13/10/08

Inefable

Me había prometido mantenerme fuera del ámbito de la ficción en este blog. Bien, la promesa deja de cumplirse. Lo que sigue es fragmentario e inconcluso, y lleva ya unos cuantos años escrito, lo que indica que nunca va a contarse con una versión completa, o que asi incompleto como está es su forma definitiva. Hoy lo estuve leyendo y me gustó, así que se los dejo.


Qué sucede cuando un hombre y una señorita logran la comunión necesaria para entablar una conversación en un local nocturno, y la charla se prolonga y se hace amena (pues divertir tanto como interesar, digamos provocar e incitar, son premisas fundamentales para esos encuentros). Resulta que algo en las miradas que ambos se prodigan, algo en la distancia entre uno y otro al hablar, algo en los alientos que la proximidad lentamente lograda permite que se mezclen, algo en el tenor de las preguntas y las respuestas (pues preguntas y respuestas son el material de esos encuentros), algo en los roces distraídos de manos y rodillas, algo en todo eso anuncia que ha llegado el momento de besarse.
Y si el beso no malogra los esfuerzos anteriores, porque todo beso tiene simétricas consecuencias: puede encender un íntimo fuego púbico o provocar un violento rechazo físico. Si el beso es lento y practicado con labios generosos y reclama la aproximación de los cuerpos; si el beso es capaz de transitar el frenesí de las lenguas que se lamen y luego recuperar la mansedumbre del abrazo, entonces aparecerá el deseo de continuar ese beso en algún ámbito apartado, íntimo; deseo de prolongar el beso en un coito rodeado de la penumbra que no obliga a la ceguera; rodeado de música suave o no y de sábanas con olor a flores y piel tersa con olor a perfumes extranjeros; rodeado de jadeos y movimientos por un momento confusos.
Y si el coito no malogra los esfuerzos anteriores, porque cada coito encierra la virtud de la fe y a la vez el riesgo de la mediocridad, entonces las veladas de arrebato físico habrán de multiplicarse y se transformarán en mañanas de encuentros lagañosos y entrañable aliento ácido y en tardes de mates dulces entre corpiños y pantalones colgados del respaldo de una silla.
Y si el destino es generoso los cuerpos arribarán con comodidad hacia su grado de máxima sincronía y serán derrochados los orgasmos y los entremeses eróticos, y cada uno reconocerá las particularidades de los olores sexuales en el otro, y sus movimientos y sus fuerzas y sus voces.
Pero si en algún momento de todo el proceso una de las partes intuye lejanamente la más ínfima turbación (un gesto a destiempo, una palabra incorrecta, una prenda equívoca, un retraso o un apresuramiento) la operación quedará totalmente cancelada y sólo se avanzará en la medida en que se sepa que se acerca el último desencuentro...

Él se estiró sobre la espaciosa cama de dos plazas acomodando su cuerpo en diagonal. Ella no pudo más que acurrucarse en una punta, quería taparse pero él, en profundo letargo, estaba sobre el acolchado arrugado y sólo le permitía cubrirse apenas, con el extremo de las frazadas y apoyando casi todo su cuerpo sobre una de las almohadas.
Ella le hablaba, profería tímidas preguntas y todas las respuestas que obtenía apuntaban a hacerle cerrara la boca. Él deseaba estar solo y se propuso lograrlo aún estando ella ahí al costado.

- ¿estás bien?
- si
- ¿te pasa algo?
- no
- ¿te enojaste por algo?
- no
- ... ¿acabaste?...
- si... ¿vos?
- también...
- ¿y te gustó?
- si... ¿a vos?
- a mi también, Shhh...

Él levantó el control remoto del piso, buscó un tema en el equipo de música, subió el volumen (al punto de hacer imposible cualquier conversación) y se desparramó más, desnudo como estaba, sobre la cama. Con el carácter inefable de Troilo comenzó a sonar repentinamente un tango en todo el departamento.
La música lo arrastraba cada vez más lejos y más confortablemente. El agotamiento y el calor le recordaban su propia presencia física, su cuerpo ahora relajado. Sentía seca y sedienta la garganta y también sentía imposible ejercer la voluntad necesaria para solucionar esa sed. Le pareció entonces tener un sueño sin haberse dormido, sin dejar de percibir todo lo que lo rodeaba, el calor, la música, ella. Un sueño como una intuición.
En el sueño hacía un largo viaje deslizándose sobre lo que creyó ser el arcoiris, aunque no podía verlo. Al llegar al extremo del arcoiris se encontró frente a un acantilado y en el acantilado había una cueva. Todo el lugar estaba rodeado de la más densa oscuridad, como si la luz hubiera decidido no llegar hasta allí, como si la penumbra fuera palpable y espesa. Incluso tan profundo como esa penumbra era el silencio (aunque le parecía escuchar a Troilo llegado desde otro tiempo). Al principio creyó que la cueva estaba desierta y entró abriéndose camino entre plantas extrañísimas; luego encontró a sus habitantes.
En el centro de la caverna había una enorme cama que daba la impresión de un altar de ébano con sábanas oscuras y suaves, nada podía verse más allá. Salió a su encuentro un extraño personaje que no reconoció inmediatamente, pero que al pararse junto a la cama asumió las diversas formas de su recuerdo: primero fue su madre, luego una tarde de verano de la infancia, su primer mujer, la entrevista fachada de una casa, cada uno alternativamente y después todos a un mismo tiempo. Él se encontraba fascinado con aquella figura cuando un segundo personaje se incorporó lenta y quejosamente en la cama. Éste segundo personaje, de cuerpo inmenso, serenísimo y bostezador, cuya flacidez denotaba molicie, le dijo unas palabras que comprendió con claridad: “pierde el interés por todas las cosas, ya no te preocupes por ninguna de ellas, ni por las tuyas o las ajenas, ni por las queridas o las odiadas, sólo así podrás descubrirlo todo de nuevo y encontrar que nada se parece a lo que creías que era.”

