15/11/09

la Bella Durmiente


“elle dit en branlant la tête, encore plus de dépit
que de vieillesse, que la princesse se percerait
la main d'un fuseau, et qu'elle en mourrait.”
Charles Perrault


Una tarde solitaria, después de haberse asegurado la infelicidad de todos los que la querían, con el wisky se tragó cincuenta pastillas y se murió.

***

Cuarenta años atrás, en el día de su nacimiento, las tías llegaron con regalos: las tres más cercanas a la familia trajeron prosperidad, salud y paz; pero la tía mala, a la que nadie había invitado, apareció dramáticamente, con la intención suprema de arruinar la fiesta. Con su voz rota de alcohol y cigarrillos, le dijo bien cerca del oído, metiendo la cara entre las sábanas de la cuna, pero con la fuerza necesaria para que todos escucharan:

– A la edad de quince años, el pinchazo de una jeringa te arrojará en manos de la desgracia más amarga y sin consuelo, y no se encontrará rescate ni salida.

Los padres, sumidos en el horror y el escándalo, expulsaron para siempre a la tía mala y se abocaron a librar de toda preocupación – y de toda jeringa – la vida de su hija. Los médicos, a pesar de estos esfuerzos paternales, no demoraron en diagnosticarle a la niña una diabetes. Hubo que adquirir cientos, miles de jeringas, y durante muchos años fueron los padres quienes la atormentaron con incansables pinchazos de diversos calibres e intensidades.

***

Cuando llegó el momento de festejar sus quince años, nadie recordaba los nefastos augurios de la tía mala. Se organizó una fiesta sin precedentes en la que mucha gente trabajó meses enteros para que resultara memorable; el banquete pantagruélico, los desfiles fastuosos, los miles de invitados, los ostentosos regalos, todo parecía salido del sueño de la princesa más delirante.

Mientras se probaba el vestido, un súbito pánico la llevó a encerrarse en el baño. No se sentía bien, sufría un notable dolor de cabeza, y descubrió que los preparativos podían continuar sin que ella ejerciera la más ínfima influencia. Con una gillette, siguiendo una novedosa llamada de la curiosidad, practicó afanosos cortes en sus propios antebrazos, también en los muslos y en las pantorrillas. Un oscuro placer brotó con la oscura sangre, y un velo denso de ensueños se precipitó sobre sus ojos.

Durante la fiesta bebió alcohol al ritmo de la música y los festejos, nadie le prestó particular atención. En cuanto se abarrotaron las pistas de baile desapareció con algunos amigos. Dejó tirado el vestido en la habitación y envuelta en una sábana negra hizo llevar botellas y velas al rincón más apartado del parque. No eran más de seis o siete entre chicos y chicas, y nunca se supo – todos se negaron a confesarlo – en qué consistió aquel festejo privado.

La agasajada volvió a su habitación pasado el mediodía, dos días más tarde; vomitó largo rato en el inodoro, hasta asegurarse de haber sacado todo lo que contuviera su estómago, mezcló con wisky o tequila un par de xanax, y llorando la mayor parte del tiempo quedó encerrada en su habitación, durante las tres semanas siguientes.

Tajos, vómitos, pastillas y encierro. En eso había terminado su infancia soñada. Nadie podía contenerla ni ayudarla. Los diversos tratamientos psicológicos se sucedían con las estaciones, apareciendo y fracasando como el auge y la caída de las modas.

Salvó la vida milagrosamente de un incendio, después de prender fuego las cortinas de su habitación. Dos veces la encontraron medio desangrada en la bañera, borracha de vino, sumergida en el agua caliente. La pérdida de peso, de pelo, de juventud y belleza era alarmante.

Su cumpleaños número veinte lo pasó aislada, incomunicada, sola. Para entonces llevaba seis meses sin pronunciar una palabra.

***

Aquel año llegó el esperado príncipe azul, y pareció ser el único capaz de sacarla de su apatía. Un romance fugaz le devolvió algo de la alegría perdida, volvió a comunicarse con el mundo, hizo algunos viajes y paseos, recuperó amigos. Los padres, en un alarde de amor y reflejos, aprovecharon la situación para desembarazarse de ella; organizaron un discreto casamiento y dos meses de luna de miel en alguna playa de centroamérica, con los gastos cubiertos.

– No soy una mujer fácil – le dijo al novio el día del casamiento – ni si quiera soy alegre o divertida.

