligrosamente, provocando todo tipo de consecuencias.
Lo primero que sucede cuando el cuerpo deja de producir insulina, y debido a nuestros pésimos hábitos alimenticios y a nuestra vida sedentaria, es que el nivel de glucosa en la sangre se dispara hacia arriba. Esto se denomina hiperglucemia. El lector de este ensayo comenzará a sentir dolores de cabeza, excitación del ánimo, alteración del humor, exaltación, furia, desesperación… y no se dará cuenta ni sabrá por qué. Esto sólo puede empeorar a medida que aumenta el nivel de glucosa en sangre. Habrá vómitos y mareos, y orín, litros y litros de orín, incontenibles cataratas de orín, imparable necesidad de orinar todo el tiempo, y sed, pero una sed como nunca antes se hubiera experimentado, una sed implacable como la sed de los vampiros.
Unas horas después, y sin dejar de lado ninguno de estos síntomas mencionados, el cuerpo entrará en ese complicado estado metabólico que llamamos cetoacidosis. Tu sangre, lector, se encuentra saturada de glucosa, pero por la falta de insulina tu cuerpo no la metaboliza, así que esta glucosa - que es tu fuente de energía - no le hace ningún provecho a tu cuerpo, cuyas células comienzan a entrar en pánico ante la amenaza de morir de hambre. Tu propio cuerpo someterá a la grasa que hayas acumulado a un siniestro proceso de desintegración, último recurso para que tus células, abstemias de toda glucosa, no mueran de hambre. La consecuencia es que la grasa libera entonces cetonas en tu organismo (sisi, cetónas, el nombre te suena porque es el mismo líquido que se utiliza para limpiar el esmalte te uñas), lo que equivale a envenenarte por dentro. Todas tus células: las de la sangre, y las del hígado, las de los pulmones, las de tus ojos, las de tu cerebro, comienzan a envenenarse. Y esto no tiene arreglo. El daño que se haga tu cuerpo a sí mismo no puede deshacerse.
El síntoma externo que notaremos: sin importar que se pase el lector todo este proceso acostado en su cama, se encontrará agotado y agitado como si hubiera corrido cientos de kilómetros en desesperada carrera.
Si para esta altura no lo ha notado, el lector debe ser inmediatamente internado en un hospital. Y nadie puede garantizarle que vuelva a salir caminando por sus propios medios.

Digretio:
Si el lector sobrevive a esto que se llama (no sin cierto humor de parte de unos médicos que no han pasado por la experiencia) “debut diabético”, sólo será para conocer la peor parte de la enfermedad: esa parte por la cual se la califica como enfermedad crónica.
Y crónica quiere decir TODOS LOS DÍAS POR EL RESTO DE TU VIDA. Todos los días va a correr, nuestro amable lector, el riesgo de volver a experimentar una hiperglucemia que termine en cetoacidosis; o tal vez peor, quizás enfrente el efecto contrario, la “hipoglucemia”: carencia total y repentina de glucosa en la sangre, lo que puede producir desmayos, convulsiones, vómitos, mortandad masiva de neuronas (esas células que nos ayudan a pensar) y aquí otra vez la cetoacidosis.
La hiperglucemia sólo se produce gradualmente y sus síntomas, una vez que los conocemos, son rápidamente detectables. Su opuesto, la hipoglucemia, puede presentarse de manera tan repentina que solo te deje, lector, el tiempo suficiente para decir “adiós” antes de partir al otro mundo.

Así que ahora podemos decidir: ¿Quién preferimos que nos aseche?, ¿quién es mejor miedo en un cuento de terror?, ¿el vampiro o la enfermedad?
La pregunta está mal formulada. Volvamos a plantearla más adelante.

Evocatio:

