13/9/10

por qué son estúpidos los turistas

    sobre la imposibilidad de vender cosas que no se encuentran en el mercado, para las cuales no existe vendedor ni comprador, como el aire o la sombra; el caso de la sombra, incluso, es más notorio, ya que no reporta ningún beneficio y no representa una necesidad (como el aire), todos podríamos vivir una vida placentera y tranquila sin sombra, Peter Schlemil no vio inconvenientes en vendérsela al diablo (único comprador de sombras que registra la historia de la literatura) y esa valentía le valió el apellido a Don Segundo
    ¿con qué excusa se podría, por ejemplo, contratar una póliza para la protección de una sombra con una compañía de seguros?; no se puede robar, ni romper, y tampoco se puede alquilar, o repartir; no es capaz de producir, en términos apreciables para el comercio, ningún beneficio, y esto se debe a que, ante la necesidad de sombra, a cualquiera le alcanza con abrir un paraguas o desplegar un diario sobre la cabeza
                                                 
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    el territorio nacional, y las divisiones político-económicas de ese territorio, componen el alimento ordinario de la más alevosa especie de burocracia; la letra misma de la ley, al entrar en contacto con la tinta de los catastros, vacila y se hace más tenue; de alguna manera los espacios comunes se convierten en espacios particulares, sin que surjan reclamos de ningún tipo, y esos espacios particulares se intercambian por dinero, sin despertar ninguna sospecha
    las playas de nuestras costas pertenecen, como todo el territorio de nuestro país, al estado nacional; administrativamente, los distintos fragmentos de esas playas son responsabilidad de las distintas provincias dentro de cuyas fronteras se encuentran; la provincia de buenos aires cuenta en su haber con la ¿propiedad? de las playas que revisten la postal marplantense, y de todo lo que se encuentra en ellas; cuando el turista abandona la última calle que lo separa del mar y sube a la última vereda que bordea la playa, incluso antes de tocar la arena, pasa de territorio administrativo municipal a territorio administrativo provincial
    un arreglo incierto, del que no se tiene memoria y que probablemente habite las entrañas de algún archivo húmedo y olvidado, cedió esas playas; el gobierno provincial, como representante (de algún tipo) del gobierno nacional (representante a su vez del ciudadano argentino que ignora todo esto), cedió esas playas al gobierno municipal de la ciudad de Mar del Plata la feliz, con la única condición – supongo – de no venderlas, pero mientras tanto, y para no perder el tiempo, se habilitó la posibilidad de todo tipo de explotación comercial
    la municipalidad, en una actitud característica de su acérrimo desinterés social, decidió no aprovechar esa oportunidad magnífica de conseguir dinero para mejorar la vida de los vecinos; en lugar de esto concedió esa oportunidad, mediante una serie de artificios y liturgias ambigüas, a los emprendimientos privados, transformando el bienestar de muchos en la superabundancia de unos pocos; estos privados consienten en ofrecer algo a cambio (una renta, alquiler o canon) pero se les debería caer la cara de vergüenza si se compara esa cuota con las ganancias que generan en el proceso
    lo que hacen estos privados es abrir un paraguas, extienden un diario sobre la cabeza de la gente, y les cobran; se los llama “balnearios”, y diversos avances tecnológicos les permiten montar una laberíntica sucesión de carpas y sombrillas, atendidas por sus propios dueños (o no), puestas al servicio del turista; en la jerga, a esa actividad, se la denomina “vender sombra”
    con “vista al mar”, la misma que se consigue en otras carpas girando la cabeza hacia un costado (pero en este caso el beneficio radica en no hacer ese esfuerzo), cuesta más caro