1/4/10

Plano cerrado

"¡Yo veo a este infeliz, mito
extraño y fatal a veces hacia
el cielo, como el hombre de
Ovidio, al irónico cielo de
saña azul sobre el cuello
convulso tender su ávida
cabeza, como si dirigiese
sus reproches a Dios!"
Baudelaire

1.
   Esta es una historia de desencuentro entre la pasión y el dinero. El dinero está representado por un importante empresario del entretenimiento, fundador, director y productor ejecutivo de un conglomerado de empresas multimediáticas cuya meta principal es la producción de películas para el cine. La pasión está representada por Juan Carlos, escritor, empleado de medio tiempo en un colegio (da clases de lengua algunas horas por semana, y es preceptor), divorciado, un hijo.
   Juan Carlos tuvo una idea, y como consecuencia de un parto intelectual brutal y doloroso, detrás de esa idea se le ocurrió otra más. Tuvo mellizos. La primera idea fue una historia, un asunto sobre el cual escribir, unos personajes, una trama. La segunda idea fue realizar esta historia en el formato “guión de cine”, para salir un poco de los formatos cuento o novela, en los que tantos fracasos había cosechado.
   Tuvo su idea y escribió el guión. Ese guión, escrito en base a un “manual para escribir guiones” bajado por internet, ese guión al que deberán disculpársele la inexperiencia del escritor y su absoluta ineptitud para el desarrollo de cualquier tarea involucrada con el lenguaje, ese guión era un buen guión. Para enfrentar una realización definitiva necesitaría unos cuantos retoques, tal vez una reformulación total, pero la idea que lo sustentaba, la historia, la primera idea de Juan Carlos, era indiscutiblemente genial, según el propio Juan Carlos.
   La convicción ciega y total en esta genialidad puso en movimiento a Juan Carlos. Estaba dispuesto a todo con tal de que alguien hiciera su película. Por lo menos, un “gran personaje” del cine y la televisión debería leer su guión, para quedarse tranquilo. Le parecía que con sólo poner el guión en las manos de un verdadero director de cine, de un verdadero artista, lograría que hicieran la película. Un director o un gran empresario, si no lo hacían era debido a que no conocían el guión, nada más, y de eso era responsable Juan Carlos. Así que se puso a trabajar, montando una enorme campaña de difusión de su guión (enorme en términos personales, enorme para Juan Carlos).
   Y esa campaña personal, con mayor o menor intensidad, se prolongó durante unos cuantos años. Hay que reconocerle a Juan Carlos la buena voluntad y la gran predisposición empeñadas en el esfuerzo. Nadie parecía escucharlo, nadie le concedió jamás un solo minuto de su atención. Nunca obtuvo otra respuesta que “no”, nunca un segundo de duda antes de pronunciar el “no”, el guión no le dio ninguna alegría. Con el paso del tiempo fue transformándose en la manifestación material de sus sentimientos de frustración y fracaso. Juan Carlos estaba totalmente derrotado, y su guión era la credencial de la derrota. Sin embargo, no hay movimiento en el mar que no revuelva – aunque su alcance sea mínimo hasta la ridiculez – un poco el agua.
   El guión de Juan Carlos ocasionalmente fue adaptado al teatro, y la pieza ejecutada por una compañía de actores vocacionales del barrio La Perla, en la sala de la Sociedad de Fomento. En dicha compañía participaba la sobrina de cierto empresario. Descontenta esta sobrina, en determinada ocasión, con el comportamiento de su tío, le hizo llegar (anónimamente) el guión de Juan Carlos, muy recomendado por un tercero. La sobrina hizo esto con la íntima esperanza de hacerle pasar a su tío un momento muy aburrido e incluso violento, poniéndolo en la obligación de decirle que “no” a Juan Carlos, que para ella era un tipo cualquiera. Tras la recomendación del guión, la sobrina forzó una entrevista en la conglomerada agenda del tío.
   El nombre de este tío tan maltratado, empresario del cine y la televisión, autor material de once películas en un país del tercer mundo sudamericano que producía cinco películas al año, patrón de casi cuatrocientas personas (ocasionalmente muchas más), era Gregorio Vic Suárez. Heredero de un patrimonio que multiplicó varias decenas de veces, joven y cosmopolita, frívolo, Gregorio era el máximo Juez ante el cual podía Juan Carlos presentar su guión.

