sueña con camas cuchetas, en un agua donde se ahoga y vive como la fiebre que lo deja
pasmado en una mansedumbre inefable y epifánica cuando los albores cínicos, escabulle en la conciencia, despierta apenas en un temblor al nivel de los desconciertos y corre detrás de los deseos más desgarrados – el tacto y la sintáxis
las circunstancias se derrumban sobre una profunda tarde de ronco crepúsculo en invierno
las sábanas blancas
un grito atrapado entre las sombras, una mujer que se mira en el espejo, cuatro noches de luna con sus despojos en el reflejo del techo
todo símbolo fabricado para las ideas cercanas sobre las cosas, pero nunca ideas que se parezcan. los secretos ocultos a medio paso de la verdad: como voces que retumban en los agujeros más sombríos de una caverna roja, se comen las uñas del pequeño trecho que los diferencia de lo que esconden con tanta flaca sutileza
sus pupilas verticales amenazadas por la espalda, lo que sucede al tercer día de conocerla, con la silueta de luna menguante y vestidos de seda; el hábito consumido en un vicio mesiánico descontado de todo lo que falta
¿cómo se llama el cadáver de las cosas? de las más plenas y concretas escenas plasmadas en tablones desbordados de arena, el sonido serpenteante en constante fulgor dentro de los débiles tendones del alma – como metáfora del cuerpo no asignado, en el espanto de los sueños
no me queda más que tocarte las manos con mis lágrimas y reirte de lejos
de cada recuerdo sobresaliente el aspecto irrelevante es el más afilado. se suma a la memoria el pequeño gesto sobrante del frunce irónico, más parecido a un suspiro del frío que a la expresión concreta de la alegría, como la idea de vigilia cuando el cuerpo inventado encuentra su mayor tristeza
irrumpe la cotidiana sucesión de particularidades para convertirla en el tormento de la resurrección, débil ilusión de los muertos
y en las noches de escorpio, la nombra
*Paula Fernandez Vega
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