6/8/11

un cuento del verano pasado (sigue)

            La siguiente llamada fue de Andrea. No se qué Octavio atendió el teléfono, el de las visiones preclaras de la vida apenas perduró esos diez minutos memorables. Pero antes de continuar, es indispensable señalar que Andrea pertenece a la excelsa raza de las mujeres nacidas bajo el signo de escorpio, y hacerle el amor es una forma de muerte por veneno o asfixia. Con casi cincuenta años y un cuerpo envidiable a los ojos de sus propias hijas (ninguna de las cuales excede los veinticinco), Andrea es artista plástica de mucho talento y uno de los pocos seres humanos carentes de todo prejuicio actualmente vivos. También es una de esas mujeres que saben lo que dicen, de las que evidentemente no hay muchas. Desde que enterró la mitad de su corazón en un cementerio privado víctima de la cirrosis, mucho antes de los cuarenta, cuando Andrea abre la boca para decir algo hay que escucharla, siempre.
–te van a romper el corazón– me dice sin saludar, en cuanto atiendo –sos un boludo
–muchas gracias, vamos a ser felices, no seas trágica
–enamorarse es para desgraciados– se ríe, mientras me lo dice –gente con ganas de sufrir
–siempre es alentador recibir el apoyo de los amigos
– ¿ya es definitivo? ¿se muda mañana?
            Andrea tiene una pronunciación notable, esto hay que destacarlo. Las ‘r’ y las ‘ñ’ le salen exquisitas entre dientes y labios, y eso es perfectamente apreciable por teléfono.
–ya es definitivo, se muda mañana
–¿y estás solo ahora?
–sí, tenía cosas que hacer, nos quedaba más cómodo –Andrea no me escucha – está terminando de embalar algunas cosas
–bueno, te pasamos a buscar en un rato, supongo que no te habrás olvidado de la muestra de Lucio
–no, no me olvidé, en media hora estoy listo

            Andrea y Lucio deberían preguntarme, en realidad, algo así:
–¿y por qué no viene con nosotros hoy?
–porque ustedes no existen…
–qué tipo macanudo, ¿siempre sos tan agradable?
–no, de verdad, ustedes son de otro momento, nunca existieron juntos
–¿y entonces por qué la mezcla?
–es que me hubiera gustado… no sé, tal vez así habría funcionado

            Unas palabras sobre Lucio: Lucio es escultor, fotógrafo, carpintero, artista plástico. Algo más de treinta años, ojos azules, sonrisa amplia que le ocupa toda la cara, accesible. Habla pausadamente, no hay mucha gente en condiciones de hablar así, piensa lo que dice y lo que no dice también, se puede medir el caudal de pensamiento que dedica a cada interlocutor mirándolo a los ojos mientras habla. Lucio no siempre te sostiene la mirada, puede hablarte mirando un poco para el costado, interrogando con los ojos a otros interlocutores. Es cruel, también, y no le interesa socializar excesivamente.
            Un hombre con sentido del humor que no necesite recurrir a la anécdota deportiva es un caso difícil de encontrar. De ahí en adelante, en lo que se refiere a los hombres, cualquier cosa resulta agradable.

         Media hora después subí al auto. Manejaba Andrea. Éramos seis o siete en un auto de tres puertas. El puerto está lejos y hay que hacer economía, una vez agotados los lugares conocidos donde se puede tomar gratis el dinero de la noche se invierte exclusivamente en bebidas. Si alguien hubiera mencionado cualquier detalle irrelevante, como la cuestión del “conductor designado” o que “la salud es primero”, se hubiera quedado a pie en aquel instante. La mitad de los pasajeros ya estaban borrachos, la otra mitad había llegado tarde.
            Cerrábamos una trasnoche que había durado todo el verano. La gira comenzaría con la muestra de Lucio en Baltar C., una galería (una habitación, un cuartito) de arte sobre un restaurante. Un comedero de mariscos en el centro comercial del puerto. Baltar C. se hizo un nombre después de siete años de exposiciones mensuales ininterrumpidas. Una salita de 3x2 y sólo eso, un nombre. Punto fijo y espacio de encuentro para artistas plásticos, la versión neurótica y gratuita de un sindicato, las cosas que inventa la gente cuando ejerce una profesión no colegiada, donde todos los meses se puedan buscar caras conocidas alrededor de una mesa y vino gratis con la inauguración de cada muestra. Eso me explicaron Lucio y Andrea. Por mi parte, no soy muy amigo de los artistas plásticos. No soy muy amigo. Punto.
           Cruzamos Mar del Plata de noche, sobre el asfalto nocturno, dorado y viejo, entre turistas desorientados y semáforos, viendo de a ratos esa garganta negra atrás de los edificios, desde la que ruge el mar tragándose todo en la oscuridad. Y cada vez que lo vuelvo a ver me trae la tranquilidad arcana de su presencia: una inmensidad hacia la que se puede mirar sin encontrarse una sola cara, una sola mirada, ni un gesto, nadie.
            Conozco sólo a la mitad de la gente dentro del auto. De los otros seguramente me hablaron en algún momento. Mi memoria es poco efectiva con los nombres, por lo general son otras las cosas que me impresionan y se quedan en el recuerdo. Dos italianas en el asiento de adelante, Lucio y yo atrás, con una chica desconocida y Boian, un búlgaro, traductor de francés. Alguien más, sin identificar, o un espejismo, o la ilusión de otra presencia. En el estacionamiento del puerto bajamos y por primera vez, a la luz del alumbrado público, nos vimos las caras. Hacía calor y todos estábamos contentos. Lucio grabó un video de la muestra, que yo ví antes de visitarla. El auto estacionado en el mismo lugar que nosotros. El video empieza ahí, parados al lado del auto estacionado, mirando hacia el restaurante. La cámara avanza, Lucio camina, cruza la calle, lo reciben las camareras en uniforme, se ve a los mozos, a la derecha los cocineros, Lucio recorre el mismo camino que hacemos nosotros en aquel momento, al fondo la caja, las escaleras, yo había visto ese recorrido en video media hora antes de hacerlo con mis propios pies. La entrada a los baños, espejos, la sala de la muestra. Exactamente el mismo recorrido.
            Ahora lo recuerdo, lo repaso, lo vuelvo a componer en la memoria, se repite en el video, en el recuerdo, en el relato, es un eco detrás de un eco, y detrás no hay nadie. El video es éste: 



             La muestra de Lucio es un éxito. En estas inauguraciones el éxito es accesible, pero poco meritorio y no reporta grandes beneficios; el fracaso, por lo contrario, puede ser más contundente que en ningún otro lado.  


6 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen cuento es muy entrador.Andrea

Mirta Mariòn dijo...

Gonzalo soy la prima de tu mama tu cuento està hermoso voy a poner la pagaina facebook

Graduados en letras dijo...

Los cuentos que escribis son excelentes

Veronica Acosta dijo...

No escribis poemas proque de este cuento pueden salir muchos

Publiquemos nuestros trabajos dijo...

Siempre escribiste tan bien

Gonzalo Viñao dijo...

EY!!! qué sorpresa tantos comentarios, gracias a todos por la visita!!!

G.