2.
   Un destino intermedio en el viaje de Gregorio coincidió ese verano con la ciudad en la que vivía Juan Carlos. Para desconcierto del empresario, la cita había sido convenida en el lobby de su hotel, no en una oficina.
   Era de noche, hacía calor y en cuanto se presentaron mutuamente, los dos supieron que la entrevista estaba confinada al fracaso. Gregorio algo inquieto por el derrotero que tomara el asunto, Juan Carlos ganando minutos para alejar lo más posible el momento del rechazo final. Los dos estaban de acuerdo en no querer estar ahí.
   Antes de encarar el tema principal (el guión) despacharon varios wiskys, llenando la conversación banal con el tintineo del hielo en los vasos, dándose tiempo para distenderse, distraídos y complacidos. La proximidad de lo inevitable los volvió sinceros y displicentes, si todo iba a salir mal podían tomárselo con calma y amabilidad. Los dos pensaron en una situación de fusilamiento, el Capitán del pelotón acerca un cigarrillo a la boca del condenado, lo enciende, y mientras el condenado fuma intercambian unas palabras. Se saben efímeros y a la vez el momento parece perdurable. Los dos pensaban en esto, al mismo tiempo, desde perspectivas diferentes.
   El primero en sacar a la luz el tema del guión fue Gregorio. La voz que sabía hacerse respetar conminó:
– dígame directamente, con sinceridad y sin vueltas, de qué se trata.
Juan Carlos, mientras confirmaba que Gregorio era incapaz de mirarlo a los ojos, explicó, de la manera que le pareció más convincente, la idea de su guión.
– esta es la historia de un actor, contada en tono biográfico, cuyo problema principal es que su vida se desarrolla como la de un carácter secundario en una película. El actor, que sólo consigue trabajos de extra mezclado siempre entre multitudes bulliciosas, siente que su propia vida transcurre como la de sus “personajes” de la ficción. Tiene la viva impresión de ser un extra de la vida real, un papel pintado al fondo de la verdadera vida, la de los protagonistas, rol que indefectiblemente representaban otras personas. El actor descubre por casualidad que sus impresiones se corresponden con la realidad, confirma fidedignamente que el protagonismo en el mundo pasa por un lugar muy lejano al que él mismo ocupa, e intenta explicárselo a su novia, también actriz. Pero explicárselo le insume mucho, mucho trabajo, y al final no está convencido de lograrlo, de poder darle a su novia esta explicación y que ella sea capaz de entenderla. La vida se le va pasando sin acceder a ningún tipo de protagonismo, llena de sensaciones circunstanciales, mediocres, sin progreso alguno. La herramienta principal de la narración, herramienta cuyo valor dentro del relato es equiparable al valor de la historia misma, es la manera de filmarla. Mientras en off se escucha la voz monótona del actor que relata su experiencia, la cámara lo toma siempre de lejos, incluso como fondo de otras personas, desenfocado, a veces ni si quiera se lo ve o no se lo puede distinguir del resto de la gente. Lo importante es no sólo tomarlo de lejos y transversalmente, es crucial no hacerle nunca un plano cerrado, no hay que darle margen para llamar la atención. El actor puede tener barba de vez en cuando, a veces será gordo, puede incluso estar interpretado por diversas personas, sin descartar que se trate o no del mismo personaje en cada ocasión. La trama cuenta con la ventaja de estirarse indefinidamente, con escenas intrascendentes y repetitivas, usando siempre las mismas grabaciones de la voz en off. Uno o dos sobresaltos ocasionales, mínimos e intrascendentes, servirían como contraste para evaluar el verdadero nivel de monotonía general. Sería la filmación de una vida protagonizada por nadie. Una obra maestra para un director capacitado.
   Gregorio enlazó un hielo con la lengua, lo sorbió y finalmente lo escupió dentro del vaso. Miró a Juan Carlos, en silencio. La pausa parecía no volverse incómoda, y era necesaria. Gregorio jamás había estado frente a un hombre de talento, grande y verdadero, y se juraba en nombre de Dios nunca volver a meterse en una situación semejante. Revolvió un poco el wisky porque le gustaba generar suspenso, y después contestó, con tono neutral.
– Juan Carlos: su idea es brillante, y tengo la convicción más absoluta de que usted es un genio. ¿Conoce la historia de John Martin, el editor de Bukowski? ¿no?, es una pena, el caso es muy interesante. Porque sin John Martin, hoy no existiría Bukowski, como Kafka no existiría sin Max Brod, o Virgilio sin aquel emperador profanador de cadáveres. Y tantos otros casos menos famosos. Le hablo de los mecenas, señor, de los verdaderos mecenas, esos que eran tanto o más aficionados al arte que los mismísimos artistas. Porque eso es lo que usted necesita, señor. Su obra no merece nada menos que eso, un verdadero amante del arte en condiciones económicas de producirla, de transformarla en realidad sacándola del papel. El inconveniente que se presenta entre nosotros, señor, radica en el hecho de que yo no soy ese mecenas, ese amante del arte. Usted verá, yo soy apenas un comerciante, un hombre forjado al calor del dinero, un intermediario de mercaderías. Y como tal intermediario, mi éxito radica en elegir la mercadería más adecuada para mi clientela. En este momento, el mercado busca unas mercaderías radicalmente distintas a las que usted está intentando comercializar. Tenemos programada una película llena de protagonismo, un protagonismo estelar y feroz, que atraiga a todas las cámaras y todas las imaginaciones, un protagonismo que permita al espectador anónimo la más completa identificación, y así sumirlo en un universo totalmente ajeno a su experiencia cotidiana, con el afán último de que esa experiencia cotidiana quede fuera del alcance de su atención. No me resta más que declinar su propuesta, sin dejar de estar muy agradecido por el tiempo que le ha dedicado a esta reunión.
   Mientras escuchaba todo esto, Juan Carlos se sentía como el barman de una escena de Casablanca, puesto delante de la cámara con su mejor cara de imbécil, a modo de adecuado marco para el brillante lucimiento de Humphrey Bogart.

3.
   Pasados algunos años Juan Carlos recibió la llamada de otro productor, alguien menos encumbrado que Gregorio, pero que también hubiera podido transformar sus sueños en realidad.
– me gustaría que me explicara un poco – le pidió el productor – aquella historia.
Con voz tenue y cansada, Juan Carlos contestó:
– es una obrita autobiográfica.

1 comentario:

MX-Asterión dijo...

Me encantó, la frase final es genial!
Saludos!