18/7/11

profesión

            el alivio que produce la pronunciación, como un embrujo arcano al que estamos demasiado habituados y nos cuesta verlo, pero que fuera desde siempre la principal defensa contra todos los miedos
            las cosas que podemos decir tranquilizan, una vez que las ponemos en palabras se alejan un poco de nosotros, nos quedan afuera del pecho, aunque esa distancia se mantenga relativa hasta que la pronunciación se complete en otro
            compartir la pronunciación de una palabra es compartir la fe en eso que la palabra designa, es reestablecer por medio de la convención la existencia de las cosas, es saber que además de estar afuera de nuestro pecho, lo que tanto nos atormenta puede estar en la cabeza de otra persona; la palabra compartida es un testigo que lo verifica todo
            la sintaxis, hipotética  y ambiciosa, nos indica que pensar algo impronunciable es imposible, es una incógnita, un anhelo inefable, un parto, un proceso sin forma; pero el atractivo de esta imagen romántica del lenguaje (de este desafío que nadie está en condiciones de asumir, y que implica enfrentarse con la historia total de una lengua viva) nos impide ver lo que sí es factible que suceda, pero en sentido inverso: que se pronuncie por primera vez una palabra en la que no habíamos pensado, que el milagro de la casualidad nos ponga en las manos lo que teníamos en la cabeza sin haberlo visto nunca antes en las palabras
            esa es la única magia que le conozco al mundo, es el único aspecto de la realidad que no resulta miserable
            lo más llamativo del proceso es la relación entre el que trae esa palabra y el que la recibe; no se trata de un acto de vaudeville para el que alcanza un poco de buen gusto, algunos ensayos y un actor más o menos entrenado que te tira con una sarta de métrica bien calculada por la cabeza, vestuario, luces y maquillaje; no se puede hacer solo, unilateralmente, por ninguno de los dos lados, no hay emisor capaz de encantar las serpientes de esa manera, y no hay oyente que pueda evitar el trabajo de poner todo de su parte
            pueden recitarte lenta y metódicamente los infinitos tomos de la enciclopedia británica sin que escuches una sola palabra, sin que absolutamente nada te entre en la cabeza; se puede leer esa misma enciclopedia con verdadero e indiscutible mérito, y dejar pasmado y frío al oyente más entusiasta
               en las condiciones adecuadas, una lectura de la enciclopedia británica podría destruirte
            estamos hablando de un universo en el que no existen los no lectores; la gente que no lee libros, por el motivo que fuera, es del tipo que desprecia las artes culinarias en las relaciones con sus amantes y no se sienten incómodos cuando alguien pronuncia la palabra “proactivo”
            en definitiva, parece que lo importante son esas “condiciones adecuadas”, que dependen por igual tanto del emisor como del receptor, y entonces ya no sería tan relevante lo que se diga; pero sí, sí es importante porque sin decir, si no se dice nada o se dice cualquier estupidez, no funciona; es una especie rara de sagrada trinidad entre el que dice, el que escucha y cada una de las palabras que se pronuncian, y si cualquiera de esas tres cosas no está a la altura de las circunstancias, no se presentan las condiciones adecuadas y sobreviene el fracaso            
            esta relación entre el que dice y el que escucha encuentra su espacio más destacado en la literatura, entre escritor y lector, y en el caso de los amantes; una ingenuidad innata nos puede llevar a creer que la profesión de escritor coincide con la de amante pero no es así, y las consecuencias de esta confusión, tarde o temprano, se presentarán para demostrarlo
           


10/7/11

sueña

escrito a cuatro manos con Paula Fernandez Vega*

             sueña con camas cuchetas, en un agua donde se ahoga y vive como la fiebre que lo deja
            pasmado en una mansedumbre inefable y epifánica cuando los albores cínicos, escabulle en la conciencia, despierta apenas en un temblor al nivel de los desconciertos y corre detrás de los deseos más desgarrados – el tacto y la sintáxis
            las circunstancias se derrumban sobre una profunda tarde de ronco crepúsculo en invierno
            las sábanas blancas
            un grito atrapado entre las sombras, una mujer que se mira en el espejo, cuatro noches de luna con sus despojos en el reflejo del techo
            todo símbolo fabricado para las ideas cercanas sobre las cosas, pero nunca ideas que se parezcan. los secretos ocultos a medio paso de la verdad: como voces que retumban en los agujeros más sombríos de una caverna roja, se comen las uñas del pequeño trecho que los diferencia de lo que esconden con tanta flaca sutileza
            sus pupilas verticales amenazadas por la espalda, lo que sucede al tercer día de conocerla, con la silueta de luna menguante y vestidos de seda; el hábito consumido en un vicio mesiánico descontado de todo lo que falta
            ¿cómo se llama el cadáver de las cosas? de las más plenas y concretas escenas plasmadas en tablones desbordados de arena, el sonido serpenteante en constante fulgor dentro de los débiles tendones del alma – como metáfora del cuerpo no asignado, en el espanto de los sueños
            no me queda más que tocarte las manos con mis lágrimas y reirte de lejos
            de cada recuerdo sobresaliente el aspecto irrelevante es el más afilado. se suma a la memoria el pequeño gesto sobrante del frunce irónico, más parecido a un suspiro del frío que a la expresión concreta de la alegría, como la idea de vigilia cuando el cuerpo inventado encuentra su mayor tristeza
            irrumpe la cotidiana sucesión de particularidades para convertirla en el tormento de la resurrección, débil ilusión de los muertos
            y en las noches de escorpio, la nombra


*Paula Fernandez Vega