Abrió los ojos: se reencontró con su habitación, la vio a ella que ya estaba dormida, escuchó a Troilo todavía en el equipo de música y decidió calmar su sed y luego bañarse.

11/10/08

Académica

Escribo esto sentado en un café que se puso de moda entre la gente que tiene notebook y desea salir a mostrarla. Escribo en una libretita de papel, con lápiz, rodeado por el repiqueteo de los teclados. Incluso hay dos o tres headsets por acá, manteniendo conversaciones internacionales en idiomas llamativos.


La mayor parte de las carreras humanísticas incluyen en sus programas una materia que se denomina "introducción a la filosofía". En casi todos los casos la materia es de cursada obligatoria y se dicta con el librito (homónimo) de Carpio o algún otro libro (homónimo) similar: una versión, pacientemente despojada de todo entusiasmo, de lo que en occidente se conoce oficial y ortodoxamente como filosofía.
Generalmente dictada por un docente que, para no se menos que Sócrates o Platón, presenta alguna deformidad física (al que me tocó en suerte le decían “conejo”), la materia arranca allá por los presocráticos – asegurando que anteriormente a ellos el hombre era apenas poco más que una ameba – y lánguidamente recorre un sinfín de lugares comunes hasta morir, sin pena ni gloria, en el aleatorio período histórico que pudiera alcanzar según se lo permitan el entusiasmo de docentes y alumnos, las huelgas, las luchas gremiales, las facultades tomadas, los días feriados y demás interrupciones.
Las carreras humanísticas, entre ellas la filosofía y, de manera especialmente representativa, la materia “introducción a la filosofía”, son buenos ejemplos de cómo el ambiente académico (en todos los países y en todas las épocas, pero más notoriamente aquí y ahora) aniquila el sentido mismo de aquello que en principio hizo posible esas carreras.
Para decirlo de otra manera: el medio académico se ha transformado en una máquina burocrática cuya lógica y sentido se contradicen con todas las carreras humanísticas, muy especialmente con la filosofía.
La organización de las universidades resulta eficiente en relación con las otras carreras, las que son en sí mismas burocráticas, o equivalen al ejercicio de una burocracia, y/o cumplen una función utilitaria (abogacía, economía, medicina, arquitectura, ingeniería, etc.). Dos fenómenos suceden simultáneamente: esta organización de las carreras “duras” se perfecciona con el tiempo y demuestra una acabada eficacia, mientras que las carreras humanísticas van sufriendo una especie de complejo de inferioridad frente a estos éxitos que las lleva a adoptar el aparato burocrático de sus vecinas.
¿Cuándo se ha visto que un filósofo surja por aprobación de materias? Suponer que puede producirse, con las mismas herramientas y por los mismos medios, un abogado, un contador y un filósofo es, por lo menos, un error grave de entendimiento.
La idea misma de filosofía se opone al mecanismo universitario. Y la perseverancia de la academia en encuadrar a la filosofía dentro del marco de su burocracia da como resultado la desaparición de la filosofía; lo mismo sucede con las demás carreras humanísticas.
Mientras que esta burocracia se organiza en torno de los ministerios, de los claustros, de los departamentos, de las aulas y demás instancias universitarias, se van produciendo resultados asombrosos. En el caso de las carreras “duras” son resultados positivos porque – como ya dijimos – su ejercicio profesional es un ejercicio burocrático; en el caso de las humanísticas el resultado es desolador.
En principio no existe una burocracia relacionada con la filosofía, o con las letras, o con la historia. Para que estas “ciencias” encajen en el formato académico su burocracia particular debe ser inventada, ¡y bien que se la inventó! ¡y con el tiempo se ha devorado a las mismas “humanidades”!
La burocracia que se ha inventado para estas ciencias se llama “currículo”, y se encuentra completamente absorbida por la otra burocracia, la de ministerio, la burocracia de la educación según la entienden los funcionarios públicos que hacen de la ley de educación una doctrina vital, a través de cuyo ejercicio esperan obtener el necesario lucro para sostener sus economías personales. Lo que en el fondo no es reprochable, hasta que se transforma en el único medio y fin de las personas.
Educar, entonces, es sólo una forma de ganar dinero, y gana más no quien más sabe ni quien mejor educa, sino aquel que se encuentra mejor adaptado y más cómodo en el medio burocrático de la academia.
Así quedan despojadas las universidades del interés por el intercambio de ideas, y todo se reduce al reparto de puestos académicos y administrativos, presentaciones a becas, listados de congresos y publicaciones, concursos por cátedras y presupuestos, y un sinfín de resultantes del entramado burocrático cuyo sentido último y definitivo es la ampliación del currículo personal, con la intención de encontrarse cada vez mejor calificado para los puestos académicos y administrativos, las presentaciones a becas, los concursos, los listados de congresos, las publicaciones, etc. En este contexto es el currículo el que se prolonga, sin producir ningún resultado intelectual en el ámbito de las “ciencias”.
Entonces la burocracia académica (una estructura cuyo sentido se extravía al transplantarse desde las carreras “duras” a las “humanísticas”) es la forma y el contenido mismo de las carreras universitarias, y esto sucede con la anuencia de docentes y alumnos, que en este sentido se comportan como ganado que se conduce al matadero: cursar, aprobar, matricularse, postularse – becas, cargos, congresos, publicaciones; volver a cursar, volver a aprobar, volver a matricularse, etc. etc. Un sujeto puede pasar por todo este cursus honorum hasta alcanzar su maximum sin que se le caiga una sola idea de la cabeza en toda su vida.
Al final, los docentes que se atrincheran durante largos años en sus cátedras como búnker desde el cual acrecientan sus currículos, llegan a desarrollar un enorme conocimiento sobre unos asuntos que repiten incansablemente frente a sus alumnos en una durísima batalla por la supervivencia dentro de los cargos. El conocimiento así adquirido se fosiliza, obstaculiza el intercambio de ideas, eclipsa el conocimiento detrás de la burocracia.
Ideas, originalidad, debate, intercambio, creatividad, todo lo que alguna vez impulsó a los docentes y a los alumnos a meterse en las universidades, eso se marchita rápidamente. Habrá que empezar a buscarlo en otra parte.

