11/3/10

Cuerda

    Al principio me colocaron en una ferretería. Soñaba con trabajos nobles, y mis preferidos eran en los barcos. Deseaba fervientemente ir a parar a una lancha, a un bote cualquiera, y vivir en el mar o en el río.
   Me fui pronto con un mecánico, un tipo grueso y sucio pero alegre. No hablaba mucho, era tímido y silencioso. Siempre silbaba canciones del trío Los Panchos. En el taller escuchábamos Eydie Gourmé, pero a la noche, porque al mecánico le daba vergüenza que lo oyeran los clientes. 
    El mecánico tenía una grúa y recorríamos la ruta once, durante la temporada de verano, cuando hay más coches. Lo ayudaba con los remolques. En invierno, con mucho menos movimiento en la ruta, lo llamaban por teléfono, incluso a horas muy inconvenientes. Los autos siempre se quedaban entre Gesell y Pinamar, en el trayecto de doble trocha, muy arbolado y, de noche, muy oscuro.
    En ese tramo de la ruta empezó una noche, como algo muy natural, en pleno invierno, a violar mujeres. Mujeres solas a las que se les paraba el auto en la ruta. A lo largo del invierno pueden ser muchas. Yo lo ayudaba, se las sostenía mientras las violaba y les cantaba las canciones del trío Los Panchos, casi a los gritos. Asomaba su culo blanco y flojo a la luz de la luna, brillante, y después de atontarlas con un par de golpes se las cogía en la banquina, o adentro de sus coches. Por la ruta era muy raro que pasara alguien, de noche y en invierno. Después las dejaba tiradas. Me imagino que muchas no se habrán atrevido a llamar otra grúa hasta la madrugada. O tal vez nunca llamaran, las encontrarían al otro día.
    No se si lo habría hecho antes, pero sí lo hizo muchas veces. Y finalmente lo agarraron. La última mujer a la que intentó violar era policía. Lo tuvo casi tres horas tirado en el pasto, ahí mismo en la banquina en la que quiso atacarla, picaneándole los huevos con una picana portátil.
    Cuando lo metieron preso, en alguno de los procedimientos policiales, uno de los suboficiales me agarró y me llevó para la comisaría. Primero me dejaron encerrada en un cuartito, pero enseguida me pusieron a hacer trabajos de todo tipo. El mecánico pasó varios días en la comisaría, y ahora yo lo sostenía para que los canas le pegaran. Le pegaron durante cinco días seguidos, un poco cada uno. Me manché toda con la sangre del mecánico y todavía hoy algunas de esas manchas no salen.
    Hasta lo violaron al mecánico, en la comisaría. Mientras yo lo sostenía.
    Después lo trasladaron, pero falleció en el hospital, a los pocos días. Yo me quedé en la comisaría. A partir de entonces, mi trabajo fue sostener a los presos que los canas elegían para pegarles, aunque nunca le dieron a ninguno como al mecánico. A raíz de esa paliza despidieron a varios, algunos terminaron presos. También se identificó al violador del mecánico, y fue sorprendente averiguar que no era un preso, como todos decían, sino uno de los policías.
    Cuando ya me resignaba a mi trabajo de sostener presos golpeados, el violador del mecánico me encontró una nueva ocupación. Hizo unos nudos raros y me ató a un caño del techo, lo agarré por el cuello y lo estrangulé hasta matarlo.

4 comentarios:

Uno mas del monton dijo...

linda la analogía entre el sostenedor de las victimas del violador y el de los policias.
Me llamó la atencion lo ke parece ser un error, al principio se refiere al sostenedor en masculino:
"No hablaba mucho, era tímido y silencioso. "
Y mas adelante en femenino:
"Me manché toda con la sangre del mecánico"
Lo cual no parece lógica la segunda opción.

Gonzalo Viñao dijo...

Masculino: "no hablaba mucho, etc..." (el mecánico); femenino: "Me manché toda con la sangre del mecánico" (voz de la narradora, que es la "cuerda" o soga del título).
Saludos!

Anónimo dijo...

Muy bueno, me gusta mucho el estilo salvaje y cotidiano. Lo justo y necesario en todos tus escritos, cosa que admiro y envidio a la vez.
Saludos!

Gonzalo Viñao dijo...

Gracias Maximiliano, aprecio mucho tu comentario!