20/3/09

Errabunda lírica - un recuerdo

1.

En esa parte de los médanos, la del lado de la costanera, crecía pasto en la arena, un pasto de tallo grueso y ralo, que se iba desvaneciendo camino al mar, perdiendo vigor entre la arena caliente. Pisar descalzo ese pasto chato sobre fondo de arena ya era una sensación en si misma, un íntimo descubrimiento de la fuerza de la vida, de un vigor tibio creciendo y alcanzándonos desde abajo, desde el suelo.

A veces éramos dos o tres, a veces éramos muchos, con fogatas y música y todo el tiempo del mundo concentrándose en una sola noche, perenne, perpetua, incuestionable. Los chicos con bermudas y remeras, ellas con toda la arena y el mar y el viento y las tardes del verano y las noches como esa y otras y no habrá jamás nada que vuelva a oler como aquello.

Todos los que estuvimos ahí. Fortuna incalculable que se acredita en la memoria. Y los que nos volvimos a encontrar mucho después. Y los nuevos, los que están ahora. A veces me preguntan que si no hay nada de mi gusto, que si mi pesimismo deja algo vivo a mi alrededor. Y yo que no tengo hábito de contestar de los errores ajenos pienso entremí que aquellas otras noches, en las noches de playa que estuve y que tampoco fueron muchas, que sólo aquello puede preservarse, que todo lo trasiguiente sólo pudo ser descenso y caída.

Esa alegre sensación que es nuestra más clara condena: el tiempo cayendo en el saco roto de nuestras vidas, el paso del tiempo como algo que no importa, que abunda y cuya fuente inagotable encuentra origen en nuestra misma despreocupación. Asumiendo el comportamiento de un verdadero dios llegado a la tierra para el goce y disfrute de sus sentidos.

Seré siempre ese pie que pisaba firme y sin vacilaciones, sin dudar un instante, sin retroceder ni mirar atrás nunca (y que despierta el miedo en los otros que, espantados, lo subestiman, lo sobornan, lo idiotizan hasta que ya no cuenta, hasta que se duerme).

Nos toma tres vidas aprender a amarnos a nosotros mismos, y nos roba la única que tenemos aprender a amar a otros.

Esas chicas de la playa me convirtieron en lo que soy. No tuve otro maestro que mi deseo de ellas. No acepté una palabra que no proviniera de ellas, y en algunos casos me arrepiento, y en algunos casos no.

Ceremonia de lo que no se consuma. De alguna manera alcancé lo que buscaba, mientras muchas cosas se escapaban de mis manos, y con muchos lamentos y penas, alguna cosa que me contenta de mí, y que hoy es lo único que tengo para dar. No hay belleza que no venga con sus puntadas de tragedia y melancolía.

En el transcurrir sin argumento de los días, sigo esperando las playas que sucedieran ayer. Tanto como entonces deseaba que el tiempo me completase para estar a la altura de mi entorno, tanto deseo ahora volver a una de aquellas noches. No el mezquino deseo de regresar, de repetir, sino el más generoso de no perder, de compartir.

Y descubrir que para alcanzar todo lo que siempre quise necesitaba nada más que me miraran tus ojos. Eso que tardé en entender, tan fácil y a la mano.

2.

Algunos trabajábamos la temporada, los que no necesitaban trabajar no eran los más afortunados. Si la ciudad cobraba vida con el verano y el turismo, cualquier trabajo en el centro nos ponía en contacto directo con esa vida. Y no había problema de pasar uno o dos meses sin dormir, del trabajo a la playa y de la playa al bar, y vuelta al trabajo.

El ombligo del universo.

Y generalmente tan enamorados.

Llenábamos los médanos de camionetas viejas y fogones. Y había unas tarimas en la parte más firme, donde el pasto persistía en crecer sobre la arena, y ahí poníamos la música y escuchábamos sobre un fondo de olas revueltas. Y fumábamos y hablábamos; las noches con suerte podíamos desnudarnos y nadar y acostarnos a la luz del cielo.

No le dábamos mucha importancia.

Así que estábamos siempre esperando algo que no aparecía y que no hubiéramos sabido reconocer. Porque de eso se trata, así funciona, como si todo el tiempo alguien estuviera planeando una sorpresa, permanentemente a punto de revelarse. “Tensa calma”, expectativa y decepción. Pasar del tiempo.

Y si ponías bien a punto los sentidos, podías inflarte hasta disolverte. Desaparecer de sí mismo. Buscando una mujer que encontraría quince años después, y que entonces era incapaz de atrapar.

Descubro que persistir no era tan fácil. Muchos prefirieron atenuar los recuerdos, poner distancia de lo que fueron, de lo que quisieron. Muchos eligen cambiar de búsqueda antes que reconocer lo que no encuentran.

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