7/10/08

Valor metafísico del inodoro

Todo lo que sigue es (además de largo y tal vez aburrido) falible, por lo tanto puede ser refutado. Recuerden: no soy Umberto Eco, a mi nadie me paga por ocuparme de estas trivialidades.

Toda esta historia me vino a la cabeza a partir de Arnold Hauser. Arnold era un alemán muy dedicado al estudio de las cosas del arte, era además marxista, o por lo menos adhería a algunas ideas del marxismo, y por sobre todas las cosas era uno de esos tipos que tienen algo interesante para decir, y que cuando empiezan a decirlo ya no se quiere dejar de escucharlos.
Repasaba mentalmente alguna de las ideas y comentarios de Hauser hoy en el trabajo. Siempre me llamó la atención lo que decía sobre las herramientas del desarrollo estético que se ponen en movimiento en cada período histórico, en cada cultura. Ya dije que Arnold tenía una simpatía con el marxismo, por lo tanto le interesaba investigar cómo se desenvolvía el arte a lo largo de la historia en relación con los medios de producción.
Determinado tipo de arte, determinada corriente estética, determinadas obras son posibles porque existen los medios de producirlas. Esto es evidente cuando pensamos en el cine: no es posible que exista el “séptimo arte” sin la electricidad. Otra cosa que es tan necesaria como los medios de producción, y acá Hauser se separa un poco del marxismo ortodoxo, son las técnicas de producción. Para que exista el cine es necesaria la electricidad (medio de producción) pero además hace falta que un sujeto sepa cómo aprovechar esa electricidad para un fin específico, y además de tener determinados conocimientos sobre óptica, luz y fotografía, y también ese sujeto debe desarrollar y aprovechar ciertas herramientas como una cámara; todo esto hace a las técnicas de producción del cine.
Yo mismo, por ejemplo, puedo disponer del medio de producción (la electricidad), pero no cuento con conocimientos sobre ninguna de las técnicas que me permitirían hacer cine.
La historia del arte, según Hauser, es la historia del desarrollo de los medios de producción y de las técnicas que hacen posibles cada manifestación del arte. Ni los medios de producción ni las técnicas son específicos. Siguiendo con el ejemplo: la electricidad no es un elemento específico del cine, sino un elemento que el cine aprovecha para sí mismo. Lo mismo pasa con los conocimientos que permiten desarrollar la cámara filmadora y el proyector de imágenes. En consecuencia, estos medios y estas técnicas tienen unas historias y unos desarrollos bastante erráticos y muy pocas veces se ponen de acuerdo. Los medios de producción rara vez desaparecen, y lo hacen sólo en el caso de ser reemplazados por otros medios más eficaces (aunque esta eficacia siempre es evaluada en términos que nada tienen que ver con el arte); por su parte las técnicas de producir arte suelen muchas veces desaparecer para siempre.
Uno de los casos más sorprendentes y excepcionales de desarrollo simultáneo de medios y técnicas de producción son los talleres italianos que comenzaron a funcionar alrededor del siglo XIII. Ese desarrollo no fue nada rápido, ni sencillo, ni hubiera resultado posible fuera de un contexto de un desarrollo burgués y capitalista muy particular, pero tras doscientos y pico de años de gestación, dio a luz al renacimiento de las artes y le abrió al hombre las puertas de la edad moderna.
Y en lo que tanto Hauser como muchos otros interesados en el tema están de acuerdo, es en que aquel parto tuvo lugar específico en los talleres. Sobre esos talleres se han escrito toneladas de estudios, ya que son un verdadero fenómeno en su época sin ningún tipo de precedentes, y su posterior desaparición nos hace muy difícil comprenderlos pasados ya quinientos años o más desde entonces. La única institución comparable en cuanto a originalidad y repercusión en la cultura universal, y que además también surge en la misma época y en la misma Italia, en perfecto paralelo con los talleres, es la banca.