Estimado lector, te agradezco la paciencia de ver tu vida transformada en una verdadera miseria. Sólo tenme en cuenta que me ahorro los peores detalles. ¿Te intrigan? Aquí van algunos.
Tu páncreas no funciona correctamente. La insulina debe serte suministrada desde el exterior: jeringas, pinchazos diarios, dos o quizás tres tipos de insulina sintética deban probarse y combinarse hasta encontrar lo que resulte más adecuado a tu metabolismo. Vas a tener que aprender a aplicarte las dosis. Vencer el miedo a las inyecciones y aceptar que te acompañarán hasta el final del camino.
Cambio radical de dieta. Ya no podrás comer lo que quieras. El alimento (y su combinación con deporte y ejercitación regular) es en adelante lo que te mantiene vivo y alejado de desagradables episodios convulsivos. Llegará el momento en que ya no quieras que tu familia vuelva a ver cómo la espuma brota por tu nariz mientras las convulsiones te llevan desde el baño a la habitación de las visitas.
Análisis de sangre y orina, digamos, cada seis meses. Y una visita al oculista también, el riesgo de quedarte ciego ha aumentado dramáticamente desde que se declaró la diabetes.
No te cortes los pies, y en lo posible tampoco las manos. El problema del azúcar en tu sangre es un serio inconveniente a la hora de cicatrizar las heridas, y vamos a tener que empezar a considerar que cualquier herida es una poderosa invitación a las gangrenas. Para qué mentirte, con el tiempo te irás deshojando como una margarita, y perder uno o dos dedos hoy no te parecerá nada mañana, cuando deban amputarte una pierna completa.
Tu hígado y tus riñones son otro problema. Y éste es de esos problemas que ya no sé con qué cara voy a explicarte. La cosa mi amigo, es que van a dejar de funcionar en breve, mucho más rápido de lo que habíamos pensado en un principio, cuando eras una persona sana y feliz. Esos días han quedado atrás. Disfruta mientras puedas.

Digretio:
No habrá jamás un vampiro tan persistente, tan paciente y a la vez tan violentamente destructivo como la diabetes. Pero como ya dije antes, la comparación es evidentemente deficiente porque no puede adjudicarse a la diabetes la voluntad de destruir que la literatura le adjudica a los vampiros.
La diabetes es sólo un puñado de células que se murieron en tu páncreas. Tal vez una gripe que le cayó mal a tu sistema inmunológico y, de muy mal humor, tus propias defensas deciden cualquier día someter a juicio sumario a tus propias células pancreáticas.
La diabetes no sólo está exenta de cualquier forma de voluntad (como quizás no lo esté un virus) sino que pone de manifiesto el trasfondo de total insignificancia sobre el que transcurre nuestra vida. Lamento decirlo así, tan luego de haber aniquilado tu salud pancreática, amigable lector. Pero la conclusión es inevitable: no hay razón por la cual esto te ha sucedido o te ha dejado de suceder.
O tal vez ni te ha sucedido.
O tal vez haga falta tensar la cuerda para notar la falta de razón, o el abuso de la razón absoluta.

Evocatio:
Los médicos hablan del factor genético de la diabetes. Si mi abuelo materno fue diabético, dice el manual, no hay manera de evitar que yo mismo sea diabético. Cada médico que conozco y que se entera de mi caso sólo puede decirme: tal vez no hoy, tal vez no mañana, pero ya va a llegar. Pero no llega, la ficha que debe caer e mi casillero me ha salteado.
Una lección de la literatura de terror: que la víctima sea siempre la más vulnerable de las criaturas. Un buen ejemplo: el chico en la película de Bruce Willis, “Sexto sentido”.
Si la ficha de la diabetes, esa que la genética te ha enviado a través de las generaciones, persiste en evadirte, es porque seguro va a caer donde menos se la espera. Y entonces sí vamos a necesitar que Dios exista, porque no habrá víctima de menor calibre para nuestros deseos de venganza.

La diabetes le tocó a mi hijo, y le tocó incluso cuando todavía no sabía hablar. Quiero que imagines lector al más perseverante de los vampiros riéndose en tu cara cuando esperabas que descargara contra tu sangre toda su furia y toda su sed, riéndose en tu cara y pasándote de largo. No dejes atrás estos párrafos donde te contaba por qué se le dice “crónica” a esta enfermedad, y pensemos en algo crónico que se prende a nuestro cuerpo cuando todavía no tenemos recuerdos. Cuando los pinchazos y las convulsiones, y los gritos de terror por las noches donde la enfermedad se mezcla con las pesadillas, cuando de todo esto saldrán nuestros primeros recuerdos. Sus primeros recuerdos.

No creo en Dios pero, lo dije hace un momento, no habría otra víctima a la altura de mi desprecio. No creo en el destino, o en las potencias del universo, o en la voluntad de la naturaleza, no creo en ninguna forma de voluntad superior a la del hombre. Sólo veo al hombre con su pretensión de grandeza sumergido en la noche de las noches, el más vasto océano de la sinrazón.

Me gustaría creer en la literatura como medio terapéutico que nos permitiera conjurar ciertos miedos, ciertos males, ciertas asechanzas. Tampoco en eso puedo creer. Nada más hay buenos y malos argumentos, especialmente cuando hablamos de cuentos de terror.
Quisiera escribir algún cuento de terror y meterle un buen susto a mis lectores.
“Insulina” sería un título interesante.

1 comentario:

Carolina Bugnone dijo...

guau, qué raro nadie comentó este escrito, lo suficientemente fuerte y bien escrito