20/9/09

Extravío


Noche. Un hombre parado en la esquina de una plaza descubre de golpe el mundo en el que se encuentra. Como nacer a los treinta años sin memoria del pasado.

Una mujer aparece corriendo por un costado. Llora. Está muy maltratada. El tipo no puede saber de dónde viene, no la ve hasta que la tiene al lado y casi se le escapa. Ella intenta esquivarlo.

Le ofrece ayuda y se miran, gesto de desconfianza de la mujer, y desconcierto, el mismo extravío del que no tiene recuerdos claros. Habla confusamente, algo terrible ha sucedido, menciona una pelea, una casa cruzando la calle, la necesidad de huir.

El hombre busca rastros de esa narración atolondrada en la escena que los rodea. Hace un verdadero esfuerzo por entender pero ella, exaltada, no logra explicar nada. Entonces le presta atención a la casa, cruzando la calle. Ella la señala insistentemente, mientras intenta retirarse en la dirección contraria.

La agarra por el codo imponiendo su presencia de ánimo. Intenta calmarla ignorando su propio estado de confusión. El relato de los hechos se precipita, el llanto lo interrumpe, la incoherencia prevalece.

En un movimiento espontáneo nacido de la necesidad de comprender lo que sucede, el tipo empieza a cruzar la calle, sin plena conciencia de estar arrastrando a la mujer de vuelta hacia la casa.

La mujer deja de hablar cuando se paran frente a la puerta. La llave está puesta del lado de afuera. Entran. Recorren la casa lentamente. El silencio es pesado, la mujer vuelve a hablar pero en voz baja, despacio. Él todavía la lleva del brazo, caminan y buscan e intentan escuchar algo. Susurra “todavía no puedo entender qué me hizo… por qué”, las palabras son claras y sin interrupción, por primera vez.

Atraviesan un pasillo y él mete la mano por el marco de una puerta, hacia la izquierda, justo a la altura de la llave de luz.

Le llamó la atención un hecho intrascendente. Una serie de ideas que se hilvanaron entre que buscó la perilla y encendió la luz. Habían cruzado toda la casa a oscuras y estaba seguro de que fue él quien iba por delante arrastrando a la mujer, sin patear un solo mueble, sin arrastrar una alfombra o tumbar un florero, girando y atravesando puertas, incluso evitando la saliente de una escalera, en la oscuridad total.

Entonces: llegaron a una habitación y él metió primero el brazo para encender la luz. Ella dijo “no quiero ver”, y se resistió, y pudo soltar el brazo; él avanzó.

La vio muerta en la cama y recordó todo.

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