Estos talleres eran los centros de producción más avanzados de su época, y la versión más refinada de división del trabajo que alcanzó la época precedente (la edad media). En ellos se realizaban todo tipo de trabajos: se hacían muebles, carruajes, pinturas, esculturas, molderías, ropas; se diseñaban edificios y armamentos para los ejércitos y se trabajaban también todos los materiales: la madera, el yeso, el mármol, el vidrio, la piedra; allí se ejercían todas las artes: la arquitectura principalmente, y la pintura y la escultura como sus auxiliares; allí aparecen los primeros ingenieros, los primeros fisiólogos, los primeros constructores, las primeras nociones de química, el resurgir de las matemáticas; allí encontramos a los primeros artistas en sentido estricto de la historia del arte. En algunos de esos talleres nació, entre otras cosas, la masonería.
El más famoso, Da Vinci, entrenado y educado durante años en estos talleres, alcanzó su increíble posición en la historia del renacimiento porque llegó a compenetrarse e identificarse tanto con sus medios y técnicas de producción, que él mismo - el sujeto - era su propio taller.
Los más importantes se mantuvieron funcionando por más de un siglo, y lentamente se transformaron en los centros educativos más importantes de su tiempo, sin proponérselo y sin llegar a tomar nunca conciencia completa de esto. Toda familia pobre que tuviera algún hijo del cual disponer (esto es, que no estuviera ocupado en otro trabajo más urgente) dirigía sus ruegos a los maestros de los talleres para que los tomaran a su cargo. Las familias con más recursos enviaban allí a sus hijos segundones, esto es todos los que no heredaban sus bienes (y entonces sólo heredaba el primogénito, mal presagio para todos los demás); quien no buscaba carrera en el clero ni en el ejército, quién no recibiría herencias ni contaba con medios mejores de subsistencia, todos intentaban ingresar en los talleres.
Y en los talleres se trabajaba por la comida y el techo. Así por lo menos los primeros años (tal vez cinco o diez, tal vez para siempre). Pero se aprendía un oficio y se lo aprendía bien. El maestro actual seguramente había sido discípulo del anterior, y el anterior del anterior, y así durante cuatro o cinco generaciones. El aprendiz de pulidor recibía las técnicas de trabajo sobre mármol desarrolladas por los maestros durante décadas de durísima labor. Y con suerte un buen pulidor lograría buenos trabajos, y así la educación rendía, a la larga y con paciencia, ganancias económicas.
Con el tiempo los discípulos suplantaron a sus maestros o abrieron sus propios talleres. Las ciudades estado italianas florecían rápidamente; la banca en asenso ponía en movimiento grandes sumas de dinero; la nobleza, el clero y la nueva clase social, la burguesía, competían a la hora de promover a los artistas de los diferentes talleres, gastaban enormes fortunas en sus favoritos, las agrupaciones de trabajadores competían mafiosamente por los mejores contratos – que en algunos casos aseguraban hasta quince o veinte años de trabajo bien remunerado; era cuestión de tiempo para alcanzar las cimas: Miguel Ángel y Da Vinci.
El arte que mejor aglutinaba la producción de los talleres era la arquitectura. Todo el conocimiento de los mejores hombres de su época se ponía en juego. Una obra por lo general daba trabajo a un enorme contingente de hombres de diversas edades: desde los aprendices hasta los viejos casi retirados, y de diversas especialidades: frisadores, escultores, pulidores, albañiles, pintores, tapiceros, fundidores, todas las profesiones intervenían y si se tenía un poco de suerte a lo largo de los muchos años que duraba el trabajo, la dirección de la obra sería siempre la misma.
