29/12/10

deuda (fragmento)

            Salí a la vereda con fiebre y se largó a llover. Para contrarrestar los efectos de tanta barbaridad depresiva, me prendí un porro y caminé hasta la esquina. Y cuando llegué a la esquina ya me sentí mejor. Fumé un poco ahí parado, frente a la parada de taxis, es una esquina agradable y me gusta fumar de pie. Atrás de los taxis paró en doble fila un camión blanco y azul de la municipalidad, un camión con pala mecánica, y bajaron tres empleados con overoles azules y botas negras. Miraron el cielo un momento (a modo de declaración universal de odio contra la humanidad) mientras se calzaron los guantes, y sacaron sus palas manuales de la caja del camión. En la vereda celebraron una breve conferencia en torno a un pozo de tres o cuatro metros de profundidad, un pozo oscuro y húmedo lleno de basura de dos o tres días a cielo abierto. Una montaña de tierra negra se derretía por efecto de la lluvia a la derecha del pozo, transformando una buena porción de vereda en un aluvión de barro con soretes de perros y cartones de vino. Seguramente la tierra que otros empleados municipales quitaron del interior del pozo. Arreció el viento.
            El procedimiento aplicado por los empleados de overol fue el siguiente: accionaron determinadas palancas dentro del camión hasta acercar la pala mecánica a la pila de tierra, palearon a pulso la tierra dentro de la pala mecánica (utilizada, según me pareció, más bien  como cuchara) hasta llenarla, y después descargaron la pala mecánica en la caja del camión. Pero la cuchara era chica, así que palearon como condenados, y llenaron la cuchara varias veces, y la caja del camión no tenía fondo, y la tierra les empezaba a salir por los agujeros de las orejas. Una camioneta pasó reventando charcos y los empapó, con un agua turbia y verde, hasta la cintura.
               Les agarré una pala del camión sin que se dieran cuenta, porque me pareció que así se resistirían menos. Y les dije que los iba a ayudar un poco mientras me reía y creo que puse cara de buen tipo, que no debería tomarse por cara de loco, como sucede generalmente.
               Empecé a palear con las zapatillas y el pantalón embarrados hasta la rodilla, me miraban mi falta del botas de goma negra y overol, mi ropa sucia que tengo que lavarme a mano porque a mi no me espera en casa ninguna señora gorda encadenada al lavarropas, y ellos empezaron a palear de a poco, sin darse cuenta. Cargamos dos o tres veces la pala mecánica y el mundo hizo un fundido a negro, como en el cine.
            Cuando reaccioné estaba sentado contra una vidriera, debajo de un toldo, y veía caer los chorros gordos de la lluvia desde la lona. Me dijeron “te desmayaste”, y alguno de los vecinos me preguntó que quién me mandaba a romperle las pelotas a la gente. Lamenté la pérdida del porro durante el apagón, me incorporé con la mayor dignidad posible y caminé hasta mi casa. Con la ropa empapada, lleno de barro desde los pies hasta la cara, me tiré en la cama, sobre el acolchado blanco de plumas que me gané en el trabajo, con motivo del sorteo de fin de año.

en el recuerdo es apenas un momento, pero fue un sueño largo como una noche con fiebre, tal vez por efecto de la repetición, de la que no somos concientes; el lugar era, con toda certeza, un hospital, con predomino del blanco y el celeste; una sala grande, alta, llena de gente; enfermos en camillas hasta donde alcanzaba la vista, entre biombos y líneas de suero, bolsas de plástico transparente colgando de percheros metálicos, enfermeras con gorros blancos caminaban por los pasillos con bandejas en las manos; la luz entraba por ventanales muy altos, inaccesibles, las paredes eran las de un galpón, afuera hacía calor
            se escuchaban conversaciones dispersas en distintas direcciones, muy formales, incomprensibles; ninguna queja, reinaba el desconcierto y, entre el personal, la apatía; dos personas de aspecto profesional y aburrido, me hablaban, paradas las dos del mismo lado de mi cama, a la altura de los pies, no entiendo una palabra de lo que dicen, no les importa; todo sucede en tercera persona
            el discurso empieza a resultarme intolerable y lo interrumpo, una lógica invasiba me provoca rechazo; a continuación, el único fragmento de diálogo que me resultó comprensible, repetido en la noche, en la fiebre, en el sueño, como un eco:
víctima: “… no entiendo, acá estoy hablando con ustedes, ayer vino a visitarme mamá, esta mañana me llamaron por teléfono mis compañeros de trabajo, almorcé un cuarto de pollo con papas, fui dos veces al baño… ¿estoy o no estoy muerto?”
burócrata: “por supuesto, y completamente; lamento informarle que usted fue víctima de un error administrativo, y nos vamos a demorar algún tiempo en resolverlo…”

1 comentario:

natalia dijo...

Solo pude leer este ¿fragmento? o es tramposo,creo que se puede leer así, descolocan los espacios en blanco que permiten el salto abrupto de un estado a otro del personaje, creo que eso es lo que te detiene, tambalea e impulsa a continuar.Interesante.