31/5/11

Scott

para P.B.

cualquier valor humano que yo pudiera tener desaparecería si me condeno a mí mismo a una vida de ascetismo al que no estoy acostumbrado ni por hábito ni por temperamento, ni por las circunstancias de mi oficio
F. Scott Fitzgerald


              Ésta es una historia del corazón.
           El protagonista hace su aparición con apenas veinte años. Imaginemos un gentleman de la clase alta norteamericana, con la cabeza llena de cosas como el buen nombre y honor de la familia y las últimas modas de Londres y París, recién alistado en el ejército a la espera de la guerra (a la que finalmente no acudiría), cuya única ocupación fueran las charlas en el Club de Oficiales y las salidas al teatro para ver en escena a las chicas de Princeton, Harvard y Yale. Rubio, con los ojos transparentes, los rasgos filosos y el ego de un megalómano.
            Lo único que tal vez preocupara un poco, en aquel momento, a Scott Fitzgerald, fuera su lamentable desempeño académico durante los tres años que él mismo pasara aburriéndose en Princeton. El joven Fitzgerald da por sentado que él es un individuo intelectualmente superior, predestinado a las más altas manifestaciones del éxito, y no hay fracaso académico que lo detenga. En su imaginación fabuladora, este fracaso también se debe a su incalculable (y poco convencional) inteligencia. 
            Ese año en particular, el año del ejército, una vez abandonados sus estudios universitarios, anota en su diario personal: “El año más importante de mi vida. Todas las emociones y la obra de mi vida se decidieron en aquel momento. Desgraciado y loco de felicidad, un gran triunfo.” Y es muy llamativo que se encontrara vistiendo el uniforme militar. A pesar de no haber disparado una sola bala en el campo de batalla, no iba a faltarle guerra: ese año la conocía a Zelda Sayre. Esta entrada en su diario hace específica referencia a uno de sus primeros encuentros.
            Y de ese encuentro, mucho después, Fitzgerald saca la idea central para una de sus novelas, “El Gran Gatsby”(1), y varios de sus cuentos. La clave de esa novela es la siguiente: Daisy Buchanan rechaza el matrimonio con Jay Gatsby, a los 18 años, por cuestiones de dinero y posición social. Lo espera algunos meses, pero finalmente se casa con otro. Tiempo después Jay regresará a buscarla, esta vez con todo el dinero del mundo en el bolsillo. El desenlace de la novela pertenece a la ficción (a la ficción literaria de nivel superior), pero el problema del dinero, a la hora de concretar su relación, fue real en el caso de Zelda y Scott.
            Los privilegios sociales de Fitzgerald tocaban fondo junto con la herencia de sus abuelos. Con el abandono de los estudios y el fin de las hostilidades en Europa, la caja familiar exhausta y sin profesión, Fitzgerald no encuentra otra alternativa que enfrentarse al mundo del trabajo. En un acto de desesperación y exacerbado dramatismo, se anota en una lista de espera para ingresar como obrero a una fábrica. Con algo más de criterio se muda a Nueva York y consigue trabajo como escritor de jingles para una agencia publicitaria.
            Todos los sueños ególatras de Fitzgerald se desmoronan en cuatro meses de oficina y salario, durante los cuales su relación con Zelda se evapora por correo. Gana noventa dólares por mes, lo que apenas le alcanza para sobrevivir, exponiéndose, entre otros martirios, a perderse las modas de una o dos temporadas. Pero lo que de verdad lo desespera es perder a Zelda, y perderla, además, precisamente por esto. El dinero y el amor, como todos sabemos, juntos resultan despreciables. Fitzgerald, sin embargo, no piensa así. Perder un amor a causa de una guerra, por ejemplo, o en manos de la traición, en medio de un cataclismo cualquiera, perder un amor por cuestiones de verdadero peso, eso puede resultar comprensible y en algunos casos inevitable. Pero no por dinero, perder un amor por dinero debería quedar fuera de discusión. El dinero debería saber guardar su correspondiente estatus de insignificancia.
            Scott le envía a Zelda el anillo de compromiso de su madre, pero recibe a cambio una respuesta fría y distante. En Nueva York renuncia a su trabajo y dedica tres semanas completas a emborracharse. El día numero veintidós se ve obligado a dejar de beber, una ley prohíbe el consumo del alcohol, todos la conocemos como la “ley seca”. El impacto de la sobriedad inicial debió resultar brutal y ensordecedor, y no se aplacaría antes de que, un par de meses más tarde, hicieran su aparición los contrabandistas.
            Regresa a la casa de sus padres después de tomar una decisión desesperada: corregir el manuscrito de su primera novela, comenzada a los diecinueve años y ya rechazada una vez por los editores. Del manuscrito original sólo conserva la mitad y rescribe el resto (en algo así como veinte días). Cuando vuelve a presentarla, la novela es aceptada. 