Los talleres del renacimiento alcanzaron su punto más alto en torno al otro hecho notorio que suele señalarse como inicio de la edad moderna: el descubrimiento de América. A partir de entonces todas las artes renacentistas empiezan a multiplicarse hacia adentro, a cerrarse sobre sí mismas como en un laberinto de espejos para desembocar en los distintos movimientos del hastío y la decadencia: gótico, rococó y barroco. Los medios de producción seguían siendo los mismos, pero las técnicas, las grandes técnicas de la producción artística renacentista perdieron su flexibilidad, perdieron sus instintos exploratorios, dejaron de jugar con las materias de la vida y pasaron de ser creación a transformarse en reproducción. El impacto fue demasiado grande, los “hijos” del renacimiento no pudieron sostener el peso de sus padres, no encontraron manera de avanzar por el camino que les habían trazado, y desde entonces sólo se dedicaron a copiar, a repetir, a exagerar y aumentar, a recargar, a reproducir.
Con el tiempo, y en cuanto comenzaron a reemplazarse los medios de producción, en cuanto los talleres comenzaron a resultar obsoletos y el peso del artista individual superaba a la tradición del taller, entonces las técnicas del renacimiento cayeron completamente en desuso. Más tarde simplemente se olvidaron.
Arnold Hauser se muestra algo ambiguo frente a esta situación, frente al hecho – dado en cualquier momento de la historia del arte – en que se pierde toda una tradición estética, y con ella el bien más precioso, el que costó más tiempo y esfuerzo lograr: sus técnicas de producción. En el fondo no es fácilmente demostrable que estas técnicas estén perdidas para siempre. Aunque no quedan dudas en el caso del renacimiento: la cantidad enorme de obras que este período ha producido es insignificante si tenemos en cuenta la increíble cantidad de gente que intervino para hacerlas. Digámoslo así: se precisaron doscientos años de tradición artesanal, estética, creativa, pedagógica y social, para que apareciera un hombre con el conocimiento, las habilidad y la capacidad suficiente como para esculpir el David; y en desmedro de todo ese enorme esfuerzo, de ese tiempo, de esa gente, sólo tenemos UN (1) David cono el de Miguel Ángel.
Pero ¿cuál es el problema de que el David sea UNO solo? Es que no hay problema. Llama la atención el esfuerzo que el renacimiento ponía en crear sus obras, y es destacable el hecho de que todo ese esfuerzo estaba puesto en la creación de un objeto único e irrepetible. Perdido el objeto se pierde también el esfuerzo, y ahí está cayéndose a pedazos la última cena para atestiguarlo.
Hace mucho tiempo que el hombre, incluso el hombre de arte, dejó de pensar como en el renacimiento. Y tanto tiempo ha pasado y tanto han cambiado los medios de producción, de tal manera hemos olvidado las viejas técnicas, que hoy incluso pensamos al revés.
En 1917 un tipo abre una exposición de arte de vanguardia, en París, y la principal atracción es una “obra” que se titula Fountain y es, nada más y nada menos, que un mingitorio: un meadero de loza sacado de una fábrica de sanitarios. Medio de producción: la industria, técnica de producción: cadena de montaje. Las cosas han cambiado.
Mucha gente le sigue festejando este gesto a Duchamp hasta el día de hoy. Yo no puedo dejar de sentirlo como un interrogante irresuelto. Donde antes trabajaban innumerables generaciones de hombres para lograr, sólo si el asar y el tiempo lo permitían, un monumento trascendental como el David de Miguel Ángel, lo que tenemos ahora es a Juan Perez & Cia., empresa familiar integrada por dos máquinas y cuatro trabajadores, que produce diez mil inodoros por año. ¿Es esto lo que nos quería decir Duchamp?
Conozco la teoría del “ready-made” con la que Duchamp pretendía justificar su inodoro. No dejo de pensar que se trata de una justificación para ocultar o disculpar el hecho de haber perdido por completo la capacidad de crear, el conocimiento de las técnicas de producción estética.
Porque esa es la única explicación posible: hemos perdido todo conocimiento de las técnicas, y en su lugar nos absorbió el seso el estilo industrial de la producción. Y esto es así tanto en las artes plásticas como en la música (que ahora se llama industria discográfica), en la literatura (industria editorial), en la arquitectura (urbanismo) y en todas las manifestaciones de nuestras vidas. Tengamos en cuenta que el arte más representativo del siglo XX, y hasta hoy, es el cine: también conocido como “industria del entretenimiento”.