– Nos amamos ¿qué más podemos necesitar? – contestó él, convencido – yo te voy a apoyar, y vamos a estar bien.

– No hagas promesas que no se pueden cumplir.

– Nunca hago promesas que no puedo cumplir.

***

No tenían amigos, no salían nunca, cuidaban su mascota con más esmero que a cualquiera de sus relaciones familiares, no conocían a sus vecinos, no hacían más que pasar los días juntos, lejos del mundo. Y los días se transformaron insensiblemente en años, las distancias se multiplicaron, la tristeza regresó bajo formas menos ostensibles pero más persistentes.

Se la veía menos en la casa, no hablaba y casi no comía, hasta parecía evitar los encuentros con su marido. La cama, donde la noche se estiraba cada vez más sobre las horas del día, no le daba paz ni descanso, la torturaba, le llenaba de dolores el cuerpo, la llenaba de tristezas y llantos. En pocos meses volvió a las pastillas y, con la convicción de que nadie la descubriría, escondía botellas de wisky debajo de la almohada.

El marido debía asistirla para orinar y defecar, la bañaba con una esponja varias veces por semana, le daba de comer sopas y papillas con una cuchara. Por la tarde le leía novelas de amor y dos veces al día levantaba las persianas, abría los postigos y la sometía a la tortura de la luz. La imposibilidad de sacarla de su cueva, de arrancarla de las sábanas, los reproches desgarrados de su mujer, la carga de culpabilidad, de impotencia, le dieron a conocer una nueva dimensión de frustraciones cotidianas, llena de amarguras y derrotas. Discutían en un tono que se elevaba ostensiblemente. Llegó a pegarle para sacarla de la cama, y después le pegó por provocarse el vómito una tarde, también le pegó cuando ella lo escupió y le adjudicó todas las responsabilidades. Ella era un pozo negro y sin fin que absorbía todo lo que encontraba a mano.

Se marchitaban como el jardín abandonado de una imponente mansión, vegetación en manos del tiempo, azotada por el clima, olvidada. El espectáculo del matrimonio era triste como lo sería el espectáculo de ese jardín, visto con los ojos del jardinero que lo cultivara durante años y que al final, viejo y solo, ya no tiene fuerza para cuidarlo. Tras un brevísimo apogeo de mediana felicidad, los dos veían el avance de la decadencia, se sentían impotentes y el desprecio los embargaba.

Era imposible saber quién ejercía mayor peso gravitatorio en aquel descenso al infierno. Las botellas que ella no podía ocultar, él se las arrancaba de las manos para beberlas en el baño. Compartían las pastillas para dormir, compartían las sesiones de terapia, las noches de gritos y llanto, el miedo y el resentimiento mutuo. Él la amenazaba con irse para siempre, ella lo amenazaba con suicidarse.

– Me voy una semana – dijo él, resuelto, una tarde – necesito un poco de aire fresco. Hace años que no sé nada de mis padres.

– Me voy a matar – contestó ella, la voz salía de lo profundo de la cama, en la oscuridad de la habitación, que lo mismo fuera el sepulcro.

– Me voy una semana, no me importan tus amenazas, así no podemos seguir, te voy a terminar matando yo.

– No podés matarme – dijo tranquilamente, y después agregó, destacando cada palabra – sos un cobarde.

***

A la vuelta de ese viaje la encontró muerta en la habitación. En la nota que había dejado, hacía responsable de su muerte a sus padres, a las tres tías buenas y a su marido. A él un poco de aire fresco le había hecho bien, y creyó que aquella muerte lo llenaría de alegría.

La redacción del epitafio corrió por cuenta de la tía mala: “Aquí duerme su sueño la bella durmiente, no buscó piedad ni compasión, nadie recuerda su nombre”.

7 comentarios:

g. dijo...

bue ni si mo.

Sylvia dijo...

Ay! Genial... pero qué sufrimiento... ;-)
Felicitaciones, amigo!

Adriana barbano dijo...

Cuanto dolor...me gusta la idea de bella durmiente sin final feliz..otra vista!!

Pandacucho dijo...

Genial, Viñao. Simplemente genial. Ando pegado con estas entradas de las princesitas. Ya era hora de que alguien hiciera justicia al otro lado de la historia.

Nanim Rekacz dijo...

Muy buena historia, Gonzalo.

Laura dijo...

Bella durmiente posmoderna y actual... me encantó.

DINA LAFONT dijo...

Me gustan más estas historias ANIMA-das, son más reales.