4/8/11

un cuento del verano pasado (intro)

          Algo que me repito mentalmente, de vez en cuando, es “no te desmientas”. Pero hay que poner la frase en sus dimensiones adecuadas. No se trata de un “no te contradigas”, tampoco se trata del desmentido público, no tiene nada que ver con las normas de la conducta y no involucra ningún contenido moral. Es un desafío privado, exclusivamente mío, y que resulta inevitable perder, eso está claro.
            Porque una persona puede abrigar la intención de no desmentirse a condición de ser siempre una y la misma persona. En el caso de sostener la identidad constante e inquebrantable a lo largo del tiempo, y sólo en ese caso, no desmentirse, no contradecirse, no engañarse ni desconfiar de si mismo, pueden considerarse virtudes asequibles.
            Pero la identidad es la madre de todos los espejismos. La ilusión funciona, sin lugar a dudas, todos estamos más o menos convencidos de eso y actuamos en consecuencia. Para las cosas importantes nos afeitamos, porque tenemos que mostrar la cara, y llevamos el documento, para que nadie se olvide quiénes somos. Pagamos impuestos, por ejemplo, porque reconocemos una y otra vez que el nombre en la factura es el nuestro. Alcanzaría con decir, cualquier día de estos: “no, ese no soy yo” y el universo colapsaría. Nuestro universo particular, por lo menos, pero ¿existen otros universos? Y en caso de admitir la existencia de esos universos diferentes: ¿importan? ¿deberían importarnos?
            La evolución de un concepto filosófico: desde “dame un punto de apoyo y moveré el mundo”, hasta “dame un punto de vista y multiplicaré el universo”.
            Es el juego más raro de todos el de la identidad, el de las caras afeitadas, el de los registros oficiales; es un juego que ocasionalmente deja espacios vacíos, y en una de esas vueltas te encontrás con tu propia cara en un espejo, una cara de otro tiempo que no se reconoce, y ahí es cuando nos miramos a los ojos y me digo “no te desmientas”, y casi nunca funciona.
         Cuando uno se habla a sí mismo debería observar el buen hábito de hacerlo en tiempo presente; en cuanto se empieza a conversar con un interlocutor futuro la imaginación se desequilibra, si nos desplazamos hacia el pasado es como hablar con un inquietante desconocido.
            A veces le hablo a un Octavio que fui durante apenas quince o veinte minutos, casi dos años atrás, un Octavio con el que nunca más tuve contacto. El que soy ahora le dice, de vez en cuando, que valdría la pena el reencuentro, que deje de evitarme, que se acerque. Le digo “no me desmientas” pero no contesta, se queda en la cocina tomando mate.
          En la cocina. Ya no vivo en ese departamento, pero en aquel momento recién me había mudado. Era al final del verano, una noche cálida, tomaba mate en malla y ojotas, después de la cena; domingo o lunes, o cualquier día de la semana, y no tenía nada planeado para esa noche, ni para el día siguiente. Tendría que ir al trabajo, en algún momento, supongo. Escuchaba los ruidos de la calle que entraban por la ventana, entre las plantas, y seguramente había música aunque ahora no me acuerdo cuál, el motor de la heladera, el zumbido de las lámparas, el goteo húmedo de la canilla. El mate.
          Sonó el teléfono y hablamos un rato. Corté y me quedé pensando en lo que habíamos decidido, en lo que yo mismo había incentivado, pensaba en la mañana siguiente cuando vinieras con tus cosas a casa, y ésta es la última noche pensaba, en qué quilombo me estoy metiendo.      
            Lo que me separa de aquel Octavio que tomaba mates en la cocina hace dos años, en malla y ojotas, es la ansiedad. Aquel Octavio no conocía la ansiedad, y de verdad fue la última noche. Una noche de calma perfecta y astros alineados, todo ocupaba el lugar correcto, el universo había entrado aleatoriamente en equilibrio, un equilibrio que duraría sólo una noche (y que sería visible desde cualquier otra noche de mi vida, menos desde esa).  
            Plena conciencia: son raros los momentos en los que podemos verlo todo, y generalmente tomamos la decisión equivocada con plena conciencia.


3 comentarios:

simona dijo...

desmentite, octavio. tenés la profundidad para hacerlo (y escribís muy precioso...)

Lorena Dio Feo dijo...

Son buenos pero quiero ver una foto tuya

Claire dijo...

Leo, varias mujeres intentando desmentirte.
Yo simplemente, sigo leyendo.-
CLʚϊɞ