6/10/08

El libro como negocio - parte 2

Acá está el cierre de este tema que estoy debiendo desde hace ya un buen tiempo. Para los que no recuerden o no hayan leído lo anterior les dejo el link: El libro como negocio - parte 1

Tengamos en cuenta la gente hay que poner a trabajar entre la editorial y, recorrido de distribución mediante, los puntos de venta, para mover y vender estos libros. Imprenteros, editores, autores, correctores, diseñadores, ilustradores, empleados de depósitos, fleteros, repositores, libreros, vendedores. Sólo la logística de transporte para que esto funciones es monumental (aca les dejo un ejemplo de empresa tercerizada que se dedica a esto: interbook). La sola cantidad de cartón que se emplea en el embalado para la distribución es impresionante.
Un dato improtante: la industria del libro, gracias a cierta ley de promoción cultural, está excenta del impuesto al valor agregado (IVA). Ninguna de las actividades relacionadas con esta industria paga ese impuesto. Esta situación poco o nada ha beneficiado a la promoción cultural o a la difusión de la lectura, aunque si se han visto ampliamente beneficiados los empresarios que viven de vender, al mayor precio posible, la basura más económica de producir, ejerciendo la máxima absoluta del marketing: lo que importa es el packaging.
Las editoriales compiten por el espacio de exhibición en sus puntos de venta: vidrieras, mesas, mostradores, escaparates, cartelería, bolsas de nylon, remeras y gorras, todo lugar en el que se puede mostrar la tapa de un libro es campo de batalla entre editoriales. La cuestión está en ver quién mete mayor cantidad de tapas en las vidrieras de las mejores librerías.
Hay varias maneras de llevar adelante esta competencia, pero la más barata (en términos tanto económicos como intelectuales) es meter presión por acumulación: se envía a los puntos de venta la mayor cantidad de novedades editoriales, las cuales contarán con el apoyo publicitario de la editorial, al menos durante algunas semanas.
Asi tenemos un negocio basado en la venta fugaz: muchos títulos que venden relativamente poco (porque no se necesita que vendan muchos ejemplares por cada título, esa carencia se reemplaza vendiendo muchas porquerías de diferente color) y esto en el menor tiempo posible, generalmente en el plazo de uno o dos meses. Estos libros son incapaces de sostenerse en el tiempo, y serán reemplazados por otros títulos casi inmediatamente, con excepción de aquellos que demuestren una mejor performance y puedan durar un poco más.
Cualquier librero que conozca su negocio les puede explicar que un gran éxito editorial, de esos que venden muchos libros durante mucho tiempo, es una buena inyección de liquidéz en su economía, pero no es lo que sostiene su empresa. Son los otros libros, los que se venden de a poco y que pasan sin pena ni gloria, pero que a fuerza de repetirse y renovarse, de sumar y de ser miles y miles de libros distintos, esos son los que hacen marchar el negocio. ¿Qué diferencia hace una venta de doscientos o quinientos ejemplares de un Harry Potter el mes de su lanzamiento, cuando la librería vende, ese mismo mes, quince o veintemil libros distintos? quince o veintemil libros que se venderan quizás por única vez, y que serán reemplazados por otros tantos el mes siguiente.
Surgen interrogantes: ¿cómo conseguir tantos libros nuevos? ¿de dónde salen? ¿cuál es su calidad? ¿por qué se venden?
Las editoriales han descubierto, digamos en los ultimos veinte años, el mercado de consumo. Han decidido llevar su negocio fuera del mercado de los bienes culturales y meterse en el mercado de consumo de bienes en general, compitiendo con los otros bienes que se ofrecen en ese mercado. Venden libros a compradores de zapatillas, a compradores de autos, a deportistas, a cocineros, a todo tipo de gente, ya no solo a los lectores (siendo que el porcentaje de verdaderos lectores, en una población de nivel cultural alto, no pasa del 10%). Lo que no pierden a la hora de competir en los nuevos mercados son las ventajas de su origen, ese es el caso del impuesto al valor agregado que comentaba antes.
Por otro lado, las editoriales necesitan alimentar sus propias maquinarias de producción para estar a la altura de sus nuevos consumidores. Los libros salen entonces de cualquier lado, simpre que llenen 2 requisitos: 1- que sean baratos, y 2- que permitan a la editorial ahorrarse la mayor cantidad de dinero en publicidad, o que por lo menos optimice ese gasto (por esto siempre es preferible publicar a los "conocidos del público", incluso en el caso de que fueran unos absolutos analfabetos inecapaces de escribir sus propios nombres).
Sobre la calidad: sin comentarios. Ésta es una industria de la basura. Toda la gente que trabaja en ella tiene tanta idea sobre libros como yo de ingeniería naval. Son excelentes comerciantes, grandísimos empresarios, tanto es así que podríamos transplantarlos a la industria vitivinícola, o la la industria de la construcción, o mandarlos a todos a los mercados de frutas y hortalizas, sin que dejen de cosechar éxitos, y tal vez ellos mismos no notarían la diferencia.
Conozco personalmente a un ex gerente comercial de la editorial Planeta con una carrera ininterrumpida de 35 años en la industria del libro, que me ha confesado haber leído, en todos esos años, solo un libro de autoayuda para parejas que se divorcian.
Me dirán: no es el trabajo del gerente comercial leer lo que vende. Y eso es, precisamente, lo más lamentable: en especial desde que el gerente comercial es más importante que los editores dentro de las editoriales, y prefieren elegirse estadísticas comerciales por sobre evaluaciones más específicas, a la hora de decidirse qué se publica y qué no.
Juan Forn publica "La tierra elegida" y resulta un libro mediocre, impasable, casi estúpido y por lo demás incoherente. Un librero de Mar del Plata, conocido de Forn a quien había entrevistado en varias oportunidades, le pregunta por qué su libro es tan miserablemente malo (seguramente lo preguntó con otras palabras), y Forn le contesta: "preguntále a Guillermo". Guillermo Sacomano, parado en ese momento al lado de Forn, era en aquel momento editor de Plantea - donde se publicón el libro de Forn - y su respuesta es reveladora: dice que se vió obligado a recortar la obra de su amigo para conservar su trabajo, puesto que la directiva de la editorial manda que no se publiquen textos que requieran más de una hora o una hora y media de lectura; los textos más largos o más densos aburren al público que se distrae, se aburre y, en definitiva, no los compra.