            “A este lado del paraíso” le daría a Fitzgerald doce mil dólares de ganancias a lo largo de un año. Con la confirmación de la publicación, su agente literario comienza a vender los cuentos de Fitzgerald al Smart Set, a la Scribners Magazine y al Saturday Evening Post; éste último paga por el primero unos cuatrocientos dólares. Los derechos de ese cuento se venden a la industria del cine en dos mil quinientos dólares. Algunos años después cada cuento de Fitzgerald valdría unos cuatro mil, y el autor publicaría entre ocho y doce por año.
            Valores: con el dinero ganado por un solo cuento, en la entreguerra europea, Fitzgerald podía pagar dos años de alquiler en una mansión francesa sobre la costa del mediterráneo.
            Seis meses de desasosiego, y repentinamente el éxito. El día que Scott entra a la casa de la familia Sayre con un ejemplar de su primera novela bajo el brazo, Zelda acepta el matrimonio.
            En una habitación del Ritz, Fitzgerald festeja regalando a cada uno de sus amigos una botella de whisky importado por el contrabando, deja propinas de cincuenta dólares y, al salir, abre todas las canillas e inunda el hotel.
            De sus primeras apariciones públicas como pareja quedan algunos testimonios, como el de Alexander McKraig, director editorial en Princeton: “Fui a ver a Scott y su mujer. Ella es una bella caprichosa del sur. Come chicle, muestra las piernas, los dos toman demasiado. Antes de tres años están divorciados. Scott escribirá algo importante y morirá en una buhardilla a los treinta y dos.”
            Pero Scott y Zelda sólo se separarían mucho más tarde, a causa de la locura primero y la muerte después.
            Los cuentos que publica Fitzgerald durante los dos primeros años en el Saturday Evening Post, aparecen reunidos bajo el título “La era del Jazz”. A ese libro le debemos el nombre del período histórico que va de 1920 a 1930 en los Estados Unidos. El jazz es integrado a la literatura por primera vez en esas historias. El personaje femenino principal de esos cuentos, la flapper, con el que Fitzgerald retrata abiertamente a Zelda, se impone como modelo de mujer en dos continentes. El estilo de vida que ahí se narra se transforma en el motor principal de una enorme industria publicitaria.  
            A los 25 años, en la cumbre de su carrera, Fitzgerald es, junto con Zelda, el centro del mundo. El centro de un mundo, además, hecho para ellos, hecho a su imagen y semejanza. Un mundo que surge de las historias del mismo Fitzgerald.
            En el excepcional caso de Fitzgerald, cuyo talento no puede ponerse en duda (estamos hablando del tipo que descubrió a Hemingway y que obligó a su editor a publicarle la primera novela, que él mismo se encargó de corregir), es necesario reconocer que su éxito literario fue favorablemente acompañado, por lo menos al principio, por las modas y la publicidad. Pero estos fundamentos, a largo plazo, expusieron todas sus debilidades.
            Tres factores se conjugaron en su contra. La llegada de la segunda guerra mundial vació de todo interés la obra de Fitzgerald; el consumo masivo de alcohol, tanto para Scott como para Zelda, se transformó lentamente en un problema inmanejable; y, por último, Zelda se volvió loca.      
            La literatura de Fitzgerald pasó de moda. El interés belicista, donde Hemingway hizo pie con tanta firmeza, transformó los cuentos de Fitzgerald en un anacronismo. El mundo y la gente habían cambiado, sus cuentos –que tampoco eran los mismos, a causa del trabajo comercial a destajo y los problemas de salud– dejaron de venderse.
            Los problemas de la pareja crecieron descontroladamente desde el primer día, a causa de todo tipo de excesos, en particular debido a la simultánea adicción a la bebida. Scott llegó a reconocer su absoluta incapacidad para escribir sobrio. Por lo demás, ninguno de los dos consideró la posibilidad de separarse.
            En 1930 Zelda es internada en una clínica psiquiátrica francesa. Sería la primera de una larga sucesión de internaciones, tanto en Europa como en América. En el momento de su admisión en la clínica está borracha y reconoce varias tentativas de suicidio. En esta ocasión se retira, a los pocos días, contra la opinión de los médicos. No tardaría en llegar la reclusión permanente. El diagnóstico: esquizofrenia.
            Sobre el final de esta época difícil, con su carrera literaria en franca decadencia, separado de Zelda y consumiendo habitualmente un litro diario de ginebra, Fitzgerald escribe esa serie de tres ensayos que tituló “the crack-up”, y cuya publicación coincide con el “crack” económico del año 1939. Muere al año siguiente, en el olvido público, a los cuarentra y cuatro años.
            Siete años después, internada en el Highland Mental Hospital de Asheville, Zelda muere en un incendio.

