16/12/08

Discusión

– ¡la vida es una mierda!, ¡vos sos una mierda y la vida con vos es una mierda! – gritó al tiempo que revoleaba platos y pateaba las sillas de la cocina; estaba desnuda y mojada, recién salida del baño. La discusión había comenzado cuando ella abría la ducha, se había prolongado por casi media hora y había alcanzado el momento álgido cuando buscaba el toallón que nunca apareció.
Para ese momento él había olvidado la causa del enfrentamiento. Siempre le sucedía esto: comenzaba la lucha, ella era hábil con la palabra y él hacía su mejor esfuerzo para no naufragar entre cada argumentum, soportando cada digretio y peroratio, sin poder sostener la calidad ni la coherencia de su propia elocutio, perdiendo el orden de la dispositio, haciéndosele imposible saber por dónde había arrancado el asunto.
Y cuando ella descubría que estaba perdido su mal humor comenzaba a crecer geométricamente. Entonces él la miraba – desnuda en la cocina, empapada, tensa cada fibra del cuerpo y el cuello crispado por los gritos, con los pechos sacudiéndose al aire involucrados en esa marea de odio – y mientras esquivaba las renovadas andanadas de vajilla comenzaba a intuir que se había equivocado; accesos de arrepentimiento lo asaltaban, y aunque no alcanzaba las razones profundas, sólo deseaba detener el combate y pedir perdón, y solicitar clemencia.
¿Pero cómo detener aquella máquina del desprecio que clamaba por venganzas y reivindicaciones?, porque una vez puesta en movimiento su ira resultaba implacable, y él se espantaba del contraste entre la energía desplegada y la fragilidad de su cuerpo, temiendo que ese cuerpo – que él amaba – no lo resistiese.
Desesperaba por llegar a un acuerdo, por establecer una tregua. No pretendía evitarse el mal momento, sino ahorrárselo a ella. “Te amo” – pensaba – “¿no es éste un argumento suficiente para terminar cualquier disputa?”, y a partir de ese momento no podía aceptar la prolongación del conflicto que comenzaba a parecerle inverosímil, irracional y cada vez más confuso.
Ella sentía al rencor como un gusano que le recorría el vientre y sólo podía apaciguarlo arrojando más floreros, ceniceros, botellas y gritos, insultos de toda especie y juramentos rabiosos contra él que era, en ese momento, su enemigo. “Tu amor” – pensaba – “y esto que me está sucediendo son cosas incompatibles”, y se prometía sacarlo de su vida, abandonarlo para siempre, borrar todo rastro del pasado en el que hubiera huellas de su existencia.
Luego el cansancio, la sensación de agotamiento y desasosiego. El silencio y el mudo entendimiento de que tomaría algún tiempo y mucho esfuerzo remontar la cuesta. La distancia sanadora y la esperanza de que todo vuelva a la normalidad cuando la batalla quedara en el olvido.

1 comentario:

MonikaMDQ dijo...

Que momento tenso. Me pregunto que lleva a una pareja a una situación tan jodida si se me permite la palabra. Las personas somos capaces de herir con palabras aún amándo a la persona que tenemos en frente.
Tremendo el post y muy bueno a la vez, a pesar de lo terrible me gustó por la redacción y la descripción del momento.
un saludo!