El libro como negocio 2

Aca esta la segunda parte que estoy debiendo desde hace rato. Para los que no recuerden o no hayan leído la primera parte, aca les dejo el link:


Tengamos en cuenta la gente hay que poner a trabajar entre la editorial y, recorrido de distribución mediante, los puntos de venta, para mover y vender estos libros. Imprenteros, editores, autores, correctores, diseñadores, ilustradores, empleados de depósitos, fleteros, repositores, libreros, vendedores. Sólo la logística de transporte para que esto funciones es monumental (link a interbook). La sola cantidad de cartón que se emplea en el embalado para la distribución es impresionante.
Un dato improtante: la industria del libro, gracias a cierta ley de promoción cultural, está excenta del impuesto al valor agregado (IVA). Ninguna de las actividades relacionadas con esta industria paga ese impuesto. Esta situación poco o nada ha beneficiado a la promoción cultural o a la difusión de la lectura, aunque si se han visto ampliamente beneficiados los empresarios que viven de vender, al mayor precio posible, la basura más económica de producir, ejerciendo la máxima absoluta del marketing: lo que importa es el packaging.
Las editoriales compiten por el espacio de exhibición en sus puntos de venta: vidrieras, mesas, mostradores, escaparates, cartelería, bolsas de nylon, remeras y gorras, todo lugar en el que se puede mostrar la tapa de un libro es campo de batalla entre editoriales. La cuestión está en ver quién mete mayor cantidad de tapas en las vidrieras de las mejores librerías.
Hay varias maneras de llevar adelante esta competencia, pero la más barata (en términos tanto económicos como intelectuales) es meter presión por acumulación: se envía a los puntos de venta la mayor cantidad de novedades editoriales, las cuales contarán con el apoyo publicitario de la editorial, al menos durante algunas semanas.
Asi tenemos un negocio basado en la venta fugaz: muchos títulos que venden relativamente poco (porque no se necesita que vendan muchos ejemplares por cada título, esa carencia se reemplaza vendiendo muchas porquerías de diferente color) y esto en el menor tiempo posible, generalmente en el plazo de uno o dos meses. Estos libros son incapaces de sostenerse en el tiempo, y serán reemplazados por otros títulos casi inmediatamente, con excepción de aquellos que demuestren una mejor performance y puedan durar un poco más.
Cualquier librero que conozca su negocio les puede explicar que un gran éxito editorial, de esos que venden muchos libros durante mucho tiempo, es una buena inyección de liquidéz en su economía, pero no es lo que sostiene su empresa. Son los otros libros, los que se venden de a poco y que pasan sin pena ni gloria, pero que a fuerza de repetirse y renovarse, de sumar y de ser miles y miles de libros distintos, esos son los que hacen marchar el negocio. ¿Qué diferencia hace una venta de doscientos o quinientos ejemplares de un Harry Potter el mes de su lanzamiento, cuando la librería vende, ese mismo mes, quince o veintemil libros distintos? quince o veintemil libros que se venderan quizás por única vez, y que serán reemplazados por otros tantos el mes siguiente.
Surgen interrogantes: ¿cómo conseguir tantos libros nuevos? ¿de dónde salen? ¿cuál es su calidad? ¿por qué se venden?
Las editoriales han descubierto, digamos en los ultimos veinte años, el mercado de consumo. Han decidido llevar su negocio fuera del mercado de los bienes culturales y meterse en el mercado de consumo de bienen en general, compitiendo con los otros bienes que se ofrecen en ese mercado. Venden libros a compradores de zapatillas, a compradores de autos, a deportistas, a cocineros, a todo tipo de gente, ya no solo a los lectores (siendo que el porcentaje de verdaderos lectores, en una población de nivel cultural alto, no pasa del 10%). Lo que no pierden a la hora de competir en los nuevos mercados son las ventajas de su origen, ese es el caso del impuesto al valor agregado que comentaba antes.
Por otro lado, las editoriales necesitan alimentar sus propias maquinarias de producción para estar a la altura de sus nuevos consumidores. Los libros salen entonces de cualquier lado, simpre que llenen 2 requisitos: 1- que sean baratos, y 2- que permitan a la editorial ahorrarse la mayor cantidad de dinero en publicidad, o que por lo menos optimice ese gasto (por esto siempre es preferible publicar a los "conocidos del público", incluso en el caso de que fueran unos absolutos analfabetos inecapaces de escribir sus propios nombres).
Sobre la calidad: sin comentarios. Ésta es una industria de la basura. Toda la gente que trabaja en ella tiene tanta idea sobre libros como yo de ingeniería naval. Son excelentes comerciantes, grandísimos empresarios, tanto es así que podríamos transplantarlos a la industria vitivinícola, o la la industria de la construcción, o mandarlos a todos a los mercados de frutas y hortalizas, sin que dejen de cosechar éxitos, y tal vez ellos mismos no notarían la diferencia.
Conozco personalmente a un ex gerente comercial de la editorial Planeta con una carrera ininterrumpida de 35 años en la industria del libro, que me ha confesado haber leído, en todos esos años, solo un libro de autoayuda para parejas que se divorcian.
Me dirán: no es el trabajo del gerente comercial leer lo que vende. Y eso es, precisamente, lo más lamentable: en especial desde que el gerente comercial es más importante que los editores dentro de las editoriales, y prefieren elegirse estadísticas comerciales por sobre evaluaciones más específicas, a la hora de decidirse qué se publica y qué no.
Juan Forn publica "La tierra elegida" y resulta un libro mediocre, impasable, casi estúpido y por lo demás incoherente. Un librero de Mar del Plata, conocido de Forn a quien había entrevistado en varias oportunidades, le pregunta por qué su libro es tan miserablemente malo (seguramente lo preguntó con otras palabras), y Forn le contesta: "preguntále a Guillermo". Guillermo Sacomano, parado en ese momento al lado de Forn, era en aquel momento editor de Plantea - donde se publicón el libro de Forn - y su respuesta es reveladora: dice que se vió obligado a recortar la obra de su amigo para conservar su trabajo, puesto que la directiva de la editorial manda que no se publiquen textos que requieran más de una hora o una hora y media de lectura; los textos más largos o más densos aburren al público que se distrae, se aburre y, en definitiva, no los compra.