            Una de las mayores muestras del talento de Scott Fitzgerald, a todo esto, no se encuentra en ninguna de sus obras literarias. Podríamos discutir durante horas sobre la calidad de sus novelas, absolutamente geniales las primeras, desconcertantemente malas las últimas (de lo que él mismo era conciente); o de sus cuentos, en los que se denigraba en nombre de la recaudación, hasta que ya no le fue posible publicarlos. La serie de Patt Hobby al final, historias de la frustración y el fracaso, desde todo punto de vista inaceptables para el Saturday Evening Post, cualquiera de ellos mejores que el mejor Hemingway. Pero algunas de sus grandes hazañas literarias aparecen en sus cartas personales. Una buena anticipación de esto puede leerse a principio de los años veinte, cuando le pone por escrito a Hemingway, en una clase magistral de literatura, los motivos de sus correcciones a “Fiesta”, y le explica qué es y qué no es literatura.  
           No dejo nunca de tener presente, en particular, una de sus cartas. Escrita desde Princeton y enviada a Suiza, dirigida al Doctor Oscar Forel, psiquiatra a cargo de Zelda, en ese momento recluida desde hacía meses.
            Invariablemente, con cada internación, Zelda pasaba por un período de desintoxicación alcohólica. El tratamiento, en mayor o menor medida, sería similar al que puede recibirse aún hoy en cualquier clínica de adicciones o en las reuniones de alcohólicos anónimos, reforzado por la supervisión psiquiátrica. A lo largo del tiempo, muchos médicos le señalaron a Fitzgerald la necesidad de que él mismo, por su salud personal y para acompañar la terapia de su mujer, se sometiera a tratamiento para dejar de tomar. El Doctor Forel fue uno de los más insistentes defensores de esta propuesta.
          En esa obra magistral, su carta al Doctor Forel, Fitzgerald explica los motivos por los cuales, como era de esperar, se niega a dejar de beber.

(Para los interesados: la carta no es larga, y se puede leer aquí)



(1) Clásico de la literatura norteamericana, lectura obligatoria en el ámbito académico, indispensable para cualquiera que le interese saber qué es la literatura (La versión Hollywood es de 1974, Robert Redford, Mia Farrow, guión de Francis Ford Coppola).

7 comentarios:

g. dijo...

fitzgerald era rock and roll.

blopas dijo...

Hola Gonzalo. Te sigo en TW y acabo de arribar a tu blog. Lo primero que me tocó en suerte fue este post, Scott, y ahora estoy lamentando no haber leído nunca a Fitzgerald.

Coincido en que hay corazón en la historia, pero también hay mucha cabeza (y mucho ego y orgullo; ok, tenía con qué). Lo muestra claramente con esa elucubración al final de la carta a Forel acerca de que condenarse al ascetismo implicaría tener que callarse la boca y perder valores humanos... No era sólo dejar de beber o privarse de los excesos, ¿no?

Tu post me deja pensando, y Fitzgerald acaba de entrar en mi creciente lista de 'pendientes'.

Saludos!

Gonzalo Viñao dijo...

gracias blopas!!!

no te vas a arrepentir con Fitzgerald, "A este lado del paraiso", "El gran gatsby", todos los cuentos, primerísimo nivel literario

lo que más me gusta de la carta es que para cualquier ser humano razonable (y sobrio) los argumentos de Fitzgerald son indefendibles, pero atravesados por su talento parecen insuperables

G.

Anónimo dijo...

Todos queremos a Zelda

Anónimo dijo...

(...)y el hecho de haber abusado del alcohol es algo que hay que pagar con sufrimiento y tal vez con la muerte, pero no con la renuncia.''

anabaez dijo...

Hace muchos años en mi adolescencia el El Gran Gatsby , la película me encantaba desde la infancia. En realidad no sabía nada de FS Fitzgerald.
Gracias por el post.
Me parece maravilloso y abre una curiosidad enorme en mi, a leer A este lado del paraíso, La era del JAzz Y Crack up, y seguir sabiendo de la vida y escritos de FSF.
La película me encantaba desde niña. Todo ese ambiente y música seguramente embriagaron a Scott y Zelda durante años y si entiendo perfecto su carta magníficamente escrita.
Renunciar nunca solo hasta la muerte.Y por qué habría de renunciar? si era su placer.

anabaez dijo...

Faltó la palabra leí....

Hace muchos años en mi adolescencia leí el El Gran Gatsby.

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