21/4/10

Anselmo y la mecánica del azar

    No es verosímil que una persona, huyendo de la muerte, elija el método de construir una palacio con tantas habitaciones como días tiene el año, dormir cada noche en una habitación distinta, y suponer que así evadirá el fatal encuentro.
    "Todos saben, - decía Anselmo, viejo filósofo metafísico - porque no se trata de una ecuación excesivamente complicada, que con dos, o a lo sumo con tres habitaciones, es suficiente para evitar que la muerte nos encuentre durmiendo, siempre que nos tomemos la precaución de dejar en manos del azar la elección de la habitación para cada noche."
    Pero Anselmo no se detenía en este punto. Alegaba conocer a "ese pobre cronista de mis pagos" que le adjudicaba la construcción de tal palacio a un emperador chino: "¡Es absurdo!, un emperador sabría que la construcción de trescientas sesenta y cinco habitaciones es un esfuerzo inútil. La muerte, con observar el ciclo de migraciones nocturnas que cumple su víctima, la atraparía al segundo o al tercer año, mientras que esa misma muerte no tendría nada que hacer frente al azar de tres piecitas." El argumento era irrefutable, puesto que el emperador no había sobrevivido.
    Finalmente y muchos años más tarde, Anselmo cayó en la cuenta del error cometido por él y por aquel "cronista"; ambos habían llevado a cabo sus cálculos sin tener en cuenta la más importante de las variables: la cantidad de habitaciones por noche que es capaz de visitar la muerte.
    En definitiva, si lograba averiguarse el número de esta última variable, sólo habría que multiplicarlo por tres, y luego construir esa cantidad de habitaciones, para entregarse al azar de elegir una nueva habitación cada noche. "Aquí lo importante es el azar", decía Anselmo con paciencia infinita.
    Siguiendo la corriente de este argumento, Anselmo se sintió en condiciones de enfrentar nuevas objeciones: "¿pero de dónde saca Ud. – lo increpó un bañista – que la muerte sólo visita por la noche?", y el filósofo, con voz afectuosa, contestó: "no importa realmente ni el lugar ni el momento, lo que importa es conocer la capacidad de la muerte, lo que yo llamo su autonomía de vuelo, su radio de acción. Si se sabe esto, lo que hay que hacer es encontrar la manera de evitar ese radio de acción. Supongamos que la muerte puede visitar dos patios, tres escuelas, diez hospitales, recorrer doscientos cincuenta kilómetros y cuatro balnearios por día. A partir de este conocimiento, lo que uno debería hacer, es estar en condiciones de visitar seis patios, nueve escuelas, treinta hospitales, recorrer setecientos cincuenta kilómetros y doce balnearios por día. Pero sólo es necesario estar en condiciones de asistir sin presentarse efectivamente en todos esos lugares, porque si uno lo hace, indefectiblemente se encontraría con la muerte en alguno de ellos. Debe uno aparecerse en uno solo de los seis patios que se han elegido, en una escuela de las nueve, en un hospital de los treinta, etc., siempre  eligiendo los lugares según el más estricto azar."
    La hipótesis de Anselmo proponía que, si uno se maneja con la premisa inescrutable del azar, la muerte no podría nunca planear lógicamente el momento para nuestra muerte, no podría agendar el momento del encuentro. La única alternativa de la muerte, en estas condiciones, sería la de entregarse ella misma a una búsqueda por azar, lo que enfrentaría eternamente el azar de la muerte con el nuestro, aplazando y volviendo a aplazar, con un poco de suerte, nuestra muerte.
    Anselmo se propuso poner a prueba esta hipótesis, y al principio siguió su método al pié de la letra. Cada día se lo podía ver en los lugares más diversos, por ejemplo, asistiendo a las fiestas más contradictorias (asistía tanto al festejo del "Día del Conservador" como a los festejos del "Día del Liberal"), a veces dormía bajo un puente, o en una plaza, aunque la mayoría de las veces se metía subrepticiamente en la casa de algún desconocido, alteraba los horarios de sus comidas, nunca se vestía con la misma ropa ni en el mismo lugar. Unos años más tarde era socio de todas las bibliotecas del mundo, de todas las sociedades de fomento, de todos los centros recreativos: se asociaba el primer día y nunca más volvía.  Finalmente se le presentó un serio inconveniente: había estado en todas las ciudades del mundo, en todas las selvas, en todos los mares... y no quería repetirse, porque la repetición, por más azarosa que fuera, con el correr de los siglos, presentaba el riesgo de volverse cíclica, y así tendría la muerte un patrón de regularidades que le permitiría encontrar a Anselmo.
    Pero el filósofo no amedrentó. Volvió un día a su casa y frente a la sorpresa de sus amigos, que lo imaginaban recorriendo el mundo en franca huida (de la muerte), les dijo: "Me he dado cuenta amigos, de que mi problema está solucionado. Señores, señoras: pueden Uds. saludar al primer inmortal."
    La explicación de Anselmo era sencilla, sagaz, brillante: si, como su hipótesis lo planteaba, frente al azar huidizo de la víctima, la muerte no podía hacer otra cosa que entregarse a su vez al azar de la búsqueda, entonces Anselmo podía vivir en paz en su casa, entregado al azar de esperar que allí la muerte, por azar, nunca lo encontrase.

2 comentarios:

Carlos Alvarez dijo...

Me pareció un cuento maravilloso. Me atrapó desde sus primeras lineas.

Sylvia dijo...

Genial, este Anselmo! Me encantó el cuento. De paso, el azar en realidad es un ente que hay que tomar en cuenta en cualquier cálculo matemático de la física, en el sentido amplio de esta palabra, como hacían los griegos.
A seguir nuestras vidas, entonces, haciendo todo lo mejor posible, volviendo a casa a dormir. Bah...también es bonito viajar! Abrazos desde Buenos Aires.