4/11/09

la bella y la bestia


Érase una vez un príncipe hermoso y joven, de excelentes modales y perfecta caballerosidad, inteligente, cuyo fino humor y buen carácter eran famosos entre las familias más encumbradas; el príncipe de esta historia vivía en el palacio de sus antepasados saturado por el lujo y el confort.

Una imprecisa trama de casualidades desembocó en el casamiento de este príncipe con la hermosa hija de un comerciante local. El matrimonio, nacido de un idilio de amor romántico, lleno de promesas de felicidad y prosperidad, dio comienzo entre agradables aventuras e intensas alegrías.

Con el paso de los años, la bella y joven esposa perdió un poco la línea y la nobleza de su figura como consecuencia de tres embarazos consecutivos. Los niños, muy mal criados en un ambiente de abundancia sin límites, adquirieron la costumbre de berrear y hacer dramáticas pataletas sólo por el gusto de fastidiar a sus padres.

El príncipe resultó un muy mal administrador de los bienes heredados, tal vez por no haberse enfrentado jamás a la necesidad de hacer el esfuerzo de adquirirlos. No demoró en presentarse la necesidad de trabajar para vivir, lo que desmoronó el frágil equilibrio de su felicidad, como una ráfaga de viento que tira por el piso un castillo de cartas. Por aquella época aparecieron las máquinas tragamonedas en las casas de bingos (una reprochable política del estado y la administración de Loterías y Casinos), y a estas máquinas destinaba el total de sus ganancias el príncipe de nuestra historia. Cuando el dinero se evaporaba en el juego, el príncipe recurría al alcohol para tranquilizar sus nervios y correr un velo que lo separara de las quejas de su esposa y sus hijos. La otrora bella joven, ahora una gruesa y desilusionada madre que se empleaba en un local de comidas rápidas para poder afrontar los gastos del supermercado, se desahogaba llorando profusamente todas las noches. Como era predecible, pronto fueron notorias las sórdidas historias que involucraban al príncipe con otras mujeres.

Recurrió el príncipe a los extremos de hipotecar, y luego malvender, sus propiedades. El procedimiento le trajo breves remansos de calma que desembocaron en indescriptibles huracanes de frustración y amargura. No muchos años más tarde, la familia se encontraba en la más absoluta bancarrota y abrumada por las deudas.

Al trágico matrimonio no le demandó ningún esfuerzo convertirse en una reunión de ilustres desconocidos cuyo único vínculo era la desgracia y el techo compartido. La presencia de los hijos completaba un escenario en el cual abundaban los desencuentros. Ella intentó recuperar el amor perdido y una tarde, tras adquirir la triste conciencia del tiempo transcurrido sin mirarse mutuamente a los ojos, buscó a su marido para besarlo. Lo que descubrió fue que el príncipe había desaparecido, y en su lugar una bestia ignominiosa y abominable se presentó para molerla a golpes y dejarla inconsciente en el piso del baño.

El príncipe, o la bestia que ahora ocupaba su lugar, ciego y borracho pero con frialdad y sin ninguna vacilación, cargó un arma y disparó contra sus hijos mientras dormían. Prendió fuego la casa y luego, mientras las llamas se le acercaban, se pegó un tiro.

7 comentarios:

Pandacucho dijo...

A mí sí me pareció hermosa la historia. Por un momento recuerda a la maldición sobre aquella casa en Amity Ville.

LADO B dijo...

Principes...

Lila Biscia dijo...

Terrible historia.
De verdad que si.
beso

budin dijo...

:O

Heladisima me dejo el final.

Cuanta "decisión"... por decirlo de algún modo.

Un besito, Sr!

Fausto dijo...

Gonzalo, tu narración me hizo acordarme de una historia real que llegué a conocer.

Esto que compartiré es cierto. Hace 10 años tuve como alumno a un chico de 4° de primaria, tenía quemaduras en más de un 80% de su cuerpo. Se llama H. Usaba un traje especial ceñido como de neopreno, para evitar que el ambiente infectara la piel. Sólo podía mirarle las manos todas deformes y con la piel severamente dañada. Su rostro estaba cubierto por una máscara parecida a la de los porteros de hockey sobre hielo, sólo sobresalían sus saltones ojos azules rodeados de sus párpados lastimados. Era simpático, inquieto y juguetón, no un gran alumno, pero sí un buen chico.

Su padre estaba vinculado con el narcotráfico, creo era abogado. Y ante una crisis (o tal vez amenazas brutales) decidió por la noche cerrar a cal y canto puertas y ventanas, dejar abierta la llave del gas para que su esposa y su hijo muriesen asfixiados. Durante la madrugada algo provocó un corto, explotó la casa en llamas, el padre alcanzó a dispararse un plomazo en la cabeza. Ayudaron los vecinos, aparecieron los bomberos y paramédicos. La madre y el niño de 6 años, H., sobrevivieron. Ella con quemaduras en buena parte del rostro, el pecho, la espalda y perdió la movilidad del brazo izquierdo.

Hoy, H. cursa la universidad y trata de llevar una vida lo más normal posible. Es uno de mis tantos contactos de facebook que fueron exalumnos míos.

La realidad puede sorprender más que cualquier ficción y literatura.

Gonzalo Viñao dijo...

Fausto:
Tremenda historia sobre la que no quisiera hacer ningún comentario superfluo. Sólo decirte que mi cuento intenta reflejar cómo el tiempo ha hecho que la gente reemplazara unas espectativas de ensueño (conocer un príncipe azul y ser feliz) por unos miedos de pesadilla (conocer a la bestia y que se desencadene la tragedia).
Gracias a todos por sus comentarios.
Salú!

Julieta dijo...

Q triste la transformacion...aparentemente inevitable con el correr de los años.