2/10/08

Marea baja

Todos los que sepan como hacerlo: descarguen Drunk as Cooter Brown de Cassandra Wilson, algo para sentirse bien un rato cuando hacen tanta falta motivos de bienestar, de sentirse bien.
Quisiera ser músico o pintor, o cualquier otra cosa que no yo, hoy no. Tengo la miseria sitematizada, el vicio mental de la depresión, del decaimiento emocional. Ya ni siquiera como una pose interesante, solo como una tara genético hereditaria, mal formación congénita del carácter, tendencia ineludible a la flaccidez mental, al raquitismo de las ideas, etc etc etc.

¿Cómo responder al llamado de la inspiración cuando suena tan ridículo como esas campanitas en los cuentitos de hadas para chiquitines taraditos?

Declaración de estado: me he perdido completamente la fe. Mi mujer salio de paseo y un par de horas mas tarde la encuentro logueada en el messenger bajo la leyenda "no molesten, estoy de joda". Soy la escoba con la que se junta la mierda de los gatos que cagan el felpudo de la puerta trasera del cuarto de limpieza del depósito de la dependencia del sótano de un restorán chino de cuarta categoría.

Y no me creo mi propia historia, me tengo rodeado, me puse mordazas y sogas al cuello y candados por todas partes, barricadas y jovencitos musulmanes con ladrillos de C4 atados al cinto, no quiero pasar, me dejo afuera y me lamento de mi cara bajo la lluvia y no puedo entrar porque muy contento cerré y tiré la llave pensando que nunca más la iba a necesitar.

Ya no me entusiasmo con mis arranques de "cosas buenas" sean lo que fueran, no las soporto mucho tiempo porque todo el tiempo algo está poníendose en movimiento haciendo mucho ruido, todo el tiempo una fiesta empieza en algún lado. Y todas las fiestas despiertan el entusiasmo que vamos a terminar ahogando en maremotos y tsunamis de wiskys y trompadas a las cuatro de la mañana cuando ya no nos quede nada más que la triste cara, cada vez mas vieja y deslucida, pidiendo socorro en el espejo.

Tengo un problema personal con el encargado de la puerta detrás de la cuál alguien escondió "todo lo bueno que puedo esperar de la vida" y ese hijo de puta no me la quiere abrir. Se habrá puesto de acuerdo con mi madre la muy mal parida que daría su teta izquierda con tal que esa puerta no se me abra nunca.

ALCOHOL!!!!!! Hay que emborracharse como Cooter Brown y prestarle atención a Cassandra Wilson, porque no hay nadie más que valga la pena escuchar.

El ejemplo para los hijos (paréntesis): ¿¿¿es que hay hijos???, pero... pero... ¿cómo se puede ser tan irresponsable?. ¡Dios conservador, democrático y libremercadista! ¡Que alguien castigue a este hombre!

NO HAY EJEMPLO POSIBLE, cuando es tan sencillo mirar detrás de las cortinas y descubrir que no quedó nadie, todos se fueron, ninguno de los que aparecen en las fotos todo sonrisas y peinados a la gomina, absolutamente ninguno se hace responsable cuando empiezan los reclamos, no hay nada más que yo mismo. ¿Eso es lo que asustaba tanto a mi propio padre que lo hizo huir sin mirar atrás en cuanto tuvo oportunidad? Asusta. Viejo, te quiero decir que, a pesar de lo muy sorete que sos, te entiendo. Osea, te entiendo es que puedo razonar el proceso por el que me imagino que pasaste, y puedo razonar las conclusiones a las que llegaste, y puedo razonar las decisiones que tomaste. Que sos un sorete y una mierda de persona no te lo saca nadie.

No quiero eso para mis hijos, pero la desgracia genética está ahi, el gen de la hijaputez, años de adoctrinamiento en el profundo seno del desprecio familiar. Corro una carrera escapándome de mi mismo, y la corro hasta pulverizar mi propia conciencia, mis músculos, mis ánimos y mis ideas.

El nervio de la creatividad no existe. Es el largo caño que acaba en el ano (metafóricamente: la vena cagatoria) el único lugar por el que salen las ideas.

PD: para los que hayan llegado hasta el final... www.cassandrawilson.com